LOS PEREGRINOS DE LAS TINIEBLAS V



…”Los falsos peregrinos contemplan perplejos lo que tienen delante de sus ojos, una inmensa oquedad abovedada, iluminada con candiles de aceite humeantes sujetos a las paredes con receptáculos de hierro, que iluminan la estancia con un tenue resplandor ambarino. Es una pequeña capilla de piedra totalmente excavada en la roca. Es un espectáculo contemplarla, pero no dejan de sentirse sobrecogidos cuando piensan en las múltiples capas de tierra que tienen encima.

La reacción de las monjas no se hace esperar, se arma un pequeño alboroto y una de ellas se aleja del grupo y sale disparada hacia una de las puertas que hay cerca del pequeño altar.

Los recién llegados acceden a una pequeña escalinata de piedra gris tallada en la roca por la que van descendiendo lentamente, uno detrás del otro, mientras las religiosas se arremolinan a su alrededor, perciben el curioso chancleteo de unas sandalias de cuero que pertenecen a la matriarca de la orden que, alta e imponente, aparece como un espectro en la sombría capilla. Cuando contemplan a la hermana desde cerca comprueban que, a pesar, de la austeridad de sus hábitos, no consigue ocultar sus bellas facciones.

Las otras hermanas abandonan la estancia, cabizbajas y arrastrando los pies cansinamente, cuando la última monja abandona la estancia cierra la puerta tras ella y la hermana, entonces, levanta los ojos y se dirige a los recién llegados.

-“Bienvenidos en mi nombre, soy Eugenie de Fontfroide, madre superiora de la abadía de “Los tres cuervos”, hace tiempo que os esperábamos”- Atónitos ante el sentido que esconden las palabras de la abadesa, los falsos peregrinos descubren que una leyenda puede convertirse en realidad y un fantasma del pasado puede volver a la vida, ya que tienen ante sus ojos a la abadesa “maldita”.

Se oye un gruñido cuando Hugo se adelanta y explica su situación. El hombre muestra su porte de arrogante guerrero cuando se presenta a sí mismo y, seguidamente, a sus compañeros de fatigas.

-“ ¿ Cómo es que manifestáis el hecho de que nos estabais esperando, si nosotros viajamos de incognito”- Declara Hugo inquieto ante la mirada fija que le dirige la abadesa, el templario ya no es tan joven y tiene las sienes plateadas, pero conserva la tersura de la piel y el brillo en los ojos propio de la juventud. La abadesa no deja de sentirse incomoda ante la presencia de un hombre tan atractivo y varonil.

– “Nosotras, aunque nos vemos obligadas a vivir ocultas bajo tierra eso no quiere decir que no estemos informadas de lo que acontece en el reino de Francia. Tenemos nuestros leales informadores. Pero, en vuestro caso, un mensajero de Montségur nos ha advertido de vuestro supuesto peregrinaje. Y, además, conocemos el hecho de que La hija de Dios os acompaña. Pero yo no veo a ninguna mujer entre vosotros. “-

Los falsos peregrinos contemplan con recelo al muchacho que en ese momento aparece con la mirada gacha y cabizbajo, como ajeno a todo lo que sucede a su alrededor. Los falsos peregrinos se miran entre sí y es Hugo el que se acerca al joven y cogiéndole de la mano se aproximan hasta la abadesa:

– “ Aquí os presento a Sara de Magdala”- Descubre el secreto y el tesoro que protegen con su propia vida.

-“Yo no soy la hija de Dios – replica la joven-, pero, sí que soy descendiente de María Magdalena y Jesucristo.” Las palabras de Sara provocan en la Monja una reacción de completa sumisión y respeto, se arrodilla a los pies de la muchacha y se los besa con total devoción, pero la joven detiene la acción y cogiéndola suavemente hace que se levante.

La abadesa dejo ir un leve suspiro y luego tiende su mano a Sara que se la coge y la besa. Parece que su autoridad ha menguado un poco desde que ha conocido a Sara. Ahora su rostro refleja una expresión contrita.

-“Os ofrezco mi comunidad para que, os alojéis y podáis descansar todo el tiempo que estiméis oportuno hasta que os recuperéis de vuestro cansancio y os veáis con fuerzas para reanudar el viaje. También, curaremos vuestras heridas y os proporcionaremos todo lo necesario para que lleguéis bien a vuestro destino.”-´Les dice la abadesa todavía conmocionada ante el hecho de encontrarse ante la descendiente de Jesucristo.

