Una guerra psicológica es cuando entre dos o más personas se atacan o intimidan con palabras o acciones que para el otro son temibles.
Desde que el hombre pisó por primera vez la tierra, surgió el deseo y la necesidad de algunos grupos sociales por dominar los sectores más desfavorecidos de la sociedad. Pero, no sería hasta la II Guerra Mundial cuando aparecería un tipo de Guerra, digamos, psicológica, perfectamente programada y estructurada dirigida a poblaciones enemigas, aliadas o neutras, con una evidente intencionalidad política, social y económica: OCUPAR UN TERRITORIO Y APROPIARSE DE SUS RECURSOS. Este tipo de ocupación se ha venido produciendo desde que existe la humanidad y, aunque parezca mentira, las cosas no han cambiado tanto, basta echar una ojeada al mapa político de Europa para comprobar que, posiblemente, algunas de las naciones que componen el mapa político, en un futuro sufrirán variaciones cuantitativas en su organización territorial.
El fin de la guerra psicológica es destruir la moral del enemigo para lograr la victoria militar y para ello se emplean dos métodos diferentes; uno, el militar y otro, el político. El método militar se practica en los campos de batalla, directamente contra el combatiente, mientras que el método político se dirige hacia la retaguardia, básicamente, contra la población civil.
Desde antes de 1939 se practicó la guerra psicológica, pero durante la Segunda Guerra Mundial, tomó características de ciencia. Entonces, debido a que se pudieron emplear técnicas que no se usaron antes, ocasionado, en parte, por las limitaciones que imponía el desarrolló tecnológico de la época. Pero, aparte de las ventajas que otorgaba la tecnología, la sutileza y el refinamiento de los métodos empleados, se consiguió que las actividades en este campo tomaran características muy especiales durante la Segunda Guerra Mundial.
La Guerra psicológica de IV Generación, o guerra sin fusiles ni bombas, que estamos sufriendo es la más dura que hemos padecido hasta el momento y la prueba de ello es el empleo planificado de la propaganda y de la acción psicológica, de los medios de comunicación que, con la reciente globalización, llegan a millones de ciudadanos de todo el mundo, con una función orientada a dirigir conductas, casi siempre inducidas por el miedo, en la búsqueda de objetivos de control social, político o militar, sin recurrir al uso de la armas, o en forma complementaria a su uso.
Nuestro país ha sido víctima de esta Guerra Psicológica de IV Generación, cuando se produjo el triunfo del PSOE, a raíz de los atentados del 11 de marzo de 2004, perpetrados en una serie de ataques terroristas en cuatro trenes de la red de Cercanías de Madrid, pero hay quien dice que se remonta, incluso, a antes. Han utilizado las más diversas técnicas psicológicas: En sus aspectos teóricos-prácticos, ha sido concebida como una guerra de conquista, detalle que queda manifestado en las afirmaciones de Wert cuando hablaba de ESPAÑOLIZAR a los niños catalanes. Recordemos que este tipo de guerra no se hace para matar, sino para controlar y dominar.
No hay frentes de batalla con elementos materiales. Ahora, las calles, avenidas y plazas son el nuevo escenario: la guerra se desarrolla en escenarios combinados, sin orden aparente y sin líneas visibles de combate, los nuevos soldados no usan uniforme y se mimetizan, o infiltran, con los civiles y se camuflan perfectamente en las redes sociales. Las grandes batallas son sustituidas por pequeños disturbios localizados, con violencia social extrema, y sin orden aparente de continuidad. Las grandes fuerzas militares son sustituidas por pequeños grupos operativos (Unidades de Guerra Psicológica) dotados de gran movilidad y de tecnología de última generación, cuya función es detonar desenlaces sociales y políticos mediante operaciones de guerra psicológica.
Los blancos ya no son físicos (como en el orden militar tradicional) sino psicológicos y sociales. El objetivo ya no apunta a la destrucción de elementos materiales (bases militares, soldados, infraestructuras civiles, etc), sino al control del cerebro humano.
El principal método de guerra psicológica es la desinformación, que se consigue infiltrando a personas en la prensa para que cambien el pensamiento de la gente a través de noticias inventadas o erróneas, metáforas y analogías, asociaciones de símbolos (incluso con propaganda subliminal), tono de voz o de escritura, eufemismos, rumores, binomios antiéticos, etc.
