Las encantadoras amigas fantasmales de Sara hacen su luminosa aparición encaramadas en lo alto de la copa de un árbol de gran frondosidad vegetal y contemplan, atentamente, la lenta comitiva de peregrinos que se mueve por el serpenteante camino del bosque.
La hermosura de las muchachas las asemeja a la de las diosas paganas de la antigüedad, realzada por la belleza de su atuendo clásico ya que visten clámides griegas con un brillo deslumbrante, sujetas con gracia y donaire al hombro. Adornan sus tocados con una gran profusión de bellas flores silvestres enraizadas entre los rizos de sus abundantes cabelleras.
– Tenemos un gran problema con Sara, no parece tener interés en poner en práctica los planes que tenemos con respecto a ella.-Comenta Filo mientras trata de apartar de su rostro un rizo rebelde que le oculta la visión.
– Sí, la verdad es que el muchacho a veces se prodiga en favores con ella, como cuando le ha ofrecido la flor. – Le responde Sofía sin dejar de mirar a la pareja, que en esos momentos parece que están más distanciados que nunca.
– Si no se cumplen nuestros planes y no parte de Francia ya preñada, entonces tendremos un gran problema. Vamos a tener que idear algo y forzar la situación…-Dice riéndose Clara.
– Sí, pero, habrá que tener cuidado no vaya a ser que nos pasemos de listas y no nos salgan las cosas como queremos. – Comenta Filo mientras contempla a la pareja formada por la abadesa y Hugo, el caballero templario, que avanzan lentamente por el estrecho sendero del bosque.
Con estas últimas palabras y unas cuantas risas traviesas desaparecen en un torbellino de luz.
Mientras tanto, los peregrinos, en el verde sendero y totalmente ajenos al acecho de que son objeto por parte de las amigas de Sara, siguen su camino tranquilamente y sin contratiempos. Los sonidos típicos del bosque contribuyen a crear una atmósfera de paz y sosiego que alivia los temores más íntimos de nuestros amigos.
– ¿Qué es lo que ha sucedido cuando os encontrabais en el interior de la tumba.?- Pregunta intrigada la abadesa a Hugo, mientras mira con tanta fijeza a los ojos del hombre que casi consigue incomodarlo.
– Mientras examinábamos una serie de frases escritas en latín que habían en algunos de los catafalcos hemos empezado a sentir una voces que decían: …”No toquéis lo prohibido”…
– La misma frase que pronunciaron los muertos ayer por la noche – Le interrumpe Eugene, con los ojos desorbitados por el horror.
– Sí, las mismas, al principio se escuchaban muy lejanas y eran casi ininteligibles, pero, al final, se iban sintiendo cada vez más fuertes y más cercanas y no nos hemos quedado a esperar a ver qué es lo que pasaba.
-Dios mío cuantos horrores tendremos que vivir todavía y no es justo que nosotros tengamos que pagar las culpas por lo que otros han hecho. -Añade la abadesa -Ciertamente, –continua diciendo- estoy un poco confusa, y ya empiezo a pensar que son demasiadas las apariciones de estos espectros. Tenemos conocimiento de que materializan en las Landas, en el bosque de los aparecidos y en este pueblo. Creo que estos fantasmas están en todas partes y lo encuentro un poco sospechoso.-
-En cierto modo – aclara Hugo- no es que sea raro, tenemos unos hechos en los que son protagonistas un tesoro y los hombres que lo custodiaban. Se produce un crimen brutal y la misteriosa desaparición del mismo, fruto de la codicia y ambición.-
-Supuestamente, una siniestra venganza del más allá mantiene unidos este tesoro misterioso y unas almas en pena que no descansan en paz porque han sido privadas de sus cuerpos terrenales, violentamente, y no pueden recibir cristiana sepultura ya que se encuentran por ahí perdidos. Y, esa es la razón por la que se materializan en varios lugares a la vez. Es muy posible que el tesoro se encuentre en un lugar y las víctimas en otro.-
-De lo que decís se deduce que en esa tumba debía de encontrarse algo, sino a qué se debe su posible repentina aparición. Dios nos asista, qué horrores nos esperan todavía en este viaje tenebroso. -Comenta apesadumbrada la mujer.
-Y, sobre esas misteriosas frases latinas que me decís, Hugo.-
– Pues que se repetían en dos de los catafalcos que, curiosamente, estaban construidos con un extraño material,..
– ¿Extraño material…? Pregunta la abadesa interrumpiendo al caballero templario.