-“Seguidme que os mostraré donde están vuestras celdas para que descanséis, una hermana se encargará del suministro de unas escudillas para vuestro aseo personal y alimentos con los que saciar el apetito que seguro que tendréis, cuando os encontréis con más fuerzas podremos hablar de todo lo que nos concierne.”-




Abandonan la capilla por un pasillo enlosado situado en el exterior de la capilla. Es un largo corredor que dispone de la misma iluminación que la capilla, una especie de lamparillas de aceite que desprenden humo y que se encuentran colgados de la pared por medio de unos ganchos de hierro. La atmósfera es inquietante y hasta roza lo sobrenatural. Los falsos peregrinos comienzan a tener la sensación de que se encuentran en un sepulcro bajo tierra. Siguen en silencio a la monja silenciosa. Durante el trayecto se encuentran con otras monjas que, con la mirada gacha y encogidas, no se atreven a levantar la mirada ante los apuestos hombres.

Al cabo de unos cuantos metros, va asignando las celdas a los hombres y la última es para la muchacha.

Los templarios, lo primero que hacen es darse un reconfortante baño caliente, una hermana se acerca a los hombres con un emplasto medicinal para que se lo apliquen en las heridas de los pies.

Después del aseo y en la soledad de sus celdas monásticas, el cansancio es tan grande, que caen rendidos en sus duros jergones y pronto les atrapa un sueño profundo, agitado y lleno de pesadillas.

La joven contempla la austeridad de la celda monacal y dadas las penurias que ha pasado en las últimas horas, su humilde alojamiento le parece digno de una reina. Simplemente se siente contrariada con el pequeño crucifijo de madera que hay colgado en la pared y es que lo cátaros, y ella lo es, rechazan la cruz porque es el instrumento de tortura en el que, Jesucristo, sufrió tortura. Ha decidido por respeto a la comunidad que le ha ofrecido hospitalidad dejarla en su sitio y no tocarla.

Sara se siente indefensa en la soledad de su celda y sólo piensa en una cosa, poder huir de Francia lo antes posible. Ha tenido que revelar su identidad y ha sido un gran riesgo ya que existen muchos traidores que no dudarían en entregarla al sanguinario Simón de Montfort. Aún recuerda el triste día que le vio por primera vez, se encontraba en el bosque recolectando hierbas medicinales para las pócimas que su madre realizaba. Y, mientras tanto, se entretenía jugando haciéndose guirnaldas de florecillas silvestres para el cabello, junto a otras jóvenes de su edad. De pronto emergió en el claro del bosque donde se encontraban, un jinete a caballo. Las muchachas se sobresaltaron, en un principio, pero el atractivo varonil del hombre las empujó a ofrecerle una de sus guirnaldas de flores como ofrenda, pero él la rechazó con una sonrisa. La muchacha roza imperceptiblemente la piel del hombre cuando le ha ofrecido las flores y en ese momento ve brotar de la frente del caballero una gran rosa de sangre que chorrea y convierte el rostro del hombre en una mancha sanguinolenta. Sara ha comprendido que se encuentra ante un mal augurio y decide prevenir al hombre de un posible infortunio.

-“ No te acerques a la Rosa, porque en ella encontrarás la muerte”-Terribles palabras que, una vez pronunciadas se convirtieron en la causa de su condena.

-“ ¡Bruja, hereje maldita!”- Exclamó el Caballero, con las facciones desencajadas y contraídas por una furia sin límites- “ ¡ Cómo te atreves a proferir semejantes blasfemias, voy a darte tu escarmiento!”- Sara recuerda con qué rabia se apeó del caballo y agarrando su látigo la fustigó sin piedad. La muchacha se acaricia las cicatrices de aquel día.

Sus amigas de la infancia le salvaron la vida, abalanzándose sobre el hombre e impidiendo que siguiera azotándola sin piedad. La protegieron y posibilitaron su huida. Pero, con su acción, sólo consiguieron ser apresadas y sufrir el destino de tantos cátaros, fueron torturadas y murieron quemadas en la hoguera.

Recuerda su loca huida a través del bosque y como la perseguía de cerca el cruzado. Sentía en su loca carrera los gritos del hombre que parecía haber enloquecido. Las ramas los árboles le arañaban el rostro, se enredaban en su pelo y le rasgaban las vestiduras, pero ella no paraba de correr, recuerda que no sentía dolor, sólo una necesidad muy grande de seguir corriendo y alejarse de aquel hombre que quería destruirla. Corría más veloz que el viento, como si en su angustia los viejos dioses la hubiesen convertido en una criatura de bosque. Aterrada, se había vuelto insensible a los rasguños que le producían las piedras del camino. Únicamente pensaba en aumentar la distancia que la separaba de su perseguidor.

Un joven desconocido surge de la maleza e impide que siga con su loca carrera. Sara se detiene en seco, todavía sin comprender si aquel joven podía ser un amigo o un enemigo. Confía en su instinto y se detiene derrotada por el cansancio, con la respiración agitada, como si tratara de controlar su aliento irregular y entrecortado.

La actitud del joven es en todo momento silenciosa. Y, a un gesto le indica a la joven que le siga y, tras andar unos cuantos metros por la espesura del bosque la lleva hasta la entrada de una cueva que se encuentra oculta por un espeso manto vegetal, que el joven retira con la mano. Sara no pregunta y obedece en silencio.

