LOS PEREGRINOS DE LAS TINIEBLAS VI



…” Los templarios llevan en la abadía subterránea dos jornadas, recuperándose de su duro peregrinaje. Gracias al emplasto que les han facilitado las monjas casi han sanado las heridas de los pies y ya pronto reemprenderán el viaje. Es una cataplasma realizada a base hoja de col para drenar la infección, lavanda y consuelda para limpiar, ajo picado para combatir los humores amarillos de las secreciones.

Mientras, duermen tranquilamente un sueño sin sobresaltos, una figura oscura, encapuchada, envuelta en una capa y rodeada de sombra y misterio, abandona una de las celdas, moviéndose sigilosamente por los negros pasillos de la abadía, se adentra en el deambulatorio del claustro buscando las dependencias de la cocina, donde acaba desapareciendo.



Sara está despierta mucho antes de que la abadesa penetre en la celda y su suave voz atraviese la oscuridad. Perturbado el sueño por el leve ruido del picaporte de la cerradura de la puerta de su habitación, se sobresalta ante los posibles peligros que la acechan. La figura en el umbral despierta viejos temores en la joven y recelosa se incorpora en su jergón. Cuando descubre la figura tranquilizadora de la religiosa se relaja y le pregunta la razón de su presencia en la habitación.

– ¿Eugene, ha ocurrido algo? Pregunta Sara llena de preocupación.

– No, tan sólo que ya se prolonga demasiado vuestro sueño y necesitáis ingerir algo de alimento, para reponer fuerzas.

Sara le agradece su interés por ella con una sonrisa y todavía medio adormilada abandona con desgana el cálido jergón.

– Se os espera en la Sala Capitular, juntamente, con vuestros compañeros de viaje para que podamos tratar sobre los asuntos, tan importantes, que nos conciernen.

Tras el descanso, ha decidido tomar un baño, para ello es conducida hasta las dependencias de la cocina, donde están calentando agua en una marmita, en el fuego de la chimenea. Tan lúgubre como el resto del edificio, resulta casi incongruente la grandiosidad de la estancia y su poca iluminación. Apenas una mesa de grandes dimensiones domina el centro de la dependencia, unas pocas sillas precarias y algún que otro banco es todo el mobiliario de la cocina, unos hachones en los muros iluminan tenuemente la cocina. El techo ennegrecido muestra una estructura de bóveda ojival. La estancia está comunicada con el exterior por medio de cuatro puertas, de una de ellas, parte una pequeña escalera de madera que se pierde en la oscuridad, Sara, curiosa, se acerca y vislumbra, la extraña forma de caracol, como va trepando adosada a los muros de una torre de gran altura que tiene la base de piedra y los pisos superiores de madera, y alcanza una altura de unos 25 metros. Sara contempla en la parte superior de la torre un pequeño resquicio por el que se desliza una rendija de luz diurna.

La escalera también desciende hacia los pisos inferiores, pero se impide el paso por una gran cancela de hierro forjado, con un gran cerrojo que está oxidado por el tiempo y la humedad.

Mientras tanto las religiosas vierten el agua caliente en una tina y la joven desprendiéndose de sus harapos se introduce entre los vapores del agua caliente. Con un duro cepillo y jabón elaborado por las mismas monjas a base de jabonera, salvia, romero y abrótano se frota el cuerpo. Concluye el baño y se levanta de la tina, alcanza la toalla, antes de salir, y se frota con energía sus miembros gozando de una agradable sensación al sentirse aseada y perfumada. Viste las ropas limpias que le han ofrecido las religiosas.

Las monjas tras su baño le presentan un plato caliente de sopas de ajo, a base de perejil, tomillo, laurel y salvia, pan y huevo escalfado y pan con queso. La joven, hambrienta, devora la comida y le parece un manjar delicioso y cuando acaba rebaña con un trozo de pan el plato. Después, se dirige a su encuentro con la abadesa que les está esperando en la Sala Capitular, pide ayuda a una de las religiosas que la han acompañado durante su baño para que la conduzca hasta donde se encuentra la hermana.

