Los primeros aztecas del valle de México se asentaron en un terreno pedregoso invadido por un número incalculable de serpientes. Pero, aquellos pobladores no solo demostraron ser unos guerreros únicos, porque se las comieron, manifestándose como guerreros, prácticamente, invencibles. Sin embargo, instauraron un culto chamánico asociado a la fertilidad del suelo y la estrella vespertina, Venus. Los aztecas acabarían convirtiendo la serpiente en un personaje deificado que influyó en el desarrollo de la cultura del país.
La idolatría que generó les empujó a buscar una zona más propicia para establecerse y la encontraron en la zona pantanosa del Lago de Texcoco. Los valerosos guerreros, aunque en inferioridad de condiciones, destacaban por su lucha apasionada. Un jefe vecino, Coxco, solicitó su ayuda antes de entrar en guerra con Xochimilco. No dudaron en ofrecerles su apoyo, con la pretensión de sacar un trato ventajoso en el asunto... El fracaso no entraba en sus planes y manifestándose como unos hábiles estrategas, consiguieron hacerse con el control en el combate, capturaron treinta prisioneros a los que cercenaron una oreja con sus dagas de obsidiana, como trofeo de guerra y culminaron la batalla con una gran ovación.
Pero, una vez superado el triunfalismo, el rey aliado se dio cuenta de que los aztecas se presentaron con las manos vacías, señal que indicaba que no habían participado en la batalla.
Entonces el jefe de los aztecas preguntó porqué a cada uno de sus prisioneros les faltaba una oreja. Seguidamente, sorprendió a los presentes sacando las treinta orejas de un zurrón que colgaba de su hombro derecho. Entonces, Coxco, al comprender que había juzgado precipitadamente a su aliado decidió desagraviar a los guerreros aztecas ofreciendo un valioso regalo. Como no tenía demasiadas riquezas optó por ofrecer a su hermosa hija, porque era la prenda más valiosa que tenía en ese momento. Entregada la princesa como un intento de perpetuar el respetable linaje de su casta…
La hermosa princesa, “bella como un collar”, fue conducida por un caudillo del rey Coxco, creyendo que se iba a convertir en reina y esposa de un Dios. Así se convino, y se llevaron a la doncella a Tizapán con grandes honores. Allí la agasajaron con música, una lluvia de flores y nubes perfumadas de copal, hasta un ídolo ante el cual, súbitamente, el sumo sacerdote la degolló. La tendieron, luego y con finísimos cuchillos de obsidiana procedieron a despojarla de la piel con sumo cuidado, de las rodillas para arriba, y después su piel se convertiría en la capa del sumo sacerdote, sería un ritual sacrificial a la Madre Diosa Naturaleza, con la intención de convertir a su pueblo en el más respetable y poderoso de la región. Entonces, invitaron al padre a participar de las fiestas de entronización y el hombre, descubrió, horrorizado, cuando finalizó la macabra ceremonia, los restos del cuerpo de su hija cubriendo el cuerpo del sumo sacerdote, engalanado con sus mejores galas y acompañado por todo su séquito. Entonces, el padre dominado por una cólera furiosa, dio orden de matar a todos los aztecas, pero no pudo conseguirlo porque los asesinos de su hija se escabulleron, con destreza, y se perdieron en la espesura de la selva.
Fuente: ANYCA 0608.
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