LOS PEREGRINOS DE LAS TINIEBLAS VIII


..."No me hagáis esto, por favor, no quiero esas reliquias!”-. Se explica la hija de Dios cada vez más alterada, a cada minuto que pasa. Se siente impotente ya que los peregrinos, que están remojándose los pies en un riachuelo, hacen caso omiso de sus palabras.

Los caminantes han encontrado un lugar sombreado, a la orilla de un río, lo bastante amplio para todos. Gondemar hace la señal de alto. El sol se encuentra en el punto más alto y el cansancio es tan intenso que no se puede dar un paso más. Las cristalinas aguas del riachuelo tienen un poderoso imán incapaz de resistirse. Los hombres guardan silencio ya hace demasiado tiempo, ni siguiera piensan. Sólo aspiran encontrar la sombra de un árbol, bajo el que sentarse y tomar el tentempié que les ha dado la abadesa. Mastican muy lentamente, para que les dure y así engañar a su estómago lastimero. Beben de sus cantimploras y después se remojan los pies en el río, pero la encuentran tan refrescante y deliciosa que sin pensar demasiado en la muchacha que les acompaña, empiezan a despojarse de sus ropas, a excepción de sus calzones, y se zambullen sin complejos en las frías aguas del río.

-“Es que no comprendéis que para mi sólo simbolizan el dolor y el sufrimiento de Jesucristo y que si las toco, reviviré toda su terrible agonía”.- Sólo, entonces, Hugo escucha las lastimeras palabras de la muchacha y se dirige a ella diciéndole, tratando de calmarla:

– “Esas reliquias, que tanto desprecias, son algo muy importante y debes tenerlas en tu poder, cuando abandonemos Francia. En ellas se encuentra la sangre derramada de Jesucristo y, si tanto te asusta tocarlas, no te preocupes que ya nos haremos, nosotros, cargo de ellas y las custodiaremos.”-

Sara comprende que la decisión ya está tomada y que sus deseos no cuentan, ya que los peregrinos han decidido llevar a cabo la misión de recuperar las preciadas reliquias y lo que ella piensa, para ellos no cuenta.

Enojada se refugia bajo la fresca sombra de un roble y les contempla con enojo y, casi, con envidia, mientras chapotean, despreocupadamente, entre las cristalinas aguas.

Entonces, descubre a su lado a sus tres amigas fantasmales que han vuelto a hacer acto de presencia y están sentadas, tan campantes, a su lado, contemplando, con interés, a los hombres; que, totalmente, despreocupados, se están remojando en el agua, desnudos, a excepción de sus toscos calzones, manifestando todo un atractivo derroche de energía y vitalidad. Las muchachas luminosas sonríen cuando contemplan la divertida escena que protagonizan los hombres, alborotando, entre las frías aguas.

-“Hola, querida Sara, aquí estamos otra vez, como te prometimos, sabemos que estás confusa y hemos acudido a aclararte, un poco, las ideas-“Le dicen sus amigas.

– “¡Oh, habéis vuelto, que feliz que soy y sabiendo que siempre estáis cerca de mí, casi me siento en la gloria, como vosotras. Por que no me lleváis con vosotras, no os va mal, y aquí las cosas se complican cada vez más”- Les dice, entristecida.

-“No digas estas cosas, querida, sabes que no puede ser, eres muy joven y tienes mucho por vivir y aún has de recibir muchas satisfacciones, sólo tienes que esperar y la vida te volverá a sonreír, como en el pasado”- Le dice Filo, mientras le aparta de la cara un mechón rebelde que se obstina en cerrarle un ojo.

