NOSOTRAS Y LOS FANTASMAS DEL PAÍS CÁTARO VII

De nuevo, nos encontramos en la carretera con destino a Carcasona y, no puedo dejar de sentir un poco de nostalgia cuando pienso que ésta será la última noche que pasaremos en el Languedoc ya que nuestro viaje se acerca a su fin.

Ya, en la Cité, aprovechamos las pocas horas de sol que quedan para inspeccionar el lugar donde se produjo la extraña aparición. La situación que presenta hoy la ciudad no puede ser más distinta a la del primer día de nuestra llegada. A pesar de que es algo tarde, la gente se hace la remolona callejeando por los bellos rincones que ofrece esta ciudad. Y, nosotras, antes de buscar un restaurante donde cenar, dirigimos nuestros pasos hacia el lugar donde presenciamos el fenómeno; con la intención de aclarar, de una vez por todas, nuestras dudas.

No nos cansamos de contemplar esta bella ciudad y pasear por sus calles se convierte en un constante nuevo descubrimiento es como atravesar el túnel del tiempo y aparecer en la temible Edad Media. Imagino bellas historias de amor cargadas de nostalgia, impresionantes luchas sangrientas por el poder. Avanzo, con gran esfuerzo, por estas callejuelas adoquinadas, tan irregulares y tortuosas que cada paso que doy se convierte en un martirio para mí, ya que estoy hecha polvo, después del porrazo en Lastours.

Nos perdemos por el mismo camino de ronda, el Paseo de las Lizas, que acompaña a las murallas y a las altivas torres de una Carcasona, que, en otro tiempo, fue inexpugnable. Pero, que hoy sufre el asalto bien intencionado, eso sí, de toda clase de turistas y, a nadie decepciona. A pesar de que la hemos visitado ya, anteriormente, no podemos dejar de admirar la belleza que desprende esta ciudad. Nuevamente, nos sentimos arrastradas al medioevo, y, me parece que, en cualquier momento, nos encontraremos con el temible Príncipe Negro, aquel legendario Caballero Negro, que, con su negra armadura y su negro caballo, atemorizaba al que tenía la mala suerte de encontrárselo. Cruel y despiadado en opinión de la mayoría. Pero que, dejó intacta la ciudad de Carcasona, fue incapaz de destruirla.

Imponente en su estatura, rubio y con los ojos azules, codiciaba riquezas y mujeres por igual, pero de este personaje poco se conoce ya que despertaba en la gente que le conocía sentimientos contradictorios.

Vamos a buen paso y accedemos a lo que debe de ser una barbacana, pronto llegamos hasta la zona donde se supone que se produjo nuestro encuentro con el ser luminoso. Lo primero que hacemos es dedicarnos a mirar concienzudamente por todos partes. Creemos que lo que presenciamos fue una representación holográfica de una foto, es decir, una proyección tridimensional generada por un rayo laser. Es muy posible que la transmisión de la señal se halla producido a espaldas del objeto.

Observamos con minuciosidad los focos que se encuentran al pie de las murallas, como si fuésemos unas auténticas Sherlock Holmes, pero no hay nada en ellos que pueda parecer un pequeño proyector. Buscamos sobre la pequeña bóveda que cubre nuestras cabezas, tratando de localizar algún pequeño artilugio. Pero, el resultado es igualmente negativo. Seleccionamos un área de observación de unos 10 metros y realizamos una inspección exhaustiva. Mientras dura nuestro trabajo, se cruzan en nuestro camino otros visitantes que extrañados no dejan de observarnos ya que nuestra actitud es un poco rara, y, más aún cuando tratamos de actuar con disimulo. Enfrascadas en nuestra tarea, intentamos localizar la presencia de aspilleras o saeteras en las murallas. Ya, que son una especie de aberturas verticales muy finas y profundas, en ocasiones casi imperceptibles, también buscamos troneras. Este tipo de construcción suele ensancharse hacia el interior, para proteger al arquero o al ballestero mientras éste lanzaba los proyectiles y podría ser un excelente recurso para conseguir la visualización holográfica. Pero, no hay rastro de ellas.

Finalmente, no hemos encontrado nada que indique que lo que nosotras vimos fuese un montaje o algo parecido, así que desistimos, y nos dirigimos al centro de Carcasona en busca de un restaurante ya que hoy es nuestra última noche y nos queremos dar un gustazo.

Ya se apagan poco a poco las luces en el firmamento y hacen su aparición los primeros luceros de la tarde y el momento alcanza su perfección absoluta cuando los últimos visitantes van abandonando poco a poco esta vieja ciudad y nosotras buscamos un lugar donde cenar y reposar, relajadamente, después de la intensa jornada que hemos vivido. En una de sus plazas, ahora deliciosamente desierta, nos enamoramos de una preciosa taberna de inspiración medieval, muy acorde con el ambiente de la ciudadela.

Contrariamente a lo que yo pensaba, encuentro que el local está muy concurrido, principalmente por gente joven que ha acudido a tomar una copa y a charlar alegremente de sus cosas. No se ven mesas libres, pero en el centro del local, hay una escalera de madera muy rústica, escoltada por unas armaduras a ambos lados de la misma. Sin pensarlo dos veces, nos dirigimos a ella y empezamos a subir los escalones. El el piso superior no hay tanta aglomeración de gente y se respira un aire más tranquilo.

Descubrimos una mesa junto a la ventana y esperamos con mucha paciencia que se acerque el camarero con el menú del día.

