NOSOTRAS Y LOS FANTASMAS DEL PAÍS CÁTARO VI

Un silencio opresivo plagado de negros presagios se cierne sobre nuestras cabezas, y las bocas mantienen un obstinado mutismo fruto de los dramáticos hechos que acabamos de presenciar, ya que somos incapaces de asimilar esta barbarie sin límites. Intuimos que algo de tal magnitud no puede quedar impune. Cavilamos sobre la razón que ha venido a enturbiar un día tan lleno de experiencias alegres y enriquecedoras, y no encontramos respuesta, pero a veces la vida presenta estas extrañas paradojas.

El regreso a nuestro hotel se convierte en un auténtico descenso hasta los infiernos; pero nosotras no vamos, precisamente, en busca de nuestro amado, aunque no es por falta de ganas, sino de la habitación del hotel.

Sentimos un ramalazo de miedo, cuando los faros del coche iluminan la bruma que emerge de las aguas del Canal y los haces de luz la convierten en misteriosos jirones de niebla que parecen abalanzarse contra nuestro coche.

Somos conscientes más que nunca de que nos encontramos en una carretera solitaria, no frecuentada por muchos coches, éstos indican su presencia en la lejanía con un punto de luz que va aumentando conforme se va aproximando y, constituyen la única señal de vida de esta carretera desierta.

Tratamos de visualizar en el interior de los vehículos a sus ocupantes, pero somos incapaces de distinguir sus rostros. Se diría que estos vehículos circulan solos.

La oscuridad nocturna convierte los ambientes luminosos del día en sombras siniestras que a pie de carretera se vuelven amenazantes y poderosas. Me siento entre tinieblas y el miedo hace su aparición, un terror instintivo e irracional ante lo desconocido. En situaciones así, es fácil confundir una señal de tráfico, que se haya a pie de carretera, con una figura fantasmagórica, e, inclusive, llegar a verla en medio del asfalto.

Creo ver entre la niebla la figura desdibujada de un caballo blanco, imponente en su envergadura, en medio de la calzada, pero sólo es un espejismo, porque se disuelve conforme nos vamos acercando.

Quizás, después de todo, sea cierta la leyenda del Caballero de Bezú, que cuando se tuvo que ir a las Cruzadas, decidió abandonar a su precioso caballo blanco, porque ya estaba viejo, por otro negro, tras prometerle que si se quedaba por la zona, volvería a buscarlo. Y, cuenta la voz popular, que tanto esperó este animal a su dueño, que su alma se volvió inmortal y en las noches de niebla se le ve rondar por estos lugares y se comenta que su presencia fantasmal ha causado accidentes en esta carretera.

Hemos cogido el desvío que conduce a nuestro alojamiento, no ha sido nada difícil a pesar de la niebla. Circulamos unos 800 metros, y, ya, divisamos la figura inconfundible de nuestro hotel, buscamos una plaza libre en el aparcamiento, dejamos el coche y tras despedirnos nos dirigimos a nuestras respectivas habitaciones.



4º DÍA: VIAJE AL CENTRO DE LA TIERRA Y A LOS CASTILLOS DE LASTOURS.



En el día que empieza hemos decidido conocer un poco el interior de esta tierra, por su misterio e inaccesibilidad. Adentrarnos en su laberíntico interior de galerías subterráneas, en las que se puede hallar el camino que lleva hasta el centro de la tierra, siempre ha sido un estímulo para nuestra imaginación y fantasía. Y, como narran las leyendas populares, parecen la antesala del infierno y morada del diablo y los fantasmas.

Dedicarles una jornada a su exploración supone una verdadera aventura no exenta de peligros y nada aconsejable a las personas que sufren claustrofobia como es el caso de Carmen, pero la curiosidad y el interés que tiene en verlas supera sus fobias. Ya veremos que sucede…

Nos proponemos conocer la Gruta de Limousis y el Abismo gigante de Cabrespine, situados ambos en la Montaña Negra a unos 20 km de la ciudad de Carcasona.

La Montaña Negra constituye el último bastión sudoeste del macizo central y es un admirable mirador que alcanza hasta las crestas de los Pirineos. Se encuentra en el límite de la zona de influencia del Atlántico y el Mediterráneo, allá donde las nubes procedentes del mar se deshacen para nutrir los inmensos bosques que le han dado su nombre. Es un país de contrastes: la calcárea y el esquisto, los bellos bosques de hayas y las sombras de arboledas resinosas, los castaños y las garrigas soleadas. Hacia la vertiente sur, es el dominio de las ciudades mediterráneas.

