viernes, 2 de diciembre de 2011

NOSOTRAS Y LOS FANTASMAS DEL PAÍS CÁTARO VIII

Me encantan estas dos reinas, y lo digo, porque la abuela fue considerada en su tiempo como una "Hippie Medieval" por sus excentricidades y modales desinhibidos y, a la nieta, ahora, la podríamos considerar como una activista en pro de los Derechos Humanos. Tanto es así, que Blanca, con 64 años se presentó, a lomos de su caballo, en Nôtre Dame de París, exigiendo al clero que liberaran a los "siervos" que estaban prisioneros en las mazmorras porque no podían pagar los impuestos al clero.

Con autoridad, hizo derribar los grandes portones de la prisión y arrebatándole la maza a uno de los soldados, encargado de custodiar las mazmorras, rompió la cerradura y fue abriendo todas las mazmorras, una a una, y fue liberando a todos los siervos que estaban prisioneros y sin sus modestas posesiones rurales del medieval clero cristiano.

Sin embargo, esta reina tan ejemplar y solidaria, no se puso al lado de la causa albigense, ya que planificó estrategias, junto a su marido Louis VIII, contra los albigenses y sus aliados los templarios. Pero, actuando en nombre de su hijo Louis IX y del Legado, del Papa, Romain, solucionó parte del problema recurriendo a la diplomacia.

Tras este pequeño inciso, encontramos que, la panorámica que se disfruta desde esta parte del recinto es soberbia. Distinguimos en la lejanía como un punto en el paisaje, la figura inconfundible del castillo de Queribús y las cumbres nevadas de los Pirineos a sus espaldas.

Es una experiencia inolvidable la de contemplar como se expande la muralla hacia el Sur por el lomo de la montaña y ver las acrobacias aéreas que realiza en el cielo un aficionado al parapente.

Llegamos hasta donde se encuentra la escalinata que conduce hasta el conjunto de la Torre del Homenaje y la Capilla de Sant Jordi.

Después de nuestra muda contemplación volvemos a bajar por la escalera y Antonia hace un gesto con la mano señalando un letrero que hace mención a las advertencias de peligro. Pero, antes de que pronuncie palabra, da un resbalón y cae, quedándose sentada en el escalón. Ocurre todo tan rápido, que no nos hemos dado ni cuenta del percance. Pues, la muy bandida se ha levantado muy ligera y más roja que un tomate, mirando hacia atrás y confiando en que nadie haya sido testigo de su desliz. Pero, puede estar tranquila, que no la hemos visto ni nosotras.

El porrazo no es muy aparatoso, pero se ha dado en la rabadilla, que, como todo el mundo sabe, es el hueso de la risa, y se ha quedado traspuesta.

Oportunidad que aprovechamos para reír un poco y comentar entre nosotras que se deben tener más en cuenta las advertencias de peligro que aparecen en los folletos, ya que estas no suelen ser gratuitas.

Todo el suelo del recinto se halla cubierto de un manto verde de hierba que invita a recostarse en él y dar una cabezadita, después de la costosa subida y la visita.

Tumbadas sobre el césped y rodeadas de piedras milenarias, sentimos en el rostro el agradable calorcillo que nos proporcionan los rayos del sol que, unido al aire puro que respiramos y el penetrante olor que desprende la hierba, pensamos que no puede haber mejor lugar para comer que este delicioso paraje.

Antonia y Laura deciden sacar de sus mochilas algunas de las viandas que adquirimos en Carcasona y que constan de pan de molde, embutidos, queso y fruta para el postre. Nos preparamos unos bocadillos riquísimos y nos ponemos a comer con bastante apetito.

Observamos, con detenimiento, a nuestro alrededor, y vemos que muchos visitantes, también han decidido improvisar una comida campestre en la amplia explanada del recinto del castillo y disfrutar del placer de comer un día al aire libre, en plena naturaleza.

La explanada sobre la que nos encontramos, que debió de ser en otro tiempo el patio de armas del castillo, ahora se llena con la algarabía de las risas juguetonas de los niños y los padres que retozan en el césped, bajo la mirada complaciente de las madres.

Tanta felicidad y armonía contrasta con el estado de ánimo que empieza a hacerse patente en nuestras amigas. La tristeza se presenta cuando son conscientes de que este viaje tan maravilloso toca a su fin.

Laura se lamenta amargamente y casi llora cuando nos presenta el panorama que le espera al día siguiente cuando vuelva a su despacho, donde se encuentra prisionera en un cuchitril estrecho de cuatro paredes peladas, sin ventanas, desprovista de la luz del sol y sin respirar el aire puro, y, como única ocupación, atender una centralita, sin relacionarse con nadie.

Carmen, para no ser menos, se queja de su triste vida social y de su odiado trabajo, nos comenta que en estos cinco días ha sido más feliz que en toda su vida y que le gustaría poder realizar más de un viaje al mes.

Nosotras, Antonia y yo, sabemos que están entrando en una fase de chantaje emocional y creemos que lo que están buscando es que hagamos más viajes. Pero, nosotras no nos los podemos permitir, porque nuestra economía no da para tanto y de seguir con sus planes ya nos vemos pidiendo limosna en la puerta del metro. En fin, que, para no crear mal ambiente, no nos hemos comprometido, pero tampoco nos hemos negado.

Mi hermana me comenta que hemos de tener cuidado con ellas porque están intentado manipularnos y eso no le gusta. Mientras me habla, contemplo a Carmen y Laura que están más animadas con la promesa de un nuevo viaje, las veo hablar entre ellas y reír, con ganas. Las observo mientras pienso en lo tremendas que son esta pareja.

Con respecto a la felicidad, pienso que no procede de las cosas exteriores como son la fama, el dinero, la ambición, los viajes, ya que estos últimos se pueden convertir en una droga, sino que se tiene que encontrar en el interior de uno mismo. Eso sí, buscando la compañía de un buen grupo de amigos que nos hagan la vida más agradable. Tenemos que superar nuestros miedos, aquellos que nacen de la ignorancia y del miedo a los dioses y a la muerte. Pues, sólo controlando nuestra mente, las circunstancias externas no nos podrán afectar.

Epicuro, un gran sabio del período helenístico, fundó su escuela "El Jardín", a los 35 años y se dedicó toda la vida a reflexionar sobre el hombre solo y cosmopolita. Un hombre inmerso en una crisis Universal. Un mundo que cambiaba demasiado deprisa para que el hombre se sintiera cómodo en él. Creó una especie de comuna, de secta, donde se reunía con un grupo de amigos que se tenían por sabios y llevaban una vida retirada y tranquila. Epicuro vivió en este jardín hasta el día de su muerte, poniendo en práctica sus enseñanzas para llevar una vida feliz.

A causa de su grave enfermedad dedicó toda su existencia a buscar el camino que conduce a la felicidad individual, a la paz interior, al descanso y a la tranquilidad del alma.

Su filosofía en torno a la muerte se concretó de la siguiente manera:

Las muerte, no es nada para nosotros, porque cuando vivimos, la muerte no está presente, y, cuando la muerte está presente, entonces nosotros ya no existimos. Pero, Epicuro, sabio maravilloso, no nos dejó ninguna pauta acerca de cómo deben enfrentarse al dolor los que se quedan aquí, cuando los otros ya se han ido.

No se sabe a ciencia cierta de qué enfermó quizá de cálculos renales, cáncer de vejiga o de estómago, lo cierto es que padecía muchos dolores. Pero, la realidad es que siempre fue feliz. Después de catorce días de dura enfermedad, entró en una bañera, pidió un vaso de vino puro, lo bebió y después de aconsejar a sus amigos que siempre mantuvieran en la memoria su doctrina, se suicidó.

El modo de vida que llevaba en su jardín; junto a sus amigos, entre los que se contaba su familia, gente de todas las razas, mujeres libres, hetairas (antiguas prostitutas), siervos, esclavos; era modesta y simple. Se contentaban con agua, pan, y, un vaso de vino y a veces pedían un poco de queso, también se alimentaban de los productos que daba un pequeño huerto que se encargaba de cultivar este sabio maravilloso. Llevaban un régimen de vida sencillísimo y frugal.

Para Epicuro, la felicidad radicaba en llevar una vida hedonista, perseguir el placer como un fin en si mismo, y, la ausencia del miedo. Y, es que, una vida dominada por el miedo al dolor, entendiendo como dolor las enfermedades, las preocupaciones y la muerte, sólo esclaviza al hombre. Y, esa era su tarea principal, liberar al hombre de sus temores y dolores más atávicos, es decir, aquellos que atormentan al hombre. Enseñaba en su jardín cómo escapar a los sufrimientos del alma, el camino a la felicidad y a la buena vida.

En un mundo dominado por el terror colectivo, Epicuro propuso una felicidad basada en la responsabilidad personal. El hombre sabio es aquel que consigue orientar su vida hacia la felicidad que encontraremos sólo en los placeres naturales del cuerpo y el alma, una vida de conocimiento, de búsqueda de la felicidad. Sólo así conseguiremos nuestra plenitud mental y física.

Ningún filósofo de la humanidad ha sido tan calumniado y vejado, como Epicuro. Llegó a ser calificado, erróneamente, como el materialista, el hedonista, el negador de la inmortalidad del alma y de la providencia divina, y, por tanto, el enemigo de la religión y del Estado. Tanto es así que, los seguidores de Epicuro fueron perseguidos, ejecutados y llamados "puercos" por sus fieros acusadores.



LAS GORGES DE GALAMUS Y EL DESFILADERO DE PIERRE-LYS



Después de la frugal comida, salimos en dirección a las Gorges de Galamus. Seguimos por la carretera D14 hasta Duilhac, y, desde aquí enfilamos hasta el desfiladero. Somos, plenamente, conscientes de que vamos tras las huellas de los cátaros que consiguieron huir de Montségur y Queribús, lo hicieron siguiendo un camino que, partiendo de la Montaña de Montségur cruzaba los Pirineos atravesando las Gorges de Galamus y el desfiladero de Pierre-Lys, para adentrarse en Cataluña, cruzando poblaciones como Bellver de Cerdanya, Gósol, Bagá, el Santuario de Queralt. Una ruta de unos 198 km, que, en la actualidad aún se realiza y que dura ocho días, y, que se llama "el Camí del Bons Homes", se supone que fueron ayudados por los caballeros templarios, llegando, incluso, a defenderlos con sus propias armas.

Pero, la implacable Inquisición iba a seguir persiguiendo y ejecutando en la hoguera a los cátaros durante más de 66 años, hasta que, en el año 1321 fue apresado el último cátaro, Belibaste y condenado a morir en la hoguera, en el centro de la plaza de Villerouge-Termènes.

Tardamos, aproximadamente, poco menos de una hora en llegar a este impresionante paisaje que ha formado el río Agly, excavando, pacientemente, en la roca y dando lugar a cañones y montañas escarpadas. Se extiende en más de dos km. entre los departamentos de Ariege y Pirineos Orientales. Ubicado en el municipio de Saint Paul de Fenouillet, rodeado por los castillos cátaros, siendo esta la razón por lo que se supone que fueron utilizados por los cátaros en su huida hacia España, concretamente, hacia Navarra.

Tenemos ante nuestros ojos un desfiladero impresionante de 1600 metros de recorrido y un desnivel de 65 metros, con paredes de más de 100 metros de altura, semejantes a grandes titanes. Observamos la vegetación que crece en sus imponentes laderas, encinas, enebros, y toda una variedad de pequeños arbustos. Contemplamos admiradas a las águilas revoloteando sobre los picos agrestes de estos acantilados rocosos que alcanzan alturas vertiginosas, o, directamente, planeando sobre nuestra carretera.

Esta carretera fue construida en 1890 por un ingeniero español, llamado Ventura, y, siete obreros, que realizaron este trabajo titánico de construir una carretera impresionante a plomo sobre el acantilado, incluida la excavación del túnel de acceso. Dando origen a un trazado sinuoso y estrecho que se aferra de manera desesperada al borde del acantilado. Su anchura da para un solo coche, pero existen constantes aparcamientos para permitir los cruces.

Hacemos un alto en el camino para contemplar la impresionante incisión de más de 500 metros de profundidad que el río ha provocado en la piedra caliza. Observamos que el río se desliza ruidoso a unos 100 metros por debajo de la carretera. El paisaje que se ofrece a nuestros ojos es un maravilloso barranco por donde el agua discurre superando pozas y abundantes charcas. Es una maravilla de la geología y la abundancia de saltos de agua, toboganes de piedra, y espectaculares descensos entre las rocas, es todo un paraíso para la diversión. También descubrimos un hombre vestido con un traje de neopreno y eso significa que deben de existir por la zona pasadizos subterráneos inundados, todo el conjunto geológico de la zona es una maravilla de la espeleología, y, yo daría un mundo por saber bucear…

Llegamos hasta el mirador y unos turistas nos informan de que el acceso hasta la ermita troglodita de Saint Antoine de Galamus está cerrado y nosotras nos llevamos un berrinche, no lloramos, pero poco nos falta. Estas personas nos han dicho que hay un problema en la escalinata de acceso al eremitorio.

La ermita de Saint Antoine de Galamus fue fundada a mediados del siglo XVI por los frailes franciscanos, utilizando las cuevas naturales que ya estaban habitadas por ermitaños desde el siglo VII. Se alza a una altitud de 376 metros en el desfiladero y parece dibujada entre la roca. Un corto sendero permite acceder al lugar.

Conocemos la existencia de la bonita capilla del Ermitaño que se construyó, después de un supuesto milagro, aprovechando una cueva natural en el acantilado.

Numerosos vestigios encontrados en la zona nos hablan de que nuestros antepasados encontraron refugio en estas cuevas de piedra caliza. Posteriormente, durante el siglo VII las grutas de Galamus se han convertido en un refugio para los ermitaños. Ellos construyeron sus humildes celdas, viviendo en oración y abstinencia. Y, tanto, es así, que el último ermitaño documentado, murió de hambre y frío. El sitio se halla bajo la protección de San Antonio el Grande, el Patriarca de los monjes del desierto.

