LOS PEREGRINOS DE LAS TINIEBLAS IV


…”Los peregrinos ya totalmente despejados del sopor del sueño, escuchan atentamente la historia que les cuentan sus compañeros de viaje y no pueden dar crédito a lo que oyen.

Deciden afrontar los hechos como han hecho siempre, siendo racionales por lo que deciden dirigirse al cementerio e investigar por donde ha podido escabullirse la monja misteriosa.

Se encaminan, rigurosamente, uno detrás de otro, y al poco tiempo recorren los metros que les separan del recinto del cementerio que, en ese momento, un rayo de luna arranca destellos de plata a las cruces y sin más se adentran en el mundo de los muertos.

Se dividen y se dispersan en todas direcciones tratando de buscar algún indicio que señale la vía de escape de la monja. Los sepulcros ocultos entre la maleza apenas permiten la visualización de las imponentes cruces que, excepcionalmente, aún permanecen en pie. Pasean entre las tumbas, observan de cerca los panteones y sus candorosas dedicatorias, en ocasiones, hasta ridículas. Pasean sus ojos sin interés por los cenotafios conmemorativos invadidos por las plantas trepadoras y lo único que consiguen es tener una desagradable sensación al sentir como corren por entre sus pies las alimañas que da cobijo la maleza, tristes habitantes de este mundo de muerte

Pero, sólo perciben la olor a putrefacción que despide este triste lugar y la frialdad de la piedra en la palma de la mano. Son afortunados ya que parece ser que la niebla va remitiendo poco a poco.



Mientras dura la inspección vuelve a sonar el aullido del lobo, ahora peligrosamente cerca, pero los templarios respiran con tranquilidad pues parece ser que no se trata de una manada ya que es sólo un lobo el que aúlla. Piensan en la pobre mujer que ha tenido la mala suerte de encontrarse con la fiera en su camino y ha acabado convertida en una presa inocente, con la que calmar su hambre feroz. Y, cuyos restos posiblemente alguien encontrará algún día, en el camino.

-“¡Aquí, parece que hay algo”- Exclama Jacques.

– “¿Qué has visto?- Le pregunta Hugo, y al mismo tiempo se va acercando a toda prisa hasta su amigo.

– “Esta losa parece que está un poco desplazada, y, yo solo no puedo moverla”- Hugo piensa que si él no puede moverla de su sitio, es posible que no sea el acceso que ha utilizado la monja. Pero de todas formas se acerca a mirar.

– “ Si tu sólo no has podido con la losa, raramente puede haber entrado por aquí esa monja. Pero, de todas formas vamos a ver qué encontramos.”- Concluye Hugo, y aúna sus fuerzas con su compañero tratando de levantar la losa, pero es imposible. Al final acuden Godofredo y Andrés y juntando sus fuerzas consiguen con un solo movimiento y, mucho esfuerzo, desplazar de su sitio la gran losa, de piedra, que cubre el sepulcro.

Sobrecogidos, inhalan el aire viciado de la tumba. Un olor pestilente a podrido les hiere las fosas nasales y un intenso frío les recorre el espinazo. Con cautela, acceden primero a unas escaleras muy empinadas, desgastadas por el tiempo y, curiosamente, libres de polvo. La oscuridad impera al final de la misma y los templarios dominando el terror, que ya empieza a hacer su efecto, se adentran en la tumba detrás de Hugo. Bajan con cuidado tratando de apartar las telarañas invisibles que cuelgan del techo y que les rozan el rostro en una desagradable caricia. Con brusquedad las apartan con un manotazo. Gondemar se quita de encima del brazo una araña descomunal que ya le iba corriendo casi por el hombro.

La oscuridad del lugar es total y no se aprecia ninguna forma. Jacques consigue encender un fuego por el medio tradicional, con una rama que ha encontrado. Cuando se hace la luz y tiene ocasión de descubrir qué es lo que lleva en la mano encendido, casi lo arroja con violencia. Sus compañeros de fatigas se ríen con ganas ya que lo que ha cogido al azar ha sido un hueso humano en perfecto estado, un fémur. La débil iluminación crea figuras fantasmagóricas sobre las paredes, juegos de luces y sombras que parecen dar vida a los imponentes nichos que hay excavados en las paredes de la tumba. Es un recinto circular con una esmerada decoración y los templarios se proponen observar de cerca para hallar una posible trampilla que conduzca a algún pasadizo secreto.

Jacques a pesar de la repulsión que siente con la antorcha que se ha improvisado se va paseando por los diferentes catafalcos tratando de observar algún mecanismo de acceso a un túnel, pero cuando se encuentra junto a uno de los nichos aprecia que su antorcha ha sufrido una ligera alteración, como si una corriente de aire la hubiese agitado.