– “Sigue todo recto, sin desviarte en ningún momento y en unos cuantos metros te hallarás en Montségur, libre de tu perseguidor”.- Sara sabe que debe confiar en este muchacho porque su sexto sentido así se lo indica y acatando las órdenes del desconocido se adentra en la oscuridad de la cueva en busca de su salvación.

Más tarde cuando se encontraba entre los muros protectores de la ciudadela comprendió que aquel ser tan malvado con el que habían tenido la mala suerte de encontrarse era Simón de Montfort.

No volvió a ver a sus amigas de infancia y la pena la tenía completamente atormentada. Sabia que los suyos estaban pagando con su sangre mantener su existencia en secreto. Sara se preguntaba angustiada si su vida podía tener tanto valor, sino sería mejor entregarse, sin más, y acabar con todo el horror. Pero era algo muy importante y transcendía más allá de su propia voluntad. Debía mantenerse con vida toda costa, era importante para el futuro de la cristiandad.

Llora en silencio por el recuerdo de sus queridas amigas y hermanas y el cansancio de tantas jornadas la vence por completo y decide recostarse un poco. Una extraña languidez invade todos sus miembros y el sueño no tarda en llegar.

Al cabo de algunas horas de sueño ininterrumpido, se despierta agitada, sudorosa y presa de la fiebre. Atormentada por pesadillas y malos sueños en los que se ve perseguida por extraños demonios y monstruos, cuando abre los ojos ve a sus amigas del alma, desaparecidas, al pie del jergón que la miran con cariño.

– “¡Clara, Filo… Sofía, estáis vivas o es un sueño !” les dice a las tres amigas que ella creía muertas. Y, que se manifiestan ante ella con, una belleza radiante rodeadas de un aura luminosa que inunda toda la estancia con una luz sobrenatural.

– “¡ No, querida Sara, estamos ante ti en espíritu, y hemos venido a aclararte que no sufras por nosotras, porque ahora estamos bien…! Le responde Clara, uno de los espectros de sus amigas, tranquilizándola. Mientras se va acercando hasta la cabecera de la cama donde reposa la cabeza de la muchacha.

– “No sabéis cómo os hecho de menos, de qué manera me hacéis falta. Los remordimientos me devoran por dentro como una mala enfermedad. Sólo tengo presente el día que salí huyendo y no me preocupé de vosotras, me comporté egoístamente, y no tengo paz desde entonces”- Confiesa Sara entre lloros de sincero arrepentimiento por lo que ella cree fue una traición a lo más sagrado. Mientras contempla como los espectros de sus amigas se sientan en la cama y le acarician el rostro

-“ ¡Ay, amiga del alma!. Aleja tus sufrimientos. Hemos venido a decirte, amada Sara, que, como tú ya sabes, eres la última merovingia y debes perpetuar tu estirpe, no debes dejar que tu linaje, el de Jesucristo, se extinga. Por ello habrás de escoger entre los once hombres que te acompañan y que están arriesgando su vida por ti, tan sólo te pedimos que elijas uno que pueda envejecer contigo.”- Explica Filomena extrañamente seria.

Cuando oye hablar a sus amigas fantasmas de la necesidad de tener un hijo sufre un fuerte retortijón en el estómago. Es el terror que experimenta ante la inminente necesidad de ser madre. Y, es que, ahora, no puede ser peor momento. Además el muchacho en el que había puesto sus ojos se encuentra en Montségur y piensa con tristeza que, seguramente, ya habrá sido sacrificado en las hogueras de Montségur.

-¡ Pero, lo que pedís es imposible, todo el mundo sabe que los templarios practican el voto de castidad, son célibes, no voy a poder conseguirlo!”- exclama muy agitada pero sus amigas fantasmales se ríen y le dicen:

-“¡ Qué ingenua eres, mi querida Sara! Ríe Clara.-

– “ De todos los templarios que te acompañan tan sólo uno practica el voto de castidad. Todos los demás lo rechazan. Así que no lo tendrás nada difícil… Y, ahora, nos tenemos que ir, porque nos reclaman, pero volveremos a vernos”- Tras pronunciar estas últimas palabras, los espectros se levantan de la cama y se acercan a la joven y con los labios tocan su frente y cogidas de la mano se desvanecen en el aire.

La muchacha no es capaz de asumir que ha recibido la visita de sus amigas muertas y aún duda de que no haya podido ser un delirio fruto del agotamiento extremo. Su ánimo ha salido reconfortado con el encuentro y se siente más en paz consigo misma, sus demonios internos parecen que la han abandonado. Y se vuelve a dormir, esta vez sueña que se encuentra en un verde prado jugando con sus amigas del alma sin que nadie perturbe su inocencia juvenil, porque sabe que ellas nunca la abandonaran y velarán por ella, desde el más allá”…

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