LA MARISMA TENEBROSA


Desde que vi la imagen de la Casa abandonada no he dejado de pensar en ella. Son tantas las ganas que tenía de verla que ahora que se aproxima ese momento siento una extraña sensación. Los edificios abandonados me provocan una intensa fascinación aunque se encuentren casi olvidados, decadentes o deteriorados, porque siempre nos muestran la fugacidad del tiempo y la belleza que se encuentra en las pequeñas cosas.

Al poco tiempo de dejar la furgoneta en el aparcamiento, un cielo plomizo se abre sobre nuestras cabezas y no tarda en comenzar a lloviznar. De vez en cuando, el sonido atronador de los motores de un avión nos hace levantar la cabeza y buscar con la mirada esos pequeños objetos que dada su insignificancia en el firmamento, es casi imposible encuadrarlos con el objetivo de la cámara fotográfica.

Ni siquiera una meteorología adversa es capaz de desalentar a los senderistas que dominados por un anhelo demasiado familiar se aventuran por caminos interminables sin otro interés que el de recorrer a pie los preciosos rincones que la naturaleza ofrece. Pero esa Casa ejerce una profunda fascinación en las personas que la ven por primera vez y una poderosa atracción es la que guía nuestros pasos a través de pintorescos caminos que mueren en el mar. Seguimos una hermosa vereda que nos lleva hasta los dominios de esas ruinas tan misteriosas. No lo puedo remediar, el aspecto deteriorado, los muros semiderruidos y esa vegetación salvaje que amenaza con devorarla es superior a mis fuerzas y lo peor es que es tanto mi entusiasmo que al final termino por contagiarlo a las personas con las que me relaciono.

El río avanza silencioso hasta su desembocadura, sus aguas no son todo lo puras y transparentes que desearía, ya que es uno de los más contaminados. Pero todavía se puede escuchar el croar de algunas ranas y contemplar a los patos salvajes que anidan entre el carrizo y las cañas de sus riberas. Es un delicioso paseo entre campos agrarios profundos que se pierden en la lejanía y tienden a desarrollar un mundo multicolor. En las proximidades de esos caminos bañados por las aguas del río que los acompaña, descubrimos a los pequeños visitantes del Parque embelesados con los peces y los patos que merodean por el río. Llevamos mucho tiempo caminando y, extrañamente, el cansancio no hace acto de presencia.

Me deslumbro con las masías perfectamente integradas con el precioso paisaje que las rodea. Caminos olorosos que se pierden en un horizonte encapotado en esa zona en la que se encuentra con el mar. 

Levanto la cabeza hacia el cielo pensando que quizá hoy el tiempo no sea nuestro principal aliado en la visita a las ruinas. La soledad que impera en el humedal crea un silencio inusitado quebrado por el sonido del viento.

El camino de tierra sigue y pronto llegamos hasta la primera valla, afortunadamente está abierta, cerca se encuentra una casa de labrantío y todo el gran terreno que la rodea. Detenemos nuestros pasos y la contemplamos, ofrece una panorámica agraria de gran belleza. Hacemos las fotos pertinentes y, pronto, seguimos con nuestro relajante paseo.

El camino transcurre a ambos lados de la ribera en dirección a la playa. A derecha e izquierda se visualiza un magnifico valle agrario que abarca varios kilómetros a la redonda. Dejamos atrás observatorios de aves y pequeñas pasarelas sobre el río, lugares ideales para poder descansar.

Llegamos a un punto en el que inhalamos el poderoso aroma de un eucalipto, una intensa fragancia, que casi nos aturde, inunda el camino. Observamos su estado con pena ya que se encuentra en muy mal estado. La imagen del árbol es tan desalentadora que no puedo evitar hacerle la foto. En algunos tramos la vegetación comienza a ser muy abundante y, en ocasiones, invade el camino.

Por fin llegamos a la segunda valla que restringe el acceso hasta la playa, también se encuentra abierta. Creo que ya son demasiadas protecciones...Es la primera vez que nos encontramos algo semejante en un Parque Natural. Empiezo a pensar que aquí sucede algo raro.