Al final, hemos elegido un bistec acompañado de patatas fritas y la especialidad de la casa, una tortilla a las finas hierbas. Cuando el camarero se aproxima con nuestra cena, nos domina la curiosidad, pues estamos impacientes por probar la especialidad culinaria de la casa y ¡sorpresa!, es tortilla de tomillo, por cierto, nada apetecible y bastante insulsa. No sé, pero me parece que nos han tomado el pelo estos franceses.

Carmen y Laura se ríen con ganas cuando han visto "la especialidad culinaria" ya que ellas no han pedido la tortilla de marras y nos aconsejan que no nos la comamos ya que nos puede sentar mal. Pero, nosotras no desperdiciamos la comida, ¡es pecado!.

Cuando ya estamos más calmadas, damos un buen fin de nuestros platos y, casi, no nos dejamos ni los huesos. Y, como, cuando hay hambre, nosotras nos comemos hasta las piedras, por supuesto, "la tortilla de tomillo", también nos la hemos comido. Al final, el camarero, muy gentil, se acerca a nuestra mesa y, creo detectar un poquito de guasa en la sonrisa que nos dirige, al preguntar si la cena nos ha gustado y, nosotras le contestamos, muy educadamente, que sí.

No he terminado de tomarme el vaso de café con leche caliente que me ayude a conciliar el sueño, cuando ya empiezo a notar un dolorcillo raro en el estómago. Pienso que a lo mejor la tortilla me puede dar una mala noche.

Hemos decidido Antonia y yo que nos vamos a dedicar a mirar en otras tabernas y restaurantes a ver si existe esta peculiar especialidad de su gastronomía, porque no dejo de pensar que estos franceses nos la han dado con queso. Bueno, la verdad, si fuera con queso, aún tendría un pase…

Acabamos de comer y comenzamos a hablar acaloradamente sobre lo que hemos vivido en Lastours. Y, tanto nos entusiasmamos hablando de "malas sensaciones" y voces susurrantes de ultratumba, que no nos damos cuenta de que en el local reina el más absoluto silencio. Y, sólo se escucha el eco de nuestras voces, sin quererlo, nos hemos convertido en el centro de atención del restaurante ya que los otros clientes están pendientes de nuestras palabras. Y, nosotras, que en el fondo, somos muy tímidas, miramos con recelo a nuestro alrededor. Fijándonos en los rostros de los otros comensales y comprobamos que no sólo han dejado de comer y nos están mirando; sino que, al cruzarse nuestras miradas, nos sonríen. Comprendemos que nos han entendido perfectamente, y es más, también sabemos que su próxima visita será una peregrinación en masa hasta el castillo de Lastours. Esperamos que sean capaces de escuchar más allá del viento…

Mientras reposamos la comida, comenzamos a preparar el programa del día siguiente.

Laura, muy decidida ella, coge un folio y un bolígrafo, pues queremos hacer un programa de actividades para el día siguiente, son muchas las que tenemos pendientes y hay que organizarse. Aunque, nosotras solemos improvisar sobre el terreno, en este caso queremos tenerlo todo bien estructurado para cumplir con todo el itinerario ya que mañana será muy extenso. Empezamos pensando en las carreteras que serán siempre locales y de montaña. Habrá que tener en cuenta los desvíos, para no perderse. Y, finalmente, los lugares a visitar, especificando horarios, precios.

Comenzaremos visitando La Abadía de Lagrasse y después las famosas ciudadelas del vértigo. Y, atravesando el espectacular desfiladero del Pierre Lys, llegaremos hasta el Queribús y el Perapertusa, donde improvisaremos un picnic al aire libre. Después de la comida, nos dirigiremos hacia las Gorges del Galamus, donde efectuaremos una breve parada, para visitar el Eremitorio de Saint Antoine de Galamus. Finalmente, nos dirigiremos hacia Colliure y nos acercaremos hasta la tumba de Antonio Machado. Y, ya de camino hacia Barcelona, seguiremos la línea de la costa por Port Bou.

Pero, antes de irnos al hotel, tenemos que comprar en alguna tienda de Carcasona alimentos como pan de molde, queso, embutidos, bebidas, fruta del tiempo y frutos secos con los que reponer la energía que gastaremos en la visita a estas fortalezas, ya que el mayor problema que presentan es su gran inaccesibilidad.



5º VISITA DE LA ABADIA DE LAGRASSE Y LAS CIUDADELAS DEL "VERTIGO"



Hoy he madrugado mucho, pues con los nervios y la impaciencia, apenas he podido conciliar el sueño. Y, lo primero que he hecho ha sido asomarme a la ventana para contemplar el nuevo día que empieza. Respiro el aire limpio de la mañana y parece que huelo un poco a tierra mojada, ¿será que va a llover?. El cielo se ve tan libre de nubes, tan claro y diáfano que nada parece indicar que ronde la lluvia.

Después de un baño bien caliente, me encuentro como nueva. Le pregunto a mi hermana si ha dormido bien, y ella me responde que sí, ¡cómo un lirón!. Es que si llega a decir lo contrario, me la cargo. La verdad es que sí, ha dormido profundamente, porque la he sentido roncar. ¡ Qué nerviosa me ha puesto!.

Con menos entusiasmo, que en jornadas anteriores, empezamos. Ya que hoy es el último día de nuestro viaje y la tristeza se ha convertido en nuestra nueva compañera de fatigas.

Abandonamos el hotel cargadas con nuestras bolsas de viaje, con un cierto desaliento; pues, ha sido nuestra casa durante estos cinco días y ya nos habíamos acostumbrado a su pequeñez y a la tenue iluminación, encontrándola hasta confortable. Después de tomar un desayuno que considero, abundante y tranquilo, liquidamos nuestra deuda pendiente con el hotel y nos despedimos dando las gracias por el buen trato que hemos recibido y haciendo alguna que otra foto del hotel, para tener un recuerdo.