El hombre ha tratado de imponer su dominio en esta naturaleza hostil, por todas partes, tratando de dominar el agua que transcurre en arroyos cristalinos y la que se despeña en las cascadas, la que discurre en forma de torrenteras por infinidad de valles.

En el siglo XVII, una parte de los arroyos captados de la montaña, tenían permiso para alimentar el Canal del Midi.

Multitud de molinos y fábricas con sus altas chimeneas de ladrillo rojo donde se genera una intensa actividad industrial. Desde el curtido de las pieles que le han dado reputación internacional a poblaciones tan interesantes como a Mazamet y el Valle de Thoré.

En un principio, la carretera que nos lleva hasta las Grutas es de escasa belleza, una vía estrecha, sin arcén, sin más interés que el de unos árboles dispersos a lo largo de la carretera.

A medida que nos adentramos en la Montaña Negra el paisaje cambia radicalmente comienzan a aparecer arbustos bajos, dándole al paisaje una apariencia más verde. Monte bajo donde ha florecido el tomillo silvestre, creando un manto cárdeno que cubre una campiña perfumada por la madreselva.

Seguimos las señales que vemos a pie de carretera y que marcan la ruta hacia las Grutas. Tomamos un desvío que nos conduce a una ruta de montaña más accidentada, e iniciamos el ascenso con mucha precaución, pues la vía es muy estrecha y la pendiente considerable, donde comienza a florecer la retama, y yo llevo los dedos cruzados esperanzada en que no nos encontremos con otro vehículo de frente.

Al salir de una curva del camino, llegamos con el coche a una zona donde se encuentra la famosa Gruta de Limousis que dispone de una amplia zona de aparcamiento, buscamos una plaza libre para dejar el coche, mientras dure la visita.

Mareadas por la gran cantidad curvas, encaminamos nuestros pasos hacia la oficina de recepción a comprar las entradas. La encargada que no las facilita nos indica que el próximo turno para visitar la grutas será a las 10 y media de la mañana.

Mientras esperamos que llegue la hora, vamos viendo los libros, postales, objetos de todo tipo que se exponen a la venta en el local. Pensamos hacer fotos de la gruta, pero por si no salen, que será lo más normal, ya que hacer fotos de un sitio así tiene su miga, hemos comprado algunas postales, para tener un recuerdo del lugar.

Cuando salimos de la oficina-tienda, observamos que ha venido mucha gente y se ha ido formando un grupo muy numeroso en la entrada, deducimos que todos pertenecen a nuestro turno.

Finalmente, aparece el guía que nos reúne y con su comitiva se dirige al sendero pedregoso y empinado que nos llevará hasta los dominios de la cueva.

Es un camino interior de montaña, por lo que no se puede disfrutar de ninguna panorámica de los alrededores, árboles y arbustos crecen a los lados del camino.

Cuando llegamos al linde de la cueva el guía ya inicia su explicación, en francés, y nosotras conectamos nuestra grabadora, para no perder ni un detalle.

Contemplo a Carmen, pues me preocupa que pueda tener una crisis en el interior, su semblante no refleja en ningún momento angustia, es más, yo diría que la veo hasta tranquila. ¿Será que la procesión va por dentro?.

La cueva de Limousis fue excavada por un río subterráneo que reaparece en el exterior a través de una fuente, en la ribera del río Orbiel, cerca de los castillos de Lastours. La cueva tiene una extensión de aproximadamente unos 500 metros y se visita en un paseo que dura aproximadamente una hora.

Ya nos encontramos en el interior de la cueva y el guía comenta que fue habitada por el hombre prehistórico, ya que recientes excavaciones han permitido encontrar pedernales tallados y gran variedad de cerámicas. Algunas se exhiben en la oficina de recepción.

Iniciamos el recorrido accediendo una sala de enormes dimensiones, de unos 100 metros de largo. En el lugar abundan muchas formaciones de estalagmitas y estalactitas, carámbanos de calcita y columnas estalagmíticas. Observamos que del techo cuelgan unas bellísimas formas de estalactitas muy espectaculares que imitan la escarcha.

Hacia el año 1830, unos picapedreros italianos explotaron una parte de las concreciones de la sala para venderla como piedras ornamentales. Por otro lado, el guía nos va mostrando los zarpazos de osos, animal que ya vivía por la zona hace más de diez mil años.

Nos rezagamos un poco para hacer las fotos y no somos las únicas; ya que, más de uno en el grupo hace lo mismo.

Salimos de esta sala y accedemos, a través de una especie de galería natural, a un lago natural en el que se reflejan unas impresionantes columnatas de estalagmitas de gran variedad de colores ambarinos que junto a la iluminación crea unos efectos ópticos bellísimos.