Este lugar tan peculiar atesora muchas leyendas, pero hay una que podemos considerar la más importante y que trata de dos famosos trovadores de la zona, que mantenían una buena amistad desde la más tierna infancia. Pero que, desgraciadamente, se enamoraron de la misma mujer y los celos y la envidia tejieron una red de bajas pasiones que culminó con la muerte de uno de ellos en una cruel emboscada a manos de unos bandidos que actuaban por la zona.

Cuenta la leyenda que, encontrándose los dos trovadores en los acantilados de las Gorges, fueron atacados por los bandidos y mientras estos últimos asesinaban a uno, el otro trovador aprovechó la confusión y huyó del lugar salvando su vida y abandonando al amigo a su suerte. Una vez consumados los hechos, y, sembrada la duda, el trovador trató de explicarse ante la gente del lugar que ya no daba crédito a sus palabras y le acabó marginando y despreciando. Entonces, en un intento por purgar su cobardía o una posible traición decidió irse a las cruzadas donde siempre se ponía en primera línea de fuego con la intención de sucumbir a los feroces ataques de los sarracenos.

Pero, la suerte estaba con él y como sobrevivió a las cruzadas, interpretó su buena estrella como un perdón divino y decidió volver a las Gorges de Galamus en busca de la mujer de sus sueños, la hermosa Silvina, pero la desgracia, que ni siquiera rozó al cobarde trovador, se había cebado en la muchacha, ya que cuando regresó de Tierra Santa, se encontró que había muerto víctima de una plaga que asoló la región.

El trovador incapaz de soportar tanto dolor por el fallecimiento de la mujer que amaba se lanzó al abismo desde el punto donde se encuentra, en la actualidad, el eremitorio. Pero, ni aún así fue perdonado por Dios ya que su alma quedó prisionera y está condenada a vagar eternamente por la garganta. Y, cuenta la leyenda, que aquellos que acuden a visitar las Gorges de Galamus y están apenados por la pérdida reciente de un ser querido pueden escuchar los lamentos del trovador errante.

Impresionante leyenda que incluye una moraleja muy antigua y es que no hay perdón para aquel que traiciona la amistad más sagrada y que las enfermedades y la muerte no son castigos divinos ya que una vida larga, pero privados de lo que más queremos, de lo que es más importante para nosotros, puede llegar a ser el más cruel de todos los castigos.

Una vez visitadas las Gorges de Galamus, decidimos pasar lo que queda de tarde en Colliure, pero antes, nos acercaremos hasta el desfiladero de Pierre-Lys y el Agujero del cura.

Constituye uno de los principales cañones del río Aude. Se creó hace millones de años por el paso del río Aude a través de la roca arenisca. Este desfiladero es precioso, pero, me resulta un poco claustrofóbico ya que aparece encajonado entre altos acantilados. Es un paso muy justito y confiamos en no encontrarnos con otro vehículo en sentido contrario.

En esta parte, encontramos una vegetación rica en hayas, abetos, pinos silvestres y robles blancos. Esta zona acoge uno de los grandes valles pirenaicos más variados con la presencia de sus angostas gargantas y desfiladeros. En lo más estrecho, la carretera y el río rivalizan serpenteando por un valle, de unos 10 metros de ancho, que sirve de cuna a impresionantes murallas rocosas de unos 300 metros de altura.

Félix Armand, natural de Limoux, en 1774 fue nombrado párroco de Saint Martin de Lys, una pequeña aldea encajonada en el desfiladero del Aude. Este lugar, al igual que el conjunto del valle alto, se ve afectado por la cercanía de las paredes verticales y lo abrupto del desfiladero, constituyendo un peligro para los viajantes que corrían un gran riesgo al recorrer los caminos del alto precipicio.

Félix Armand ideó un proyecto para crear una carretera popular, que uniera Carcasona, Perpiñán y España a través del desfiladero para que los viajeros la pudieran utilizar. Él se hizo cargo de todos los gastos y siendo consciente de los riesgos que corrían, utilizó a sus propios feligreses en el trabajo. La obra quedó interrumpida por la Revolución Francesa y tuvo que buscar refugio en España. Su excelente trabajo mereció el reconocimiento de las autoridades y la construcción continuó bajo el gobierno del Primer Imperio y la Restauración.

El Agujero del cura se encuentra en las cercanías de Belvianes et Cavirac y es un impresionante túnel excavado en la roca. La carretera continua su curso encajonada entre impresionantes acantilados pelados de vegetación. Y, mientras tanto, nos llega el rumor del agua que lleva el río y que desde el coche nos parece fresca y cristalina.

Hacemos una parada en el trazado de la carretera, para descansar un poco y para hacer nuestras necesidades ya que llevamos un rato largo montadas en el coche y empezamos a estar un poco hartas.

Transcurrido un tiempo reemprendemos la marcha rumbo hacia Colliure, seguimos la misma carretera, pero en dirección contraria. Tanta curva me marea, nunca se le ve el final, y, creo que a mis compañeras les debe de pasar lo mismo. El paisaje pétreo con el que nos vamos cruzando amenaza con engullirnos en cada curva de este recorrido tan vertiginoso. Carmen conduce un poco alocada y es que me parece que tiene ganas de abandonar este laberinto de piedra. Desde el vehículo me llega el sonido atronador del agua al despeñarse tumultuosamente por los barrancos y ese sonido tan particular casi me relaja.

Con la última parada damos por concluida la visita a los desfiladeros del Languedoc y reempredemos la marcha hacia la costa. Seguimos por la comarcal D117, es decir, la carretera que construyó Félix Armand, y, nos dirigimos hacia Colliure. Pronto, vuelven a aparecer los cultivos de viñedos que ya se han convertido en una constante de nuestro viaje, inmensos campos de viñas en páramos desolados, no hay otra vegetación que nos alegre la vista a parte de matorrales, arbustos bajos y plantas aromáticas. En fin, lugares azotados por el cruel flagelo de la tramontana que arrasa todo lo que encuentra a su paso.

Mis ojos contemplan un paisaje de suaves colinas, recortadas contra una línea de horizonte de piedra. La carretera por la que circulamos registra poco tráfico, pero me parece que está dibujada sobre la tierra que va recorriendo de manera sinuosa. Carmen se va tragando las curvas a gran velocidad, seguramente, confiada en la ausencia de tráfico. Se nota que tiene ganas de abandonar la monotonía de estas tierras tan desiertas y austeras.

Parece que hemos invadido una zona virgen, donde todavía no ha llegado la mano del hombre. Pero, ya comienzan a hacer acto de presencia las torres de alta tensión a ras de carretera que anuncian la presencia humana en pocos kilómetros.

Al cabo de un buen rato, parece que se detecta en el horizonte las primeras señales de vida que la lejanía ha convertido en pequeños puntitos blancos. Pequeñas aldeas de casas blancas, tristes y solitarias que seguramente deben su existencia a estas viñas.

Miro hacia el horizonte tratando de descubrir el mar Mediterráneo en la distancia, pero, es imposible, sólo se ve un gran risco coronado por uno de los castillos cátaros que hemos visto por la mañana y que por su situación geográfica debe de ser el de Queribús. ¡Qué imponente! ¡Qué altivo! y poderoso me parece ahora que lo veo sentada cómodamente desde el coche.

En este momento, comienza a soplar la Tramontana con toda su potencia y Carmen tiene que hacer un gran alarde a la hora de controlar el coche. Luchando con denodado esfuerzo llegamos hasta las inmediaciones de donde se halla nuestro antepasado prehistórico, el hombre de Tautavel. Nos hubiera gustado visitar este museo, pero no nos ha dado tiempo. En verdad son bastantes los sitios turísticos que nos hemos dejado en el tintero, como por ejemplo, el Castillo de Puilarens y su vaporosa y fantasmal Dama Blanca, que como sólo hace acto de presencia a medianoche, no hay peligro de que nos encontremos con ella; la Abadia de Fontfroide; Toulouse, la ciudad rosada; el castillo de Termes, etc…

Ya casi llegamos a nuestro destino y, por fin, dejamos atrás esta carretera tan solitaria, desapacible e interminable, confieso que ya nos estábamos poniendo un poco nerviosas.

En la Costa Vermeille, el Mediterráneo ha sabido preservar su lado más salvaje, esta Costa Bermeja es un punto de encuentro entre el Mediterráneo y los Pirineos. La carretera avanza tortuosa alrededor de calas de arena gruesa e impresionantes formaciones rocosas y es la piedra de color bermellón lo que da nombre a esta costa.

Colliure se encuentra a 26 km de la frontera española, las aguas mediterráneas bañan sus rocas en las estribaciones de los Pirineos.

Cuando llegas a Colliure, lo primero que quieres ver es la Tumba de Antonio Machado, esa tumba, dicen, que siempre está llena de flores frescas y de los sentimientos derramados de todos los que nos acercamos hasta ella.

Penetramos, silenciosamente, en el recinto del pequeño cementerio donde se encuentran los restos mortales de Antonio Machado, nuestro poeta favorito, y, su madre, Ana Ruiz, como reza en su lápida. Se encuentra al entrar, siguiendo recto unos metros, a mano derecha.

Tumba sencilla y a la vez grande la de este hombre que se marchó de este mundo ligero de equipaje junto a su madre. Me siento emocionada cuando contemplo el gran homenaje que recibe diariamente este insigne poeta de la generación del 98, la multitud de ofrendas, de banderitas mustias por el paso del tiempo y pequeñas lápidas de cerámicas en las que se rememoran sus poemas más bellos. Tanta frialdad es la que desprende la piedra enmohecida y gastada por el tiempo y tanta es la devoción que le rendimos nosotros como modernos peregrinos civiles que no nos olvidamos de la grandeza universal de este hombre.

Qué poco me gustan los cementerios, pero que entrañable me parece éste, paseamos entre sus árboles centenarios, con sus modestos panteones encalados y adornados con flores y fotos. Aquí todo es natural, incluso los callados y apasionados homenajes que se esconden en su última morada nos revelan poemas premonitorios que impactan como piedras.

Cuánto duele comprobar que Antonio Machado se autoexilió de la dictadura franquista y llegó a Colliure en enero del 1939, gravemente enfermo y sin equipaje porque lo perdió en el tren, con su madre anciana a cuestas y preguntándole "cuando llegamos a Sevilla", para morir un mes después, el 22 de febrero de 1939, como todo el mundo sabe…

Las causas de su muerte se hallan en la tristeza que le embargó cuando vio en qué se había convertido su patria tan querida. Su madre, moriría tres días después. Convirtiéndose en todo un símbolo del sufrimiento de los millones de republicanos que vivieron la misma situación durante los años de la Guerra y la Postguerra.

Junto a su tumba cada año, a diario, se depositan en un buzón las miles de cartas en todos los idiomas que llegan hasta el cementerio de Colliure, dirigidas a Antonio Machado.

Hemos pensado entre las cuatro, como peregrinas civiles, presentar un homenaje póstumo a este gran hombre que no sobrevivió a sus propias circunstancias. Escribimos uno de sus poemas más hermosos en una hoja de papel y lo colocamos bajo una piedrecita, para que no se lo lleve el viento. Es nuestra huella testimonial de la visita y esperamos que permanezca junto a las flores frescas, cartas y notas plastificadas , placas de bronce, o tierra traída de otras partes del mundo que la gente va dejando cuando viene a visitar esta humilde sepultura.



… CAMINANTE SON TUS HUELLAS

EL CAMINO NADA MÁS.

CAMINANTE NO HAY CAMINO

SE HACE CAMINO AL ANDAR.

AL ANDAR SE HACE CAMINO

Y AL VOLVER LA VISTA ATRÁS

SE VE LA SENDA QUE NUNCA

SE HA DE VOLVER A PISAR…



Después de esta emotiva visita al camposanto de Colliure, nos perdemos por las calles empedradas, de esta población tan pintoresca, tranquilas y evocadoras por donde corre y se esfuma la brisa del mar y, buscamos el viejo espíritu que conquistó a los artistas fauvistas, aquellos que se inspiraron en la explosión de la luz y color que desprende esta población de la Côte Vermeillle. Matisse, Braque, y tantos otros, reaccionaron ante la exuberancia paisajística de este lugar y arrebatados por un violento uso del color consiguieron sus impactantes obras de arte.

Y, ese viejo espíritu aún pervive y no deja de encantar a los turistas que incansables buscan las reminiscencias de aquella lejana vida cultural que animaba la ciudad en sus callejuelas, donde todavía exhiben sus coloristas obras los modernos bohemios.

Contemplamos las preciosas casas protegidas por los austeros cipreses, con sus bellas fachadas estucadas en vivos colores; luminosas ventanas pintadas de azul claro, imitando fielmente el radiante cielo azul; sus bellos rincones comunicados entre sí por viejos pasadizos. Y, como bello contraste, la playa, muy bien resguardada, acoge a las preciosas barcas varadas en la arena que destacan por su alegre colorido. Ofrecen una bonita estampa marina y es, básicamente, el tema pictórico escogido por la mayoría de pintores, empeñados en capturar la magia de la luz de Colliure en sus lienzos.

Preciosa y colorida población con flores por todas partes que exhalan dulces aromas que se mezclan con los marinos, creando una atmósfera que enerva los sentidos, así es Colliure una amalgama de aromas y colores que se juntan y seducen al visitante. ¿Qué es lo que tiene Colliure?. Yo no sabría decirlo, pero lo cierto es que está considerada como "la ciudad de los pintores". Esa es su esencia. Se respira arte hasta en el rincón más oculto.

El momento no puede ser más bello, pese a que la tarde amenaza tormenta. La luz cenital de la tarde se refleja en la estela rizada del mar adquiriendo una tonalidad plateada, debido a los densos nubarrones que cubren el cielo.

Tranquilidad y relajación es lo que desprende esta apacible localidad del Languedoc, donde las horas no pasan, y, perder el tiempo es todo un arte…

Descubrimos una intensa vida comercial en sus rincones más ocultos, tiendas de ropa, de recuerdos, de chocolate, bares de copas, completamente atestados de turistas tomando un café calentito, porque ahora hace mucho frío. Y, aprovechamos para hacer nuestras compras, pequeños detalles con los que contentar a nuestros padres.

Paseando, llegamos hasta el muelle donde descubrimos el viejo faro del pueblo, ahora convertido en campanario, rematado por una pequeña cúpula. Su aspecto me recuerda a un imponente falo dominando la bahía.