Abandonan la cocina y penetran en un largo corredor. Sobre los muros aparecen colgados pequeños catafalcos que representan a tumbas, pero no son otra cosa que receptáculos de valiosas reliquias de la orden. Recorre en silencio el lúgubre corredor del claustro, con expresión alucinada, iluminado por unos candiles que cuelgan de los muros.




Cuando Sara penetra en la Sala se encuentra que sus compañeros de viaje ya se encuentran reunidos con la bella abadesa y se encuentran hablando animadamente. Cuando la descubren, interrumpen su animada conversación y la hermana se dirige hacia ella y le besa las manos. Sara la contempla con infinita paciencia y ya desiste de disuadir a la mujer de la exagerada devoción de que la hace objeto.

La joven aparece tan hermosa tras el baño que arranca una mirada de admiración entre los hombres y la abadesa y es que, parece que la descubren por primera vez. Envuelta en los suaves perfumes de las hierbas que ha usado en el baño, despierta a su paso los sentidos dormidos de los hombres.

Lucen, en el rostro, unos impresionantes ojos grises sombreados por unas pestañas muy largas, el cabello increíblemente negro y lustroso descansa con suaves ondulaciones sobre los hombros y la blancura de su rostro rivaliza con la nieve.

La belleza de Sara simboliza la pureza y lo etéreo, nace de la armonía de la naturaleza y de la bondad del alma. Es una belleza espiritual que muchas mujeres no saben que poseen y que la mayoría anhela, pero sólo está destinada a los escogidas.

La abadesa contempla la cara sonrosada de Sara tras el baño, su carne todavía está enrojecida después del calor del agua.

Sentaos, por favor, ¿Queréis acompañarme con un vaso de vino caliente con especies para evitar el frío de la mañana?

Los peregrinos no rechazan el ofrecimiento de Eugene. Y, Sara tras dudar tan sólo un momento acaba aceptando sin más.

Penetra en la sala una religiosa con una bandeja sobre la que descansa una jarra de barro cocido con una gran barra de hierro al rojo vivo en su interior. Entonces, la abadesa, se acerca hasta un estante y recoge unos pequeño vasitos de madera sobre los que va vertiendo el líquido caliente.

Animados por la caliente bebida, ha llegado el momento propicio para aclarar todos los misterios que les rodean .

Empieza la abadesa, explicando el porqué de su situación proscrita, de vivir sepultadas en vida bajo tierra, privadas del calor del sol y de la caricia del aire porque se enfrentan a la dolorosa realidad que para ellas es más fácil sobrevivir bajo tierra que intentar hacerlo sobre la misma. Para estas hermanas tratar de seguir viviendo en la caridad, en el amor y la compasión era toda una prueba de supervivencia y una lucha contra la maldad y la dureza de la condición humana que las acosa en la superficie.

– Hace ya bastante tiempo que nuestra orden,- comienza diciendo la religiosa bajo la atenta mirada de los peregrinos,- se instauró en la región. Pero, nuestra congregación era originaria de una abadía de Kildare, en Eire, que se vio obligada a abandonar por razones de enfrentamientos entre los reyes del Eire y aquí encontramos un buen lugar para echar raíces. Al principio, nosotras ayudábamos a los lugareños de la región. Ofrecíamos nuestros conocimientos de medicina y también impartíamos justicia entre litigios vecinales, siempre dentro de la más absoluta humildad, y la gente del lugar nos apreciaba y respetaba. Pero, con el tiempo, los nobles feudales temerosos de que nuestro poder terrenal pudiera ensombrecer al suyo optaron por tramar una conspiración hacia nosotras. Por ser una comunidad que seguía rituales ancestrales de origen celta, sobre todo en lo concerniente a la elaboración de pócimas y ungüentos, corrieron la voz de que éramos brujas y muy peligrosas. Lanzaron injurias y nos acusaron de realizar rituales satánicos, que jamás realizamos. Y, un día, un grupo de exaltados comandados por un señor feudal del Poitou saquearon e incendiaron la abadía. Nosotras, conseguimos ocultarnos en unas dependencias secretas bajo tierra y así conseguimos salvar la vida. Ahora, lo que contempláis se construyó con posterioridad. Y, poco a poco iremos engrandeciendo nuestra orden y nuestro recinto monástico.