Mientras tanto, se hace perceptible el constante gimoteo de una niñita que va con sus padres, es evidente que tiene un miedo terrible en el cuerpo.

El padre que debe de presentir el inevitable estallido de la crisis de terror de la chiquilla, la toma en brazos.

Antonia que también se ha dado cuenta del gimoteo de la niña me dice: – "Esa niña tiene miedo, va a montar un numerito de un momento a otro"-

-"Mientras no lo monte Carmen"- Comento mientras señalo con la mirada a Carmen, que aunque no gimotea como la niña, por la cara que tiene, no tardará mucho.

Seguimos caminando y llegamos a la primera barrera y alucinamos en este lugar de belleza increíble ya que toda la galería queda casi oculta por la inmensa cantidad de concreciones de calcita de color ámbar que cuelgan del techo. Por eso, solamente, se puede atravesar esta barrera por un paso estrecho junto a la pared.

¡Carmen resiste esta experiencia como una jabata!.

Cuando llegamos a la Sala del Trono vemos que se encuentra bien abastecida de estalactitas y estalagmitas. Tiene forma de Trono porque las concreciones fueron recortadas para que pudieran tener la forma de trono de iglesia. En el suelo se abre una inmensa grieta de unos 40 metros que se comunica con el río subterráneo.

Nos acercamos todo el grupo a la zona del Lago Verde, éste ocupa la parte baja de la galería y forma un gran plano de agua de color verde translúcido. Aquí existe agua todo el año, aunque en el exterior, durante el verano, el clima sea muy seco.

Más allá del Lago, llegamos a la segunda barrera que cierra nuevamente y casi totalmente la galería.

Nuevamente nos apartamos del grupo para hacer las fotos del Lago Verde y contemplamos, no demasiado lejos de nosotros, al padre con su niña en brazos que todavía sigue gimoteando, aunque menos, ya que se nos ha quedado mirando y tengo la sensación de que se queda con ganas de preguntar.

Tenemos nuestras dudas de que salgan bien debido a la escasa iluminación del lugar. Una vez hemos hecho las fotos tenemos que correr un poco, pues no contábamos con que las luces se van apagando conforme el grupo va avanzando y casi nos quedamos a oscuras, no quiero pensar en la reacción de Carmen si se queda a oscuras.

Curiosamente hemos llegado hasta el Salón del Baile que corresponde a un ensanchamiento de la galería, el suelo de la misma es llano y horizontal y permitía a los ciudadanos de Limousis utilizarlo antiguamente como Salón de Baile. Una tercera barrera de concreciones limita esta sala.

Finalmente, llegamos al Gran Lago, éste ocupa unos 50 metros en la galería.

Pasamos por una pasarela mientras la guía comenta que el nivel del Lago depende de las lluvias y las líneas de concreciones horizontales están marcadas en la pared. Durante el verano el Lago se suele secar. Por encima del Lago aparecen en las paredes unos ramilletes de cristales de aragonita magníficos. Estos cristales de largo muy variado, crecen por todo alrededor y en todas direcciones sin que la gravedad influya. El guía sigue explicando que esta clase de concreciones no se acostumbra a encontrar en las cuevas pero, contrariamente, aquí abunda. Detrás del Lago existen unas pequeñas salas, donde se puede ver otro tipo de concreciones en forma de disco con un lado plano prolongado por una estalactita en forma de vano.

Penetramos en una sala que se llama La Sala de la Araña. La variedad y la abundancia de concreciones de todo tipo, así como su disposición, forman un paisaje subterráneo de una armonía excepcional.

Por eso, hay colocadas unas luces para poder resaltar el relieve de un extraordinario macizo de concreciones: la famosa Araña de Aragonita, la estrella de la Gruta de Limousis. Es un gigantesco conjunto resultante del agrupamiento de grandes cristales de aragonita, muy blancos.

Nos tomamos nuestro tiempo para hacer la foto, pues Antonia comenta que hay mucho contraste de luz: por un lado, encontramos la brillantez de los cristales de aragonita, y, del otro, la mortecina luz ambiental, constituyen un problema a la hora de hacer las mediciones con la cámara réflex. Antonia derrocha paciencia y minuciosidad a la hora de hacer las fotos y por eso siempre le suelen salir bien.

Después de visitar la Araña, efectuamos el retorno hacia el exterior por el mismo camino. Durante este recorrido, más rápido, otras luces bien dispuestas nos permiten ver nuevamente todos los paisaje precedentes, pero bajo otro aspecto.

Llegamos a la Sala Mayor, que ahora encontramos más preciosa ya que nuestros ojos se han acostumbrado a la oscuridad. Y, esto indica el final de la visita.