Una pequeña bahía resguardada por un lado, por el imponente edificio grisáceo de la Iglesia de Nôtre-Dame-des-Anges, para su construcción se utilizaron antiguas fortificaciones y el antiguo faro de la localidad, ahora convertido en campanario. La poderosa envergadura de la torre aún parece conservar su antigua función, la de vigía. Y, por el otro lado está protegida por la maciza construcción de un impresionante castillo en la misma orilla del mar, el Château Royal, antiguo lugar de veraneo de los Reyes de Mallorca.

Nos encontramos en el muelle descansando y contemplando el violento choque de las olas contra el faro-campanario, totalmente subyugadas ante la fuerza de los elementos cuando vemos salir un hombre del mar con traje de neopreno cargado con una bolsa llena de erizos de mar. Nosotras, que no somos muy discretas que digamos, nos quedamos mirando al hombre, más por curiosidad que por otra cosa. Éste capta nuestra atención, nos mira y nos dirige una agradable sonrisa, señalando su bolsa nos invita a probar su manjar. Nosotras que jamás hemos probado estos animalitos pinchosos, rechazamos la gentil proposición, dándole las gracias. Él se ríe y ante nuestros ojos saca un erizo de la bolsa, lo parte por la mitad, y se lo come igual que si fuera un higo maduro, y nos dice, chapurreando en castellano, que está muy bueno y que nosotras nos lo perdemos.

Una vez visitada la ciudad nos acercamos en coche hasta un acantilado cercano que no tiene nada que envidiar a los de Cantabria. En este lugar se encuentran los restos de un antiguo fortín que sigue el mismo modelo arquitectónico de Vauban. Pero, no se puede visitar, porque está cerrado, nos tenemos que conformar con disfrutarlo desde fuera. También existen pequeños nidos de ametralladoras de la guerra diseminados por la zona y enterrados bajo tierra.

El paisaje que ofrece me parece impresionante y desolador al mismo tiempo, un manto de hierba verde cubre toda la superficie sobre la que nos hallamos y crecen pequeñas plantas silvestres, como las margaritas amarillas.

La tarde va empeorando, los negros nubarrones parecen portadores de una lluvia torrencial y la tramontana arrecia, se impone ante nosotras y nos impide avanzar porque la violencia del viento es brutal así que le plantamos cara cubriéndonos la cabeza con la capucha de nuestros parkas.

Impresiona la fuerza de los elementos en esta parte del Languedoc, pero no deja de ser algo muy atrayente. De repente el viento se detiene y comienza a caer una leve llovizna que va adquiriendo una gran intensidad, buscamos refugio a toda velocidad en nuestro coche, y, en un momento toda la atmósfera se torna claroscura y la lluvia torrencial llega acompañada se una bruma grisácea que se extiende por todo el páramo circundante.

Sentimos con incomodidad como cala la lluvia fría en nuestros cuerpos, mientras corremos con auténtica desesperación sobre el sendero encharcado que conduce hasta el coche. Estremecimientos de frío y terror nos acometen cuando comienzan los espectaculares relámpagos y los truenos ensordecedores, y, cuando, por fin, alcanzamos el cielo protector de nuestro automóvil, empapadas hasta los huesos, respiramos tranquilas.

Carmen deja atrás el acantilado y ya nos lleva hacia la Autopista, antes de que sea demasiado tarde y con las inclemencias del tiempo y la lluvia, toda esta zona acabe inundada. El vehículo trata de abrirse paso entre la densa cortina de agua que se abate sobre el coche, y, a través de la ventanilla apenas divisamos la gran cascada de agua que se lanza sobre nosotras.

Y, aquí acaba el viaje, y, en esta triste despedida llora el cielo del Languedoc y nosotras casi lloramos, mientras nos vamos alejando de esta maravillosa tierra que no es ni Francia, ni España, sino Cataluña. Hemos visto el Sur de Francia desde otra perspectiva, o, mejor dicho, desde otra dimensión más humana y cercana, nacida desde el propio descubrimiento que se nos ha ido ofreciendo y que hemos tratado de disfrutar de una manera lúdica. Hemos gozado de una diversidad geográfica muy rica desde las cumbres nevadas de los Pirineos hasta la costa mediterránea. Hemos sentido en nuestra piel el azote de la tramontana y la frialdad de la pegajosa niebla. Hemos vivido las excelencias del agua que en esta tierra es una bendición ya sea en las quebradas, en el mar, en el Canal, pero que también se puede convertir en una maldición, como ocurrió en Puivert, en Lagrasse, en Mirepoix.

Nos ha sorprendido gratamente la presencia silenciosa de sus variados cementerios algunos típicamente mediterráneos y, otros, con una clara influencia anglosajona. Y, qué podemos decir de sus maravillosas ciudadelas medievales, todavía ancladas en el pasado y ocupadas por aquellos antiguos fantasmas occitanos, que se niegan a abandonar sus lugares de origen, o quizás, lo que hacen es esperar a alguien, que todavía estar por llegar… ¿Quién sabe?…

CATALINA CAZORLA

NOSOTRAS Y LOS FANTASMAS DEL PAÍS CÁTARO VII

De nuevo, nos encontramos en la carretera con destino a Carcasona y, no puedo dejar de sentir un poco de nostalgia cuando pienso que ésta será la última noche que pasaremos en el Languedoc ya que nuestro viaje se acerca a su fin.

Ya, en la Cité, aprovechamos las pocas horas de sol que quedan para inspeccionar el lugar donde se produjo la extraña aparición. La situación que presenta hoy la ciudad no puede ser más distinta a la del primer día de nuestra llegada. A pesar de que es algo tarde, la gente se hace la remolona callejeando por los bellos rincones que ofrece esta ciudad. Y, nosotras, antes de buscar un restaurante donde cenar, dirigimos nuestros pasos hacia el lugar donde presenciamos el fenómeno; con la intención de aclarar, de una vez por todas, nuestras dudas.

No nos cansamos de contemplar esta bella ciudad y pasear por sus calles se convierte en un constante nuevo descubrimiento es como atravesar el túnel del tiempo y aparecer en la temible Edad Media. Imagino bellas historias de amor cargadas de nostalgia, impresionantes luchas sangrientas por el poder. Avanzo, con gran esfuerzo, por estas callejuelas adoquinadas, tan irregulares y tortuosas que cada paso que doy se convierte en un martirio para mí, ya que estoy hecha polvo, después del porrazo en Lastours.

Nos perdemos por el mismo camino de ronda, el Paseo de las Lizas, que acompaña a las murallas y a las altivas torres de una Carcasona, que, en otro tiempo, fue inexpugnable. Pero, que hoy sufre el asalto bien intencionado, eso sí, de toda clase de turistas y, a nadie decepciona. A pesar de que la hemos visitado ya, anteriormente, no podemos dejar de admirar la belleza que desprende esta ciudad. Nuevamente, nos sentimos arrastradas al medioevo, y, me parece que, en cualquier momento, nos encontraremos con el temible Príncipe Negro, aquel legendario Caballero Negro, que, con su negra armadura y su negro caballo, atemorizaba al que tenía la mala suerte de encontrárselo. Cruel y despiadado en opinión de la mayoría. Pero que, dejó intacta la ciudad de Carcasona, fue incapaz de destruirla.

Imponente en su estatura, rubio y con los ojos azules, codiciaba riquezas y mujeres por igual, pero de este personaje poco se conoce ya que despertaba en la gente que le conocía sentimientos contradictorios.

Vamos a buen paso y accedemos a lo que debe de ser una barbacana, pronto llegamos hasta la zona donde se supone que se produjo nuestro encuentro con el ser luminoso. Lo primero que hacemos es dedicarnos a mirar concienzudamente por todos partes. Creemos que lo que presenciamos fue una representación holográfica de una foto, es decir, una proyección tridimensional generada por un rayo laser. Es muy posible que la transmisión de la señal se halla producido a espaldas del objeto.

Observamos con minuciosidad los focos que se encuentran al pie de las murallas, como si fuésemos unas auténticas Sherlock Holmes, pero no hay nada en ellos que pueda parecer un pequeño proyector. Buscamos sobre la pequeña bóveda que cubre nuestras cabezas, tratando de localizar algún pequeño artilugio. Pero, el resultado es igualmente negativo. Seleccionamos un área de observación de unos 10 metros y realizamos una inspección exhaustiva. Mientras dura nuestro trabajo, se cruzan en nuestro camino otros visitantes que extrañados no dejan de observarnos ya que nuestra actitud es un poco rara, y, más aún cuando tratamos de actuar con disimulo. Enfrascadas en nuestra tarea, intentamos localizar la presencia de aspilleras o saeteras en las murallas. Ya, que son una especie de aberturas verticales muy finas y profundas, en ocasiones casi imperceptibles, también buscamos troneras. Este tipo de construcción suele ensancharse hacia el interior, para proteger al arquero o al ballestero mientras éste lanzaba los proyectiles y podría ser un excelente recurso para conseguir la visualización holográfica. Pero, no hay rastro de ellas.

Finalmente, no hemos encontrado nada que indique que lo que nosotras vimos fuese un montaje o algo parecido, así que desistimos, y nos dirigimos al centro de Carcasona en busca de un restaurante ya que hoy es nuestra última noche y nos queremos dar un gustazo.

Ya se apagan poco a poco las luces en el firmamento y hacen su aparición los primeros luceros de la tarde y el momento alcanza su perfección absoluta cuando los últimos visitantes van abandonando poco a poco esta vieja ciudad y nosotras buscamos un lugar donde cenar y reposar, relajadamente, después de la intensa jornada que hemos vivido. En una de sus plazas, ahora deliciosamente desierta, nos enamoramos de una preciosa taberna de inspiración medieval, muy acorde con el ambiente de la ciudadela.

Contrariamente a lo que yo pensaba, encuentro que el local está muy concurrido, principalmente por gente joven que ha acudido a tomar una copa y a charlar alegremente de sus cosas. No se ven mesas libres, pero en el centro del local, hay una escalera de madera muy rústica, escoltada por unas armaduras a ambos lados de la misma. Sin pensarlo dos veces, nos dirigimos a ella y empezamos a subir los escalones. El el piso superior no hay tanta aglomeración de gente y se respira un aire más tranquilo.

Descubrimos una mesa junto a la ventana y esperamos con mucha paciencia que se acerque el camarero con el menú del día.

Al final, hemos elegido un bistec acompañado de patatas fritas y la especialidad de la casa, una tortilla a las finas hierbas. Cuando el camarero se aproxima con nuestra cena, nos domina la curiosidad, pues estamos impacientes por probar la especialidad culinaria de la casa y ¡sorpresa!, es tortilla de tomillo, por cierto, nada apetecible y bastante insulsa. No sé, pero me parece que nos han tomado el pelo estos franceses.

Carmen y Laura se ríen con ganas cuando han visto "la especialidad culinaria" ya que ellas no han pedido la tortilla de marras y nos aconsejan que no nos la comamos ya que nos puede sentar mal. Pero, nosotras no desperdiciamos la comida, ¡es pecado!.

Cuando ya estamos más calmadas, damos un buen fin de nuestros platos y, casi, no nos dejamos ni los huesos. Y, como, cuando hay hambre, nosotras nos comemos hasta las piedras, por supuesto, "la tortilla de tomillo", también nos la hemos comido. Al final, el camarero, muy gentil, se acerca a nuestra mesa y, creo detectar un poquito de guasa en la sonrisa que nos dirige, al preguntar si la cena nos ha gustado y, nosotras le contestamos, muy educadamente, que sí.

No he terminado de tomarme el vaso de café con leche caliente que me ayude a conciliar el sueño, cuando ya empiezo a notar un dolorcillo raro en el estómago. Pienso que a lo mejor la tortilla me puede dar una mala noche.

Hemos decidido Antonia y yo que nos vamos a dedicar a mirar en otras tabernas y restaurantes a ver si existe esta peculiar especialidad de su gastronomía, porque no dejo de pensar que estos franceses nos la han dado con queso. Bueno, la verdad, si fuera con queso, aún tendría un pase…

Acabamos de comer y comenzamos a hablar acaloradamente sobre lo que hemos vivido en Lastours. Y, tanto nos entusiasmamos hablando de "malas sensaciones" y voces susurrantes de ultratumba, que no nos damos cuenta de que en el local reina el más absoluto silencio. Y, sólo se escucha el eco de nuestras voces, sin quererlo, nos hemos convertido en el centro de atención del restaurante ya que los otros clientes están pendientes de nuestras palabras. Y, nosotras, que en el fondo, somos muy tímidas, miramos con recelo a nuestro alrededor. Fijándonos en los rostros de los otros comensales y comprobamos que no sólo han dejado de comer y nos están mirando; sino que, al cruzarse nuestras miradas, nos sonríen. Comprendemos que nos han entendido perfectamente, y es más, también sabemos que su próxima visita será una peregrinación en masa hasta el castillo de Lastours. Esperamos que sean capaces de escuchar más allá del viento…

Mientras reposamos la comida, comenzamos a preparar el programa del día siguiente.

Laura, muy decidida ella, coge un folio y un bolígrafo, pues queremos hacer un programa de actividades para el día siguiente, son muchas las que tenemos pendientes y hay que organizarse. Aunque, nosotras solemos improvisar sobre el terreno, en este caso queremos tenerlo todo bien estructurado para cumplir con todo el itinerario ya que mañana será muy extenso. Empezamos pensando en las carreteras que serán siempre locales y de montaña. Habrá que tener en cuenta los desvíos, para no perderse. Y, finalmente, los lugares a visitar, especificando horarios, precios.

Comenzaremos visitando La Abadía de Lagrasse y después las famosas ciudadelas del vértigo. Y, atravesando el espectacular desfiladero del Pierre Lys, llegaremos hasta el Queribús y el Perapertusa, donde improvisaremos un picnic al aire libre. Después de la comida, nos dirigiremos hacia las Gorges del Galamus, donde efectuaremos una breve parada, para visitar el Eremitorio de Saint Antoine de Galamus. Finalmente, nos dirigiremos hacia Colliure y nos acercaremos hasta la tumba de Antonio Machado. Y, ya de camino hacia Barcelona, seguiremos la línea de la costa por Port Bou.