La visita a la Abadía de Lagrasse es más accesible desde Carcasona nos dirigimos hacia la D6113 que conduce hacia Narbona y Lézignan-Corbières y antes de llegar a Trèbes cogemos un desvío que nos llevará hasta la D3 con indicaciones direccionales hacia Fontiés-d´Aude/Lagrasse.

La carretera es preciosa y discurre serpenteante por una zona privilegiada que se beneficia de la influencia benigna de los vientos marinos, unas veces. Y, otras, sufre el azote de los vientos de tierra, no obstante, esto permite la creación de una vegetación muy original en la que conviven con carrascales, pino alep, orquídeas, alegrías, romero, tomillares, lavanda, y, claro está, la viña y el olivo.

Desde el automóvil contemplo la vasta extensión que se desarrolla ante mis ojos, y pienso con inquietud que esta carretera no acaba nunca, inmensos campos de cultivos llenan nuestros ojos. Bajo la ventanilla del coche, pues ya empiezo a sentirme un poco mareada con tanta curva. La primera parte transcurre entre campos de cultivo y la última atraviesa densas extensiones boscosas que me inquietan, porque parece que se extienden hasta el infinito y no se acaban nunca.

Contemplo una tierra tan rica en bellos paisajes, como en ingeniosas leyendas, con infinidad de personajes de fábula, hadas, duendes, damas encantadas, tesoros ocultos. Las leyendas forman parte del folclore siendo éste la primera expresión de un pueblo y es la suma de todas sus tradiciones y costumbres más ancestrales.

Nos hallamos en el corazón de las Corbières y nos asombra la majestuosidad de algunos de sus árboles que por su altura yo diría que son centenarios, auténticas secoyas en zonas tan meridionales.

Por fin, hemos llegado hasta los dominios de la Abadía de Lagrasse, situada en un paraje de excepcional belleza, el valle del río Orbieu y éste es el único monumento religioso que vamos a visitar en este viaje al País Cátaro.

Existe una alegoría histórica que habla de los orígenes del monasterio y que menciona a la romana Filomena, en un manuscrito que data del siglo XIII. En ella se menciona que, en este lugar, siete ermitaños en el mes de Septiembre realizaron el milagro de la multiplicación del pan para alimentar a miles de soldados que estaban enfrentados en una sangrienta batalla con los sarracenos. Y, según, la leyenda este hecho fue lo que posibilitó que Carlomagno fundara la abadía, en el siglo VIII. En otras leyendas, Carlomagno no sale tan notablemente conmemorado, como en el nombre que se le asigna a un hueco en las colinas cercanas y que reza "Carlomagno de nalgas". Este insigne personaje se supone que tuvo la mala suerte de caerse de su caballo y dejar la huella de su trasero en unas rocas cercanas. Infinidad de leyendas giran alrededor de este personaje tan controvertido.

Ahora sabemos que la construcción de la Abadía se inició en el siglo VIII, pero se le atribuye a Nimphridius, compañero de San Benito de Aniano.

Llegamos hasta los mismos umbrales de la grandiosa Abadia. Y, Lagrasse es una población que posee una deliciosa reminiscencia de su pasado medieval. Ciudad ajardinada de hermosos muros floridos, donde se confunde la piedra y la hiedra. Es considerada en las guías turísticas como "uno de los pueblos más bellos de Francia".

Aldea en un idílico paraje de viejas casas de piedra con humeantes chimeneas que se reflejan en un río que discurre plácidamente por debajo de un rústico puente centenario. Posee un encantador aire campestre que se filtra por todos los rincones y que ciertamente nos hace evocar la tranquilidad y el bienestar que se respira en algunos pueblos rurales de Cataluña. Sosiego y paz son dos palabras que mejor la definen y la hospitalidad de sus gentes es su rasgo más común.

Nuestro objetivo más inmediato es encontrar el monasterio de Santa María de Orbieu y por ello decidimos preguntar a un hombre que está sentado en el quicio de la puerta de su casa tomando el fresco.

Le preguntamos, como podemos en francés, por el monasterio, y el hombre, muy amable, nos contesta en catalán, ayudándose de unos cuantos gestos, le entendemos perfectamente. Pero sobre todo, le agradecemos el esfuerzo que hace por comunicarse con nosotras. Y, encaminamos nuestros pasos hacia el monasterio.

La entrada al monasterio se encuentra frente a las tapias de un pequeño cementerio. Accedemos, primero, a la sala de recepción, donde compramos nuestras entradas y esperamos a nuestro guía.

La guía es una muchacha muy joven que lleva gafas y el pelo recogido en una cola, tiene aspecto de estudiante.

Inicia su explicación y todos los visitantes del monasterio la escuchamos con suma atención y, nosotras conectamos nuestra grabadora.

Comenta que, la gran diversidad de los edificios monásticos sorprende generalmente a todos los visitantes; aquí, se hallan todos los estilos arquitectónicos del siglo XI al XVIII.

