jueves, 21 de junio de 2012

SOLSTICIO Y NOCHE DE SAN JUAN


Hoy ha comenzado la estación más calurosa del año en el Hemisferio Norte. Agobios bochornosos que podemos combatir con un rico helado en la terraza de un bar, disfrutando de la brisa marina. Una época del año ideal para gozar de paseos interminables y divertidos encuentros con los amigos. Llega a nuestras vidas el maravilloso verano de las confidencias compartidas en frescas veladas nocturnas...Una felicidad simple motivada por la luminosidad de los días más largos....
Y, ahora COINCIDIENDO CON LA FESTIVIDAD DE SAN JUAN os pongo un cuento.

EL DESPERTAR



Aquella noche es la más esperada del año, los chiquillos del barrio alucinan con la gran variedad de petardos que salen al mercado. Una noche poco propicia para disfrutar de los cuerpos celestes, pero inmensamente atrevida y pintoresca.
Los críos, como todos los años, se dedican a recoger trastos viejos del barrio para apilarlos en la pequeña plaza del pueblo. Es la pintoresca manera que tienen los vecinos del pueblo para liberarse de muebles y objetos extraños.
Una mujer, la costurera del pueblo, se dedica a confeccionar un muñeco al que se suele poner alguna ropa vieja, ya desechada por los vecinos, o realizada por ella misma. Aquel día estaba pintando los ojos y la boca a una muñeca que lucía unas gruesas trenzas de lana amarilla muy chillona, para completar la indumentaria le colocó sobre una nariz inexistente, unas gafas de sol anticuadas.
El efecto era muy gracioso, era una turista decadente.
Cuando estuvo terminada salió con ella y recorriendo algunas calles llegó a la plaza donde se encontraba la gigantesca hoguera y sonriente pensó que ya estaba preparada para albergar a su “turista accidental”. Los chiquillos, muy traviesos, no se encontraban muy lejos y cuando descubrieron la muñeca no tardaron en acercarse y en tirarle piedras. Sus padres intervinieron de inmediato y cogiendo a los niños de una oreja se los llevaron a rastras, parecían que volaban y sus gritos de dolor despertaron a los pájaros que dormían en las ramas de los árboles más cercanos.
La noche fue cayendo sobre el pueblo y los festejos de la verbena dieron comienzo, las coloridas guirnaldas de las calles brillaron con más intensidad bajo la luz de los farolillos y los petardos que, en manos de los chiquillos, explotaban constantemente llenando de una humareda blancuzca todas las calles y aterrorizando a las ancianas que, encerradas en su casa a cal y canto, no osaban asomar la nariz por el resquicio de la ventana.
Mientras tanto, las parejas de enamorados celebraban sus propias verbenas en el monte, bajo la tenue luz de las estrellas disfrutando de su particular noche festiva.
Apartados en un oscuro lugar de la plaza, un grupo de adolescentes miraban con desagrado el monigote que lucía la hoguera y con risas quieren hacer su propia gracia.
En realidad quieren asustar al pueblo y han planeado cambiar el ridículo monigote por otro más macabro con la intención de reírse de los vecinos. Para ello, piensan acercarse hasta el cementerio cuando anochezca, para no ser descubiertos y coger el esqueleto de un muerto.
Un viejo camino sin iluminación y poco transitado conduce hasta el lugar donde se encuentra el cementerio. Con unas pequeñas linternas van alumbrando el camino. Nada turba la tranquilidad del lugar, tan sólo las risas de los pequeños cómplices en una cruel gamberrada. El lugar esta muerto, la vida hace tiempo que huyo del lugar y las risas de los jóvenes son el único indicio vital en el camposanto.
Las linternas crean un reguero de luz entre las tumbas, revelando oscuros rincones donde se agazapan sombras palpitantes. Los muchachos sienten por primera vez el ramalazo del terror y comprenden que están violando algo sagrado, y que esa total oscuridad que parece más enemiga que nunca sólo protege la dignidad de los que allí reposan eternamente.
Solitario y en un rincón desierto del camposanto descubren un panteón que devorado por la maleza, se encuentra en muy mal estado, la luz de las linternas se desliza por toda la construcción y descubre una grieta en una de las esquinas. Es más bien un deterioro estructural, fruto del tiempo y el abandono, algo bastante común en todas las edificaciones del lugar.
La luz de las linternas se centra en la grieta, que parece a los ojos de los adolescentes una siniestra boca desdentada que puede devorarlos de un momento a otro. Inspeccionan la rendija y comprueban que puede entrar un cuerpo perfectamente, tras alguna que otra reticencia, deciden penetrar en la oscuridad insondable de un edificio funerario que parece esperarles desde el más allá.
Cuando en encuentran en el interior, pese al tiempo transcurrido perciben el olor de los cuerpos putrefactos que ocultos en sus catafalcos duermen el sueño eterno. Pero nada inquieta a los muchachos y moviendo una losa en muy mal estado se hacen con la calavera que hay en su interior. La introducen en un saco y abandonan el edificio. Todo ha transcurrido sin contratiempos. Apresuran el paso acortando la distancia que se encuentra entre el cementerio y el pueblo, cuando se encuentran frente a la hoguera realizan el cambiazo rápidamente, intentando evitar ser descubiertos.
Continúa la fiesta, siguen con los petardos y las batallas con pistolas de agua. Se acerca la medianoche y todos los vecinos se reúnen en torno a la hoguera. En ese momento, cuando una mecha prende la hoguera, cuandos las lenguas de fuego acarician la noble calavera que la corona, un grito femenino, el de la costurera, revela el sacrilegio.
Pronto siguen otros gritos de asombro y enojo y es que la gamberrada es de muy mal gusto.
Pero, las cosas nunca suceden por casualidad y desde una esquina de la plaza, casi oculta por un roble centenario, una mujer joven, con la mirada fija en el fuego, realiza una invocación en una lengua ininteligible. Cuando concluye su plegaria se arrodilla y justo, en ese momento, una gran llamarada brota de las entrañas de la hoguera y se eleva hacia el cielo. La joven cae desvanecida en el suelo.
Mientras tanto, un jinete con su caballo emerge de la hoguera purificadora con un pergamino que muestra a la gente congregada, atónita ante la inusitada visión ecuestre.
…” Ante vosotros me presento como el cuarto jinete del Apocalipsis. Con vuestra profanación habéis liberado las fuerzas ocultas del más allá. Aquí os dejo este pergamino, sólo cuatro sellos lo abren. Tenéis un año para encontrarlos, si fracasais, los jinetes volverán a cabalgar sobre la faz de la tierra y la humanidad será exterminada”...

CONTINUARÁ...

CATALINA CAZORLA

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