– Si era un material muy frío y duro al tacto, no estaba hecho de piedra o metal, posiblemente era una clase de material que desconocemos, de no ser por ese murmullo de voces de ultratumba, posiblemente hubiésemos tratado de investigar sobre el asunto, pero cualquiera se enfrentaba a esos espectros rabiosos.
– ¿Y, las frases latinas, todavía las recuerda.? Pregunta interesada la abadesa, cambiando de tema, mientras sigue con la mirada como el tortuoso sendero se pierde en el bosque.
– Sí, eran tres, y como nosotros no estamos versados en lenguas clásicas desconocemos su significado, quizá vos podáis aclarar nuestras dudas. La mujer le contempla y por unos minutos se olvida de cuánto le rodea perdida en la inmensidad de los ojos del hombre.
- Una de ellas decía: A CAVE MUTO ET AQUE SILENTE… - Hugo trata de reproducir la frase escrita en los féretros, pero la memoria le falla…
- A CANE MUTO ET AQUA SILENTE CAVE TIBI. -La abadesa le corrige y concluye la frase con una sonrisa que la rejuvenece y que le forma dos atractivos hoyuelos en las mejillas. – esta frase quiere decir más o menos cuídate del perro que no ladra y con el agua silenciosa.
- ¿Y, qué querrá decir tal frase? le pregunta el templario.
- Es un mensaje que encierra una advertencia, y seguramente se está refiriendo a un animal inanimado o más bien a una escultura de piedra o una estatua. Creo que cuando habla de agua silenciosa se está refiriendo a un tipo de agua estancada, una balsa. Podría ser una fuente con una figura de piedra que representa a un perro.
- ¿Conoce alguna fuente en la que aparezca una figura que represente a un perro. O algún estanque en el que aparezca una escultura representándolo?
- Pues no, no conozco ninguna.
-¿Y, las otras que decían? la abadesa vuelve a preguntarle
- Pues una decía: AD ASTRA PER ASPERA; y, la otra, AB INSOMNE NON CUSTITA DRACONE, quizás conozcáis el sentido de estas frases… – Pregunta el templario arqueando una ceja.
-Esta última quiere decir: PARA EJERCER DE CUSTODIO EL DRÁGON DEBE PADECER INSOMNIO.
-Estas frases son más difíciles, la primera dice: A LAS ESTRELLAS POR EL CAMINO MÁS DIFICIL. No quisiera errar, pero me parece que se refiere al Camino de Santiago. Y, la segunda dice que “el dragón para ejercer de custodio debe de padecer insomnio”. Esta última es más fácil, a mi entender, ya que habla de custodia y cuando se trata de dragones, éstos, siempre custodian tesoros, por lo tanto se está refiriendo a un tesoro oculto. También puede ser interpretada como si se tratase del diablo custodiando las puertas del infierno, pero me inclino a creer que esta frase indica el emplazamiento de un tesoro. Quizá si me indica en qué posición se encontraban las frases podamos dilucidar el misterio. Todo parece indicar que se encuentra en algún lugar del Camino de Santiago.
- Si no recuerdo mal –dice el templario- la primera , la del perro, se encontraba en el margen superior izquierdo. La segunda, la de las estrellas, aparecía en el centro. Y, la última, la del dragón, en la esquina inferior izquierda.
- Esa disposición es un tanto peculiar, posiblemente estén indicando una direccionalidad. – La abadesa hace un alto en el camino y cogiendo una ramita del camino escribe las frases en el suelo y cuando acaba rodea con una línea todas las Aes mayúsculas que encabezan la frases y las une con una línea unidireccional.
¿Es casual que las tres frases empiecen por la letra A?- Pregunta Gondemar, el templario ha seguido en todo momento la conversación entre Hugo y la abadesa.
– No no es casual – le responde la abadesa sin dejar de contemplar intrigada el enigma de las frases lapidarias. – Yo diría que esto indica una ruta a seguir, un itinerario. ¿Pero, cuál?. Aquí hay algo que todavía no entiendo… que se me escapa.- La abadesa inspira y gira la cabeza hacia el bosque esmeralda como esperando encontrar en su exuberancia vegetal la respuesta a sus dudas.
Archembaud atrae la atención de sus compañeros de viaje ya que observa con extraña fijeza, como si buscara inspiración, las frases dibujadas en la tierra. Cuando, al final, se le ilumina la cara y con regocijo exclama:
– ¡Cielos! -grita con entusiasmo.- Me parece que sé a qué ciudades se refieren esas “Aes” que encabezan las frases. La revelación de Archembaud atrae la atención de todos sus compañeros que no acaban de entender el sentido que encierran sus palabras.