La construcción de esta abadía ha sido posible porque hemos aprovechado una antigua mina de sal, de proporciones tan considerables que ha hecho posible que las diferentes galerías se hayan adaptado a todas las dependencias que precisa un cenobio.

– “¿Todas las habladurías que circulan acerca de su orden son falsas?”- le pregunta Hugo.

-“ Absolutamente, son injurias y patrañas, no sacrificamos recién nacidos en ninguna misa negra y mucho menos nos dedicábamos a asesinar a los pobres peregrinos que se acercaban buscando el refugio de los muros de nuestra orden”. Le contesta encendida la hermosa mujer.

-“Esta abadía tiene fama de ser maldita-“ Comenta otro de los templarios.

– La única maldición real que nos atañe es este enterramiento en vida al que estamos sometidas – Contesta disgustada a Gondemar.- Por culpa de la intransigencia de la gente”.

– “¿ Y las siniestras historias de fantasmas y aparecidos que acontecen entre estas ruinas y que tienen atemorizada a la gente de la región?. Comenta Andrés.

– “Nada, –aclara la abadesa- simplemente, pura superstición y el aspecto de las ruinas que excitan la imaginación de la gente.

– “Pero, creíamos que fue quemada en la hoguera”- Guillermo sigue insistiendo tratando de aclarar el misterio que rodea a la abadesa.

– “Fue una pobre desgraciada que tenía un gran parecido conmigo y como la turba humana estaba sedienta de sangre, no se pararon a pensar en si se equivocaban o no, cuando la descubrieron la arrojaron a la hoguera, sin más.-“ Concluye la monja.

Los peregrinos escuchan atónitos toda la terrible historia que relata la mujer y no pueden dar crédito a lo que escuchan, pero aún queda una incógnita por descifrar y es la presencia de la monja espectral entre las ruinas.

– “ Pero, nosotros hemos visto a una monja al pie del altar, en las ruinas de lo que fue la antigua iglesia.”-revela Archembaud

– “¿De qué monja habláis?”- pregunta extrañada la religiosa.

– “Pues de la monja que nos ha guiado hasta vuestra congregación”. Explica Godofredo.

– “Las religiosas de nuestra orden – empieza diciendo la abadesa- tienen prohibido salir al exterior. Primero, porque ponen su vida en peligro, todavía somos duramente perseguidas. Segundo, todos nuestros contactos con el exterior son realizados a través de fieles seglares, que antes que revelar nuestra existencia se dejarían cortar la lengua. Y, por último, vivimos atemorizadas, porque en el macizo central francés actúa una fiera que, dicen algunos, es un engendro del demonio y, parece ser, está empezando a extender su reinado de terror por esta zona. Por lo tanto, es del todo imposible que una hermana de nuestra orden se aventure en el exterior.”-Concluye la religiosa.

Los falsos peregrinos se miran entre ellos y comprenden que se encuentran ante un misterio indescifrable, pero lo que no se puede negar es que que ellos vieron algo entre las brumas de la niebla. En realidad, si lo que vieron fue una manifestación sobrenatural, el tiempo aclarará las dudas.

Sara ha escuchado en silencio a la abadesa y a sus compañeros, y consternada por las explicaciones de la monja, empieza su relato.

-“Todo empezó, – Dice Sara- cuando María Magdalena llegó al Languedoc acompañada de José de Arimatea, entonces ya llevaba en el vientre el fruto de su relación con Jesucristo. Y, se establecieron en una comunidad judía que había por la zona.

Magdalena intervino en la evangelización de la antigua Francia y después se retiró a una cueva del macizo del Sainte Baume donde enterraron las reliquias de la cristiandad con ella en su sarcófago.

No os podéis imaginar la pena tan grande que siento al tener que renunciar a ellas, pero huir de Francia es una necesidad muy grande, y el tiempo apremia. Tenemos que llegar a La encomienda templaria de La Rochelle de donde partiremos hacia el “Nuevo Mundo”.