Comunica su descubrimiento a sus compañeros y se apresuran a localizar el resquicio por el que se ha deslizado la corriente de aire. Al fin lo encuentran y están a punto de emprenderla a golpes para conseguir ensanchar el resquicio lo suficiente como para que entren sus cuerpos fornidos.

Pero, el muchacho se acerca y cogiéndole la mano detiene la acción.

-“ No es necesario emplear la violencia”- confiesa – . simplemente tenemos que ir buscando en las paredes algún elemento decorativo que sobresalga un poco, o algo así como un resorte que nos abra la trampilla”- Sus palabras se convierten en realidad cuando sus manos van palpando con suavidad la pared fría y rugosa del lugar. Su mano ha dado con una moldura de la pared que sobresale un poco y que tiene la forma de un círculo con una cruz inscrita en su interior, es una cruz solar, la cruz de Odín y uno de los símbolos más antiguos de la humanidad y común a todas las culturas.



El joven presiona con fuerza sobre uno de los cuartos del círculo y se hunde ligeramente, entonces se acciona un resorte oculto que pone en movimiento el mecanismo que abre la trampilla secreta del panteón, con un desagradable chirrido. Hipnotizados comprenden que se encuentran ante un pasadizo secreto invadido por la más negra oscuridad.

Hugo le arrebata la lumbre a Jacques y antes de adentrarse en el oscuro pasadizo introduce la antorcha y otea el interior.

Se adentran en las tinieblas y comprueban que el techo es de mampostería y Andrés va prendiendo con su antorcha unos hachones que hay adosados a la pared. El terreno es irregular al principio tiene una inclinación ligeramente ascendente, pero al cabo de unos metros comienza a descender y el frío se vuelve más intenso.

Es un trayecto que zigzaguea y dibuja muchas curvas y, de pronto, perciben un aleteo que agita con fuerza el aire del lugar y en la oscuridad destacan, como suspendidos en el aire, dos ojos muy grandes, con unas inmensas pupilas dilatadas, estas criaturas son los murciélagos, moradores de las inquietantes tinieblas del pasadizo. En algunos tramos, las paredes del túnel se estrechan de manera alarmante, tanto es así que la corpulencia de los templarios casi impide seguir avanzando.

Nunca hubieran imaginado que pudiese existir un túnel tan oscuro, tan estrecho y tan largo. Ya llevan mucho rato andando y comienzan a asemejarse a una lenta comitiva de tortugas.

Al principio, el terreno sobre el que se desplazan es terroso y muy blando. Casi pueden notar las raíces de los árboles que perforan el terreno sobre el que se sustenta la abadía, como un suave flagelo en sus rostros.

Finalmente, la tierra se convierte en un camino de piedra, dura, pero el pasadizo sigue siendo terrorífico, estrecho y las paredes se les echan encima y casi los asfixia. Apenas pueden alzar sus cabezas y enderezar sus cuerpos. Súbitamente, el túnel inicia un brusco descenso, a pesar de las vueltas que van dando, casi, a ciegas. Pero es obvio que llevan un buen rato descendiendo y lo notan las plantas de sus pies y tobillos, convertidos en una yaga sangrante, y sus manos despellejadas.

Los templarios se desmoralizan, no tanto por el dolor, ni el cansancio, ni siquiera por el agobiante calor que está empezando a convertirse en algo insoportable, sino por la angustiosa incertidumbre de ignorar cuál es el destino que les espera al final del túnel. Como hombres temerosos de Dios que son, comienzan a pensar que se están acercando a las “Puertas del Infierno”, y se encomiendan al altísimo, entonando sus plegarías.

El aire del túnel se vuelve irrespirable y se percibe una especie de ruido seguido de un fuerte siseo. Es una rata descomunal que se encuentra en medio del túnel y les corta el paso. Se muestra agresiva y dispuesta a saltar sobre el primero que avance. Los peregrinos están rígidos por el terror, pues saben que las ratas transmiten las terribles miasmas y el desgraciado que tiene la mala suerte de contraerlas fallece sin remedio, presas de atroces sufrimiento y llenos de pústulas. Guillermo es el que se adelanta blandiendo su afilada espada y ensarta a la alimaña ante el estupor de sus compañeros.

Cuando empiezan a dudar de que ese túnel tenga un final, comienzan a oír un cántico de religiosas, que en su situación consideran casi celestial y la señal de que sus plegarías han sido escuchadas. Han llegado a un punto donde la galería se ensancha, notablemente, las paredes que los envuelven están ligeramente iluminadas con un tétrico resplandor ambarino, procedente de una inmensa abertura a la que se asoman, y, que no es otra cosa que el final del túnel y el acceso a una gran capilla en la que se encuentran un grupo de religiosas reclinadas y entonando sus cánticos religiosos.

Estupefactos, los doce peregrinos irrumpen en el interior de la fastuosa capilla subterránea y, es, entonces, cuando las monjas descubren su presencia al girar la cabeza hacia donde se encuentran los recién llegados.

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