Pero, antes de irnos al hotel, tenemos que comprar en alguna tienda de Carcasona alimentos como pan de molde, queso, embutidos, bebidas, fruta del tiempo y frutos secos con los que reponer la energía que gastaremos en la visita a estas fortalezas, ya que el mayor problema que presentan es su gran inaccesibilidad.



5º VISITA DE LA ABADIA DE LAGRASSE Y LAS CIUDADELAS DEL "VERTIGO"



Hoy he madrugado mucho, pues con los nervios y la impaciencia, apenas he podido conciliar el sueño. Y, lo primero que he hecho ha sido asomarme a la ventana para contemplar el nuevo día que empieza. Respiro el aire limpio de la mañana y parece que huelo un poco a tierra mojada, ¿será que va a llover?. El cielo se ve tan libre de nubes, tan claro y diáfano que nada parece indicar que ronde la lluvia.

Después de un baño bien caliente, me encuentro como nueva. Le pregunto a mi hermana si ha dormido bien, y ella me responde que sí, ¡cómo un lirón!. Es que si llega a decir lo contrario, me la cargo. La verdad es que sí, ha dormido profundamente, porque la he sentido roncar. ¡ Qué nerviosa me ha puesto!.

Con menos entusiasmo, que en jornadas anteriores, empezamos. Ya que hoy es el último día de nuestro viaje y la tristeza se ha convertido en nuestra nueva compañera de fatigas.

Abandonamos el hotel cargadas con nuestras bolsas de viaje, con un cierto desaliento; pues, ha sido nuestra casa durante estos cinco días y ya nos habíamos acostumbrado a su pequeñez y a la tenue iluminación, encontrándola hasta confortable. Después de tomar un desayuno que considero, abundante y tranquilo, liquidamos nuestra deuda pendiente con el hotel y nos despedimos dando las gracias por el buen trato que hemos recibido y haciendo alguna que otra foto del hotel, para tener un recuerdo.

La visita a la Abadía de Lagrasse es más accesible desde Carcasona nos dirigimos hacia la D6113 que conduce hacia Narbona y Lézignan-Corbières y antes de llegar a Trèbes cogemos un desvío que nos llevará hasta la D3 con indicaciones direccionales hacia Fontiés-d´Aude/Lagrasse.

La carretera es preciosa y discurre serpenteante por una zona privilegiada que se beneficia de la influencia benigna de los vientos marinos, unas veces. Y, otras, sufre el azote de los vientos de tierra, no obstante, esto permite la creación de una vegetación muy original en la que conviven con carrascales, pino alep, orquídeas, alegrías, romero, tomillares, lavanda, y, claro está, la viña y el olivo.

Desde el automóvil contemplo la vasta extensión que se desarrolla ante mis ojos, y pienso con inquietud que esta carretera no acaba nunca, inmensos campos de cultivos llenan nuestros ojos. Bajo la ventanilla del coche, pues ya empiezo a sentirme un poco mareada con tanta curva. La primera parte transcurre entre campos de cultivo y la última atraviesa densas extensiones boscosas que me inquietan, porque parece que se extienden hasta el infinito y no se acaban nunca.

Contemplo una tierra tan rica en bellos paisajes, como en ingeniosas leyendas, con infinidad de personajes de fábula, hadas, duendes, damas encantadas, tesoros ocultos. Las leyendas forman parte del folclore siendo éste la primera expresión de un pueblo y es la suma de todas sus tradiciones y costumbres más ancestrales.

Nos hallamos en el corazón de las Corbières y nos asombra la majestuosidad de algunos de sus árboles que por su altura yo diría que son centenarios, auténticas secoyas en zonas tan meridionales.

Por fin, hemos llegado hasta los dominios de la Abadía de Lagrasse, situada en un paraje de excepcional belleza, el valle del río Orbieu y éste es el único monumento religioso que vamos a visitar en este viaje al País Cátaro.

Existe una alegoría histórica que habla de los orígenes del monasterio y que menciona a la romana Filomena, en un manuscrito que data del siglo XIII. En ella se menciona que, en este lugar, siete ermitaños en el mes de Septiembre realizaron el milagro de la multiplicación del pan para alimentar a miles de soldados que estaban enfrentados en una sangrienta batalla con los sarracenos. Y, según, la leyenda este hecho fue lo que posibilitó que Carlomagno fundara la abadía, en el siglo VIII. En otras leyendas, Carlomagno no sale tan notablemente conmemorado, como en el nombre que se le asigna a un hueco en las colinas cercanas y que reza "Carlomagno de nalgas". Este insigne personaje se supone que tuvo la mala suerte de caerse de su caballo y dejar la huella de su trasero en unas rocas cercanas. Infinidad de leyendas giran alrededor de este personaje tan controvertido.

Ahora sabemos que la construcción de la Abadía se inició en el siglo VIII, pero se le atribuye a Nimphridius, compañero de San Benito de Aniano.

Llegamos hasta los mismos umbrales de la grandiosa Abadia. Y, Lagrasse es una población que posee una deliciosa reminiscencia de su pasado medieval. Ciudad ajardinada de hermosos muros floridos, donde se confunde la piedra y la hiedra. Es considerada en las guías turísticas como "uno de los pueblos más bellos de Francia".

Aldea en un idílico paraje de viejas casas de piedra con humeantes chimeneas que se reflejan en un río que discurre plácidamente por debajo de un rústico puente centenario. Posee un encantador aire campestre que se filtra por todos los rincones y que ciertamente nos hace evocar la tranquilidad y el bienestar que se respira en algunos pueblos rurales de Cataluña. Sosiego y paz son dos palabras que mejor la definen y la hospitalidad de sus gentes es su rasgo más común.

Nuestro objetivo más inmediato es encontrar el monasterio de Santa María de Orbieu y por ello decidimos preguntar a un hombre que está sentado en el quicio de la puerta de su casa tomando el fresco.

Le preguntamos, como podemos en francés, por el monasterio, y el hombre, muy amable, nos contesta en catalán, ayudándose de unos cuantos gestos, le entendemos perfectamente. Pero sobre todo, le agradecemos el esfuerzo que hace por comunicarse con nosotras. Y, encaminamos nuestros pasos hacia el monasterio.

La entrada al monasterio se encuentra frente a las tapias de un pequeño cementerio. Accedemos, primero, a la sala de recepción, donde compramos nuestras entradas y esperamos a nuestro guía.

La guía es una muchacha muy joven que lleva gafas y el pelo recogido en una cola, tiene aspecto de estudiante.

Inicia su explicación y todos los visitantes del monasterio la escuchamos con suma atención y, nosotras conectamos nuestra grabadora.

Comenta que, la gran diversidad de los edificios monásticos sorprende generalmente a todos los visitantes; aquí, se hallan todos los estilos arquitectónicos del siglo XI al XVIII.

Seguimos a la guía en la visita al monasterio y comienza por la Sala de Recepción que da a un patio de honor y a un gran palacio abacial. El edificio es de estilo clásico, se construyó del 1745 al 1779 por el Abad Armand Bazin de Bezons. La primera parte del patio era utilizada para dependencias, talleres y cuadras. La segunda parte, separada de la primera por una reja que desapareció en la época de la Revolución Francesa, pero aún se puede ver donde se fijaba con grapas en los laterales, es de estilo clásico muy puro y sobrio. Se notará, particularmente, la elegancia de la fachada Norte con sus tres ventanales delimitados por pilastras coronadas con capiteles toscanos y jónicos. El frontón triangular otorga nobleza y hermosura al conjunto, realzadas aún por el color rosa del gres flameado. En el piso, de cada lado del patio, se hallaban las celdas monásticas. Desde el patio llegamos hasta el Claustro por el porche Este.

Los pilares del claustro, en este caso, presentan un fuste grueso, sobrios, nada de florituras y su gran impulso hacia las bóvedas constituye su único dinamismo. Los fustes son imagen de los que celebran los ritos, y, las bases simbolizan a los que saben transmitir la fe cristiana.

La imponente doble columna, entendida, como árbol de piedra, también está llena de vida espiritual y de luz. Simboliza el jardín del Edén, lugar de misticismo, y, de encuentro con uno mismo.

El árbol es el símbolo del Universo y de la vida: es el hijo mismo de la mujer cósmica y constituye un eje terrenal entre un gran puente de piedra hecho de pura energía, de luz, que atraviesa el Cosmos pasando por la tierra.

El árbol nos transmite la energía cósmica, telúrica, de la tierra y puede sanar de ahí que en algunas culturas ancestrales, o chamánicas entre sus rituales curativos sujeten al enfermo en torno a un árbol para conseguir su sanación.

En el jardín reside la espiritualidad del monasterio y se intenta reproducir el Paraíso Perdido. Es el ideal de la intimidad y la promesa del placer en la búsqueda del íntimo yo.

El Claustro, construido en el año 1760 por Armand Bazin de Bezons(la fecha esta puesta en una de los pilares del tramo Oeste), en el sitio de un antiguo claustro gótico. Observamos que el Claustro tiene tres lados simétricos cada uno de seis arcos, mientras que el cuarto, en el tramos este, tiene uno más. A medio tramo, al este, está colocada la puerta de acceso al dormitorio del siglo XIII. Esta puerta, tapiada desde la Revolución Francesa, fue abierta de nuevo el catorce de julio de 1989 para permitir una visita única de las dos partes. En el transcurso de la demolición se descubrió una obra maestra: un capitel romano probablemente del maestro Cabestany.

Es un solo capitel historiado en el que se representa la "lujuria" y en él están reflejados unos personajes grotescos en una postura provocadora y lasciva. Dice la guía que es un capitel libidinoso, y, nosotras, pensamos que hace falta un gran alarde de imaginación, para distinguir algo lujurioso en el conjunto.

Seguimos con la visita y llegamos a uno de los edificios más antiguos de todo el monasterio lo constituye la Torre Prerromana, construida en el siglo X, como lo demuestran los arcos de herradura en el muro sur.

Amparaba el reloj en el siglo XVII. El intradós de una puerta que daba a la iglesia era decorado con frescos que desgraciadamente han desaparecido, el lugar estaba expuesto al viento y a todas las inclemencias del tiempo.

Siguiendo con el recorrido, en tramos en una gran sala de grandes y espaciosas proporciones, es el Dormitorio. Sus medidas son, según nuestra guía, 50 por 8.

Contemplando el lugar comprendemos lo importante que era el grupo de monjes que ha vivido en este monasterio (hasta cien monjes). Los ocho arcos diafragmáticos llevan una armadura, dice la guía, y por más que busco la armadura, de marras, no la encuentro.

Antonia tampoco la ve por ninguna parte, porque está empeñada en sacar la foto de la armadura y está no se ve por ningún lado.

Es de destacar la disimetría de los tres arcos del fondo. Las ventanas con arcos ojivales abiertas en las fachadas han estado muy deterioradas cuando, durante la Revolución , edificaron, para un hospital militar, un piso medianero que las cortaba. Esta sala espléndida está en vías de rehabilitación.

La regla de San Benito en cuanto a como deben dormir los monjes:

Cada uno debe dormir en su cama, recibirán del Abad la ropa de cama adecuada a su modo de vida. Al ser posible deberán dormir todos en una misma habitación, pero si es un grupo numeroso deberán compartir la sala de 10 a 20 monjes, con ancianos que vigilen. Deberá estar encendida una lámpara toda la noche, para alejar las malas tentaciones.

Deberán dormir vestidos y ceñidos con cuerdas o cinturones. Sin cuchillos, no se vayan a herir mientras duermen. Cuando se levanten para la obra de Dios, se tendrán que animar los unos a los otros, eso sí, con mucha alegría, para que los soñolientos no se excusen.

Hay que levantarse cuando se de la señal, con un ojo abierto, y con mucha modestia.

Los monjes más jóvenes no deberán tener las camas contiguas, sino intercaladas con la de los ancianos.

Cuando llegamos a la Capilla de San Bartolomé o Capilla del Abad, construida en 1296 por el Abad Auger de Cogenx, un gran constructor de gusto refinado, a quien se le debe también la casa abacial del otro lado de la galería. Puedo imaginar los frescos que cubrían los muros de la capilla en otros tiempos y que con las obras de rehabilitación del tejado se han deteriorado mucho. Sin embargo, quedan restos: por un lado el árbol de la vida, al este; y, el último juicio al Oeste. El suelo está cubierto de un enlosado precioso de tierra vidriada multicolor, el acceso está restringido por su fragilidad.

Nos apartamos un poco del grupo para hacer las fotos del lugar y, en especial del enlosado de tierra vidriada. Pero la guía nos dice que más tarde dará tiempo para hacer todas las fotos que se deseen y que es preciso no apartarse del grupo.

La guía se introduce en el patio de la casa abacial, seguida de su muda comitiva. Aquí se distinguen dos galerías que deslindan el patio de la casa abacial. Han utilizado pilares y capiteles romanos para edificar estas galerías. Se aprecian en la fachada de la casa un ajimez de la época romana.

Después llegamos a las bodegas y a la panadería. Esta amplia sala de trescientos metros cuadrados, es, posiblemente, la bodega. Donde el número de aberturas y el espesor de los muros permitían tener una temperatura entre 12º y14º C, y así conservaban el vino y la comida. Utilizaban unos huecos que ellos mismos cavaban en las roca para almacenar los alimentos y aprovechando las heladas y las hojas secas se construían unas neveras naturales de la Montaña Negra. Básicamente se alimentaban a base de verduras y de pan, ocasionalmente, comían pescado de río o de mar; y, aunque, la regla benedictina prohibía comer carne, estos monjes, a veces, comían carne de caza regional.

La otra sala, más pequeña, era la panadería del monasterio, posee una chimenea majestuosa cuyo horno de panadero ha sido destruido y una canalización para llevar el agua.

Finalmente, hemos llegado a lo que constituyen las auténticas joyas del monasterio: la iglesia abacial y el crucero sur.

De la iglesia abacial, comenta que no se puede asegurar exactamente donde se ubicaba la antigua basílica carolingia.