Todas las miradas están concentradas en el templario a la espera de que acabe por desentrañar el misterio que rodea a las frases.
– ¿Y, bien, qué ciudades son esas ? la pregunta de la abadesa no logra ocultar el interés.
-Pues son Amiens, Angers y Angulema. No pueden ser otras. Geográficamente tienen esa disposición. – La contestación de Archembaud es un tanto escueta y por la expresión que revela su rostro no parece satisfacer la curiosidad de la abadesa.
-Eugene arquea una ceja ante el comentario del templario, asombrada por el poder de deducción del hombre.
-¿Cómo conocéis la situación geográfica de esas ciudades?. Es algo que no está al alcance de todos ya que la consulta de cualquier documento, libro o manuscrito sólo esta reservado a los copistas en los monasterios y a la gente religiosa.
– No debéis olvidar que nosotros pertenecemos a una orden de monjes guerreros.- Es la vaga respuesta, no exenta de sarcasmo, que recibe la abadesa y como el hombre no parece muy propenso a dar explicaciones, prefiere rodearse de un halo de misterio que irrita y deja contrariada a Eugene por lo que la mujer opta por no seguir con las preguntas.
– Sí, monjes, guerreros y célibes- le replica la mujer con una sonrisa maliciosa. Uno de los templarios carraspea ligeramente cuando escucha las palabras de la monja.
– Siempre he dudado acerca de esta cuestión.- Añade la mujer.
-¿ Qué cuestión…?- Inquiere Gondemar con un leve arqueamiento de cejas que le confiere un aspecto ciertamente diabólico.
– Pues la que hace referencia a vuestro supuesto celibato.- concreta la monja con una sonrisa pícara, porque en Irlanda es común que las comunidades religiosas sean mixtas y se permiten los matrimonios entre los religiosos, y es común que hombres y mujeres críen a sus hijos en el servicio de Cristo.
– Por supuesto que guardamos los votos, con esfuerzo, pero los seguimos. En realidad, nosotros también seguimos la tradición cristiana.
– Nosotros también seguimos la tradición cristiana- aclara la monja-, pero no acostumbramos a mortificar el cuerpo tan innecesariamente. El celibato está reservado únicamente a los ascetas y a los abades y abadesas de las comunidades monásticas.
– ¿ Y, no ha escuchado esos rumores, menos amables, que circulan en torno a nuestra persona en los que se insinúa que somos promíscuos, sexualmente, y que acostumbramos a mantener relaciones sexuales que personas de nuestro mismo sexo.? Le pregunta Hugo riéndose, con una leve inclinación de la cabeza.
Eugene abre unos ojos como platos, estupefacta, pues desconoce tales habladurías y tampoco cree que algo así puede ser cierto, pero al final estalla en unas alegres carcajadas, es la primera vez que sus compañeros de viaje la ven reírse con ganas y al final ellos también se contagian de la alegría de la mujer.
-La frase del dragón custodio me parece haberla leído antes, me suena – La revelación de Andrés eclipsa el momento, mientras se rasca la cabeza con brío y es que ya son demasiados los días que lleva sin tomar un baño y el cuerpo ya empieza a quejarse.
Eugene emite un suspiro de impotencia y piensa en el enigma que encierran las frases latinas y qué es lo que mantiene unidas a tres de las ciudades más importantes de Francia. La mujer permanece absorta en sus pensamientos cuando comprende que Archembaud oculta algo, que no es tan ajeno a los hechos que rodean a este misterio. Observa al templario con una fijeza que aunque trata de disimularla no escapa a los ojos inquisitivos de Hugo.
– ¿En qué pensáis? le pregunta el templario.
– En nada – le responde, con un resentimiento que no escapa a la sagacidad del hombre.
– ¡Ya sé donde se encuentra! –Exclama Andrés con el entusiasmo propio de la persona que parece haber recibido una importante y preciosa revelación- se encuentra en la portada oriental de la Catedral de Chartres.
El descubrimiento de Andrés provoca el repentino enmudecimiento de sus compañeros de viaje.
-¿La catedral de Chartres?. Murmura Hugo frunciendo los labios, algo que puede ser muy peligroso en el caballero- Ya veo que este misterio se complica cada vez más.