Seguimos a la guía en la visita al monasterio y comienza por la Sala de Recepción que da a un patio de honor y a un gran palacio abacial. El edificio es de estilo clásico, se construyó del 1745 al 1779 por el Abad Armand Bazin de Bezons. La primera parte del patio era utilizada para dependencias, talleres y cuadras. La segunda parte, separada de la primera por una reja que desapareció en la época de la Revolución Francesa, pero aún se puede ver donde se fijaba con grapas en los laterales, es de estilo clásico muy puro y sobrio. Se notará, particularmente, la elegancia de la fachada Norte con sus tres ventanales delimitados por pilastras coronadas con capiteles toscanos y jónicos. El frontón triangular otorga nobleza y hermosura al conjunto, realzadas aún por el color rosa del gres flameado. En el piso, de cada lado del patio, se hallaban las celdas monásticas. Desde el patio llegamos hasta el Claustro por el porche Este.

Los pilares del claustro, en este caso, presentan un fuste grueso, sobrios, nada de florituras y su gran impulso hacia las bóvedas constituye su único dinamismo. Los fustes son imagen de los que celebran los ritos, y, las bases simbolizan a los que saben transmitir la fe cristiana.

La imponente doble columna, entendida, como árbol de piedra, también está llena de vida espiritual y de luz. Simboliza el jardín del Edén, lugar de misticismo, y, de encuentro con uno mismo.

El árbol es el símbolo del Universo y de la vida: es el hijo mismo de la mujer cósmica y constituye un eje terrenal entre un gran puente de piedra hecho de pura energía, de luz, que atraviesa el Cosmos pasando por la tierra.

El árbol nos transmite la energía cósmica, telúrica, de la tierra y puede sanar de ahí que en algunas culturas ancestrales, o chamánicas entre sus rituales curativos sujeten al enfermo en torno a un árbol para conseguir su sanación.

En el jardín reside la espiritualidad del monasterio y se intenta reproducir el Paraíso Perdido. Es el ideal de la intimidad y la promesa del placer en la búsqueda del íntimo yo.

El Claustro, construido en el año 1760 por Armand Bazin de Bezons(la fecha esta puesta en una de los pilares del tramo Oeste), en el sitio de un antiguo claustro gótico. Observamos que el Claustro tiene tres lados simétricos cada uno de seis arcos, mientras que el cuarto, en el tramos este, tiene uno más. A medio tramo, al este, está colocada la puerta de acceso al dormitorio del siglo XIII. Esta puerta, tapiada desde la Revolución Francesa, fue abierta de nuevo el catorce de julio de 1989 para permitir una visita única de las dos partes. En el transcurso de la demolición se descubrió una obra maestra: un capitel romano probablemente del maestro Cabestany.

Es un solo capitel historiado en el que se representa la "lujuria" y en él están reflejados unos personajes grotescos en una postura provocadora y lasciva. Dice la guía que es un capitel libidinoso, y, nosotras, pensamos que hace falta un gran alarde de imaginación, para distinguir algo lujurioso en el conjunto.

Seguimos con la visita y llegamos a uno de los edificios más antiguos de todo el monasterio lo constituye la Torre Prerromana, construida en el siglo X, como lo demuestran los arcos de herradura en el muro sur.

Amparaba el reloj en el siglo XVII. El intradós de una puerta que daba a la iglesia era decorado con frescos que desgraciadamente han desaparecido, el lugar estaba expuesto al viento y a todas las inclemencias del tiempo.

Siguiendo con el recorrido, en tramos en una gran sala de grandes y espaciosas proporciones, es el Dormitorio. Sus medidas son, según nuestra guía, 50 por 8.

Contemplando el lugar comprendemos lo importante que era el grupo de monjes que ha vivido en este monasterio (hasta cien monjes). Los ocho arcos diafragmáticos llevan una armadura, dice la guía, y por más que busco la armadura, de marras, no la encuentro.

Antonia tampoco la ve por ninguna parte, porque está empeñada en sacar la foto de la armadura y está no se ve por ningún lado.

Es de destacar la disimetría de los tres arcos del fondo. Las ventanas con arcos ojivales abiertas en las fachadas han estado muy deterioradas cuando, durante la Revolución , edificaron, para un hospital militar, un piso medianero que las cortaba. Esta sala espléndida está en vías de rehabilitación.

La regla de San Benito en cuanto a como deben dormir los monjes:

Cada uno debe dormir en su cama, recibirán del Abad la ropa de cama adecuada a su modo de vida. Al ser posible deberán dormir todos en una misma habitación, pero si es un grupo numeroso deberán compartir la sala de 10 a 20 monjes, con ancianos que vigilen. Deberá estar encendida una lámpara toda la noche, para alejar las malas tentaciones.

Deberán dormir vestidos y ceñidos con cuerdas o cinturones. Sin cuchillos, no se vayan a herir mientras duermen. Cuando se levanten para la obra de Dios, se tendrán que animar los unos a los otros, eso sí, con mucha alegría, para que los soñolientos no se excusen.

Hay que levantarse cuando se de la señal, con un ojo abierto, y con mucha modestia.

Los monjes más jóvenes no deberán tener las camas contiguas, sino intercaladas con la de los ancianos.

Cuando llegamos a la Capilla de San Bartolomé o Capilla del Abad, construida en 1296 por el Abad Auger de Cogenx, un gran constructor de gusto refinado, a quien se le debe también la casa abacial del otro lado de la galería. Puedo imaginar los frescos que cubrían los muros de la capilla en otros tiempos y que con las obras de rehabilitación del tejado se han deteriorado mucho. Sin embargo, quedan restos: por un lado el árbol de la vida, al este; y, el último juicio al Oeste. El suelo está cubierto de un enlosado precioso de tierra vidriada multicolor, el acceso está restringido por su fragilidad.

Nos apartamos un poco del grupo para hacer las fotos del lugar y, en especial del enlosado de tierra vidriada. Pero la guía nos dice que más tarde dará tiempo para hacer todas las fotos que se deseen y que es preciso no apartarse del grupo.