Una vez fuera de la cueva, observamos que el tiempo ha cambiado notablemente, el cielo se ha cubierto de negros nubarrones que anuncian una lluvia segura y la temperatura ha bajado un poco. Decidimos salir de aquí lo antes posible para que no nos alcance la tormenta entre las montañas, pues nos atemoriza un poco.

Cuando pasamos entre los otros coches aparcados nos encontramos con la familia y la niña pequeña que lloraba en el interior de la cueva.

Tendida sobre el capó del coche la madre le está cambiando los pañales ya que se le han aflojado los esfínteres a causa del miedo, cuando nos cruzamos con ellos la madre y la niña nos dirigen una mirada y nos sonríen.

Nos sorprenden las primeras gotas de agua cuando vamos bajando por la montaña, es un chubasco que va acompañado de truenos y relámpagos. Carmen circula con precaución, pues una cortina de agua se abalanza contra el parabrisas del coche impidiendo la visión completamente. Conecta el limpiaparabrisas, pero no sirve de nada.

Cuando por fin salimos de las montañas parece que la lluvia ha remitido un poco, instalándose la normalidad. Y, aunque la carretera se encuentra muy mal a causa de la lluvia torrencial continuamos con el viaje, sentadas a bordo del Megane de Carmen, mientras ésta tiene grandes problemas en abrirse paso sobre la encharcada carretera. El cielo todavía se mantiene plomizo y lleno de grisáceas nubes amorfas que se desplazan raudas en pos del viento.

Comentamos entre nosotras que antes de visitar el Abismo de Cabrespine, deberíamos comer. Buscaremos un pueblecito de los alrededores de la cueva. Con esta idea en la cabeza nos adentramos en otra pista de montaña en muy buenas condiciones. Después de bastantes km de carretera nos damos cuenta de que en las cercanías de la cueva no existe ningún pueblo, por lo que nos vamos adentrando más y más en la Montaña Negra.

Llegamos a un grupo de varias casas y pensamos en buscar una tienda o un supermercado e improvisar una comida campestre, en este caso, un poco pasada por agua.

Laura y yo nos apeamos del coche y nos acercamos a un robusto francés de rosadas mejillas, con ese olor tan peculiar del campo que a mí tanto me gusta, y unos grandes mostachos, camina en compañía de su perro, un pastor alemán muy retozón. Le preguntamos, si en la zona existe alguna tienda de comestibles abierta. A pesar de que estamos en la Cataluña francesa, hemos dado con una persona que no habla catalán y donde no llegan las palabras, llegan los gestos. Utilizamos el lenguaje de las manos para entendernos con este buen hombre, como si fuésemos sordomudas, y, logramos nuestro propósito, ya que nos dice que no hay tiendas; pero sí un albergue de montaña, a unos 4 km, en el que se dan comidas a precios económicos.

De todo lo que nos ha dicho este buen hombre lo que más gracia nos ha hecho es lo de "comidas a precios económicos", por si no se nota, somos un pelín tacañas. Éste es un defecto que se hace presente conforme se va cumpliendo años. Aunque nadie lo confiese abiertamente…

Cuando llegamos al albergue vemos que es un lugar muy alegre y pintoresco, posee unos graciosos dibujos en la fachada y un nombre muy peculiar: "Los tres pequeños cerditos". Por supuesto, he obligado a mi hermana a que haga una foto de la fachada.

Sin pensarlo dos veces, aparcamos el coche y nos metemos en el local. Nos recibe un hombre de mediana edad, muy interesante, con la sienes plateadas y de muy agradable trato. Nos dice que le sigamos hasta una mesa, donde nos acomodamos y esperamos con verdadero apetito nuestra comida.

Antes de comer, el hombre se acerca portando consigo un diccionario de comidas reducido, de gran utilidad para nosotras. ¡Qué pena que ya se acabe el viaje!. En él se detallan las principales especialidades y expresiones de la gastronomía francesa.

Después de la suculenta comida damos un pequeño paseo por el entorno del albergue. A lo lejos, se divisa un pequeño cementerio local, situado en una pequeña colina, donde se van escalonando sucesivamente las distintas tumbas, siendo la entrada libre, nos aventuramos en su interior y paseamos entre las enmohecidas lápidas, algunas inclinadas hacia un lado y con la tierra levantada por el paso del tiempo. Nuevamente obligo a mi hermana a que haga una foto del cementerio. Mi hermana rehúsa, pero resulto muy convincente cuando le digo: -" Anda que estas tumbas no se encuentran en España, pues es, de todos, conocido su costumbre de enterrar en columbarios. Fuerza un poco la sensibilidad, a ver si consigues captar algún fantasma"- Antonia se queja, no le hace mucha gracia. Pero, al final, cede y me obedece.