Lo más probable, vistas la medidas de las ruinas del crucero sur es que la nave de aquella época fuese más larga de lo que es hoy en día. Los muros actuales, edificados encima de las fundaciones de la basílica carolingia son del siglo XIII y las bóvedas de toba del siglo XV. Se notan, esculpidas en las claves del arco, las armas del abad Augerde Cogenx(dos triángulos azules y rojos), el blasón de la aldea de Lagrasse (el puente con tres torres) y un blasón llevando las flores de Lis de los Reyes de Francia. El fresco bizantino en un hueco del coro es reciente.

El crucero sur es un magnífico edificio del siglo XI, con tres absidiolos de arco lombardo, de este crucero queda el testigo del esplendor que tuvo la basílica del monasterio en la Edad Media. Hay que imaginarse más absidiolos por el lado Norte y una ancha en el ábside del presbiterio. Por encima de los absidiolos encontramos las almenas, del siglo XIV, elementos de arquitectura militar.

Una visita que a nosotras nos parece un poco aburrida y, además, estamos deseando salir y respirar aire puro. Contemplo las caras de las personas que integran nuestro grupo y también reflejan aburrimiento y es que las visitas a estos lugares, aunque son sagrados no dejan de ser un pelín aburridos.

Cuando llegamos a la Torre contemplamos su imponente aguja que, antiguamente media unos 80 metros de altura y, en la actualidad, ha quedado reducida a la mitad. Pese a que los siglo la han hecho menguar, la verdad es que todavía impresiona contemplarla. Subimos por una escalera de caracol de piedra, con sus doscientos veinte escalones, somos unas pocas de las que se han decidido a subir hasta la cumbre de la torre. Muchos son los que se han rajado, y, por el tono de la voz, yo diría que ha sido la causa de discusión de muchas parejas.

Tras una ardua subida, que empieza gastando bromas y chascarrillos, a medida que nos acercamos al final vamos cayendo en un mutismo forzado ya que el cansancio no nos dejar ni hablar. Cuando llegamos al final, sofocadas y casi al borde del infarto y con el rostro congestionado por el esfuerzo. Pensamos que el trabajo ha valido la pena, porque podemos disfrutar de una espectacular panorámica del valle de Orbieu, de la población, de la fachada sur del palacio abacial, del jardín y de la acequia de dos kilómetros que los monjes abrieron en el siglo XIII que, antiguamente alimentaba tres molinos de aceite y de grano cuyas ruinas las podemos observar aún al pie de la torre.

Y, aquí, acaba la visita al monasterio de Santa María de Orbieu, y nosotras respiramos con alivio, porque nos ha parecido más un cuartel militar que un centro religioso.

Y, como tenemos que seguir con el viaje, a partir de aquí, nos dirigimos hasta el castillo de Queribús.

El automóvil avanza atravesando las Gorges de L´Orbieu que se encuentra en la vertiente sur de la Montaña de Alarico. Contemplamos desde el coche el fascinante paisaje que nos ofrecen Les Corbières. Cerca deben de encontrarse "las nalgas de Carlomagno" y "el pie de Carlomagno". Estos hechos concernientes al emperador de los francos, aunque son meramente anecdóticos, nos revelan el largo tiempo que estuvo asociado a esta tierra.

En la lejanía se visualiza la famosa Montaña de Alaric y por la zona encontramos una vegetación en la que predomina el matorral espinoso y atrófico, propio de los terrenos degradados, alternados con pinos, olivares y viñedos, comunes en el sur de Francia.

Disfrutamos de las vistas de un río impetuoso y ciertamente peligroso, pues a veces sufre unas inundaciones muy devastadoras. Por lo general su curso es abundante, sinuoso y discurre a través de bellas gargantas profundas, fruto del trabajo que durante millones de años el río ha ido excavando, pacientemente, en la roca. Estos lugares tan bellos también sedujo al hombre primitivo que no dudo en aposentarse en los huecos que creaba la naturaleza a su antojo.

Cuando penetramos en el corazón de las Gargantas contemplamos como se despeña el agua, de los abundantes cañones que la naturaleza ha creado dibujando bellas acrobacias aéreas. Cuando el agua llega a las amplias llanuras y entonces el río se convierte como por arte de magia en un auténtico remanso de paz.

A pesar de las abundantes curvas y lo estrecha que es la carretera, los verdes bosques y la vegetación que colonizan estas tierras aún no degradadas y en las que predominan enebros y pinos alepo, me alegran la vista y más cuando vemos que nos acercamos a la bella población de Villerouge-Termènes que se constituyó en el 1321 y acogió a Guillermo Belibaste, el último cátaro conocido. Sobrecoge la impresionante mole de su castillo, auténtico nido de águila, que, en medio del pueblo ofrece protección y tranquilidad a sus habitantes.

Al cabo de unos 10 km tomamos un desvío, en cuyas inmediaciones encontramos el castillo de Termes. Conforme nos vamos acercando a él por la carretera, unos setos recortados a ambos lados de la misma, nos anuncian la proximidad del castillo que sólo se puede adivinar ya que no es visible. Se encuentra ubicado en un lugar salvaje, sobre un risco escarpado. Fue asediado por Simón de Montfort. Si el castillo de Peyrepertuse es el más bello de todos, el de Termes está considerado como el más inaccesible e inexpugnable, constituyendo el más emblemático de todos.

En nuestro recorrido pasamos por localidades tan interesantes con Laroque-de-fa, curiosa población con nombre de escala musical.

Finalmente, cogemos una carretera de montaña para iniciar una auténtica escalada con el coche, divisamos el castillo a la derecha, iluminado y resplandeciente por los rayos de la mañana y a nosotras nos parece que sus piedras irradian misterio.

El castillo forma parte de un decorado que la naturaleza ha convertido en salvaje, un auténtico nido de águila, sus potentes muros se abrazan a los contrafuertes rocosos donde el espíritu cátaro aún persiste y permanece vigilante, el efecto es mágico: contengo la respiración y me parece que el tiempo se ha detenido en unos muros de piedra resistentes al impecable paso del tiempo y el olvido.

Al tomar un desvío que nos conduce directamente hasta la ciudadela, vemos, que, es una vía estrecha donde apenas cabe nuestro coche. Y, rezamos esperanzadas en no encontrarnos con otro coche de frente.

Desde esta nueva perspectiva nos damos cuenta que la fisonomía del castillo ha cambiado. Ahora sus murallas forman una especie de zigzag sobre una ladera increiblemente escarpada. Nos bajamos del coche en la explanada donde se encuentra una pequeña cabaña de madera que hace las veces de taquilla y tienda de souvenirs, atendida por una chica muy simpática que chapurrea un poco de español, y, un pelín observadora, ya que ha dicho que es la primera vez que se encuentra con cuatro parejas que compran las entradas por separado. Nosotras cuando las escuchamos nos quedamos perplejas, ya que parejas nosotras no tenemos, y, no es por falta de ganas. La chica se ha confundido porque delante de nosotras, un grupo de cuatro chicos, muy formales, eso sí, han comprado sus entradas y ella se ha pensado que íbamos juntos. Pero, no, a nosotras sólo nos acompañan los fantasmas del país cátaro.

Después de aclararle las dudas a la muchacha, salimos con las entradas en la mano en pos de nuestras supuestas parejas, gastando bromas jocosas con el asunto. Nos encaminamos hacia la empinada cuesta, que, por lo que vemos, y, con mucho esfuerzo, nos llevará hasta el castillo. Ascendemos por un sendero alto y muy empinado, aunque no muy largo, bordeado de arbustos bajos y flores blancas. Pero, al final, nos olvidamos de nuestras supuestas parejas, porque, apenas podemos con nuestra alma en esta puñetera cuesta, y ellos parecen el galgo Lucas o el Correcaminos. Nunca he visto a un hombre correr tanto cuesta arriba. No hace falta ser muy lista para comprender que estos mozos huyen de nosotras…

Contemplado desde el camino, nos sorprende la forma de éste; pues, a simple vista parece de reducidas dimensiones. Tiene una silueta cilíndrica, que parece haber sido excavada y formar parte de la pared de roca desnuda, casi horizontal sobre la que se sustenta.

Como nos ocurre con todos los castillos que visitamos, cuando llegamos a sus espectrales ruinas estamos completamente solas, en los dominios de esta fortaleza relativamente intacta ante los estragos del tiempo. La sensación es soledad es tan intensa que nos llena por completo. No necesitamos hablar entre nosotras, en esta morada de fantasmas occitanos sobran las palabras y sólo queda entre nosotras una atmósfera de increible misterio.

Parece que estamos en la antesala del infierno y un fuerte viento hace su aparición, un viento gélido que parece un soplo del más allá que se te cuela entre los poros y nos pone la piel de gallina.

Una sólida escalinata nos lleva hasta la entrada del castillo y nos fijamos en los tres recintos escalonados que aumentan la protección natural del lugar. Se dan cita en esta fortaleza todos los elementos típicos del arte militar medieval. Pero, también se conservan construcciones típicas de la vida cotidiana.

La primera muralla, con camino de ronda y cuatro troneras al Oeste datan del siglo XIII. A continuación, encontramos, los vestigios de una antigua sala, quizás, rectangular, con el arranque de los arcos y la cisterna. Es en esta parte donde se encuentran las primeras edificaciones o edificios más antiguos, las cuadras, los talleres, etc… En un acceso de zigzag que seguimos al subir las escaleras, hallamos la entrada, teniendo siempre por compañero a este frío tan intenso y raro que se te mete entre los huesos. A medida que seguimos subiendo nos encontramos con distintas dependencias como el cuartel con lo que queda de sus arcos. Un poco más arriba de la escalera, nos encontramos con la cisterna, un mirador y la entrada a un edificio de tres platas, ésta con restos de almenas. Emergiendo del triple recinto amurallado encontramos la torre poligonal, llena de numerosas aberturas, en cuyo interior se encuentra la sala del pilar iluminada por un impresionante ventanal, visible desde el exterior.

Ésta es la parte correspondiente al último recinto, donde destaca una muralla del s. XII, de aparejo irregular; en su parte inferior queda una nave larga con una arcada.

La ciudadela en su conjunto es un laberíntico conjunto de escaleras estrechas y tortuosas, pasillos a veces subterráneos, abiertos y trabajados en plena roca, donde se hace imprescindible el uso de una linterna. Percibo el fuerte olor a rancio de la humedad que desprenden las paredes mohosas y no puedo resistir el impulso de arrugar la nariz ante lo desagradable que resulta. Al mismo tiempo, el frío traspasa nuestras ropas de abrigo y nos provoca una tiritona que amenaza con descoyuntar nuestros cuerpos.

Tiritando, pues hace un frío de mil demonios, con gran esfuerzo, subimos a la planta alta donde se encuentran las habitaciones que, antiguamente, estaban embaldosadas. Y, una de ellas, además, contiene una chimenea. Desde sus ventanales provistos con bancos de piedra llamados "los cortejadores" donde se sentaban las damas en compañía de sus gentiles galanes y además gozaban del maravilloso panorama que ofrece la contemplación de las crestas nevadas de los Pirineos complementado con la visión del llano del Rossellón y las Corbières hasta el litoral del Mediterráneo. Nos sentamos en este banco de piedra para descansar un poco y contemplar el panorama tan bello que se ofrece desde este lugar, pero la frialdad de la piedra nos produce una sensación muy desagradable y nos obliga a levantarnos.

Finalmente, extenuadas con tanta escalera y acompañadas de una tenue penumbra llegamos hasta la parte superior, donde se halla la Torre del Homenaje, la torre maestra, de planta poligonal que se enfrenta a una torre rectangular más tardía que incluye una escalera de caracol. El lugar se encuentra en una penumbra que no impide ver la gran sala que se encuentra dentro de esta torre y que tiene la forma de un gran cuadrado de siete metros de lado, dispuesta en dos niveles con un pilar central y cuatro arcos ojivales asimétricos, tiene dos ventanales rectangulares y dos más, superiores, de arco apuntado. La base sur de la torre, de aparejo pequeño, y sus tres troneras corresponden a la primitiva del s. XI.

Además de patios y unas torres con unas oscuras escaleras de caracol que en dirección descendente conducen a criptas oscuras sin más luz que la de unos ventanucos pequeños que apenas llegan a iluminar la estancia.

Carmen y Laura comentan que tendríamos que irnos, pues este frío tan intenso no es normal. Y, que, lo único que vamos a coger es una buena galipandia. Ellas, no sé. Pero, yo, desde luego que sí, pues, ya empiezo a sentir una especie de catarro acompañado de un dolorcillo sospechoso de garganta y el escozor típico de ojos. Al final, vamos a tener una despedida triunfal en este viaje.

Como si me leyera el pensamiento Antonia nos dice que le parece que ha cogido un trancazo. Y, tocándose la frente, dice que le parece que tiene fiebre. Carmen y Laura se rien cuando la oyen quejarse. Bueno, he de decir una cosa acerca de mi hermana, es un pelín hipocondríaca, cuando se encuentra un poco indispuesta, siempre dice que tiene fiebre y, esto es motivo de risa entre mis padres, porque lo primero que hace es ponerse el termómetro. Me extraña que no lo haya incluido en nuestras bolsas de viaje

Agotadas con tanta subida y bajada y un poco acatarradas nos dirigimos hacia el parking en busca del coche. Observamos que, durante nuestra visita al castillo la afluencia de gente ha aumentado considerablemente, haciendo un poco difícil la salida del recinto de la ciudadela. Esperamos no tener problemas con las retenciones. Una vez, abandonado el camino de acceso a la fortaleza, no sin problemas, emprendemos nuestra ruta hacia la siguiente parada de nuestro itinerario particular: El Castillo de Peyrepertuse, la estrella de este viaje.

Nos ponemos en camino en busca de este castillo que ha sido lo más deseado de este viaje. Y, por primera vez, en mi vida, no veo a mi alrededor más que viñas y más viñas, interminables extensiones de viñedos y montañas peladas, llenas de arbusto bajo y perros, sin dueño, solitarios y desastrados luchando titánicamente contra una tramontana implacable que casi nos arranca de la carretera con su fuerza.

Escalamos con el coche por un polvoriento camino de montaña estrecho, resbaladizo y muy tortuoso que nos llevará hasta el pie de la ciudadela.

