lunes, 19 de marzo de 2012

EL ANIVERSARIO DE "LA PEPA"

Cuando se celebra el bicentenario de “La Pepa”, Rajoy nos vuelve a sorprender con otra muestra de su acostumbrada hipocresía sempiterna doctrinaria y sectaria:

Rajoy cree que la monarquía está "más viva que nunca", dice completamente desinhibido y confundiendo la Carta Magna de 1812 con la Carta de Despido de su reforma laboral del 2012. Un discurso pseudo "Demócrata constitucionalista" para tratar de justificar la reforma laboral salvaje que han perpetrado en contra de la clase trabajadora…
Pero lo que nuestro presidente ignora que existe una diferencia sustancial y es que, con “La Pepa", pasamos de ser súbditos a ser ciudadanos cosa que Rajoy ha invertido, ahora volvemos a ser súbditos.

El presidente invoca a la Constitución de 1812 para justificar el pacto constitucional de 1978, que en su momento el partido popular no firmó, y ahora las llama reformas. Encima reconoce que los redactores de la Constitución de 1812 eran valientes y decididos.  ¡Y, tanto señor Rajoy!, ya que salió adelante en medio de un clima hostil de guerra, y le recuerdo que sólo duró dos años ya que fue derogada por los absolutistas, pero esa Carta no tiene nada que ver con sus medidas. La Constitución francesa de 1793, elaborada bajo la influencia jacobina desarrolla unas serie de derechos que han sido –y son- el referente indispensable para conocer el origen de las ideas republicanas modernas.
Aquí os pongo un artículo que al margen de la manipulación de la historia es un auténtico referente para intentar comprender aquellos tiempos.

"España, durante el período napoleónico, ejerció un papel de primer orden en la escena europea. La resistencia nacional que opuso al Imperio francés cuando pretendió transformarla en un estado satélite, fue el primer fracaso que encontró Napoleón. España señaló el comienzo de la decadencia del Imperio.

Mientras Inglaterra y el zar invocaban los principios liberales para llamar Europa a las armas contra Napoleón, la insurrección española tomaba a la vez un carácter nacional y liberal. En presencia de la nueva campaña emprendida en España por el Imperio, la Junta Central que representaba a la España en armas se había refugiado en Sevilla, pero el avance de las tropas francesas la obligó a trasladarse a la isla de León, Cádiz. Después, impotente para gobernar al país se disolvió en provecho de un Consejo de Regencia de cinco miembros, pertenecientes al partido absolutista, el cual se había instalado en Cádiz. Sin embargo, el carácter popular que pronto tomó la guerra les obligó a convocar las Cortes, que celebraron sus sesiones desde septiembre de 1810 en Cádiz, en la isla de León. Las Cortes realizaron en España una obra similar a la que la Constituyente antes realizara en Francia. La Inquisición fue abolida; una reforma judicial suprimió la tortura; los últimos vestigios del feudalismo así como las jurisdicciones señoriales, desaparecieron; los grados militares fueron declarados accesibles a los no nobles, y fue proclamada la libertad de prensa. El 18 de marzo de 1812 las Cortes votaron una Constitución inspirada en la Constitución de la Revolución Francesa de 1791, que transformando la monarquía absoluta en constitucional, instauraba la soberanía nacional, la separación de poderes, la igualdad civil, la inamovilidad de los Jueces y confería el derecho de votar los impuestos y fijar el contingente a las Cortes, elegidas por sufragio universal en los dos grados.

En plena insurrección contra la tiranía napoleónica, el pueblo español, siguiendo el ejemplo de la Francia liberal de 1791, se daba una Constitución que, aunque jamás sería aplicada, ponía fin al antiguo régimen.