La guía se introduce en el patio de la casa abacial, seguida de su muda comitiva. Aquí se distinguen dos galerías que deslindan el patio de la casa abacial. Han utilizado pilares y capiteles romanos para edificar estas galerías. Se aprecian en la fachada de la casa un ajimez de la época romana.

Después llegamos a las bodegas y a la panadería. Esta amplia sala de trescientos metros cuadrados, es, posiblemente, la bodega. Donde el número de aberturas y el espesor de los muros permitían tener una temperatura entre 12º y14º C, y así conservaban el vino y la comida. Utilizaban unos huecos que ellos mismos cavaban en las roca para almacenar los alimentos y aprovechando las heladas y las hojas secas se construían unas neveras naturales de la Montaña Negra. Básicamente se alimentaban a base de verduras y de pan, ocasionalmente, comían pescado de río o de mar; y, aunque, la regla benedictina prohibía comer carne, estos monjes, a veces, comían carne de caza regional.

La otra sala, más pequeña, era la panadería del monasterio, posee una chimenea majestuosa cuyo horno de panadero ha sido destruido y una canalización para llevar el agua.

Finalmente, hemos llegado a lo que constituyen las auténticas joyas del monasterio: la iglesia abacial y el crucero sur.

De la iglesia abacial, comenta que no se puede asegurar exactamente donde se ubicaba la antigua basílica carolingia.

Lo más probable, vistas la medidas de las ruinas del crucero sur es que la nave de aquella época fuese más larga de lo que es hoy en día. Los muros actuales, edificados encima de las fundaciones de la basílica carolingia son del siglo XIII y las bóvedas de toba del siglo XV. Se notan, esculpidas en las claves del arco, las armas del abad Augerde Cogenx(dos triángulos azules y rojos), el blasón de la aldea de Lagrasse (el puente con tres torres) y un blasón llevando las flores de Lis de los Reyes de Francia. El fresco bizantino en un hueco del coro es reciente.

El crucero sur es un magnífico edificio del siglo XI, con tres absidiolos de arco lombardo, de este crucero queda el testigo del esplendor que tuvo la basílica del monasterio en la Edad Media. Hay que imaginarse más absidiolos por el lado Norte y una ancha en el ábside del presbiterio. Por encima de los absidiolos encontramos las almenas, del siglo XIV, elementos de arquitectura militar.

Una visita que a nosotras nos parece un poco aburrida y, además, estamos deseando salir y respirar aire puro. Contemplo las caras de las personas que integran nuestro grupo y también reflejan aburrimiento y es que las visitas a estos lugares, aunque son sagrados no dejan de ser un pelín aburridos.

Cuando llegamos a la Torre contemplamos su imponente aguja que, antiguamente media unos 80 metros de altura y, en la actualidad, ha quedado reducida a la mitad. Pese a que los siglo la han hecho menguar, la verdad es que todavía impresiona contemplarla. Subimos por una escalera de caracol de piedra, con sus doscientos veinte escalones, somos unas pocas de las que se han decidido a subir hasta la cumbre de la torre. Muchos son los que se han rajado, y, por el tono de la voz, yo diría que ha sido la causa de discusión de muchas parejas.

Tras una ardua subida, que empieza gastando bromas y chascarrillos, a medida que nos acercamos al final vamos cayendo en un mutismo forzado ya que el cansancio no nos dejar ni hablar. Cuando llegamos al final, sofocadas y casi al borde del infarto y con el rostro congestionado por el esfuerzo. Pensamos que el trabajo ha valido la pena, porque podemos disfrutar de una espectacular panorámica del valle de Orbieu, de la población, de la fachada sur del palacio abacial, del jardín y de la acequia de dos kilómetros que los monjes abrieron en el siglo XIII que, antiguamente alimentaba tres molinos de aceite y de grano cuyas ruinas las podemos observar aún al pie de la torre.

Y, aquí, acaba la visita al monasterio de Santa María de Orbieu, y nosotras respiramos con alivio, porque nos ha parecido más un cuartel militar que un centro religioso.

Y, como tenemos que seguir con el viaje, a partir de aquí, nos dirigimos hasta el castillo de Queribús.

El automóvil avanza atravesando las Gorges de L´Orbieu que se encuentra en la vertiente sur de la Montaña de Alarico. Contemplamos desde el coche el fascinante paisaje que nos ofrecen Les Corbières. Cerca deben de encontrarse "las nalgas de Carlomagno" y "el pie de Carlomagno". Estos hechos concernientes al emperador de los francos, aunque son meramente anecdóticos, nos revelan el largo tiempo que estuvo asociado a esta tierra.

En la lejanía se visualiza la famosa Montaña de Alaric y por la zona encontramos una vegetación en la que predomina el matorral espinoso y atrófico, propio de los terrenos degradados, alternados con pinos, olivares y viñedos, comunes en el sur de Francia.

Disfrutamos de las vistas de un río impetuoso y ciertamente peligroso, pues a veces sufre unas inundaciones muy devastadoras. Por lo general su curso es abundante, sinuoso y discurre a través de bellas gargantas profundas, fruto del trabajo que durante millones de años el río ha ido excavando, pacientemente, en la roca. Estos lugares tan bellos también sedujo al hombre primitivo que no dudo en aposentarse en los huecos que creaba la naturaleza a su antojo.

Cuando penetramos en el corazón de las Gargantas contemplamos como se despeña el agua, de los abundantes cañones que la naturaleza ha creado dibujando bellas acrobacias aéreas. Cuando el agua llega a las amplias llanuras y entonces el río se convierte como por arte de magia en un auténtico remanso de paz.