Pero hay un letrero que indica que el horario de visita concluye a las cinco de la tarde y se ruega que a partir de ese momento los visitantes que se encuentren en las ruinas dejen libres los itinerarios, porque todos los accesos se cierran. Circunstancia que intensifica nuestra intriga.

Nuestros relojes marcan las cuatro y pensamos en volver y dejar la visita para otro día. Pero son tantas las ganas, que decidimos llegar hasta el final.

Percibo como si algo ominoso se cerniera sobre nuestras cabezas cuando traspaso la segunda valla. Siento como una vocecita en mi mente me invita a desistir de este propósito. Pero a veces el excesivo entusiasmo nos ciega.

Ya hemos llegado hasta la playa, pero el tiempo se nos echa encima ya que son las cuatro y media. Empiezo a preocuparme seriamente con la posibilidad de que cierren los accesos y nos quedemos atrapadas en esa inquietante y remota región que hasta ese momento desconocíamos.

Traté de olvidar mis infundados temores y cuando llegamos hasta el lugar donde se encontraba el cuartel y vi sus ruinas, pensé en el ensañamiento que debió sufrir en el pasado y en la paciencia de los actuales gobernantes en volver a reconstruirlo para que se pueda visitar. Durante décadas el edificio había permanecido vacío y arruinado y comprendí que la belleza de aquel paraje ancestral se debía en parte a la rocambolesca historia de sus primeros ocupantes. Del cuartel quedaban cuatro paredes que insinuaban lo que debieron de ser las diferentes dependencias del lugar.

Abandonamos el Cuartel y emprendemos camino hacia el Caserón de la playa, hermoso e inquietante se camufla entre la vegetación. Su aspecto no puede ser más tenebroso. Es hermoso pero desasosegante, permanecemos en sus dominios lo justo. De repente, un viento huracanado se levanta cuando nos encontramos en la pasarela, arrecia con fuerza como si nos impidiera el paso. Hacemos el recorrido tan rápido que apenas nos da tiempo para disfrutar de un momento tan sublime como podría ser contemplar con detenimiento la belleza circundante.

Ya de regreso, nos ponemos a correr pues el tiempo se nos echa encima, apenas falta media hora para las cinco, cuando nos encontramos con la desagradable realidad de que las vallas están echadas. La soledad más absoluta impera en el lugar. Mi pesadilla más terrible se ha hecho realidad, nos hemos quedado encerradas en aquel paraje espectral.

Siento ruido a mis espaldas, son unas voces masculinas, muy agitadas, me vuelvo y descubro que a escasos metros de nosotras se encuentra un pequeño pelotón de ciclistas, lucen vistosos equipos verde y amarillo fosforito y portan en la cabeza el reglamentario casco aerodinámico...

-” ¿Ya han cerrado los accesos a la playa? Pero, si todavía no es la hora"- Comenta enojado uno de los ciclistas, mientras le echa una ojeada a su reloj...

-” Eso parece”- Responde mi hermana, mientras le dirige una mirada al atractivo ciclista.

-” Mira que si ahora pasamos la noche con estos mozos”. Pienso con regocijo, pero me equivoco, porque no tardan en subirse con ligereza en sus bicis y salen pedaleando hacia el primer desvío que encuentran. Nos encontramos nuevamente solas frente a la valla, y sin saber qué hacer, si estallar en carcajadas o llorar con desesperación.

Por supuesto, optamos por regresar a la playa nuevamente e intentar salir de aquel lugar siguiendo la línea costera… Es curioso como cambia nuestra apreciación sobre los parajes naturales, porque en aquel momento, aquel lugar había perdido todo su encanto y se había convertido en un lugar de pesadilla, sin escapatoria posible, y la visión del Caserón en ruinas en la lejanía, dominando el paisaje, me provocó un escalofrío.

Ahora que me sentía atrapada en aquel lugar, sentía la respiración dificultosa. La atmósfera de aquel lugar se había vuelto repentinamente densa. El paisaje que tenía ante mis ojos había cambiado sustancialmente sin apenas darme cuenta.

El atardecer rojizo impregna de una atmósfera irreal todo el ambiente. Para hacernos una idea del lugar donde nos encontramos y hallar una posible vía de escape nos dirigimos hasta una atalaya de madera que cumple la función de mirador. Una escalera de caracol nos lleva hasta una pequeña planta circular desde la que se puede observar todos los alrededores, hacia la izquierda, tenemos la depuradora y hacia la derecha, el siniestro conjunto de ruinas, que se levanta en la llanura arenosa desafiando a los elementos y a los hombres.

