"MANUAL DE LA RESISTENCIA PARA GATOS Y GUÍA DE LA SUPERVIVENCIA(FALLIDA) PARA PARTIDOS DE UNA SOLA VIDA"




De ilusión también se vive.

Es fascinante observar cómo Pedro Sánchez ha convertido la "supervivencia política" en una de las bellas artes. A estas alturas, su manual de resistencia ya no es un libro, sino una enciclopedia de varios tomos donde el capítulo sobre la "lenta agonía del PSOE" se reescribe cada lunes por la mañana con el mismo entusiasmo con el que un náufrago pule su balsa.

El fin de Sánchez se ha anunciado tantas veces que ya parece un género literario de ficción. Se nos dijo que caería con los indultos, luego con la amnistía, y ahora con una legislatura que avanza a trompicones, como un coche que pasa la ITV por puro milagro administrativo. Mientras tanto, el PSOE experimenta esa agonía tan particular: la de un partido que ha decidido que "ser" es simplemente "estar".

Resulta poético que el socialismo histórico se haya transformado en una suerte de escape room permanente. El partido no camina hacia un horizonte ideológico claro, sino que se dedica a esquivar muros en los pasillos del Congreso, celebrando como victorias históricas el simple hecho de que todavía no han apagado las luces de Ferraz.

La paradoja es deliciosa: cuanto más se habla de su fin, más parece que Sánchez se alimenta de los propios certificados de defunción que le redacta la oposición. Es el único equilibrista del mundo que, cuando se cae de la cuerda, convence al público de que el suelo es, en realidad, una nueva forma de altura.

Al final, la agonía no es de Sánchez, sino de la lógica política tradicional, que mira atónita cómo un gobierno puede durar eternamente en el estado de "cinco minutos antes de terminar". El PSOE no está muriendo; está en una metamorfosis perpetua hacia un partido unipersonal donde la ideología se ha sustituido por el cronómetro. El último que apague la luz, si es que logra encontrar el interruptor entre tanto decreto ley.

La derecha no acaba de entender que lo de Pedro Sánchez no es política, es biología felina. Ha quedado demostrado que el presidente no tiene asesores, tiene siete vidas y, probablemente, una habilidad sobrenatural para caer siempre de pie, incluso cuando lo lanzan desde el balcón de una moción de censura o de una investigación judicial. Sánchez es ese gato que ronronea en medio de la tormenta perfecta; tú crees que está acorralado en el tejado, pero él simplemente está disfrutando de las vistas antes de saltar a la siguiente cornisa.

En cambio, el Partido Popular sufre de una condición genética mucho más precaria: son como un hámster con una sola vida y una salud extremadamente delicada. Mientras Sánchez sobrevive a colisiones frontales que desintegrarían un portaaviones, el PP tiene la asombrosa capacidad de tropezar con una pelusa en el pasillo y acabar en la UCI política.

Es una ironía cruel. El PP vive en un estado de ansiedad constante, midiendo el colesterol de sus encuestas y cuidando no resfriarse con cualquier declaración desafortunada, sabiendo que para ellos no hay ración extra de existencia. Si el PP pierde una votación clave, entra en crisis existencial; si Sánchez pierde hasta los papeles, se ajusta la corbata y anuncia que ha descubierto una nueva forma de "resiliencia democrática".

Resulta cómico ver al Partido Popular preparar con esmero el funeral de Sánchez cada trimestre. Compran las flores, alquilan el coche fúnebre y ensayan el panegírico, solo para encontrarse con que el "difunto" no sólo no ha llegado al cementerio, sino que está en el bar de enfrente celebrando que le quedan todavía cuatro vidas y un par de prórrogas.

La tragedia del PP es que juega al ajedrez con las reglas de la lógica, mientras Sánchez juega al escondite con las reglas del escapismo. Mientras Génova cuida su única vida como si fuera un jarrón de porcelana, Sánchez gasta las suyas con la alegría de quien sabe que, si se le acaba la sexta, siempre puede sacarse una séptima de la chistera —o del BOE—, dejando a la oposición con el ramo de flores en la mano y una cara de desconcierto que ya es patrimonio nacional.

Al final, la agonía del PSOE es tan lenta porque el gato no tiene prisa: sabe que, mientras el PP siga temiendo a su propia sombra, él tiene permiso para seguir maullando en el tejado de la Moncloa una noche más.