Es innegable, sin embargo que las reformas decretadas por Napoleón constituyeron para España una oportunidad para evitar su decadencia. España se empobrecía sometida a un absolutismo autoritario dominado por la oligarquía cortesana, por el influjo de sectores prepotentes que la mantenían alejada de la gran corriente intelectual occidental y por el estatismo económico que impedía su renacimiento industrial. Y, Napoleón, haciendo tabla rasa de todo este pasado caduco, le abría la posibilidad de renacer. Pero España, que conservaba latente su vigor de antaño y guardaba el recuerdo de su pasado poderío, reaccionó espontáneamente contra el invasor con más energía que ningún otro país. Negándose a reconocer a José Bonaparte como rey, intentó darse libremente instituciones nuevas, sin advertir que éstas que pretendían hacer de España una monarquía constitucional, eran sólo realizables porque Napoleón había derrocado la monarquía absolutista, obligando a abdicar a Carlos IV y a Fernando VII. Pero el sentimiento de Independencia nacional se anteponía a todo. A tal punto que fue en nombre de los derechos del rey legítimo cómo España y las colonias españolas emprendieron una revolución, cuya finalidad era hacer triunfar las ideas liberales que Napoleón, representante del liberalismo surgido de la Revolución, les trajo.

El triunfo de la insurrección española contra Napoleón, al provocar el retorno del rey, llevó la ruina de las Instituciones liberales que había intentado darse España haciendo votar a sus Cortes reunidas en la isla de San Fernando, Cádiz, único punto libre de la invasión, la Constitución de 1812. Cuando, al amparo de los desastres sufridos por el Imperio, Fernando VII volvió al trono, inició una política de contemporización con las Cortes a fin de no enfrentarse con las fuerzas patrióticas que tuvieron en jaque a Napoleón; más apenas se consideró firme en el poder anuló aquella Constitución, hizo detener a los jefes liberales, restauró el absolutismo, mayo de 1814, y el antiguo régimen fue puesto de nuevo en vigor. Los Consejos de Castilla, de Indias, de Hacienda, de Órdenes Militares y de Guerra, que constituían los elementos de la oligarquía, fueron reorganizados y la Inquisición restablecida; los jesuitas, llamados al país, recuperaron el dominio de la enseñanza; los conventos fueron abiertos de nuevo y devueltas sus inmensas propiedades, después de serles expropiadas sin indemnización a quienes las adquirieron; la prensa fue amordazada y la censura se encargó otra vez de impedir que los escritos extranjeros subversivos penetrasen en España. Todos los españoles que colaboraron o apoyaron a José Bonaparte fueron desterrados, y los diputados liberales encarcelados. El gobierno volvió a ser coto cerrado de la camarilla de favoritos, las finanzas del Estado fueron confundidas con la arqueta privada del soberano y reaparecieron las intrigas de los ministros.

Al mismo tiempo que restablecía el antiguo régimen con sus mismas taras, Fernando VII enviaba, para imponer su autoridad, una fuerza de 10.000 hombres que desembarcaron en Venezuela, 1815, y aunque, después de prolongadas y cruentas acciones de guerra pareció que las tropas españolas habían dominado, en la Nueva granada y Venezuela, el movimiento de independencia, éste siguió latente para resurgir poco después. En el Río de la Plata proseguía vigoroso el movimiento de independencia, y Fernando VII se aprestaba a enviar a Buenos Aires una fuerte expedición militar para sofocarlo, expedición que no llegó a salir de España.

Fernando VII pudo creer que había devuelto al país, con sus instituciones del antiguo régimen, el prestigio de gran potencia y su imperio colonial. Pero en realidad convirtió a España en un estado de segundo orden. Desde el Congreso de Viena se demostraría que no constituía una gran potencia, y en cuanto a su imperio, cuyas fuerzas vivas sobrepasaban las de la metrópoli, iba a mostrarse pronto incapaz de conservarlo."

Concluyendo, quiero precisar que el Rey en su discurso reniega de Fernando VII y apela al "patriotismo" de hace 200 años...tarde, pero vas por buen camino.

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