Así que sin pensarlo dos veces salimos en dirección a la depuradora,  siguiendo la línea de playa, que en aquellos momentos se encuentra invadida por el agua del mar; por lo que, con apresuramiento, nos descalzamos. El cielo muestra una tonalidad púrpura que enrojece la arena dorada, las arboledas cercanas y los rutilantes estanques de la zona. Si no estuviera tan contrariada por la situación creada, aquel crepúsculo me hubiera deslumbrado, pero cuando vuelvo la cabeza y diviso en la lejanía la mole del caserón con su fachada rojiza experimento de nuevo un ramalazo de miedo.

Nuestros pies se hunden en aquel eterno arenal que se pierde en el horizonte. Bajo los ojos y veo las pequeñas corrientes de agua cristalina que la marea ha dibujado sobre la inmensa superficie de arena, como se deslizan entre mis pies desnudos y siento la agradable sensación de la frescura del agua rozar mis pies cansados. No hay ninguna señal de vida. Este lugar salvaje provoca sensaciones contradictorias en mí, por un lado me atrae y por otro siento crecer en mi interior un miedo casi instintivo. Es el aislamiento que envuelve el lugar. En este momento siento mi hogar más lejano e inaccesible que nunca.

Se puede cortar la tensión que hay entre nosotras, intuyo que tarde o temprano aquello va a estallar y me atacaran. Algo totalmente injusto porque la idea de visitar la Casa ha salido de mi hermana, pero esto es lo que suele suceder cuando las cosas no salen como uno espera y encima se complican hasta un punto como el que estamos viviendo.

-"Mira a lo que nos ha llevado tu absurda pasión por los edificios abandonados"- Es mi hermana la que había abierto la boca. Decido no replicar, pienso que es mejor dejar que se desahogue después de todo me siento un poco responsable con todo lo que está sucediendo.

Ante nuestros ojos se abre una amplia llanura de arena fina, bañada por el agua, que ya comenzaba a ser invadida por las sombras. Había acabado siendo una tarde rojiza y luminosa. Caminamos sobre la orilla sintiendo la humedad del agua, contemplando la delgada línea verde del litoral de unas tierras lejanas, inaccesibles completamente desconocidas. En primera línea de playa se observa como se eleva una delgada franja de verdor, salpicada de árboles, entre los que asoman algunas casas indianas, con sus rutilantes columnatas de estética neoclásicas, típicas de los extraños palacetes que proliferan en la costa, auténticos vestigios de lujo de un triste pasado colonial.

El sol se ha hundido ya bajo el horizonte, el oleaje se embravece por momentos y la espuma de las olas nos salpica cuando rompe en la orilla de la playa, pero no abandonamos esa ruta, porque es la más segura para intentar salir de aquel paraje infernal. La tarde otoñal ha convertido ese lugar en un inmenso húmedal, una inmensa marisma pantanosa cubierta de cañas y carrizo, bajo un cielo gris completamente encapotado. La política de protección del Ayuntamiento ha resguardado el parque creando una barrera artificial de rocas inexpugnable.

Cuando me vuelvo observo que la bruma se está extendiendo más allá del horizonte y en lo más profundo del mar. Miro a mi alrededor y no veo presencia humana por ninguna parte, y eso me inquieta. De pronto he creído percibir un pequeño temblor bajo mis pies y nos detenemos bruscamente para ver si se repite.

-"¡¡¡Lo que nos faltaba, un TERREMOTO"- Grita espantada mi amiga.

Con el terror añadido por si se repite otro temblor, seguimos caminando por aquel enorme valle de arena, sin rumbo fijo. En medio de la quietud de la noche y en un paisaje nunca visto, siento más que nunca la gran extensión de aquel lugar y me doy cuenta de que nos encontramos completamente solas en aquel territorio inhóspito. 

Creía que aquello se había producido por causa de algún tipo de desequilibrio kármico en nuestra existencia como consecuencia de un castigo por algún tipo de crimen que algún antepasado nuestro debía de haber cometido en el pasado.