Y, para completar este cuadro de costumbres de la política española a finales de 2025, no podemos olvidar el último "regalo de Navidad" judicial: esa sentencia de la Audiencia Nacional que ha condenado a 29 personas por la trama PÚNICA, entre las que figuran cinco ex alcaldes del Partido Popular  y uno del PSOE.

Es poético, casi metafísico. Mientras el PP intenta convencer al país de que son la alternativa de la "gestión sería", el pasado vuelve a llamar a su puerta con la insistencia de un cobrador del frac especializado en sobres y adjudicaciones de eficiencia energética. Resulta irónico que, con una sola vida política, el PP se empeñe en gastarla coleccionando sentencias como quien junta cromos de una liga que ya terminó hace una década. Es el único partido capaz de dar una rueda de prensa sobre regeneración ética mientras, en el juzgado de al lado, se lee un inventario de sus "pelotazos" históricos.

La condena de estos ex alcaldes en la Comunidad de Madrid —ese motor económico que a veces parece funcionar con el aceite de la corrupción— es el recordatorio de que en Génova no hay amnesia que valga cuando la Audiencia Nacional tiene memoria de elefante. Es fascinante ver cómo intentan sacudirse el polvo de la Púnica mientras el karma, ese bumerán invisible, sobrevuela las comunidades donde gobiernan.

Porque el karma político es una fuerza agorera. Parece que en las regiones donde el PP ostenta el poder, el destino siempre guarda una sorpresa en forma de sumario judicial que aparece justo cuando creen que han alcanzado la paz espiritual. Es un ciclo eterno: ganan elecciones, anuncian una nueva era, y de repente, ¡pum!, un exalcalde de hace diez años recibe su condena y mancha el traje impecable del nuevo líder de turno.

Al final, la verdadera agonía no es la del PSOE ni la de las siete vidas de Sánchez, sino la del Partido Popular con su karma. Están condenados a vivir en un bucle temporal donde cada vez que señalan la viga en el ojo ajeno, la Audiencia Nacional les recuerda el aserradero completo que tienen en el suyo. El futuro se presenta oscuro para quienes, teniendo una sola vida, decidieron hipotecarla en los juzgados. Como sigan así, el próximo eslogan del PP no será sobre la libertad, sino sobre la libertad condicional.

Pero, lo verdaderamente inquietante de esta cosmología política: el karma del Partido Popular es altamente contagioso. No es solo que ellos tengan una única vida, es que parecen decididos a pasarle el "virus del sumario" a cualquiera que se siente a su lado en un consejo de gobierno.

Resulta tronchante ver cómo el PP, en su afán por expandir su modelo de gestión por las comunidades autónomas, ha exportado también esa extraña maldición donde el asfalto de las carreteras y las bombillas de las farolas terminan, invariablemente, testificando ante un juez. El karma en el PP no es una deuda individual, es una enfermedad de transmisión administrativa.

Es casi una película de terror: un político joven e impoluto llega a una consejería en una comunidad gobernada por el PP, abre un cajón para dejar sus bolígrafos y, de repente, ¡zas!, le salta un contrato de la trama Púnica que estaba allí agazapado desde 2014 esperando a su próxima víctima. El karma popular no descansa; es un ente que flota en los despachos de las comunidades donde gobiernan, esperando el momento exacto para que un juez firme una sentencia y convierta el "brillante futuro" de un barón regional en una "complicada situación procesal".

La ironía final es que el PP intenta vender su gestión como un escudo protector frente al caos de Sánchez, sin darse cuenta de que su propia sombra les persigue con un mazo judicial. Mientras Sánchez, con sus siete vidas de gato, se pasea por el tejado de la Moncloa viendo cómo los demás se hunden, el PP sigue atrapado en su bucle: ganar una comunidad para terminar heredando sus deudas con el Código Penal.

Al final, lo de las comunidades del PP es un aviso para navegantes: en política, el karma no se elige, se hereda por mayoría absoluta. Y mientras el PSOE agoniza lentamente en su propio laberinto de supervivencia, el PP descubre, para su horror, que su única vida está siendo devorada por el pasado, como si cada exalcalde condenado fuera un pequeño mordisco de realidad en su sueño de volver al poder. El karma no olvida, pero sobre todo, el karma del PP no perdona a quien intenta estrenar traje nuevo sobre un armario lleno de esqueletos.



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