La carretera que sirve de acceso a la Gruta Gigante de Cabrespine es una pista de montaña, asfaltada, y, en bastante buen estado, con una fuerte pendiente no exenta de peligro, cuyo límite final se encuentra en la gran explanada que da acceso a la cueva. El lugar se halla provisto de una amplia zona de estacionamiento, que en este momento está casi repleto, a rebosar.

Tratamos de localizar una plaza para aparcar el coche y después de buscar durante un rato, conseguimos una, ¡por fin!.

La panorámica que se disfruta desde el mirador es de una belleza excepcional. Contemplamos ante nuestros ojos, inmensos bosques de frondosa vegetación con el tono de color que da nombre a esta montaña tan famosa.

Sugestionadas por la belleza del lugar no podemos resistir la tentación de hacer una foto del paisaje.

Una caseta que sirve de recepción acoge en su interior la taquilla, y un pequeño bar, donde nos sentamos a tomar un refresco mientras esperamos nuestro turno.

A diferencia de la gruta de Limousis donde la entrada era minúscula, en la de Cabrespine es enorme y está excavada en la roca. Tiene abundantes filtraciones de agua. Éstas son más considerables cuando atravesamos un largo pasillo, sumido en la más absoluta oscuridad. Es una auténtica lluvia lo que nos cae encima; pero, ya se sabe, palos con gusto, no duelen.

Cuando penetramos en la gruta, el espectáculo que descubrimos no tiene igual: es un abismo inmenso, donde cabría, sin lugar a dudas, toda la Catedral de Barcelona. La iluminación ambiental ha creado un efecto fantasmagórico que arrebata nuestra imaginación.

La cueva es una inmensa galería que tiene en el centro un abismo gigante. Dispone de un camino que rodea toda la sima y que posee una barandilla para evitar posibles accidentes fatales.

Llegamos hasta el Balcón del Diablo y desde aquí se puede apreciar toda la profundidad del gran agujero que posee unos 250 metros.

Del techo penden carámbanos petrificados, estalactitas y del suelo brotan prominencias semejantes a las anteriores, las estalagmitas. En algunos lugares han llegado a juntarse ambas, formando columnas que en algunos casos han adoptado curiosas formas.

Otra de las Salas que visitamos es la llamada "Sala roja" debido al color que poseen las concreciones.

Y, finalmente, encontramos la llamada "7º Cielo", alusión, creo, muy merecida. Existen muchas concreciones de calcita: estalactitas, estalagmitas, carámbanos petrificados y columnas estalagmíticas excavadas por el agua.

Han colocado de manera especial unas luces que ponen en relieve el extraordinario conjunto de concreciones geológicas.

Buscamos las soledad de la cueva para hacer unas cuantas fotos y tener plasmado en imágenes la belleza de su interior.

Ya fuera de la Gruta, comentamos entre nosotras que, aunque esta cueva es una maravilla de la geología y nos ha impactado en gran manera, nos ha defraudado un poco no poder explorar a fondo el gran Abismo y perdernos en lo que nosotras intuimos debe de ser un viaje hacia el centro de la tierra, como ocurría en la célebre novela de Julio Verne.

El guía turístico nos comenta que se podía recorrer, pero que el itinerario no revestía seguridad, fallaba el alumbrado y no tenían controlado las constantes filtraciones de agua, pero que en un futuro no muy lejano, en un plazo de uno a dos años, la visita a la cueva se completaría con la exploración del Gran Abismo. Por supuesto, queda dicho, dentro de dos años volveremos a Cabrespine.

De nuevo en el coche, regresamos al hotel, pero antes haremos una visita al conjunto monumental de Lastours, comprende cuatro castillos llamados: Cabaret, Tour Regine, Surdespine y Quertinheux. Están situados entre Conques d´orbiel y Mas Cabardès, dominando los valles del Orbiel y el Grésilhou.

Se edificaron entre los siglo XI y XIII, hasta la revolución del "cerrojo de cabardès".

Llegamos al pueblo de Lastours, después de pasar por un pequeño desfiladero. La carretera nos lleva hasta el pueblo y buscamos aparcamiento, el único que hay en el pequeño pueblo. Éste se encuentra junto al río. Una vez dejamos el coche nos dirigimos al edificio que sirve de entrada a los célebres castillos de Lastours, caminando por el arcén de la carretera.

Desde donde nos encontramos ya empezamos a vislumbrar el primero de los castillos allá en lo alto y nos preguntamos, si será tan inaccesible como nos parece desde aquí abajo, intuimos que debe de ser Cabaret.