Hugo comienza a pensar en cuál puede ser el hilo conductor que une estas tres ciudades de Francia con Chartres y los muertos, en cual es el extraño nexo que les mantiene unidos. Todo un laberinto de preguntas sin respuestas que le enojan.
-Siento tener que decir que no tenemos ninguna necesidad de ir detrás de ningún tesoro, nosotros tenemos una tarea que cumplir y no debemos alejarnos de nuestro cometido por el bien de todos y de nuestra protegida. – Afirma Hugo intentando desafiar a sus compañeros a que le lleven la contraria.
– No, tienes razón, debemos seguir con el propósito inicial de este viaje y no debemos apartarnos de nuestro objetivo ya que la vida de nuestra protegida corre peligro. Es la contundente respuesta de Archembaud.
Continúan el viaje ya exhaustos por las muchas horas que llevan de peregrinaje y sus cuerpos acusan el esfuerzo. La luz solar, intensa y radiante, les ofusca por un instante, pero tras rápidos parpadeos y después de alzar la mano para protegerse los ojos, su visión mejora notablemente. Ya llevan un buen trecho del bosque siguiendo lo que parece ser un impreciso sendero, del que nacen otros que se dirigen en diversas direcciones, perdiéndose todos en la espesura del bosque.
Eugene se detiene junto a un árbol caído cuyo interior está ocupado por una masa informe de color terroso y maloliente, un musgo verde amarillento se derrama por lo poco que queda de la corteza del tronco y lo devora de manera inclemente. Casi oculto por unos matorrales, este cadáver de la naturaleza es la manifestación más descarnada de la muerte en el claro del bosque. Un conjunto de hongos de color blanquecino, con unas manchitas ocres en el lomo, muy hermosas llaman la atención de Sara que no duda en tocarlas.
– ¡No las toques, que son venenosas, es un tipo de hongo muy común y terriblemente mortal que tan sólo con probarla ocasiona la muerte al instante, con unos fortísimos dolores de estómago ! grita Eugene y al mismo tiempo agarra violentamente la mano de la muchacha, cuando ya se encontraba a unos escasos centímetros de las llamativas plantas.
– Cualquiera lo diría, si son preciosos, y los gnomos y los duendes no deben de estar muy lejos – añade Guillermo, riéndose.
Se alejan de los restos cadavéricos del árbol y siguen con su peregrinaje, pero no saben decir en qué punto del sendero, el bosque se ha vuelto más inquietante y tenebroso, en qué momento, el rumor del viento entre las hojas ha dejado de ser un delicioso arrullo relajante y tranquilizador, sino que parece más bien los quejidos del más allá, y se ha convertido en un sonido que pone los nervios de nuestros amigos a flor de piel.
Extrañas sensaciones se apoderan de sus mentes y las formas tortuosas de los árboles parecen que se van a echar encima de los peregrinos. La abadesa conoce demasiado bien qué es lo que produce estas extrañas sensaciones y alerta rápidamente a sus compañeros de viaje.
– Tapaos la boca y la nariz, inmediatamente – exclama muy alterada Eugene- Hemos penetrado en un lugar donde existe un hongo alucinógeno y pronto sufriremos sus efectos.
– ¿De qué efectos habláis…?- Inquiere Gondemar.
– Pues que enloqueceremos por efecto de la droga, yo ya estoy empezando a ver los árboles con brazos y piernas. Si no nos cubrimos la boca, es posible que acabemos matándonos entre nosotros. – De inmediato, los falsos peregrinos cubren sus bocas con un improvisado pañuelo a fin de evitar los posibles efectos del hongo venenoso.
Los falsos peregrinos parecen haber superado los efectos alucinógenos de la droga cuando se encuentran con la primera criatura viviente del bosque, una preciosa ardilla roja, de esas que se hacen tan caras de ver. El gracioso animalito se encuentra sentado, allí, en medio, sobre sus patas traseras, haciendo malabarismos con una diminuta bellota que tiene entre sus patas, la cola, muy generosa y de color cobrizo luce generosa detrás. El pequeño animal no parece indiferente a la presencia de los hombres en el claro del bosque, constantemente gira su preciosa cabeza hacia ellos, pero no parece sentirse incómoda con su presencia.
-¡ Oh, que maravilla.! Exclama con entusiasmo Sara.- ¡Hemos tenido la suerte de encontrarnos con una ardilla roja!. No tarda en acercarse hasta el animalito con intención de acariciarla, pero la criatura del bosque no está preparada para tales demostraciones de afecto y no tarda en salir huyendo, soltando la bellota y trepando por uno de los árboles más cercanos, haciendo alarde de una graciosa agilidad que la lleva hasta una de las ramas más altas del árbol.
