CRÓNICA DE UNA MUERTE ANUNCIADA




Estamos aquí reunidos para despedir los restos de un buen amigo: Sentido Común.

Sentido Común vivió una corta vida, y murió al inicio del nuevo milenio. Nadie sabe a ciencia cierta cuántos años tenía, puesto que los datos sobre su certificado de nacimiento hace mucho que se han perdido por culpa de la burocracia.

Será recordado por haber sabido cultivar lecciones tan valiosas como que hay que trabajar para poder tener un techo propio sobre la cabeza, que no es bueno meter a la zorra en el gallinero, que se necesita leer todos los días un poco, saber por qué los pájaros que madrugan consiguen lombrices, y también por reconocer la validez de frases tales como "la vida no siempre es justa", y “tal vez haya sido yo el culpable”.

Sentido Común dedicó desinteresadamente su vida al servicio en las escuelas, hospitales, hogares, fábricas y oficinas, ayudando a la gente a hacer su trabajo sabiamente y sin fanfarrias. Por décadas, reglas estúpidas y disposiciones sin sentido no lograron derrotarlo.
Vivió según reglas económicas básicas (no gastes más de lo que ganas), estrategias parentales confiables(los adultos, no los niños, están a cargo), y sabiendo que ser el segundo en algo no es malo.
Veterano de la Revolución Francesa, Revolución Industrial, la Revolución Tecnológica y la hiperinflación, Sentido Común sobrevivió a tendencias culturales y educacionales extremas como el fascismo, el franquismo, el nazismo y la matemática moderna.
Pero su salud comenzó a fallar cuando fue infectado por el virus del individualismo.

Su salud comenzó a deteriorarse rápidamente cuando se aplicaron reglas bien intencionadas pero ineficaces: informes respecto de un niño de seis años acusado de abuso sexual por haber dado un beso a una compañera de clase; adolescentes que debieron irse a otro colegio por haber denunciado a un compañero distribuidor de droga, y una maestra despedida por reprender a un alumno indisciplinado, sólo hicieron que empeorara su condición .
Sentido Común perdió terreno cuando los padres atacaron a los maestros sólo por hacer el trabajo en el que ellos fracasaron: disciplinar a sus ingobernables hijos.
Declinó aún más cuando las escuelas debieron requerir un permiso de los padres para administrar una aspirina, poner protector solar o colocar una curita a un alumno -aunque eso sí, no podían informar a los padres si una alumna estaba embarazada y quería abortar.
Sentido Común perdió el deseo de vivir cuando vio convertidas algunas iglesias en negocios y los criminales empezaron a recibir mejor trato que sus víctimas.
Para Sentido Común fue un duro golpe que uno ya no pueda defenderse de un ladrón en su propia casa, pero que el ladrón pueda demandarnos por agresión; y que si un policía mata a un ladrón, incluso si éste estaba armado, sea inmediatamente investigado por exceso de defensa, cuando no acusado de gatillo fácil.

Durante los últimos años su sola voluntad no alcanzó para contrarrestar los ataques de la política, la cultura y la sociedad en general. Miró con dolor cómo gente buena era subordinada a oportunistas y corruptos, como el gozar de derechos permitió vulnerarlos, como se puede agraviar amparado en la libertad de expresión.

Su salud continuó deteriorándose cuando se aceptó que se liberara a asesinos por fallas técnicas durante su arresto, y que los derechos humanos sean solo de los victimarios, nunca de las víctimas.

Finalmente, Sentido Común perdió sus ganas de vivir cuando comprobó que los medios de comunicación sólo opinan, no informan, y que ser "veterano de guerra" sólo aplica a los conscriptos, nunca a suboficiales y oficiales que también enfrentaron las balas.

Cuando se enteró que poner bombas y matar por una ideología es una forma de "protesta apasionada", en tanto, combatir ese método es "represión indiscriminada de inocentes", su corazón no aguantó más.
Sentido Común fue precedido en la muerte por su padre y su madre, Verdad y Confianza; su esposa, Discreción, y sus hijas, Responsabilidad y Razón.
Lo sobreviven tres hermanastros: Derecho, Tolerancia y Queja.

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