-¿ Porqué esta necesidad de huir tan urgente?- Le pregunta intrigada la abadesa–

-Hace algún tiempo, unas hermanas y amigas de Montségur y yo, tuvimos un encuentro desafortunado con Simón de Monfort. Tuve una visión de su muerte y del lugar donde ocurriría. Y, yo ingenua de mí tuve la osadía de prevenirle. Simón estalló en una furia sin límites, mis amigas me ayudaron a huir y conseguí librarme de una muerte segura, pero ellas cayeron prisioneras y desde entonces no he vuelto a verlas. Han debido morir con toda seguridad… “- Sara omite el encuentro fantasmal con sus amigas, porque no quiere que la tomen por una visionaria.

La joven concluye su explicación comentando que Jesucristo era descendiente del Rey David y que ella es la última representante del linaje de Jesucristo. Ya que su madre, como tantos otros cátaros, se ha autoinmolado en las hogueras de Montségur.

-“Sara, querida niña, fuiste afortunada, porque Simón de Montfort es una bestia sanguinaria y una de las cosas más crueles que ha hecho ha sido escoger a un grupo de prisioneros y ha mandado cortarle las orejas, los labios y la nariz y como eran visionarios les arrancó los ojos. Despiadado, sólo le dejó un ojo al que encabezaba la macabra comitiva, para que pudiera conducir a sus compañeros y dirigió a este ejército de infelices al pie de las murallas de los castillos de Lastours.

Cuando Sara escucha el relato se estremece horrorizada y por un momento cierra los ojos y comprueba la veracidad de las palabras de la abadesa. Cuando contempla con los ojos de la mente la terrible escena de los desgraciados arrastrados por un sendero que les conduce a la muerte. Estremecida, contempla la figura conocida del temible cruzado que les fustiga terriblemente desde lo alto de su caballo.

– “ Entonces es real, – comenta para sí misma la monja- el Santo Grial se encuentra entre los cátaros, pero no es lo que todos creemos, – Piensa en voz alta y poco a poco, va siendo presa de una pasión exaltada- Sara, eres la materialización en carne y hueso del Santo Grial, o lo que es lo mismo, representas la sangre real de Jesucristo.- le dice a la joven completamente dominada por la pasión- Y, creo que debes saber una cosa, las reliquias de Magdalena ya no se encuentran en la Sainte Baume, sino en la Basílica de la Sainte Madeleine en Vézelay, y en ella colocaron dentro de una modesta hornacina los restos de la santa y también el lienzo con el que se envolvió el cuerpo de Jesucristo, el taparrabos y la corona de espinas que ceñía su frente, estas reliquias son las vestiduras que llevaba Jesucristo cuando fue crucificado y como José de Arimatea fue el que se encargó de su enterramiento se hizo cargo de ellas. También se encuentran ocultas otras joyas que se supone la acompañaban cuando huyó de Israel y que con su muerte se transformaron en un ajuar funerario.

Además, se encuentran custodiadas en una cámara o cripta secreta, construida “ex profeso” para este fin. La intención es protegerla contra robos y saqueos de fanáticos. Para conseguirlo se ha buscado un complicado sistema de trampillas, no exentas de peligro, encaminadas a impedir que se acceda a las reliquias sagradas. Algunos desgraciados, los más atrevidos han desaparecido en el intento.

Mientras hablan, irrumpe en la Sala Capitular una monja muy alterada y postrándose ante la abadesa le revela que sor Emilie ha desaparecido ya que no se encuentra por ningún lado.

La cara de Eugene revela preocupación ya que es extraño, la mujer está habituada a que las monjas no sólo la obedezcan sin cuestionarla sino que, siempre que pueden se anticipan a sus órdenes. No le cabe en la cabeza que una monja de su congregación la desobedezca y la desafíe, así que la abadesa se teme lo peor:

-“ La situación se complica, tenéis que reemprender el viaje, ya que es muy posible que esta religiosa nos haya traicionado y se haya dirigido hasta el cercano campamento de Simón de Montfort con la intención de delataros.”

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