LOS PEREGRINOS DE LAS TINIEBLAS III


…” La noche se cierne sobre los peregrinos fría, pegajosa e inquietante. Y, la niebla que cae sobre ellos, lentamente, parece engullirlos. Inexorablemente, va devorando las ruinas del monasterio, creando un paraje inhóspito y fantasmal. Sienten que en esta noche les acecha un peligro incierto.

-“ Será seguro pasar la noche aquí”- Pregunta Andrés, y su voz en el silencio de la noche suena un poco más aguda de lo normal, sin ocultar el pavor en su rostro joven. Mientras contempla con desasosiego el fantasmal aspecto que presentan los restos de los pináculos, aún, coronados por grumos, sobre los que la niebla va creando figuras fantasmagóricas, los restos de las gárgolas con las que alejar a los malos espíritus que, ahora, reposan destrozadas en el suelo, las agujas desprovistas de sus ornamentos y los caireles adosados a las arquerías con sus estatuas decapitadas, vencidas por la furia del tiempo, parecen patéticos verrugones, las ventanas geminadas, los arbotantes y pilastras de los capiteles reposan abandonados en el suelo velados por la niebla. Pasea su mirada con desaliento por este paraje tan desolador y siente como sus ojos se humedecen…

-“ Por supuesto que sí- Responde Hugo, mientras arroja su túnica sobre los hombros del muchacho. – Nos debemos de encontrar a unas yardas de la Gran Landa y si es una etapa difícil durante el día, imagínate de noche y con esta niebla, podría ser fatal caer en una de esas arenas movedizas tan traicioneras y tan frecuentes por la zona.”-

-“Ahora id a buscar algo de maleza, con la que haremos fuego y aunque no tenemos techo, aquí estamos bastante resguardados, no es una posada, pero con esta niebla es de locos seguir avanzando.”-

Los peregrinos se encuentran en un lugar inhóspito que desconocen, totalmente, por lo que deciden montar turnos de guardias para vigilar durante la noche y evitar la posible aparición de intrusos indeseables. Se organizan en grupos de cuatro hombres, cada tres horas.

Los peregrinos restantes se acuestan en el suelo, mientras el primer grupo ya ocupa su puesto junto a los muros maltrechos de la abadía. A pesar de que la niebla se arremolina sobre sus cuerpos exhaustos, caen en un sueño profundo y, aún así, descansan a pesar de la maraña de nubes que flota a su alrededor.

El fulgor de la llama del fuego consigue suavizar una noche que transcurre sin incidentes y los hombres se entretienen aguzando el oído ante el menor ruido extraño, ya sea un sonido metálico o el crujido de una rama y calentándose con el fulgor de la lumbre, un auténtico milagro en una noche tan fría y húmeda. Pero, lo único que perciben es el ulular de la lechuza que, en el silencio de la noche, parece un quejido profundo y grave como si fuera un reclamo del infierno.

-“¿De donde vendrá esta niebla tan espesa? Jamás he visto nada igual.” –Se pregunta uno de los peregrinos.

-“Viene del mar”- le contesta, Godofredo. Levantando la mano y señalando hacia un lugar impreciso. -“Esta tierra es muy llana, muy boscosa y muy húmeda por la cercanía del mar. Y, la niebla no es otra cosa que nubes bajas. Toda esta zona está muy poblada por árboles y la humedad que chupan las hojas se evapora como en una caldera y por eso se forman estas nieblas tan espesas. Y…. lo que daría yo, por estar a kilómetros de distancia de esta niebla del demonio y encontrarme tranquilamente en mi hogar, en mi acogedora cama, con una buena moza y con una botella de aguardiente.”- Concluye el templario con pesar.

-“ Ya lo puedes decir no hay nada mejor que un buen aguardiente, cura todos los males, y te calienta el alma”…- Replica Jacques.