El camino que llevamos recorriendo, hace tiempo que no sigue ninguna senda, simplemente se extiende por aquel valle dorado. En el horizonte, se distingue una inmensa barrera infranqueable, es otra de las vallas que limita el acceso al Parque. Hacemos un alto en el camino, pues en aquel punto, emanan extraños gases y el terreno se hace más dificultoso por momentos. Comprobamos angustiadas que nos encontrabamos atrapadas en un laberinto de arena, agua y rocas y llegamos a la conclusión de que ese camino ya no es agradable y mucho menos transitable. 

 Y cuando me volví, una vez más, a contemplar el paisaje, comprendí muchas de las cosas que había visto en aquel lugar mágico, todas las leyendas que se habían generado, unas creadas por la fantasía más esplendida y otras fruto de la historia más terrible, todas pasaron por mis ojos y entonces se apoderó de mi mente visiones de gente desesperada luchando contra los elementos y las catástrofes sociales.

La luces de la tarde se van apagando y la noche y su séquito de sombras va invadiendo aquel lugar, encogiéndonos el corazón. El cansancio me hace ver las cosas borrosas, pero mirando en la lejanía los rayos tempranos de la luna iluminan un grupo de gente que se va aproximando por el estrecho sendero que transcurre paralelo a la cortina vegetal.

-” Vienen los ciclistas” Grita mi hermana, al distinguir al grupo. Intento fijar la vista y distingo que realmente son los ciclistas, pero hay algo raro en ellos, carecen del empuje que se suele percibir en los amantes del cicloturismo. Los ocupantes de las bicicletas invaden todo el camino y parece que pedalean con pereza, como si el cansancio o el aburrimiento les dominase. Hay algo raro en ellos, algo que no se percibe a simple vista ya que van excesivamente agachados hacia delante, como si se esforzaran en luchar contra algo invisible que se empeña en detenerlos.

Cuando la cercanía es casi insoportable y se pueden tocar casi con las manos, uno de los ciclistas levanta la cara, y lo que vemos es tan terrorífico que, en un acto reflejo, nos tumbamos sobre la arena intentando mimetizarnos con la llanura arenosa.

La naciente luz de la luna revela un rostro que no es humano, deformado por alguna clase de mutación genética seguramente debido a los vertidos contaminantes del río y comprendo que las vallas no están para evitar que la gente entre, sino para evitar que estos seres salgan. Pasaron cerca de donde donde nos encontrábamos y tuvimos ocasión de percibir con total nitidez sus espeluznantes rasgos. Avanzaban casi deslizándose, etéreos y como si flotasen en el aire. Aquellos mutantes de la marisma ataviados de negra noche, se dirigían cansinamente hacia las ruinas de aquel paraje de ensueño lunar. Iban en rigurosa fila india, siguiendo sin lugar a dudas una formación ritual ancestral.

Contemplamos la comitiva con el alma en vilo, conteniendo la respiración ante el temor de ser descubiertas. Aterrorizadas y sollozando casi sufrimos un infarto cuando el más rezagado se detuvo y se apeó de la bicicleta,  parecía que olfateaba el aire como si hubiese detectado algún tipo de olor desconocido. El resto del grupo no se dio cuenta de la acción de su compañero. 

Contemplé sus brazos ondeantes y fosforescentes y cuando le vimos acercarse, la luna iluminó un rostro extraño en el que relampagueaban unos ojos rojizos, era aterrador. 

Aquel ser de la luna tenía una indescifrable expresión en el rostro, su boca dibujó una mueca, algo parecido a una sonrisa, mostrando una dentadura estrecha y puntiaguda, con las encías ennegrecidas y  babeantes. 

La extraña criatura rastreó por la zona y cogió algo entre los matojos de la playa, era un bicho alargado, parecía una serpiente, el ser abrió sus fauces y la engulló sin dificultad. 

Contemplamos la escena tumbadas desde la arena y cuando el ser volvió al grupo, liberada la tensión dramática estallamos en sollozos incontenibles.

-"De aquí no salimos con vida"- Murmuro mi amiga, mientras la comitiva de mutantes de la marisma seguían avanzando como arrastrados por una voluntad demoníaca, torpe pero constante.