A pesar de las abundantes curvas y lo estrecha que es la carretera, los verdes bosques y la vegetación que colonizan estas tierras aún no degradadas y en las que predominan enebros y pinos alepo, me alegran la vista y más cuando vemos que nos acercamos a la bella población de Villerouge-Termènes que se constituyó en el 1321 y acogió a Guillermo Belibaste, el último cátaro conocido. Sobrecoge la impresionante mole de su castillo, auténtico nido de águila, que, en medio del pueblo ofrece protección y tranquilidad a sus habitantes.

Al cabo de unos 10 km tomamos un desvío, en cuyas inmediaciones encontramos el castillo de Termes. Conforme nos vamos acercando a él por la carretera, unos setos recortados a ambos lados de la misma, nos anuncian la proximidad del castillo que sólo se puede adivinar ya que no es visible. Se encuentra ubicado en un lugar salvaje, sobre un risco escarpado. Fue asediado por Simón de Montfort. Si el castillo de Peyrepertuse es el más bello de todos, el de Termes está considerado como el más inaccesible e inexpugnable, constituyendo el más emblemático de todos.

En nuestro recorrido pasamos por localidades tan interesantes con Laroque-de-fa, curiosa población con nombre de escala musical.

Finalmente, cogemos una carretera de montaña para iniciar una auténtica escalada con el coche, divisamos el castillo a la derecha, iluminado y resplandeciente por los rayos de la mañana y a nosotras nos parece que sus piedras irradian misterio.

El castillo forma parte de un decorado que la naturaleza ha convertido en salvaje, un auténtico nido de águila, sus potentes muros se abrazan a los contrafuertes rocosos donde el espíritu cátaro aún persiste y permanece vigilante, el efecto es mágico: contengo la respiración y me parece que el tiempo se ha detenido en unos muros de piedra resistentes al impecable paso del tiempo y el olvido.

Al tomar un desvío que nos conduce directamente hasta la ciudadela, vemos, que, es una vía estrecha donde apenas cabe nuestro coche. Y, rezamos esperanzadas en no encontrarnos con otro coche de frente.

Desde esta nueva perspectiva nos damos cuenta que la fisonomía del castillo ha cambiado. Ahora sus murallas forman una especie de zigzag sobre una ladera increiblemente escarpada. Nos bajamos del coche en la explanada donde se encuentra una pequeña cabaña de madera que hace las veces de taquilla y tienda de souvenirs, atendida por una chica muy simpática que chapurrea un poco de español, y, un pelín observadora, ya que ha dicho que es la primera vez que se encuentra con cuatro parejas que compran las entradas por separado. Nosotras cuando las escuchamos nos quedamos perplejas, ya que parejas nosotras no tenemos, y, no es por falta de ganas. La chica se ha confundido porque delante de nosotras, un grupo de cuatro chicos, muy formales, eso sí, han comprado sus entradas y ella se ha pensado que íbamos juntos. Pero, no, a nosotras sólo nos acompañan los fantasmas del país cátaro.

Después de aclararle las dudas a la muchacha, salimos con las entradas en la mano en pos de nuestras supuestas parejas, gastando bromas jocosas con el asunto. Nos encaminamos hacia la empinada cuesta, que, por lo que vemos, y, con mucho esfuerzo, nos llevará hasta el castillo. Ascendemos por un sendero alto y muy empinado, aunque no muy largo, bordeado de arbustos bajos y flores blancas. Pero, al final, nos olvidamos de nuestras supuestas parejas, porque, apenas podemos con nuestra alma en esta puñetera cuesta, y ellos parecen el galgo Lucas o el Correcaminos. Nunca he visto a un hombre correr tanto cuesta arriba. No hace falta ser muy lista para comprender que estos mozos huyen de nosotras…

Contemplado desde el camino, nos sorprende la forma de éste; pues, a simple vista parece de reducidas dimensiones. Tiene una silueta cilíndrica, que parece haber sido excavada y formar parte de la pared de roca desnuda, casi horizontal sobre la que se sustenta.

Como nos ocurre con todos los castillos que visitamos, cuando llegamos a sus espectrales ruinas estamos completamente solas, en los dominios de esta fortaleza relativamente intacta ante los estragos del tiempo. La sensación es soledad es tan intensa que nos llena por completo. No necesitamos hablar entre nosotras, en esta morada de fantasmas occitanos sobran las palabras y sólo queda entre nosotras una atmósfera de increible misterio.

Parece que estamos en la antesala del infierno y un fuerte viento hace su aparición, un viento gélido que parece un soplo del más allá que se te cuela entre los poros y nos pone la piel de gallina.

Una sólida escalinata nos lleva hasta la entrada del castillo y nos fijamos en los tres recintos escalonados que aumentan la protección natural del lugar. Se dan cita en esta fortaleza todos los elementos típicos del arte militar medieval. Pero, también se conservan construcciones típicas de la vida cotidiana.

La primera muralla, con camino de ronda y cuatro troneras al Oeste datan del siglo XIII. A continuación, encontramos, los vestigios de una antigua sala, quizás, rectangular, con el arranque de los arcos y la cisterna. Es en esta parte donde se encuentran las primeras edificaciones o edificios más antiguos, las cuadras, los talleres, etc… En un acceso de zigzag que seguimos al subir las escaleras, hallamos la entrada, teniendo siempre por compañero a este frío tan intenso y raro que se te mete entre los huesos. A medida que seguimos subiendo nos encontramos con distintas dependencias como el cuartel con lo que queda de sus arcos. Un poco más arriba de la escalera, nos encontramos con la cisterna, un mirador y la entrada a un edificio de tres platas, ésta con restos de almenas. Emergiendo del triple recinto amurallado encontramos la torre poligonal, llena de numerosas aberturas, en cuyo interior se encuentra la sala del pilar iluminada por un impresionante ventanal, visible desde el exterior.