– Sí, te calienta el alma, las orejas y, si me apuras, el…. –Las carcajadas de Hugo y Godofredo incomodan a Andrés que no deja de mirar con acritud a su alrededor.-

El aludido no participa de las chanzas de sus compañeros y aparta la mirada con disgusto, pues él es uno de los pocos templarios que sigue fielmente la regla de la orden que exige la abstinencia sexual a todos sus miembros y se limita a tocarse con cuidado sus ulcerados pies, pues teme que se le infecten y le salgan pústulas. Está preocupado, pues sabe que más de uno ha perdido un pie por culpa de esas dolorosas ampollas que trae consigo el duro peregrinaje.

La espesa niebla se ha tragado por completo el camino trillado por el que han venido y comienzan a inquietarse. El ánimo de los peregrinos decae ante la incertidumbre de lo que se oculta tras la niebla.

El silencio domina en el paraje y los peregrinos que hacen guardia siguen atentos a la noche y a sus peligros inesperados. Y, aunque los templarios son unos guerreros natos, sienten una desagradable sensación en su estómago y la certeza de que no se encuentran solos, se sienten vigilados, pero la niebla es implacable y les mantiene rodeados de sombra y misterio.

-“ Escuchad”- Exclama agitado Godofredo, tratando de atisbar entre las tinieblas como si buscara algo oculto que no se quiere manifestar ante los hombres.

-“ Pero, si no se oye nada-“ replica Hugo dirigiéndole una mirada socarrona porque intuye que el miedo ya comienza a hacer estragos en su amigo.

-“ Pues eso mismo, que no se oye nada, que no se percibe ningún ruido. Se tendría que escuchar el ulular de los búhos, el piolar de los pajarillos, el aullido de algún lobo, no sé, quizá el sonido de alguna rama cuando la rompe algún animal en busca de su madriguera, pero nada, absolutamente nada, es como si el tiempo se hubiera detenido.”-

– “ Estás demasiado influenciado por el lugar y las tonterías que se dicen de él. Aquí no habita nadie, ni muerto, ni vivo, si acaso algún cuervo despistado. Anda relájate que el diablo abandonó estos lares hace mucho tiempo-“ Concluye Hugo abarcando todo el monasterio invisible con un gesto de la mano.

El suave calorcillo que irradia la lumbre caldea la atmósfera y desvanece un poco la niebla circundante y los irregulares contornos del monasterio comienzan a tomar forma apareciendo entre los jirones de niebla.

Los peregrinos notan que la niebla está cediendo y contemplan con aprensión la forma fantasmagórica de las construcciones que todavía se hayan en pie. Aparece, el gran torreón que hay adosado a los muros de la abadía, emergen lentamente entre la niebla los macizos arcos de las galerías abovedadas del claustro acariciadas por su persistente velo .

La niebla se disipa lentamente y descubre veladamente el huerto y el jardín donde crecían los vegetales de las religiosas que ahora yacen desiertos y dominados por la maleza salvaje, totalmente olvidados de la mano de Dios.

En el pétreo silencio del santuario se escucha la voz alterada de Andrés:

-“ ¡Mirad!- dice señalando hacia la nave central de lo que fue en otro tiempo la iglesia del monasterio.- ¡Una monja!


Sus compañeros miran hacia el lugar que él indica con la mano y asombrados la descubren: viste un hábito gris y una toca que flota entre los jirones de niebla, como agitada por un viento inexistente. Su rostro pálido como la cera destaca como una mancha blanca sin vida y todo su cuerpo parece apenas una sombra opaca.

Los peregrinos blasfeman cuando descubren la figura espectral y la fijeza con que los mira, tiene la facultad de congelar la sangre en sus venas. La extraña aparición abandona con parsimonia su lugar al pie del altar, y avanza con languidez sobre las losas sepulcrales que ocupan el pavimento de la iglesia, se dirige hacia una de las salidas que hay cerca del ábside y, sin prisas, se aleja, perdiéndose de vista. Pero, de vez en cuando, gira la cabeza buscando con la mirada a los hombres, como invitándolos a que la sigan.

Los templarios, cuando salen de su estupor, poseídos por un espíritu aventurero ancestral abandonan su posición y emprenden una loca carrera tras los pasos de la enigmática monja que en ese momento se encuentra en el corredor del claustro. Los peregrinos corren tras la monja pero la pierden de vista cuando sale por un gran agujero que hay en uno de los muros de la galería del claustro.