El Castillo de Peyrepertuse se encuentra a salto de mata del de Queribús, considerado como uno de los más bellos de la zona. Se alza sobre una cresta calcárea a 796 metros en la cota más alta con precipicios de hasta 80 metros, en fin, es algo espectacular. Esta impresionante fortaleza militar se halla mimetizada con el accidentado risco sobre el que se levanta y puede pasar desapercibida, si no se conoce su existencia.

Dejamos el coche en el parking, muy escaso y pequeño, pero atestado de coches, dada la gran afluencia de público. Carmen tiene que hacer un gran alarde a la hora de encajar su coche en un sitio imposible, y, cuando, lo consigue, casi se pone a darse besos. Carmen está muy contenta con su coche y en un momento nos comenta que se ha portado muy bien, que ha aguantado como un jabato estos cinco días de viaje, a pesar de la paliza que le hemos dado.

Antonia, cuando tiene ocasión y Carmen no la oye, me dice con sorna: -" Pues no que dice que su coche aguanta, con el tufillo que hace a quemado cuando sube las cuestas"-

La verdad es que el coche huele a quemado en las cuestas, pero a mí eso no me hace ninguna gracia, porque ya me veo por ahí tirada, cargada con el equipaje donde cristo perdió el gorro y me angustia. En fin, confío en nuestra suerte y creo que el coche aguantará hasta el final.

Nos dirigimos a pie por una pequeña pista boscosa de montaña sin asfaltar; pero, en buen estado de conservación, que pasa por un collado de la vertiente Norte. Vamos dándole la vuelta a la montaña, pues la entrada se encuentra en la parte de atrás. Sacamos los frutos secos de nuestra mochila y vamos comiendo, mientras subimos por la pendiente de la montaña.

De vez en cuando nos detenemos a contemplar el cielo tan radiante, sin duda, despejado de nubes por la acción de la tramontana, y tenemos la suerte de ver a gente practicando parapente encima de las ruinas del castillo. Curioso, y, a la vez, extraño contraste entre el pasado y el presente.

Tardamos unos 30 minutos en llegar a la entrada del castillo. Vemos que se compone de tres partes distintas una en el recinto inferior, creo que es la más primitiva y que corresponde, en general, al siglo XII, con alguna edificación del siglo XI (Según dice el folleto adjunto a la entrada).

Es de forma triangular protegido el lado Norte por una muralla con troneras de unos 120 metros de largo, tiene dos torres semicirculares y conserva casi entero el camino de ronda, la puerta es un arco apuntado, queda en el extremo Oeste. Este muro acaba en el Este en una torre triangular y continua una parte por el lado Sur que se asoma al precipicio de la roca sobre la que está sustentado.

En el ala Oeste se encuentran dos construcciones separadas por un patio, la Iglesia de Santa Maria, consagrada en el 115, y en la otra una dependencia en dos niveles que acaba en una torre semicircular con troneras.

Detrás de la Iglesia, encontramos un cuerpo del edificio compuesto de letrinas, vertedero y poterna. Es un pequeño habitáculo que sobresalte del conjunto del edificio y que posee un agujero, en el suelo, abierto al vacío.

Estamos muy intrigadas por la funcionalidad de la curiosa construcción; pero, el folleto dice que era utilizado para lanzar por él todos los excrementos y desperdicios fecales.

Bonita manera de quitarse el problema de encima, tirarlos al vacío. ¿Avisarían antes ?. Suponemos que sí.

En el ala Sudoeste, junto al precipicio, existe una torre circular, con una cisterna en la base que, según el folleto data del siglo XI.

A continuación de este núcleo comienza el recinto mediano, totalmente amurallado, muy amplio, con una explanada que posee en el centro una construcción poligonal con troneras y, más al Norte, elevado, dominando el conjunto se encuentra el castillo de Sant Jordi, del siglo XIII con una muralla de torre semicircular y la puerta con vestigios de otras edificaciones como la cisterna, la capilla, de la que sólo queda la pared Oeste con el arco. Las dimensiones del castillo según el folleto son: El largo total del conjunto, dirección Este-Oeste, es de unos 300 metros y la anchura máxima se acerca a los 70 metros.

Siguiendo un camino de ronda bastante tortuoso que une los dos recintos, encontramos al otro lado de la explanada que separa los dos castillos, una escalera tallada en la roca cuya barandilla es de hierro y que mandó construir San Louis. Subimos con mucha precaución por ella, pues las consignas de seguridad son constantes.

Este San Louis al que hace referencia la escalinata anterior, se trata del primogénito de Blanca de Castilla, considerada "La Dama de hierro de la Francia Medieval" era la nieta de Leonor de Aquitania, una reina muy adelantada a su tiempo y completamente desinhibida que no dudó en divorciarse de su marido. Esta reina cuando era anciana se encargaba ella personalmente de concertar los casamientos de todos sus hijos. Por eso mismo, se trasladó desde Francia hasta Palencia, con la supuesta intención de conocer a sus nietos y sobrinos, pero, retornó a Francia con una niña de 12 años, de la mano, que, con el tiempo se acabaría convirtiendo en Blanca de Castilla. La elección de Leonor, comentan las crónicas ofiales, se debió a que no sabía pronunciar el nombre de Doña Urraca, que, en principio era la mayor y, posiblemente, la que habría elegido para su hijo. Pero, las razones eran otras muy distintas, según las crónicas oficiosas, ya que corrían rumores de que Doña Urraca padecía una supuesta ninfomanía y, además, mantenía una relación incestuosa con un hermano.

Blanca de Castilla se quedó viuda muy joven y tuvo que gobernar durante nueve años como regente en un país que no veía con buenos ojos ser gobernado por una mujer, y, para colmo, extranjera, pero inteligente como era y con capacidad de mando, humildad y gran solidaridad social, logró imponerse al clero y a la ambiciosa nobleza.

Esta reina fue capaz de desbaratar un "golpe de estado" por parte de la nobleza poniéndose personalmente y luchando al frente de sus tropas, nada tenía que envidiar a su abuela Leonor que no dudó en participar en las cruzadas, aunque las malas lenguas dicen que lo que buscaba era casar a su hijo Ricardo Corazón de León, que como todo el mundo sabe era homosexual y éste utilizaba, dicen, las cruzadas como pretexto para huir de las prometidas que su madre se empeñaba en buscarle.

NOSOTRAS Y LOS FANTASMAS DEL PAÍS CÁTARO VI

Un silencio opresivo plagado de negros presagios se cierne sobre nuestras cabezas, y las bocas mantienen un obstinado mutismo fruto de los dramáticos hechos que acabamos de presenciar, ya que somos incapaces de asimilar esta barbarie sin límites. Intuimos que algo de tal magnitud no puede quedar impune. Cavilamos sobre la razón que ha venido a enturbiar un día tan lleno de experiencias alegres y enriquecedoras, y no encontramos respuesta, pero a veces la vida presenta estas extrañas paradojas.

El regreso a nuestro hotel se convierte en un auténtico descenso hasta los infiernos; pero nosotras no vamos, precisamente, en busca de nuestro amado, aunque no es por falta de ganas, sino de la habitación del hotel.

Sentimos un ramalazo de miedo, cuando los faros del coche iluminan la bruma que emerge de las aguas del Canal y los haces de luz la convierten en misteriosos jirones de niebla que parecen abalanzarse contra nuestro coche.

Somos conscientes más que nunca de que nos encontramos en una carretera solitaria, no frecuentada por muchos coches, éstos indican su presencia en la lejanía con un punto de luz que va aumentando conforme se va aproximando y, constituyen la única señal de vida de esta carretera desierta.

Tratamos de visualizar en el interior de los vehículos a sus ocupantes, pero somos incapaces de distinguir sus rostros. Se diría que estos vehículos circulan solos.

La oscuridad nocturna convierte los ambientes luminosos del día en sombras siniestras que a pie de carretera se vuelven amenazantes y poderosas. Me siento entre tinieblas y el miedo hace su aparición, un terror instintivo e irracional ante lo desconocido. En situaciones así, es fácil confundir una señal de tráfico, que se haya a pie de carretera, con una figura fantasmagórica, e, inclusive, llegar a verla en medio del asfalto.

Creo ver entre la niebla la figura desdibujada de un caballo blanco, imponente en su envergadura, en medio de la calzada, pero sólo es un espejismo, porque se disuelve conforme nos vamos acercando.

Quizás, después de todo, sea cierta la leyenda del Caballero de Bezú, que cuando se tuvo que ir a las Cruzadas, decidió abandonar a su precioso caballo blanco, porque ya estaba viejo, por otro negro, tras prometerle que si se quedaba por la zona, volvería a buscarlo. Y, cuenta la voz popular, que tanto esperó este animal a su dueño, que su alma se volvió inmortal y en las noches de niebla se le ve rondar por estos lugares y se comenta que su presencia fantasmal ha causado accidentes en esta carretera.

Hemos cogido el desvío que conduce a nuestro alojamiento, no ha sido nada difícil a pesar de la niebla. Circulamos unos 800 metros, y, ya, divisamos la figura inconfundible de nuestro hotel, buscamos una plaza libre en el aparcamiento, dejamos el coche y tras despedirnos nos dirigimos a nuestras respectivas habitaciones.



4º DÍA: VIAJE AL CENTRO DE LA TIERRA Y A LOS CASTILLOS DE LASTOURS.



En el día que empieza hemos decidido conocer un poco el interior de esta tierra, por su misterio e inaccesibilidad. Adentrarnos en su laberíntico interior de galerías subterráneas, en las que se puede hallar el camino que lleva hasta el centro de la tierra, siempre ha sido un estímulo para nuestra imaginación y fantasía. Y, como narran las leyendas populares, parecen la antesala del infierno y morada del diablo y los fantasmas.

Dedicarles una jornada a su exploración supone una verdadera aventura no exenta de peligros y nada aconsejable a las personas que sufren claustrofobia como es el caso de Carmen, pero la curiosidad y el interés que tiene en verlas supera sus fobias. Ya veremos que sucede…

Nos proponemos conocer la Gruta de Limousis y el Abismo gigante de Cabrespine, situados ambos en la Montaña Negra a unos 20 km de la ciudad de Carcasona.

La Montaña Negra constituye el último bastión sudoeste del macizo central y es un admirable mirador que alcanza hasta las crestas de los Pirineos. Se encuentra en el límite de la zona de influencia del Atlántico y el Mediterráneo, allá donde las nubes procedentes del mar se deshacen para nutrir los inmensos bosques que le han dado su nombre. Es un país de contrastes: la calcárea y el esquisto, los bellos bosques de hayas y las sombras de arboledas resinosas, los castaños y las garrigas soleadas. Hacia la vertiente sur, es el dominio de las ciudades mediterráneas.

El hombre ha tratado de imponer su dominio en esta naturaleza hostil, por todas partes, tratando de dominar el agua que transcurre en arroyos cristalinos y la que se despeña en las cascadas, la que discurre en forma de torrenteras por infinidad de valles.

En el siglo XVII, una parte de los arroyos captados de la montaña, tenían permiso para alimentar el Canal del Midi.

Multitud de molinos y fábricas con sus altas chimeneas de ladrillo rojo donde se genera una intensa actividad industrial. Desde el curtido de las pieles que le han dado reputación internacional a poblaciones tan interesantes como a Mazamet y el Valle de Thoré.

En un principio, la carretera que nos lleva hasta las Grutas es de escasa belleza, una vía estrecha, sin arcén, sin más interés que el de unos árboles dispersos a lo largo de la carretera.

A medida que nos adentramos en la Montaña Negra el paisaje cambia radicalmente comienzan a aparecer arbustos bajos, dándole al paisaje una apariencia más verde. Monte bajo donde ha florecido el tomillo silvestre, creando un manto cárdeno que cubre una campiña perfumada por la madreselva.

Seguimos las señales que vemos a pie de carretera y que marcan la ruta hacia las Grutas. Tomamos un desvío que nos conduce a una ruta de montaña más accidentada, e iniciamos el ascenso con mucha precaución, pues la vía es muy estrecha y la pendiente considerable, donde comienza a florecer la retama, y yo llevo los dedos cruzados esperanzada en que no nos encontremos con otro vehículo de frente.

Al salir de una curva del camino, llegamos con el coche a una zona donde se encuentra la famosa Gruta de Limousis que dispone de una amplia zona de aparcamiento, buscamos una plaza libre para dejar el coche, mientras dure la visita.

Mareadas por la gran cantidad curvas, encaminamos nuestros pasos hacia la oficina de recepción a comprar las entradas. La encargada que no las facilita nos indica que el próximo turno para visitar la grutas será a las 10 y media de la mañana.

Mientras esperamos que llegue la hora, vamos viendo los libros, postales, objetos de todo tipo que se exponen a la venta en el local. Pensamos hacer fotos de la gruta, pero por si no salen, que será lo más normal, ya que hacer fotos de un sitio así tiene su miga, hemos comprado algunas postales, para tener un recuerdo del lugar.

Cuando salimos de la oficina-tienda, observamos que ha venido mucha gente y se ha ido formando un grupo muy numeroso en la entrada, deducimos que todos pertenecen a nuestro turno.

Finalmente, aparece el guía que nos reúne y con su comitiva se dirige al sendero pedregoso y empinado que nos llevará hasta los dominios de la cueva.

Es un camino interior de montaña, por lo que no se puede disfrutar de ninguna panorámica de los alrededores, árboles y arbustos crecen a los lados del camino.

Cuando llegamos al linde de la cueva el guía ya inicia su explicación, en francés, y nosotras conectamos nuestra grabadora, para no perder ni un detalle.

Contemplo a Carmen, pues me preocupa que pueda tener una crisis en el interior, su semblante no refleja en ningún momento angustia, es más, yo diría que la veo hasta tranquila. ¿Será que la procesión va por dentro?.

La cueva de Limousis fue excavada por un río subterráneo que reaparece en el exterior a través de una fuente, en la ribera del río Orbiel, cerca de los castillos de Lastours. La cueva tiene una extensión de aproximadamente unos 500 metros y se visita en un paseo que dura aproximadamente una hora.