Cuando nos recuperamos de la impresión, decidimos seguir a los extraños habitantes de la marisma, tras vencer la reticencia de mi hermana y Helena, que no se mostraban demasiado inclinadas a ponerse en peligro. Pero,  al final, todas coincidimos en esclarecer el enigma de aquellas extrañas criaturas. Así que abandonamos nuestro escondite y seguimos a los mutantes a prudente distancia, poniendo especial cuidado en no ser vistas porque en ello se nos iba la vida,  o eso creíamos.


Bajo la luz lunar aquella escena terrible alcanzaba tintes surrealistas imposibles de descifrar. Aquella silenciosa morada largo tiempo abandonada por los carabineros y que ahora se había convertido en un divino cadáver que señoreaba sobre la playa, se mostraba como expectante, como si algo fuera a suceder de un momento a otro en aquellas remotas ruinas, que bajo el influjo de la luna resplandecían espectralmente. 

Nos ocultamos entre la vegetación y escuchamos unos débiles sonidos en la lejanía. El viento soplaba entre los juncos y cañaverales como si fueran ecos musicales de otra dimensión, aquello provocó una especie de sugestión hipnótica que nos sumió en un sueño en el que se nos reveló toda la verdad de lo que en aquel lugar sucedía. Despertamos de una forma muy lenta y aturdidas y sin saber a ciencia cierta de si estábamos despiertas o dormidas, pero pronto pudimos comprobar que nuestra pesadilla aún no había concluido. 

En ese momento invadió el lugar una horrible pestilencia.

Desde nuestro escondrijo divisamos la escena más dantesca que la imaginación puede crear, del mar comenzaron a salir extrañas criaturas primigenias que reptaban sobre la arena húmeda, su piel brillaba bajo el rayo lunar. Súbitamente, las oscuras formas se irguieron y dibujaron gigantescas sombras en los muros de la Casona.

En aquel momento, sentimos como si una especie de emanación surgiera de lo más profundo de la tierra y tomara posesión de nuestro espíritu. Como en trance, abandonamos nuestro escondite y nos presentamos ante aquellas criaturas sobrenaturales, invadidas por un éxtasis irracional que solo podía originarlo una poderosa fuerza telúrica. Mis ojos contemplaron aquellos seres de pesadilla y se produjo un extraño prodigio, el de la naturaleza desbordada.

Aquellos seres se desprendieron de sus ropas y medio flotando por los aires evolucionaban grotescamente como si su mente captara algún tipo de ritmo musical, ancestral, creado por un viento misterioso y ardiente que como un éter demoníaco soplaba sobre nuestros cuerpos en una íntima caricia, arrasando nuestras ropas y dejándonos completamente desnudas ante los espectros de la marisma. De sus cuerpos surgieron unos brazos fosforescentes que envolvieron nuestros cuerpos trémulos. 

La negrura más absoluta de apoderó de nuestras mentes, anulando nuestra voluntad. Perdida la conciencia, en sueños nos vimos abrazadas por aquellas criaturas marinas que, avanzando sobre la fría arena, acabaron arrastrándonos con ellos hasta las profundidades marinas y nos sumergimos en las negras aguas. Entonces, en silencio, todo aquel fiel séquito también se adentró en el mar y uno a uno fueron desapareciendo bajo un remolino de espuma.

Por fin abrí los ojos. Ya no estábamos en la marisma. Nos encontrábamos con la ropa desordenada y sucia, en un lugar que trataba de recordar porque me resultaba vagamente familiar. Todavía tenía el sabor del mar entre los labios. Conseguí incorporarme y el sonido atronador de un avión volando sobre nuestras cabezas me hizo recordar donde nos hallábamos. Era una de las pistas del aeropuerto, no sabía como habíamos llegado hasta allí, pero al ver el estado en que se encontraban nuestros pies intuimos que debimos de estar caminando muchísimo durante toda la noche. Nos observamos y comprendimos que incluso habíamos llegado a arrastrarnos, pero cuando percibimos las extrañas protuberancias que habían crecido detrás de nuestras orejas, un grito inhumano brotó de nuestras gargantas al unísono,  llegando hasta el último confín del Aeropuerto.


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