-“ Estos hombres sólo tienen una preocupación, protegerte, y pueden decidir qué es lo que más te conviene. Así que, deja de rechazar esas reliquias tan importantes y llévatelas contigo, porque aquí peligran, en el futuro esa basílica sufrirá un incendio de proporciones colosales que la destruirá en su totalidad y todo lo que se encuentra en su interior se perderá, irremediablemente, si no nos ocupamos de ellas, acabaran desapareciendo y tú no puedes consentir eso, ¿no?. Cuando llegues al “Nuevo Mundo”, en ti y en tus descendientes recaerá la responsabilidad de custodiarlas y protegerlas. Y, nosotras, cuando llegue el momento, nos encargaremos de indicarte el lugar, un santuario sagrado y recóndito, inexpugnable, donde deberán reposar eternamente.”-

– “Ya has decidido con quién vas a tener a tu hijo- Le pregunta directamente Sofía, dando un giro a la conversación. – no debes de pensártelo, demasiado, ya que el tiempo corre…”-

– “No pienso tener un hijo con ninguno de ellos, no me hacen ningún caso”- Dice la hija de Dios señalando, con un gesto airado de la mano, a los hombres.

Las muchachas luminosas no tratan de presionarla demasiado, ya que confían que la naturaleza y el instinto conspirarán para hacer realidad sus deseos.

-“Ahora, Sara debes decirles que ya está bien de baño, que están perdiendo un tiempo precioso y debéis partir lo antes posible”- Le dice, Clara, mientras le retira la flor del pelo.”-

– “Y, sobre todo, no debes olvidar que eres un “muchacho” que regresa de visitar la tumba del apóstol Santiago, y los muchachos no llevan flores en el pelo. No olvides este detalle en el futuro.”-

Sara, muy obediente, abandona su asiento, se acerca a la orilla del río y empieza a recriminar, a los templarios, con cara de enojo, que deberían de abandonar el río y reanudar el viaje ya que no tienen todo el tiempo del mundo y si pretenden conseguir las reliquias deben partir de inmediato y no perder más el tiempo.

Los once templarios la contemplan con una expresión indescifrable que no augura nada bueno. Entonces, reaccionan, al unísono, saliendo del río y originando una lluvia de salpicaduras, se dirigen a ella riéndose, alegremente, y antes de que se de cuenta la cogen entre todos en vilo y, sin contemplaciones, la arrojan al agua. Sara no puede reaccionar. Y, al final, sólo se contenta con palmotear impotente, sobre las aguas. Pero, cuando se levanta chorreando, tiene el tiempo justo para ver a sus tres amigas fantasmales riéndose con ganas. Finalmente, se cogen de las manos y desaparecen, en un torbellino luminoso de color, y con ellas, también se esfuma su enfado.

Mientras, esperan que sus ropajes se sequen al calor del sol, todo el mundo se echa a dormir la siesta. Es el mediodía y Sara escucha la serenata que ofrecen las cigarras. Pero, al cabo de un rato, ya se encuentran, totalmente, dormidos y los potentes ronquidos rivalizan con el canto las graciosas cigarras campestres.

Cuando se despiertan, empiezan a organizar sus alforjas para iniciar la marcha, con el descanso se encuentran renovados y alegres, y miran al cielo con una expresión de dicha en el rostro.

Gondemar presiente que algo se acerca por el bosque, aguza el oído y dice:

– “Callad, un momento y escuchad…” El templario se levanta y se acerca hasta el linde del camino donde nace el pequeño sendero que conduce al río.

– “Se siente el retumbar de unos cascos de caballos, se acerca alguien a todo galope por el camino”- Cuando pronuncia las últimas palabras, reaccionan con rapidez cogiendo, en volandas, a Sara entre varios y la ocultan tras unos tupidos matorrales y dejan a Andrés con ella. El resto se dirige hasta el árbol más próximo y con una gran destreza, fruto de su entrenamiento en las cruzadas, trepan, todos, a la copa del árbol donde esperan sorprender al jinete que se aproxima.

El sendero recoge el furioso retumbar de los cascos del caballo. Y, en un respiro, uno de los templarios salta sobre el jinete derribándole sin dificultad, caen rodando sobre la tierra inmersos en un torbellino de tierra y hojas secas. Cuando frena la lucha cuerpo a cuerpo, el hombre contempla los inmensos ojos verdes de una mujer, que le miran encendidos por la furia.

-“Por Dios, Perdón, señora abadesa”- Se disculpa de la mejor manera que sabe, el azorado templario, cuando comprende que ha estado a punto de lesionarla.