Triunfarán en la guerra quienes mejor satisfagan las necesidades primarias del pueblo y quienes eviten, por el dominio de los instintos, la desadaptación del pueblo a la nueva situación. En esta lucha social de pueblo contra pueblo, implica siempre una revolución interna en la que sobreviven los débiles, aunque durante la contienda se regrese a formas sociales primitivas más o menos duraderas.
Por otro lado, el ataque indiscriminado de los medios de comunicación con valores socio-culturales relacionados con la libertad, la propiedad y la familia, sólo pretende una respuesta de rechazo contra todo lo que signifique revolución. Los efectos de esta Guerra Psicológica de IV Generación produce en muchas personas una sintomatología típica:
Uno de los efectos más graves, es el del desequilibrio mental sobre todo en los más humildes, que se transforman en alienados o semialienados. Mientras que en la población más sana se producen ataques de ansiedad determinada por el grado más o menos intenso de incertidumbre. Si la situación se agrava, abandonan la ansiedad y entran, frecuentemente, en crisis de pánico, rabia e indignación, es en este punto cuando se producen reacciones imprevistas en la población.
También existe un porcentaje de población, por así decirlo, pasiva, este grupo es el más peligroso. Podríamos decir que se trata de ese grupo de gente que Rajoy piensa que está de su parte, porque no opina. Pues bien, en verdad que no actúa, pero llega un momento que brusca e imprevistamente reacciona con violencia y en un instante descarga todo su furor. Aquí no hay etapas intermedias y previsibles que valgan.
Transformándose no sólo en un problema de seguridad del estado, sino de salud pública. Y como el imperialismo perfecciona constantemente sus técnicas de combate, es muy probable que las guerras del futuro se libren no en campos de batallas, sino en el cerebro de los humanos
Hemos sido sometidos al fenómeno de la tolerancia ante situaciones represivas y alienantes. Es decir, estamos sufriendo un condicionamiento clásico. Utilizan un método de manipulación a base de la repetición de determinadas opiniones a modo de frases cortas y memorizables con la finalidad de que a fuerza de repetirlas, nuestro cerebro las admita como verdaderas, método de manipulación mental dirigida a los ancianos. También se valen del uso de la percepción subliminal, mediante el empleo de mensajes o señales diseñadas para pasar por debajo de los límites normales de percepción, convierten al ciudadano en esclavo de sí mismo. Otro de los efectos de la Guerra Psicológica más duros es la teoría que justifica a los cínicos, la disonancia cognitiva. Escuchamos las declaraciones de nuestros políticos y comprendemos que mienten, engañan y manipulan.
Por último, se produce una total desconfianza de la ciudadanía con respecto a sus políticos, una total falta de esperanza que suele ir acompañada de numerosos comentarios que van desde la ironía hasta el cinismo, marcados por el sarcasmo y las burlas, todo un campo del cultivo gestado desde el campo del psicoanálisis que tiene como fin conseguir desmoralizar a la ciudadanía e inhibirla en democracia, en atraparlo dentro de un vacío, permitiéndole así despejar el sistema que, a su pesar, aspiraba al Estado del Bienestar. En este sentido, el psicoanálisis es exactamente el reverso de la política y principalmente se utiliza para bloquear el discurso de emancipación social.
Y, concluyendo, todo en España es pura discriminación, la política, la economía, y la sociedad está dividida entre pobres y ricos, donde los de la casta dominante, tienen todo tipo de privilegios y ventajas y la clase trabajadora, cada vez más alienada y empobrecida, es vulnerable a la mala gestión de los gobernantes de turno, pero a pesar de la diferencia de clases, las dos se comportan irracionalmente. Es en este punto, cuando una inmensa mayoría opina que nuestra sociedad tendría que ser ácrata y así aspiraríamos a una sociedad sana donde el individuo no viva bajo la compulsión de las circunstancias socio-económicas que limiten sus actitudes y acciones y donde no hay una jerarquía de poder, por lo que se prohibiría el "nosotros" en la sociedad.
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