Como hemos dicho, nos encaminamos al edificio que sirve de entrada, esperanzadas, pues lo vemos tan grande que esperamos encontrar algún acceso que facilite la subida, como un ascensor o un funicular; pues el cansancio está haciendo mella en nosotras, después del día tan movido que hemos llevado, pero nuestro gozo en un pozo, resulta que ni ascensor, ni funicular, ni nada, hay que subir a pie.

Es un local de enormes dimensiones integrado en su mayor parte por una tienda de recuerdos, una cafetería y la taquilla, en el tramo final, se levanta una pronunciada rampa.

Antes de iniciar la subida vamos al aseo, porque la necesidad fisiológica apremia.

Después, con las entradas ya en la mano, nos armamos de valor y enfilamos la rampa rumbo a nuestro nuevo encuentro con los fantasmas del País Cátaro. Terminada ésta, nos encontramos con un pequeño puente que atraviesa la carretera, precedido por un tramo de escalones. Y, ya nos encontramos en el sendero pedestre que nos llevará hasta los castillos. Al principio nos cuesta un poco, debido al cansancio, pero lo olvidamos al contemplar la belleza que se abre ante nuestros ojos. Son las horas del crepúsculo y la luz de la tarde confiere un tono anaranjado al cielo, que su mera contemplación arrebata los sentidos y el alma. El sonido del viento, que silba por entre las rocas del estrecho sendero, hace que la ascensión sea más misteriosa. Ante nuestros ojos se abre un panorama maravilloso, pues las montañas de los alrededores crean una belleza excepcional. El camino, debido a su estrechez, nos hace ir avanzando con premura, ya que un descuido nos haría caer rodando por la montaña.

Al salir de una curva del sendero, vemos una cueva de grandes dimensiones en medio del camino. Desde donde nos encontramos se divisa una imponente bóveda en su interior. Con evidentes signos de derrumbamientos recientes, algunas rocas se han desprendido del techo dando la sensación de que la salida ha quedado obstruida y que su paso será un tanto dificultoso. Pero no, al acercarnos, vemos la salida al otro lado, no muy lejos de la entrada. Cuando nos introducimos, quedamos sobrecogidas por algo misterioso que allí se percibe y que te traspasa. Tras echar un vistazo, descubrimos una especie de nicho oscuro a ras de suelo, pero que tiene unas rejas de rara utilidad.

Carmen que también es una fanática de lo paranormal dice medio en broma, medio en serio, tan morbosa como siempre, que allí se respira algo raro. Al preguntarle, qué es ese "algo raro", nos responde que allí ha debido de morir alguien, pues su presencia se nota en el aire de la cueva. Creo que la intención de Carmen, en un principio, ha sido la de bromear un poco para quitar tensión a la visita pues empezamos a ser conscientes de nuestra soledad en un paraje que empieza a mostrarse inquietante.

Pero su broma ha sido una equivocación, pues, con sus palabras provoca que nos quedemos envaradas y mudas por el terror. Y, es justamente, en ese momento, cuando se deja sentir un ruido, seguramente, provocado por el viento, lo que desencadena una reacción inesperada al caer en la cuenta de que nos encontramos solas en este lugar. Y, ni el cansancio, ni nada, huimos del lugar como alma que se lleva el diablo, ya que el miedo parece que da alas. En nuestra loca carrera tropiezo con una piedra del camino y me estrello contra el suelo, me caigo todo la larga que soy y me lastimo las rodillas y las manos, Antonia y mis amigas, al verme en el suelo se me acercan muy serias ya que se piensan que me he desgraciado. Pero la sangre no llega al río, tan sólo unos rasguños en la rodilla y un tobillo que duele como un demonio, cuando me ayudan a levantarme, cosa bastante difícil para ellas, porque estoy un poco entrada en carnes, la risa que me entra es incontenible, una risa tonta, una risa nerviosa fruto del que sabe que ha hecho un ridículo bochornoso. Pero, ellas son buenas, no se han reído en ningún momento. Trato de seguir con la visita, pero el tobillo me molesta y me veo obligada a cojear un poco. Pienso con alivio, ¡menos mal que no me ha visto nadie!…

Cuando nos encontramos a una distancia prudencial, nos paramos a recuperar el aliento y aprovechamos para leer el folleto que nos han facilitado con la entrada y, mira por donde, en un apartado que se habla de la cueva, se menciona que allí se encontraron restos humanos de la prehistoria. Mi hermana y yo nos miramos asombradas y Carmen deja escapar una risilla de circunstancias perpleja ante lo que le ha pasado. Comentamos entre nosotras que lo que hemos sentido en la cueva ha sido fruto de la sugestión ante la magia y el misterio que desprendía el lugar.