Ésta es la parte correspondiente al último recinto, donde destaca una muralla del s. XII, de aparejo irregular; en su parte inferior queda una nave larga con una arcada.

La ciudadela en su conjunto es un laberíntico conjunto de escaleras estrechas y tortuosas, pasillos a veces subterráneos, abiertos y trabajados en plena roca, donde se hace imprescindible el uso de una linterna. Percibo el fuerte olor a rancio de la humedad que desprenden las paredes mohosas y no puedo resistir el impulso de arrugar la nariz ante lo desagradable que resulta. Al mismo tiempo, el frío traspasa nuestras ropas de abrigo y nos provoca una tiritona que amenaza con descoyuntar nuestros cuerpos.

Tiritando, pues hace un frío de mil demonios, con gran esfuerzo, subimos a la planta alta donde se encuentran las habitaciones que, antiguamente, estaban embaldosadas. Y, una de ellas, además, contiene una chimenea. Desde sus ventanales provistos con bancos de piedra llamados "los cortejadores" donde se sentaban las damas en compañía de sus gentiles galanes y además gozaban del maravilloso panorama que ofrece la contemplación de las crestas nevadas de los Pirineos complementado con la visión del llano del Rossellón y las Corbières hasta el litoral del Mediterráneo. Nos sentamos en este banco de piedra para descansar un poco y contemplar el panorama tan bello que se ofrece desde este lugar, pero la frialdad de la piedra nos produce una sensación muy desagradable y nos obliga a levantarnos.

Finalmente, extenuadas con tanta escalera y acompañadas de una tenue penumbra llegamos hasta la parte superior, donde se halla la Torre del Homenaje, la torre maestra, de planta poligonal que se enfrenta a una torre rectangular más tardía que incluye una escalera de caracol. El lugar se encuentra en una penumbra que no impide ver la gran sala que se encuentra dentro de esta torre y que tiene la forma de un gran cuadrado de siete metros de lado, dispuesta en dos niveles con un pilar central y cuatro arcos ojivales asimétricos, tiene dos ventanales rectangulares y dos más, superiores, de arco apuntado. La base sur de la torre, de aparejo pequeño, y sus tres troneras corresponden a la primitiva del s. XI.

Además de patios y unas torres con unas oscuras escaleras de caracol que en dirección descendente conducen a criptas oscuras sin más luz que la de unos ventanucos pequeños que apenas llegan a iluminar la estancia.

Carmen y Laura comentan que tendríamos que irnos, pues este frío tan intenso no es normal. Y, que, lo único que vamos a coger es una buena galipandia. Ellas, no sé. Pero, yo, desde luego que sí, pues, ya empiezo a sentir una especie de catarro acompañado de un dolorcillo sospechoso de garganta y el escozor típico de ojos. Al final, vamos a tener una despedida triunfal en este viaje.

Como si me leyera el pensamiento Antonia nos dice que le parece que ha cogido un trancazo. Y, tocándose la frente, dice que le parece que tiene fiebre. Carmen y Laura se rien cuando la oyen quejarse. Bueno, he de decir una cosa acerca de mi hermana, es un pelín hipocondríaca, cuando se encuentra un poco indispuesta, siempre dice que tiene fiebre y, esto es motivo de risa entre mis padres, porque lo primero que hace es ponerse el termómetro. Me extraña que no lo haya incluido en nuestras bolsas de viaje

Agotadas con tanta subida y bajada y un poco acatarradas nos dirigimos hacia el parking en busca del coche. Observamos que, durante nuestra visita al castillo la afluencia de gente ha aumentado considerablemente, haciendo un poco difícil la salida del recinto de la ciudadela. Esperamos no tener problemas con las retenciones. Una vez, abandonado el camino de acceso a la fortaleza, no sin problemas, emprendemos nuestra ruta hacia la siguiente parada de nuestro itinerario particular: El Castillo de Peyrepertuse, la estrella de este viaje.

Nos ponemos en camino en busca de este castillo que ha sido lo más deseado de este viaje. Y, por primera vez, en mi vida, no veo a mi alrededor más que viñas y más viñas, interminables extensiones de viñedos y montañas peladas, llenas de arbusto bajo y perros, sin dueño, solitarios y desastrados luchando titánicamente contra una tramontana implacable que casi nos arranca de la carretera con su fuerza.

Escalamos con el coche por un polvoriento camino de montaña estrecho, resbaladizo y muy tortuoso que nos llevará hasta el pie de la ciudadela.

El Castillo de Peyrepertuse se encuentra a salto de mata del de Queribús, considerado como uno de los más bellos de la zona. Se alza sobre una cresta calcárea a 796 metros en la cota más alta con precipicios de hasta 80 metros, en fin, es algo espectacular. Esta impresionante fortaleza militar se halla mimetizada con el accidentado risco sobre el que se levanta y puede pasar desapercibida, si no se conoce su existencia.

Dejamos el coche en el parking, muy escaso y pequeño, pero atestado de coches, dada la gran afluencia de público. Carmen tiene que hacer un gran alarde a la hora de encajar su coche en un sitio imposible, y, cuando, lo consigue, casi se pone a darse besos. Carmen está muy contenta con su coche y en un momento nos comenta que se ha portado muy bien, que ha aguantado como un jabato estos cinco días de viaje, a pesar de la paliza que le hemos dado.