– “Y, si, para empezar, os levantáis y me dejáis libre, que me siento aprisionada, y me duele todo el cuerpo”-Contesta la monja muy airadamente y muy herida en su amor propio, pues es uno de los pocos hombres que la ha abatido ya que ella pertenece a una estirpe guerrera de Irlanda y tiene un entrenamiento de elite en la lucha cuerpo a cuerpo.

Pasado el violento momento inicial, los peregrinos y la abadesa se saludan efusivamente y les pone al corriente de lo que ha sucedido en la abadía. La triste situación de las religiosas deja consternados a los hombres, pero la suerte ya está echada y sólo cabe esperar que la providencia sea benevolente con ellas.

Sara sale de su escondite y se abraza con alegría a la mujer que la recibe en sus brazos con emoción y termina postrándose de rodillas ante la joven, pero ésta nuevamente la coge de la mano y la levanta.

-“No quiero que nadie se postre ante mis pies, soy una persona común y corriente, no existe ninguna trascendencia en mí, tan sólo quiero que me trates como a una amiga… No soy merecedora de tanta adoración."

Tras ofrecerle algunos alimentos vuelven a reanudar el viaje. Siguen un sendero que zigzaguea como una serpiente atravesando terraplenes de roca, tierra y troncos caídos que les destrozan los pies. A veces les llega el perpetuo murmullo del río que parece acompañarles durante todo el trayecto. Atraviesan claros boscosos y sombrías arboledas perdidas. No parece que sea posible encontrar a gente que habite en lugares tan recónditos. Ellos saben que es la única ruta segura hacia el norte.

Penetran en la espesura boscosa donde contrasta el colorido naranja, rojo y verde de las aulagas y los helechos, creando un espectáculo casi místico y atemorizador al mismo tiempo. Sólo están el bosque y ellos, nada más, sobrecogidos ante la gran extensión de árboles y plantas que les rodea, no les llega ni el canto de las aves, pero el bosque tiene una secreta melodía que todos perciben con agrado, y está en el leve susurro de las hojas cuando las acaricia el aire, en el alegre murmullo del río, en la suave brisa acariciando la hierba y en el sonido del viento cuando surca los cielos. Y, piensan que necesitarían días y días para tratar de diferenciar todos los sonidos del bosque.

Sara observa que el cuerpo de la abadesa se tensa cuando contempla el cielo y sigue la dirección de su mirada.

-" ¿Qué son esas aves negras?"- Pregunta Sara, impresionada por la negra mancha que sobrevuela por el cielo.

-" Esas aves son cuervos y no anuncian nada bueno"- Le contesta la abadesa. Los cuervos se asemejan a una mancha negra que contrasta contra el azul del cielo y vuelan trazando círculos y descendiendo en picado.

-" Los cuervos siempre merodean donde existen animales muertos." – Dice Hugo. Y ha de ser bastante grande ya que hay muchos.

-" Vamos hacia allí, está de camino y tengo curiosidad por saber qué es lo que puede atraer a estos animales."- Dice Hugo, mientras encamina sus pasos hasta el lugar donde se congregan los córvidos.

Los peregrinos siguen renuentes a Hugo, avanzan entre la maleza de bosque que cada vez es más espesa y puede ocultar a un regimiento entero.

Antes de contemplar el horror, notan la pestilencia que inunda el lugar,un olor pútrido nauseabundo y corrompido, es el olor de la muerte lo que impregna todo el lugar. Cuando llegan al lugar donde se congregan los cuervos, el horror no tiene límites, sobre el suelo se aprecia una forma humana cubierta enteramente por la bandada de cuervos. Los hombres espantan a las aves carroñeras y entonces descubren el cuerpo de una mujer joven que ha pasado a mejor vida de forma muy violenta. Los caminantes contemplan inmóviles el cuerpo casi desnudo, incapaces de asimilar lo que están viendo con sus ojos. Sara se mantiene apartada ya que teme que sus visiones vuelvan a aparecer.

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