Cuando llegan hasta el lugar donde ha desaparecido fantasmal aparición descubren que tienen ante sus ojos un interminable paraje de cruces celtas, algunas resisten, orgullosamente, alzadas contra el cielo y otras vencidas por el paso de tiempo aparecen levemente inclinadas, devoradas por la maleza y bañadas por un rayo de luna. Es el cementerio de la abadía que sombrío y funesto se ha tragado bajo sus entrañas a la monja fantasmal.


Los caballeros templarios se contemplan entre si y no saben que hacer, nuevamente el silencio les envuelve.

-“Esa monja que hemos visto”- responde Hugo con acritud- “no es nada sobrenatural, es alguien de carne y hueso y no creo que haya venido del infierno para llevarnos con ella.” Hugo trata de contradecir los pensamientos de sus amigos.

– “ ¿Sí, pero quién demonios es?“- Andrés contempla la fantasmagórica visión sin atreverse a  penetrar en el camposanto.

– “ Mirad allí hay una luz pequeña” – El miedo distorsiona las palabras de Godofredo y su voz suena demasiado aguda. Sus compañeros apenas pueden contener la risa, a excepción de Andrés que con terror comenta.

-“ Es la linterna de los muertos” –  Sus compañeros le escuchan con atención, con ese miedo intenso e irracional a todo lo sobrenatural como son los fantasmas y los monstruos imaginarios que crea nuestra mente y que parecen acechar desde los rincones más ocultos.

– “¡Qué linterna de muertos, ni qué demonios”- Responde muy airado Hugo, el más racional del grupo, ve la cosas como son en realidad sin dejarse llevar por el pánico

– “Esa lucecita es la vela de los muertos”- Le interrumpe Jacques, mientras clava su brillante mirada en él. Parece muy convencido de lo que habla

– ¡Será posible! - Exclama Hugo con enojo- que no son ni velas, ni linternas de muertos, que esas luces son fuegos fatuos. – Concluye, riéndose.

– ¿ Fuegos fatuos? -Preguntan al unísono sus compañeros.

-“Sí, fuegos fatuos, producidos por la inflamación del fósforo que contienen algunos animales o vegetales en descomposición”- Les explica Hugo. – Y, dado que estamos en un cementerio; pues está claro, ¿no?”-. El curioso fenómeno todavía persiste y destaca brillando entre la persistente niebla.

– “ Vamos a adentrarnos en este lugar y así veremos que es lo que ha pasado con esta monja que, a mi me parece muy terrenal”- Comenta Hugo mientras camina entre las viejas cruces casi ocultas entre la espesura de la maleza.

Sus compañeros no tardan en acompañarle y se separan inspeccionando con detenimiento todas las tumbas, intentando encontrar un posible resquicio que indique el acceso a algún túnel o pasadizo secreto. Durante un tiempo que parece eterno, vagan en silencio entre las sepulturas devastadas por el tiempo. Pero, de pronto, brota en el silencio de la noche, un aullido de lobo; que no les extraña, porque estos animales merodean por la zona y, ahora, más, porque han pasado un duro invierno y bajan del monte en busca de presas con las que alimentarse, pero hay algo que saben sobre los lobos y es que sólo atacan al hombre cuando han probado su sangre. Y, que se sepa, por la zona los aldeanos no han sufrido, aún, el ataque de los lobos.

Los peregrinos se miran con inquietud, pues saben que los lobos siempre van en manadas y sus compañeros duermen ajenos a cualquier peligro. Mientras están pensando en volver, irrumpe en el silencio de la noche un gran alarido, esta vez humano y femenino, lleno de terror y sufrimiento, un último presagio de muerte.

Regresan junto a sus compañeros y les despiertan. Pero, casi somnolientos, apenas entienden lo que les están explicando. Cuando al final comprenden la gravedad de la situación se preparan para luchar contra un viejo enemigo.”...

CONTINUARÁ...

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