EL DÍA DE TODOS LOS SANTOS, UN CUENTO DE TERROR



He aquí un cuento de terror, como diría Narciso Ibánez Serrador, uno de esos para no dormir.

Cuenta la historia que durante la noche de todos los santos un grupo de amigos se encontraba de acampada y celebrando una fiesta en las afueras de un pequeño pueblecito de montaña. Muy cerca, entre las sombras siniestras de la noche se encontraba el pequeño cementerio del pueblo en un estado de deplorable abandono. Estos jóvenes entre risas y alcohol se reían de los amigos más temerosos porque no se encontraban a gusto en aquel lugar tan próximo a las tapias del cementerio y les gastaban bromas macabras.

Tratando de atemorizar al amigo miedoso, uno de los chicos dijo.

- No se os ocurra nunca pasear por un cementerio cuando se ha puesto el sol. Si lo haces puedes tener la mala suerte de tropezarte con un muerto, te puede atrapar y nadie sabrá de ti, desaparecerás.

- Mentira – respondió una de las chicas – Eso son sólo supersticiones.

Un joven que no creía en este tipo de cosas le lanzó un peligroso desafío:
- Si tan valiente te crees ¿por qué no nos lo demuestras? Pagaré todas las consumiciones de este puente si te atreves.

- A mí no me dan miedo los cementerios, ni las tumbas , ni los muertos, -respondió la chica-, pero yo ahí no entro, ni tengo porqué demostrar nada.
Un chico que sólo pretendía llamar la atención de las jóvenes se ofreció a intentarlo y cogiendo su linterna se dirigió hacia el cementerio sepulcral que bajo la negrura nocturna parecía más tenebroso. Pero, antes cogió la navaja que le entregó un amigo y éste le indicó que la clavará en una de las sepulturas y así todos sabrían que había estado dentro. Ante el estupor de sus compañeros de viaje, se dirigió con paso firme al camposanto bajo la mirada atónita de sus amigos.
El cementerio estaba lleno de sombras y un silencio sepulcral se extendía por todo el recinto y su valentía inicial se fue desvaneciendo de pronto. Sentía que extraños seres le contemplaban desde detrás de las lápidas inclinadas por el paso del tiempo y poco a poco se fue adueñando del muchacho un terror que crecía a cada paso que daba y notaba que un aliento helado le recorría la nuca.
-“No temo a los muertos, son los vivos los que me preocupan”… Se repetía el muchacho una y otra vez tratando de calmar los latidos de su corazón angustiado.
Casi ciego por el pánico divisó la figura de una mujer enlutada, extrañamente pálida, sentada sobre una de las tumbas. Cuando se acercó con la intención de preguntarle qué hacía allí, experimentó alivio al sentir una presencia humana en un lugar tan inhóspito. Sentándose al lado de la mujer le contó su situación. La mujer le confesó que se encontraba en el cementerio visitando la tumba de su hijo y las horas habían transcurrido sin darse cuenta y ahora no sabía como encontrar la salida. Pero, el muchacho que tenía muy buena orientación se ofreció como guía y la condujo hasta la salida. Llevaban caminando un rato largo y la salida no aparecía por ningún lado. Mientras tanto, la mujer se limitaba a mostrarle las paredes perimetrales del cementerio. El muchacho comprendió enseguida que el cementerio se había convertido en un lugar inaccesible y se sintió completamente desorientado. Entonces la mujer se le colocó delante interrumpiendo su marcha y con una voz que no era de este mundo, con una voz cavernosa le habló.

-Sabes una cosa, te he mentido, no soy lo que tu crees, soy el espectro guardián del cementerio y tu has osado perturbar el eterno descanso de los muertos. Así que no vas a salir nunca de aquí – replicó y al mismo tiempo extendió una gigantesca garra con la que atrapó al muchacho por el cuello que aterrado no pudo articular palabra ni movimiento, y con una gran violencia se lo llevó con ella hasta las mismas entrañas de la tierra.
Al ver que no regresaba, los chicos fueron en su busca. Encontraron su cuerpo tumbado sobre la sepultura, fría, rígida y con la cara totalmente desencajada por el miedo.

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