Antonia, cuando tiene ocasión y Carmen no la oye, me dice con sorna: -" Pues no que dice que su coche aguanta, con el tufillo que hace a quemado cuando sube las cuestas"-

La verdad es que el coche huele a quemado en las cuestas, pero a mí eso no me hace ninguna gracia, porque ya me veo por ahí tirada, cargada con el equipaje donde cristo perdió el gorro y me angustia. En fin, confío en nuestra suerte y creo que el coche aguantará hasta el final.

Nos dirigimos a pie por una pequeña pista boscosa de montaña sin asfaltar; pero, en buen estado de conservación, que pasa por un collado de la vertiente Norte. Vamos dándole la vuelta a la montaña, pues la entrada se encuentra en la parte de atrás. Sacamos los frutos secos de nuestra mochila y vamos comiendo, mientras subimos por la pendiente de la montaña.

De vez en cuando nos detenemos a contemplar el cielo tan radiante, sin duda, despejado de nubes por la acción de la tramontana, y tenemos la suerte de ver a gente practicando parapente encima de las ruinas del castillo. Curioso, y, a la vez, extraño contraste entre el pasado y el presente.

Tardamos unos 30 minutos en llegar a la entrada del castillo. Vemos que se compone de tres partes distintas una en el recinto inferior, creo que es la más primitiva y que corresponde, en general, al siglo XII, con alguna edificación del siglo XI (Según dice el folleto adjunto a la entrada).

Es de forma triangular protegido el lado Norte por una muralla con troneras de unos 120 metros de largo, tiene dos torres semicirculares y conserva casi entero el camino de ronda, la puerta es un arco apuntado, queda en el extremo Oeste. Este muro acaba en el Este en una torre triangular y continua una parte por el lado Sur que se asoma al precipicio de la roca sobre la que está sustentado.

En el ala Oeste se encuentran dos construcciones separadas por un patio, la Iglesia de Santa Maria, consagrada en el 115, y en la otra una dependencia en dos niveles que acaba en una torre semicircular con troneras.

Detrás de la Iglesia, encontramos un cuerpo del edificio compuesto de letrinas, vertedero y poterna. Es un pequeño habitáculo que sobresalte del conjunto del edificio y que posee un agujero, en el suelo, abierto al vacío.

Estamos muy intrigadas por la funcionalidad de la curiosa construcción; pero, el folleto dice que era utilizado para lanzar por él todos los excrementos y desperdicios fecales.

Bonita manera de quitarse el problema de encima, tirarlos al vacío. ¿Avisarían antes ?. Suponemos que sí.

En el ala Sudoeste, junto al precipicio, existe una torre circular, con una cisterna en la base que, según el folleto data del siglo XI.

A continuación de este núcleo comienza el recinto mediano, totalmente amurallado, muy amplio, con una explanada que posee en el centro una construcción poligonal con troneras y, más al Norte, elevado, dominando el conjunto se encuentra el castillo de Sant Jordi, del siglo XIII con una muralla de torre semicircular y la puerta con vestigios de otras edificaciones como la cisterna, la capilla, de la que sólo queda la pared Oeste con el arco. Las dimensiones del castillo según el folleto son: El largo total del conjunto, dirección Este-Oeste, es de unos 300 metros y la anchura máxima se acerca a los 70 metros.

Siguiendo un camino de ronda bastante tortuoso que une los dos recintos, encontramos al otro lado de la explanada que separa los dos castillos, una escalera tallada en la roca cuya barandilla es de hierro y que mandó construir San Louis. Subimos con mucha precaución por ella, pues las consignas de seguridad son constantes.

Este San Louis al que hace referencia la escalinata anterior, se trata del primogénito de Blanca de Castilla, considerada "La Dama de hierro de la Francia Medieval" era la nieta de Leonor de Aquitania, una reina muy adelantada a su tiempo y completamente desinhibida que no dudó en divorciarse de su marido. Esta reina cuando era anciana se encargaba ella personalmente de concertar los casamientos de todos sus hijos. Por eso mismo, se trasladó desde Francia hasta Palencia, con la supuesta intención de conocer a sus nietos y sobrinos, pero, retornó a Francia con una niña de 12 años, de la mano, que, con el tiempo se acabaría convirtiendo en Blanca de Castilla. La elección de Leonor, comentan las crónicas ofiales, se debió a que no sabía pronunciar el nombre de Doña Urraca, que, en principio era la mayor y, posiblemente, la que habría elegido para su hijo. Pero, las razones eran otras muy distintas, según las crónicas oficiosas, ya que corrían rumores de que Doña Urraca padecía una supuesta ninfomanía y, además, mantenía una relación incestuosa con un hermano.

Blanca de Castilla se quedó viuda muy joven y tuvo que gobernar durante nueve años como regente en un país que no veía con buenos ojos ser gobernado por una mujer, y, para colmo, extranjera, pero inteligente como era y con capacidad de mando, humildad y gran solidaridad social, logró imponerse al clero y a la ambiciosa nobleza.

Esta reina fue capaz de desbaratar un "golpe de estado" por parte de la nobleza poniéndose personalmente y luchando al frente de sus tropas, nada tenía que envidiar a su abuela Leonor que no dudó en participar en las cruzadas, aunque las malas lenguas dicen que lo que buscaba era casar a su hijo Ricardo Corazón de León, que como todo el mundo sabe era homosexual y éste utilizaba, dicen, las cruzadas como pretexto para huir de las prometidas que su madre se empeñaba en buscarle.

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