Ya, más tranquilas y relajadas, llegamos a los dominios del primer castillo, desde nuestra situación comprobamos nuestra insignificancia ante estos cuatro castillos que se erigen en gigantescos centinelas, su estado ruinoso nos habla de la ejemplar resistencia que opusieron a las tropas de Simón de Montfort, imponente caballero cruzado, cruel y despiadado que se convirtió en el principal azote de los cátaros en la cruzada albigense. Éste intentó, sin resultado, ampararse en Lastours que albergaba una comunidad de cátaros protegidos por Pierre Roger de Cabaret.

Este último opuso una enconada resistencia a Montfort, quien, para desalentar a su oponente, tuvo una idea muy macabra: escogió un grupo de prisioneros y mandó cortarles las orejas, los labios y la nariz, y arrancarles los ojos. Sólo le dejó un ojo al primero para que pudiera guiar a sus compañeros y dirigió a este ejército de desgraciados al pie de las murallas de los castillos. Pero este hecho no afectó a la determinación de Pierre Roger de Cabaret; aunque, finalmente, se rendiría, tras la caída del Castillo de Termes.

Siguiendo el camino de ronda que discurre entre los castillos, los vamos viendo uno por uno, contemplando sus interiores y asomándonos a los huecos que en otro tiempo fueron ventanas. El estado en el que se encuentran estos castillos provoca una gran desolación. El que más construcciones conserva es Cabaret, con su torreón, que ha pesar de sus muros carcomidos por el tiempo aún no ha perdido el gran poder defensivo que en algún momento de su historia poseyó y sus murallas aún conservan las almenas en la cruel lucha librada contra el tiempo.

La disposición en la que se encuentran estas cuatro ciudadelas es muy curiosa, firmemente asentados sobre unos picos rocosos en los cuales se ignora donde empieza la piedra y termina la obra de fábrica con que construyeron estas fortalezas defensivas tan impresionantes. Su distribución tan estratégica ha dado lugar a muchas leyendas en las que se habla de profundas grutas subterráneas y pasadizos secretos que unían estos cuatro castillos con la cercana Carcasona, e, incluso, se habla de que cuando fue asediada en el 1209 los habitantes de esta ciudad huyeron a través de un túnel subterráneo buscando el amparo de las fortalezas de Lastours.

Avanzamos con precaución, pues parece que el viento quiere coger más fuerza y expulsarnos del lugar. Está oscureciendo rápidamente y no queremos que se nos haga de noche en un paraje tan espectral, sin más compañía que estas imponentes ruinas.

Llegamos a un punto en que el viento arrecia de tal manera que parece liberarse una fuerza sobrehumana empeñada en arrojarnos violentamente del lugar. Actúa como una barrera infranqueable cuando impacta contra nosotras de frente y casi nos ahoga, nos asfixia y no podemos seguir avanzando, porque no podemos vencer la resistencia del viento y tampoco tenemos mucha confianza en que los restos de estos castillos resistan el ímpetu del viento.

Impresionantes nubarrones aparecen a lo lejos en el horizonte y con la velocidad del viento pronto llegaran a nuestro territorio.

Antes de abandonar el recinto, nos sentamos entre los restos de lo que fueron en algún momento los fuertes muros de alguna estancia del castillo. Pequeños huecos abiertos en la base de los muros permiten adivinar la presencia de galerías y pasadizos subterráneos bajo nuestros pies y provoca escalofríos escuchar el susurro del viento cuando se cuela entre los resquicios de las piedras ya que parecen gritos de almas en pena.

Y, eso es lo que debe de pensar Carmen que muy seria y cavilosa, nos hace callar y nos dice: – "Callad un momento y escuchad"- Nosotras muy obedientes y "cagaditas" de miedo intentamos distinguir "algo" entre los sonidos del viento. Callamos y sólo queda entre nosotras el aullido del viento, después de estar un rato atentas a todos los ruidos comprendemos lo que quiere decir Carmen…

-" Eso no es el viento"- Opina Laura con una inquietud que la hace tartamudear…

-" A mi me parece que eso ha salido de una garganta"- Antonia se limita a expresar en voz alta lo que nos pasa por la cabeza a las cuatro. Por encima del estruendo percibimos otro sonido apenas audible, pero, que escuchamos con toda claridad, es un tenue lamento y con toda seguridad, no está producido por el viento. Llega hasta nuestro oídos como amortiguado por la distancia. Miramos a nuestro alrededor y creemos que debe provenir del subsuelo, justo por debajo de donde nos encontramos.