Ya nos encontramos en el interior de la cueva y el guía comenta que fue habitada por el hombre prehistórico, ya que recientes excavaciones han permitido encontrar pedernales tallados y gran variedad de cerámicas. Algunas se exhiben en la oficina de recepción.

Iniciamos el recorrido accediendo una sala de enormes dimensiones, de unos 100 metros de largo. En el lugar abundan muchas formaciones de estalagmitas y estalactitas, carámbanos de calcita y columnas estalagmíticas. Observamos que del techo cuelgan unas bellísimas formas de estalactitas muy espectaculares que imitan la escarcha.

Hacia el año 1830, unos picapedreros italianos explotaron una parte de las concreciones de la sala para venderla como piedras ornamentales. Por otro lado, el guía nos va mostrando los zarpazos de osos, animal que ya vivía por la zona hace más de diez mil años.

Nos rezagamos un poco para hacer las fotos y no somos las únicas; ya que, más de uno en el grupo hace lo mismo.

Salimos de esta sala y accedemos, a través de una especie de galería natural, a un lago natural en el que se reflejan unas impresionantes columnatas de estalagmitas de gran variedad de colores ambarinos que junto a la iluminación crea unos efectos ópticos bellísimos.

Mientras tanto, se hace perceptible el constante gimoteo de una niñita que va con sus padres, es evidente que tiene un miedo terrible en el cuerpo.

El padre que debe de presentir el inevitable estallido de la crisis de terror de la chiquilla, la toma en brazos.

Antonia que también se ha dado cuenta del gimoteo de la niña me dice: – "Esa niña tiene miedo, va a montar un numerito de un momento a otro"-

-"Mientras no lo monte Carmen"- Comento mientras señalo con la mirada a Carmen, que aunque no gimotea como la niña, por la cara que tiene, no tardará mucho.

Seguimos caminando y llegamos a la primera barrera y alucinamos en este lugar de belleza increíble ya que toda la galería queda casi oculta por la inmensa cantidad de concreciones de calcita de color ámbar que cuelgan del techo. Por eso, solamente, se puede atravesar esta barrera por un paso estrecho junto a la pared.

¡Carmen resiste esta experiencia como una jabata!.

Cuando llegamos a la Sala del Trono vemos que se encuentra bien abastecida de estalactitas y estalagmitas. Tiene forma de Trono porque las concreciones fueron recortadas para que pudieran tener la forma de trono de iglesia. En el suelo se abre una inmensa grieta de unos 40 metros que se comunica con el río subterráneo.

Nos acercamos todo el grupo a la zona del Lago Verde, éste ocupa la parte baja de la galería y forma un gran plano de agua de color verde translúcido. Aquí existe agua todo el año, aunque en el exterior, durante el verano, el clima sea muy seco.

Más allá del Lago, llegamos a la segunda barrera que cierra nuevamente y casi totalmente la galería.

Nuevamente nos apartamos del grupo para hacer las fotos del Lago Verde y contemplamos, no demasiado lejos de nosotros, al padre con su niña en brazos que todavía sigue gimoteando, aunque menos, ya que se nos ha quedado mirando y tengo la sensación de que se queda con ganas de preguntar.

Tenemos nuestras dudas de que salgan bien debido a la escasa iluminación del lugar. Una vez hemos hecho las fotos tenemos que correr un poco, pues no contábamos con que las luces se van apagando conforme el grupo va avanzando y casi nos quedamos a oscuras, no quiero pensar en la reacción de Carmen si se queda a oscuras.

Curiosamente hemos llegado hasta el Salón del Baile que corresponde a un ensanchamiento de la galería, el suelo de la misma es llano y horizontal y permitía a los ciudadanos de Limousis utilizarlo antiguamente como Salón de Baile. Una tercera barrera de concreciones limita esta sala.

Finalmente, llegamos al Gran Lago, éste ocupa unos 50 metros en la galería.

Pasamos por una pasarela mientras la guía comenta que el nivel del Lago depende de las lluvias y las líneas de concreciones horizontales están marcadas en la pared. Durante el verano el Lago se suele secar. Por encima del Lago aparecen en las paredes unos ramilletes de cristales de aragonita magníficos. Estos cristales de largo muy variado, crecen por todo alrededor y en todas direcciones sin que la gravedad influya. El guía sigue explicando que esta clase de concreciones no se acostumbra a encontrar en las cuevas pero, contrariamente, aquí abunda. Detrás del Lago existen unas pequeñas salas, donde se puede ver otro tipo de concreciones en forma de disco con un lado plano prolongado por una estalactita en forma de vano.

Penetramos en una sala que se llama La Sala de la Araña. La variedad y la abundancia de concreciones de todo tipo, así como su disposición, forman un paisaje subterráneo de una armonía excepcional.

Por eso, hay colocadas unas luces para poder resaltar el relieve de un extraordinario macizo de concreciones: la famosa Araña de Aragonita, la estrella de la Gruta de Limousis. Es un gigantesco conjunto resultante del agrupamiento de grandes cristales de aragonita, muy blancos.

Nos tomamos nuestro tiempo para hacer la foto, pues Antonia comenta que hay mucho contraste de luz: por un lado, encontramos la brillantez de los cristales de aragonita, y, del otro, la mortecina luz ambiental, constituyen un problema a la hora de hacer las mediciones con la cámara réflex. Antonia derrocha paciencia y minuciosidad a la hora de hacer las fotos y por eso siempre le suelen salir bien.

Después de visitar la Araña, efectuamos el retorno hacia el exterior por el mismo camino. Durante este recorrido, más rápido, otras luces bien dispuestas nos permiten ver nuevamente todos los paisaje precedentes, pero bajo otro aspecto.

Llegamos a la Sala Mayor, que ahora encontramos más preciosa ya que nuestros ojos se han acostumbrado a la oscuridad. Y, esto indica el final de la visita.

Una vez fuera de la cueva, observamos que el tiempo ha cambiado notablemente, el cielo se ha cubierto de negros nubarrones que anuncian una lluvia segura y la temperatura ha bajado un poco. Decidimos salir de aquí lo antes posible para que no nos alcance la tormenta entre las montañas, pues nos atemoriza un poco.

Cuando pasamos entre los otros coches aparcados nos encontramos con la familia y la niña pequeña que lloraba en el interior de la cueva.

Tendida sobre el capó del coche la madre le está cambiando los pañales ya que se le han aflojado los esfínteres a causa del miedo, cuando nos cruzamos con ellos la madre y la niña nos dirigen una mirada y nos sonríen.

Nos sorprenden las primeras gotas de agua cuando vamos bajando por la montaña, es un chubasco que va acompañado de truenos y relámpagos. Carmen circula con precaución, pues una cortina de agua se abalanza contra el parabrisas del coche impidiendo la visión completamente. Conecta el limpiaparabrisas, pero no sirve de nada.

Cuando por fin salimos de las montañas parece que la lluvia ha remitido un poco, instalándose la normalidad. Y, aunque la carretera se encuentra muy mal a causa de la lluvia torrencial continuamos con el viaje, sentadas a bordo del Megane de Carmen, mientras ésta tiene grandes problemas en abrirse paso sobre la encharcada carretera. El cielo todavía se mantiene plomizo y lleno de grisáceas nubes amorfas que se desplazan raudas en pos del viento.

Comentamos entre nosotras que antes de visitar el Abismo de Cabrespine, deberíamos comer. Buscaremos un pueblecito de los alrededores de la cueva. Con esta idea en la cabeza nos adentramos en otra pista de montaña en muy buenas condiciones. Después de bastantes km de carretera nos damos cuenta de que en las cercanías de la cueva no existe ningún pueblo, por lo que nos vamos adentrando más y más en la Montaña Negra.

Llegamos a un grupo de varias casas y pensamos en buscar una tienda o un supermercado e improvisar una comida campestre, en este caso, un poco pasada por agua.

Laura y yo nos apeamos del coche y nos acercamos a un robusto francés de rosadas mejillas, con ese olor tan peculiar del campo que a mí tanto me gusta, y unos grandes mostachos, camina en compañía de su perro, un pastor alemán muy retozón. Le preguntamos, si en la zona existe alguna tienda de comestibles abierta. A pesar de que estamos en la Cataluña francesa, hemos dado con una persona que no habla catalán y donde no llegan las palabras, llegan los gestos. Utilizamos el lenguaje de las manos para entendernos con este buen hombre, como si fuésemos sordomudas, y, logramos nuestro propósito, ya que nos dice que no hay tiendas; pero sí un albergue de montaña, a unos 4 km, en el que se dan comidas a precios económicos.

De todo lo que nos ha dicho este buen hombre lo que más gracia nos ha hecho es lo de "comidas a precios económicos", por si no se nota, somos un pelín tacañas. Éste es un defecto que se hace presente conforme se va cumpliendo años. Aunque nadie lo confiese abiertamente…

Cuando llegamos al albergue vemos que es un lugar muy alegre y pintoresco, posee unos graciosos dibujos en la fachada y un nombre muy peculiar: "Los tres pequeños cerditos". Por supuesto, he obligado a mi hermana a que haga una foto de la fachada.

Sin pensarlo dos veces, aparcamos el coche y nos metemos en el local. Nos recibe un hombre de mediana edad, muy interesante, con la sienes plateadas y de muy agradable trato. Nos dice que le sigamos hasta una mesa, donde nos acomodamos y esperamos con verdadero apetito nuestra comida.

Antes de comer, el hombre se acerca portando consigo un diccionario de comidas reducido, de gran utilidad para nosotras. ¡Qué pena que ya se acabe el viaje!. En él se detallan las principales especialidades y expresiones de la gastronomía francesa.

Después de la suculenta comida damos un pequeño paseo por el entorno del albergue. A lo lejos, se divisa un pequeño cementerio local, situado en una pequeña colina, donde se van escalonando sucesivamente las distintas tumbas, siendo la entrada libre, nos aventuramos en su interior y paseamos entre las enmohecidas lápidas, algunas inclinadas hacia un lado y con la tierra levantada por el paso del tiempo. Nuevamente obligo a mi hermana a que haga una foto del cementerio. Mi hermana rehúsa, pero resulto muy convincente cuando le digo: -" Anda que estas tumbas no se encuentran en España, pues es, de todos, conocido su costumbre de enterrar en columbarios. Fuerza un poco la sensibilidad, a ver si consigues captar algún fantasma"- Antonia se queja, no le hace mucha gracia. Pero, al final, cede y me obedece.

La carretera que sirve de acceso a la Gruta Gigante de Cabrespine es una pista de montaña, asfaltada, y, en bastante buen estado, con una fuerte pendiente no exenta de peligro, cuyo límite final se encuentra en la gran explanada que da acceso a la cueva. El lugar se halla provisto de una amplia zona de estacionamiento, que en este momento está casi repleto, a rebosar.

Tratamos de localizar una plaza para aparcar el coche y después de buscar durante un rato, conseguimos una, ¡por fin!.

La panorámica que se disfruta desde el mirador es de una belleza excepcional. Contemplamos ante nuestros ojos, inmensos bosques de frondosa vegetación con el tono de color que da nombre a esta montaña tan famosa.

Sugestionadas por la belleza del lugar no podemos resistir la tentación de hacer una foto del paisaje.

Una caseta que sirve de recepción acoge en su interior la taquilla, y un pequeño bar, donde nos sentamos a tomar un refresco mientras esperamos nuestro turno.

A diferencia de la gruta de Limousis donde la entrada era minúscula, en la de Cabrespine es enorme y está excavada en la roca. Tiene abundantes filtraciones de agua. Éstas son más considerables cuando atravesamos un largo pasillo, sumido en la más absoluta oscuridad. Es una auténtica lluvia lo que nos cae encima; pero, ya se sabe, palos con gusto, no duelen.

Cuando penetramos en la gruta, el espectáculo que descubrimos no tiene igual: es un abismo inmenso, donde cabría, sin lugar a dudas, toda la Catedral de Barcelona. La iluminación ambiental ha creado un efecto fantasmagórico que arrebata nuestra imaginación.

La cueva es una inmensa galería que tiene en el centro un abismo gigante. Dispone de un camino que rodea toda la sima y que posee una barandilla para evitar posibles accidentes fatales.

Llegamos hasta el Balcón del Diablo y desde aquí se puede apreciar toda la profundidad del gran agujero que posee unos 250 metros.

Del techo penden carámbanos petrificados, estalactitas y del suelo brotan prominencias semejantes a las anteriores, las estalagmitas. En algunos lugares han llegado a juntarse ambas, formando columnas que en algunos casos han adoptado curiosas formas.

Otra de las Salas que visitamos es la llamada "Sala roja" debido al color que poseen las concreciones.

Y, finalmente, encontramos la llamada "7º Cielo", alusión, creo, muy merecida. Existen muchas concreciones de calcita: estalactitas, estalagmitas, carámbanos petrificados y columnas estalagmíticas excavadas por el agua.

Han colocado de manera especial unas luces que ponen en relieve el extraordinario conjunto de concreciones geológicas.

Buscamos las soledad de la cueva para hacer unas cuantas fotos y tener plasmado en imágenes la belleza de su interior.

Ya fuera de la Gruta, comentamos entre nosotras que, aunque esta cueva es una maravilla de la geología y nos ha impactado en gran manera, nos ha defraudado un poco no poder explorar a fondo el gran Abismo y perdernos en lo que nosotras intuimos debe de ser un viaje hacia el centro de la tierra, como ocurría en la célebre novela de Julio Verne.

El guía turístico nos comenta que se podía recorrer, pero que el itinerario no revestía seguridad, fallaba el alumbrado y no tenían controlado las constantes filtraciones de agua, pero que en un futuro no muy lejano, en un plazo de uno a dos años, la visita a la cueva se completaría con la exploración del Gran Abismo. Por supuesto, queda dicho, dentro de dos años volveremos a Cabrespine.

De nuevo en el coche, regresamos al hotel, pero antes haremos una visita al conjunto monumental de Lastours, comprende cuatro castillos llamados: Cabaret, Tour Regine, Surdespine y Quertinheux. Están situados entre Conques d´orbiel y Mas Cabardès, dominando los valles del Orbiel y el Grésilhou.

Se edificaron entre los siglo XI y XIII, hasta la revolución del "cerrojo de cabardès".