– ¡ Vaya un susto de muerte que le has dado a la pobre ardilla!- Le dice riéndose Andrés, pero al poco rato tiene que tragarse sus palabras, porque el precioso animalito deja su preciado alimento y sin pensarlo dos veces y mirando en su dirección, decide abandonar la rama del árbol donde se encuentra, y se dirige hacia la joven.
– ¡ Hola!. Es el dulce saludo con el que recibe la joven a la preciosa ardilla. El rostro de la joven refleja en ese momento, la más placentera de todas las sonrisas.
Una sonrisa que se eclipsa cuando la ardilla vuelve a abandonarla, al poco tiempo.
Los peregrinos siguen su viaje y pronto dejan atrás los árboles y aparecen a ambos lados del camino unos matorrales salvajes que mueren en una extensión de helechos de un verde oscuro y tejos amarillos cuya función parece que sea la de contener el espesor del bosque. Ahora el sol se encuentra en su punto más alto y el cielo que lo rodea es de un color azul pálido, el azul más puro y limpio que nunca hayan visto. Es un día estupendo, a pesar del frío y la humedad.
Los viajeros pendientes de los ocultos rumores del bosque no han captado a la negra presencia que a una prudente distancia va siguiendo sus pasos de manera silenciosa.
A media tarde, tras hacer un alto, para dormir la siesta y comer un poco a base de mendrugos de pan resecos, cecina de carne y un pobre conejo que ha tenido la mala suerte de encontrarse con los hambrientos peregrinos, éstos y su protegida llegan hasta una pequeña aldea, perdida en lo más profundo del bosque. Es un lugar muy bello, casi idílico. Los rayos del sol arrancan destellos esmeraldas a las verdes hojas humedecidas, todavía por el rocío de la mañana.
Un pequeño riachuelo es atravesado por un viejo puente de piedra al que se adhiere el musgo que ha brotado con la primavera.
Sobre el puente, destaca la figura harapienta de lo que parece ser un mendigo que, envuelto en su parduzco hábito se esfuerza, haciéndose oír, ante la muchedumbre silenciosa que hay congregada a su alrededor.
Frases apocalípticas brotan de su boca desdentada y sucia.
…” Y, la bestia surgirá del mar…! Pero no puede concluir su frase ya que cuando descubre a los recién llegados, sufre una conmoción que deforma sus facciones y señalando con un dedo acusador, les amenaza.
…” ¡VOSOTROS, PEREGRINOS FALSARIOS, CUSTODIOS DEL SANTO GRIAL, A VOSOTROS, EN VERDAD OS DIGO QUE, CUANDO EL DÍA SE TRANSFORME EN NOCHE, LA MUERTE ACUDIRÁ A LLEVARSE A UNO DE VOSOTROS…”
Los inocentes peregrinos aún no se han dado cuenta de que su secreto ha sido revelado a los cuatro vientos, pero el profeta sigue con sus siniestros vaticinios y se dirige colérico hacia la muchedumbre que hasta ese momento le ha estado escuchando con un silencio casi reverente.
…” ¡ Y, SERÁ POR VUESTRA CULPA, CRIATURAS IMPÍAS, PECADORAS…” Grita vociferando al publico que le escucha atentamente, pero el reproche sólo consigue encolerizar a los pacíficos aldeanos que no tardan en empezar a apedrearle.
…” SERÁ POSIBLE, COMO OSAS LLAMARNOS PECADORES, DESGRACIADO PETIMETRE, TÚ, SI QUE VAS A VERLO TODO MUY NEGRO”… Le replica airadamente un robusto aldeano con una piedra muy grande en la mano, con la evidente intención de arrojársela.
La primera piedra impacta en las partes nobles del hombre que se dobla sobre su cintura con un desesperado gesto de dolor en sus facciones. Antes de que le llegue la segunda, ya ha escapado a toda carrera, tratando de huir, subiéndose los faldones de su hábito, de la jauría humana que, con muy malas intenciones, le sigue enarbolando palos y lanzando piedras con certera puntería. El hombre corre con desesperación tan rápido como le permiten sus piernas y a sus espaldas, una turba humana que se acerca a pasos agigantados.
…”BRUJO DEL DEMONIO, ¿DE QUÉ TENEMOS LA CULPA? ANDA DÍLO, QUE TE VAS A ENTERAR… NO HUYAS COBARDE”…
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