Pensamos de manera racional y creemos que puede ser alguien que se haya extraviado y esté pidiendo ayuda, porque no encuentra la salida. En muchos de estos castillos se adoptaba una forma de construcción laberíntica que sólo conocía el dueño del castillo, para que en caso de asalto huir sin problemas y librarse del ataque de sus enemigos. Así, que, un turista confiado e ignorante de este tipo de construcción puede extraviarse fácilmente.

Empezamos a descender con celeridad, pues la bajada siempre es más fácil. Queremos llegar al Mirador de Montfernier, pero antes comunicaremos en la taquilla lo de las voces, no vaya a ser que algún turista despistado se haya extraviado entre las ruinas.

Pero, la encargada de la taquilla se mantiene indiferente ante lo que le hemos dicho y no nos ha hecho caso. ¿Será que no nos ha entendido?.

Ya, en el coche, nuevamente, enfilamos una pequeña pista asfaltada, pero bastante irregular y con una pronunciada rampa que nos llevará hasta este precioso mirador desde el que se gozan las vistas más famosas del conjunto monumental de Lastours.

Es un magnifico lugar para realizar una foto panorámica de los cuatro castillos y el juego de luces y sombras que genera la rápida sucesión de los densos nubarrones sobre los muros de estas imponentes fortalezas. Desde este mirador en las cálidas noches de verano se puede presenciar un espectáculo de luz y sonido en los castillos que viene a rematar la belleza del lugar.

Desde la lejanía, contemplo lo que pudo ser en tiempos de la herejía cátara el Templo Solar de la Hermandad, ya que el conjunto de Lastours refleja claramente que los cátaros eran adoradores del sol. Y, éste era el lugar donde se adoctrinaba en la fe cátara.

Extraña que sean, precisamente, cuatro las torres las que integran el conjunto, y tal hecho no es casual ya que simbolizan los cuatro puntos cardinales o la trayectoria que desarrolla la tierra alrededor del sol desde que éste sale o nace por el Este, hasta que se pone o muere por el Oeste, para volver a renacer al día siguiente. Este fenómeno pone en relieve el famoso dualismo que caracteriza a la doctrina cátara.

El culto solar ya viene de muy antiguo, pues se le reverenciaba mediante la celebración de la fiesta y los ritos del solsticio, posteriormente, con la cristianización, han perdurado hasta nuestros días como son la Navidad y la Noche de San Juan.

Los cátaros rendían culto al sol porque le atribuían el origen de todo lo que existe y consideraban que en él se encontraba el principio y el fin de todo lo que existe.

La preeminencia de la piedra en el culto solar es de vital importancia y así lo revela el hecho de que las cuatro torres se levantan sobre picos rocosos. Y, esto era así, porque para los cátaros, para alcanzar la dimensión espiritual era necesario subirse a una piedra, porque ésta era la que aportaba equilibrio entre el individuo y el Universo. Y, esto es así, porque la piedra es símbolo de patria, de arraigo, de fe; pero, también de comunicación y de ofrenda. Es el instrumento religioso más antiguo que hay. Y, en todas las iglesias es condición indispensable que el altar sea de piedra, porque es la residencia del espíritu puro, es el albergue de la luz y es la morada de la divinidad. Así lo entendieron los egipcios cuando construyeron las pirámides. Y, así lo entendió el hombre primitivo cuando construyó Stonehenge, al comprender que en el tránsito del sol por el Universo se encontraba el misterio de Dios. Y, así lo entendió una cátara perteneciente a la nobleza, cuando acabó con la vida de Simón de Montfort al lanzarle una piedra con una catapulta en Toulouse, ahora venerada como la mejor de las reliquias. Como divinidad solar, Jesucristo fue considerado la piedra del Sol o piedra de oro, es decir, la piedra filosofal entendida como elixir de vida que cura la enfermedades y confiere la inmortalidad, por lo tanto los cátaros se convirtieron en alquimistas y Lastours adquirió sus inmensas riquezas de las minas de hierro que habían en sus inmediaciones.

Y, finalmente, el nombre de una de sus torres posee un simbolismo esotérico ya que Fleurespine encierra el significado del sacrificio natural, la autoinmolación, un pacto de sangre entendido como llave para acceder a una realización espiritual superior.

Es la exigencia de un tributo sangriento entendido como pacto entre iguales para poder acceder a la luz transcendental.

Damos por concluida la visita y nos dirigimos a Carcasona, donde cenaremos algo ligero, para poder conciliar el sueño ya que con el día tan lleno de emociones y sorpresas que hemos tenido, será bastante difícil. Pero, también trataremos de solucionar algo que tenemos pendiente desde el primer día de nuestra llegada al País Cátaro…

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