Llegamos al pueblo de Lastours, después de pasar por un pequeño desfiladero. La carretera nos lleva hasta el pueblo y buscamos aparcamiento, el único que hay en el pequeño pueblo. Éste se encuentra junto al río. Una vez dejamos el coche nos dirigimos al edificio que sirve de entrada a los célebres castillos de Lastours, caminando por el arcén de la carretera.

Desde donde nos encontramos ya empezamos a vislumbrar el primero de los castillos allá en lo alto y nos preguntamos, si será tan inaccesible como nos parece desde aquí abajo, intuimos que debe de ser Cabaret.

Como hemos dicho, nos encaminamos al edificio que sirve de entrada, esperanzadas, pues lo vemos tan grande que esperamos encontrar algún acceso que facilite la subida, como un ascensor o un funicular; pues el cansancio está haciendo mella en nosotras, después del día tan movido que hemos llevado, pero nuestro gozo en un pozo, resulta que ni ascensor, ni funicular, ni nada, hay que subir a pie.

Es un local de enormes dimensiones integrado en su mayor parte por una tienda de recuerdos, una cafetería y la taquilla, en el tramo final, se levanta una pronunciada rampa.

Antes de iniciar la subida vamos al aseo, porque la necesidad fisiológica apremia.

Después, con las entradas ya en la mano, nos armamos de valor y enfilamos la rampa rumbo a nuestro nuevo encuentro con los fantasmas del País Cátaro. Terminada ésta, nos encontramos con un pequeño puente que atraviesa la carretera, precedido por un tramo de escalones. Y, ya nos encontramos en el sendero pedestre que nos llevará hasta los castillos. Al principio nos cuesta un poco, debido al cansancio, pero lo olvidamos al contemplar la belleza que se abre ante nuestros ojos. Son las horas del crepúsculo y la luz de la tarde confiere un tono anaranjado al cielo, que su mera contemplación arrebata los sentidos y el alma. El sonido del viento, que silba por entre las rocas del estrecho sendero, hace que la ascensión sea más misteriosa. Ante nuestros ojos se abre un panorama maravilloso, pues las montañas de los alrededores crean una belleza excepcional. El camino, debido a su estrechez, nos hace ir avanzando con premura, ya que un descuido nos haría caer rodando por la montaña.

Al salir de una curva del sendero, vemos una cueva de grandes dimensiones en medio del camino. Desde donde nos encontramos se divisa una imponente bóveda en su interior. Con evidentes signos de derrumbamientos recientes, algunas rocas se han desprendido del techo dando la sensación de que la salida ha quedado obstruida y que su paso será un tanto dificultoso. Pero no, al acercarnos, vemos la salida al otro lado, no muy lejos de la entrada. Cuando nos introducimos, quedamos sobrecogidas por algo misterioso que allí se percibe y que te traspasa. Tras echar un vistazo, descubrimos una especie de nicho oscuro a ras de suelo, pero que tiene unas rejas de rara utilidad.

Carmen que también es una fanática de lo paranormal dice medio en broma, medio en serio, tan morbosa como siempre, que allí se respira algo raro. Al preguntarle, qué es ese "algo raro", nos responde que allí ha debido de morir alguien, pues su presencia se nota en el aire de la cueva. Creo que la intención de Carmen, en un principio, ha sido la de bromear un poco para quitar tensión a la visita pues empezamos a ser conscientes de nuestra soledad en un paraje que empieza a mostrarse inquietante.

Pero su broma ha sido una equivocación, pues, con sus palabras provoca que nos quedemos envaradas y mudas por el terror. Y, es justamente, en ese momento, cuando se deja sentir un ruido, seguramente, provocado por el viento, lo que desencadena una reacción inesperada al caer en la cuenta de que nos encontramos solas en este lugar. Y, ni el cansancio, ni nada, huimos del lugar como alma que se lleva el diablo, ya que el miedo parece que da alas. En nuestra loca carrera tropiezo con una piedra del camino y me estrello contra el suelo, me caigo todo la larga que soy y me lastimo las rodillas y las manos, Antonia y mis amigas, al verme en el suelo se me acercan muy serias ya que se piensan que me he desgraciado. Pero la sangre no llega al río, tan sólo unos rasguños en la rodilla y un tobillo que duele como un demonio, cuando me ayudan a levantarme, cosa bastante difícil para ellas, porque estoy un poco entrada en carnes, la risa que me entra es incontenible, una risa tonta, una risa nerviosa fruto del que sabe que ha hecho un ridículo bochornoso. Pero, ellas son buenas, no se han reído en ningún momento. Trato de seguir con la visita, pero el tobillo me molesta y me veo obligada a cojear un poco. Pienso con alivio, ¡menos mal que no me ha visto nadie!…

Cuando nos encontramos a una distancia prudencial, nos paramos a recuperar el aliento y aprovechamos para leer el folleto que nos han facilitado con la entrada y, mira por donde, en un apartado que se habla de la cueva, se menciona que allí se encontraron restos humanos de la prehistoria. Mi hermana y yo nos miramos asombradas y Carmen deja escapar una risilla de circunstancias perpleja ante lo que le ha pasado. Comentamos entre nosotras que lo que hemos sentido en la cueva ha sido fruto de la sugestión ante la magia y el misterio que desprendía el lugar.

Ya, más tranquilas y relajadas, llegamos a los dominios del primer castillo, desde nuestra situación comprobamos nuestra insignificancia ante estos cuatro castillos que se erigen en gigantescos centinelas, su estado ruinoso nos habla de la ejemplar resistencia que opusieron a las tropas de Simón de Montfort, imponente caballero cruzado, cruel y despiadado que se convirtió en el principal azote de los cátaros en la cruzada albigense. Éste intentó, sin resultado, ampararse en Lastours que albergaba una comunidad de cátaros protegidos por Pierre Roger de Cabaret.

Este último opuso una enconada resistencia a Montfort, quien, para desalentar a su oponente, tuvo una idea muy macabra: escogió un grupo de prisioneros y mandó cortarles las orejas, los labios y la nariz, y arrancarles los ojos. Sólo le dejó un ojo al primero para que pudiera guiar a sus compañeros y dirigió a este ejército de desgraciados al pie de las murallas de los castillos. Pero este hecho no afectó a la determinación de Pierre Roger de Cabaret; aunque, finalmente, se rendiría, tras la caída del Castillo de Termes.

Siguiendo el camino de ronda que discurre entre los castillos, los vamos viendo uno por uno, contemplando sus interiores y asomándonos a los huecos que en otro tiempo fueron ventanas. El estado en el que se encuentran estos castillos provoca una gran desolación. El que más construcciones conserva es Cabaret, con su torreón, que ha pesar de sus muros carcomidos por el tiempo aún no ha perdido el gran poder defensivo que en algún momento de su historia poseyó y sus murallas aún conservan las almenas en la cruel lucha librada contra el tiempo.

La disposición en la que se encuentran estas cuatro ciudadelas es muy curiosa, firmemente asentados sobre unos picos rocosos en los cuales se ignora donde empieza la piedra y termina la obra de fábrica con que construyeron estas fortalezas defensivas tan impresionantes. Su distribución tan estratégica ha dado lugar a muchas leyendas en las que se habla de profundas grutas subterráneas y pasadizos secretos que unían estos cuatro castillos con la cercana Carcasona, e, incluso, se habla de que cuando fue asediada en el 1209 los habitantes de esta ciudad huyeron a través de un túnel subterráneo buscando el amparo de las fortalezas de Lastours.

Avanzamos con precaución, pues parece que el viento quiere coger más fuerza y expulsarnos del lugar. Está oscureciendo rápidamente y no queremos que se nos haga de noche en un paraje tan espectral, sin más compañía que estas imponentes ruinas.

Llegamos a un punto en que el viento arrecia de tal manera que parece liberarse una fuerza sobrehumana empeñada en arrojarnos violentamente del lugar. Actúa como una barrera infranqueable cuando impacta contra nosotras de frente y casi nos ahoga, nos asfixia y no podemos seguir avanzando, porque no podemos vencer la resistencia del viento y tampoco tenemos mucha confianza en que los restos de estos castillos resistan el ímpetu del viento.

Impresionantes nubarrones aparecen a lo lejos en el horizonte y con la velocidad del viento pronto llegaran a nuestro territorio.

Antes de abandonar el recinto, nos sentamos entre los restos de lo que fueron en algún momento los fuertes muros de alguna estancia del castillo. Pequeños huecos abiertos en la base de los muros permiten adivinar la presencia de galerías y pasadizos subterráneos bajo nuestros pies y provoca escalofríos escuchar el susurro del viento cuando se cuela entre los resquicios de las piedras ya que parecen gritos de almas en pena.

Y, eso es lo que debe de pensar Carmen que muy seria y cavilosa, nos hace callar y nos dice: – "Callad un momento y escuchad"- Nosotras muy obedientes y "cagaditas" de miedo intentamos distinguir "algo" entre los sonidos del viento. Callamos y sólo queda entre nosotras el aullido del viento, después de estar un rato atentas a todos los ruidos comprendemos lo que quiere decir Carmen…

-" Eso no es el viento"- Opina Laura con una inquietud que la hace tartamudear…

-" A mi me parece que eso ha salido de una garganta"- Antonia se limita a expresar en voz alta lo que nos pasa por la cabeza a las cuatro. Por encima del estruendo percibimos otro sonido apenas audible, pero, que escuchamos con toda claridad, es un tenue lamento y con toda seguridad, no está producido por el viento. Llega hasta nuestro oídos como amortiguado por la distancia. Miramos a nuestro alrededor y creemos que debe provenir del subsuelo, justo por debajo de donde nos encontramos.

Pensamos de manera racional y creemos que puede ser alguien que se haya extraviado y esté pidiendo ayuda, porque no encuentra la salida. En muchos de estos castillos se adoptaba una forma de construcción laberíntica que sólo conocía el dueño del castillo, para que en caso de asalto huir sin problemas y librarse del ataque de sus enemigos. Así, que, un turista confiado e ignorante de este tipo de construcción puede extraviarse fácilmente.

Empezamos a descender con celeridad, pues la bajada siempre es más fácil. Queremos llegar al Mirador de Montfernier, pero antes comunicaremos en la taquilla lo de las voces, no vaya a ser que algún turista despistado se haya extraviado entre las ruinas.

Pero, la encargada de la taquilla se mantiene indiferente ante lo que le hemos dicho y no nos ha hecho caso. ¿Será que no nos ha entendido?.

Ya, en el coche, nuevamente, enfilamos una pequeña pista asfaltada, pero bastante irregular y con una pronunciada rampa que nos llevará hasta este precioso mirador desde el que se gozan las vistas más famosas del conjunto monumental de Lastours.

Es un magnifico lugar para realizar una foto panorámica de los cuatro castillos y el juego de luces y sombras que genera la rápida sucesión de los densos nubarrones sobre los muros de estas imponentes fortalezas. Desde este mirador en las cálidas noches de verano se puede presenciar un espectáculo de luz y sonido en los castillos que viene a rematar la belleza del lugar.

Desde la lejanía, contemplo lo que pudo ser en tiempos de la herejía cátara el Templo Solar de la Hermandad, ya que el conjunto de Lastours refleja claramente que los cátaros eran adoradores del sol. Y, éste era el lugar donde se adoctrinaba en la fe cátara.

Extraña que sean, precisamente, cuatro las torres las que integran el conjunto, y tal hecho no es casual ya que simbolizan los cuatro puntos cardinales o la trayectoria que desarrolla la tierra alrededor del sol desde que éste sale o nace por el Este, hasta que se pone o muere por el Oeste, para volver a renacer al día siguiente. Este fenómeno pone en relieve el famoso dualismo que caracteriza a la doctrina cátara.

El culto solar ya viene de muy antiguo, pues se le reverenciaba mediante la celebración de la fiesta y los ritos del solsticio, posteriormente, con la cristianización, han perdurado hasta nuestros días como son la Navidad y la Noche de San Juan.

Los cátaros rendían culto al sol porque le atribuían el origen de todo lo que existe y consideraban que en él se encontraba el principio y el fin de todo lo que existe.

La preeminencia de la piedra en el culto solar es de vital importancia y así lo revela el hecho de que las cuatro torres se levantan sobre picos rocosos. Y, esto era así, porque para los cátaros, para alcanzar la dimensión espiritual era necesario subirse a una piedra, porque ésta era la que aportaba equilibrio entre el individuo y el Universo. Y, esto es así, porque la piedra es símbolo de patria, de arraigo, de fe; pero, también de comunicación y de ofrenda. Es el instrumento religioso más antiguo que hay. Y, en todas las iglesias es condición indispensable que el altar sea de piedra, porque es la residencia del espíritu puro, es el albergue de la luz y es la morada de la divinidad. Así lo entendieron los egipcios cuando construyeron las pirámides. Y, así lo entendió el hombre primitivo cuando construyó Stonehenge, al comprender que en el tránsito del sol por el Universo se encontraba el misterio de Dios. Y, así lo entendió una cátara perteneciente a la nobleza, cuando acabó con la vida de Simón de Montfort al lanzarle una piedra con una catapulta en Toulouse, ahora venerada como la mejor de las reliquias. Como divinidad solar, Jesucristo fue considerado la piedra del Sol o piedra de oro, es decir, la piedra filosofal entendida como elixir de vida que cura la enfermedades y confiere la inmortalidad, por lo tanto los cátaros se convirtieron en alquimistas y Lastours adquirió sus inmensas riquezas de las minas de hierro que habían en sus inmediaciones.

Y, finalmente, el nombre de una de sus torres posee un simbolismo esotérico ya que Fleurespine encierra el significado del sacrificio natural, la autoinmolación, un pacto de sangre entendido como llave para acceder a una realización espiritual superior.

Es la exigencia de un tributo sangriento entendido como pacto entre iguales para poder acceder a la luz transcendental.

Damos por concluida la visita y nos dirigimos a Carcasona, donde cenaremos algo ligero, para poder conciliar el sueño ya que con el día tan lleno de emociones y sorpresas que hemos tenido, será bastante difícil. Pero, también trataremos de solucionar algo que tenemos pendiente desde el primer día de nuestra llegada al País Cátaro…

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