LAS PENSIONES, UNA ESTAFA PIRAMIDAL

                                         

Es un fenómeno real y visible que proliferan muchos mensajes en internet y redes sociales que culpan, de forma directa o indirecta, a las pensiones de los ancianos por la crisis económica y los desafíos fiscales de España. Estos mensajes forman parte de una narrativa persistente en el debate público que busca señalar el gasto en las prestaciones contributivas como el principal problema de sostenibilidad financiera del país 
El debate sobre la sostenibilidad del sistema de pensiones en España ha generado un sinfín de discusiones, con economistas, expertos y partidos políticos proponiendo diversas reformas, aunque la idea de "eliminar" el sistema público es una postura minoritaria y controvertida, asociada principalmente a voces específicas y propuestas de ciertos partidos.


¿Peligra el sistema de pensiones? 

Las pensiones no son solo una cuestión económica: son el contrato moral más importante entre generaciones.

La pregunta de si peligran es, en el fondo, la pregunta de si estamos dispuestos a seguir sosteniendo ese pacto.

El sistema no está en colapso, pero sí bajo presión

No estamos ante un derrumbe inminente, como a veces se exagera.
España paga más de 10 millones de pensiones cada mes y lo hace con normalidad.

Pero hay señales de presión real:

Envejecimiento acelerado.

Baja natalidad.

Mercado laboral precario.

Brecha entre ingresos por cotizaciones y gasto en pensiones.

Aumento de la esperanza de vida.

Esto no significa “no habrá pensiones”, sino que el modelo actual necesita ajustes, igual que necesita revisiones un puente que se usa más de lo previsto.

No es un problema de los ancianos, sino del diseño del sistema

El relato de que “las pensiones peligran porque los mayores viven mucho” es un espejismo conveniente:
oculta los verdaderos factores:

Desempleo estructural durante décadas.

Salarios bajos que aportan menos a la Seguridad Social.

Menos trabajadores por jubilado.

Falta de una política familiar y migratoria coherente.

Un sistema económico que no ha logrado aumentar productividad.

El sistema no peligra porque haya muchos abuelos, sino porque hay pocos empleos estables y bien pagados debajo sosteniéndolo.

Las pensiones no se “agotan”: se financian

Este matiz es crucial.

Un sistema público de reparto no tiene una hucha que se vacía, sino un flujo económico: entra dinero de las cotizaciones → sale dinero en forma de pensiones.

Lo que peligra no es que “se acabe” el dinero, sino que no entre suficiente.

Es un problema de arquitectura, no de existencia.

El Estado tiene herramientas para protegerlas

Las pensiones están constitucionalmente protegidas, y además el Estado tiene mecanismos para reforzar su sostenibilidad:

Reformas graduales.

Ajustes en cotizaciones.

Diversificación de fuentes de financiación (impuestos generales).

Políticas demográficas.

Atracción de inmigración joven y cualificada.

Incentivos a la natalidad.

Mejora del empleo y la productividad.

Cuando un Estado quiere proteger algo, lo hace.
La sostenibilidad no depende de fatalidades, sino de decisiones políticas.

El verdadero peligro es el discurso derrotista

Más peligroso que cualquier dato demográfico es la idea de que “las pensiones están condenadas”.
Porque si la sociedad adopta ese relato:

se debilita el apoyo al sistema público,

se fomenta el miedo,

y quienes desean sustituirlo por sistemas privados salen reforzados.

Una profecía negativa puede fabricar su propio desastre.

¿Entonces… peligran?

La respuesta honesta es doble:

No, si el país actúa con visión a 20–30 años.

Con empleo sólido, productividad competitiva y políticas demográficas sensatas, el sistema no solo es viable, sino robusto.

Sí, si se sigue improvisando reforma tras reforma sin estrategia.

Si no se ataja la precariedad laboral, la baja natalidad, la economía sumergida y la falta de cohesión entre generaciones, el sistema sufrirá tensiones cada vez más fuertes.

Conclusión

Las pensiones no peligran porque los mayores vivan más,
sino porque el país no se está preparando para vivir mejor con ellos.

Nunca ha sido un problema de longevidad, sino de voluntad.

Mientras exista un pacto generacional, mientras la gente joven pueda trabajar en condiciones dignas,
y mientras la sociedad entienda que cuidar a quienes ya dieron su vida laboral es parte de la dignidad colectiva…

las pensiones seguirán siendo un pilar, no una ruina.

¿Peligran las pensiones? Un análisis económico sin consignas

Qué es realmente el sistema de pensiones

El sistema español es de reparto, no de capitalización.
Eso implica tres consecuencias económicas clave.

Las cotizaciones actuales no se guardan, se redistribuyen inmediatamente.

La sostenibilidad depende del flujo anual, no de un fondo acumulado.

El sistema funciona mientras haya suficientes ingresos recurrentes.

Por tanto, hablar de “quiebra” como si fuera una empresa privada es conceptualmente erróneo.

La ecuación básica

La sostenibilidad depende de una ecuación simple:

Ingresos

Cotizaciones sociales (salarios × empleo × tipos de cotización)

Aportaciones del Estado (impuestos)

Gastos

Número de pensionistas

Cuantía media de las pensiones

Tiempo de percepción (esperanza de vida)

El problema no está en que la ecuación sea imposible, sino en que los ingresos crecen más lento que los gastos.

Dónde está la presión real

a) Demografía

España envejece rápido.

Baja natalidad desde hace décadas.

Menos cotizantes potenciales futuros.

Esto no hunde el sistema por sí solo, pero exige compensaciones.

b) Mercado laboral

Este es el núcleo del problema:

Salarios bajos → cotizaciones bajas.

Temporalidad y parcialidad → menos años cotizados.

Paro estructural → menos cotizantes.

Economía sumergida → ingresos perdidos.

Un sistema de reparto no puede ser fuerte con empleo débil.

c) Productividad

España no ha logrado aumentar su productividad al ritmo necesario.


Sin productividad:

no suben salarios,

no suben cotizaciones,

no se amplía la base fiscal.

Aquí está la gran asignatura pendiente.

El déficit de la Seguridad Social

Cuando se dice que “las pensiones son deficitarias”, hay que precisar:

El déficit no es automático, es político y estructural.

Durante años se cargaron a la Seguridad Social gastos impropios que deberían financiarse vía impuestos.

La separación de fuentes es clave: pensiones contributivas ≠ política social general.

Un déficit no implica inviabilidad; implica necesidad de financiación complementaria, como ocurre en muchos países europeos.

 ¿Hasta dónde se puede ajustar?

Las reformas suelen actuar en cuatro palancas:

Ingresos

Subir cotizaciones.

Ampliar bases máximas.

Financiar parte vía impuestos.

Gastos

Retrasar edad efectiva de jubilación.

Ajustar fórmulas de cálculo.

Moderar revalorizaciones (tema políticamente sensible).

Demografía

Natalidad (efecto a muy largo plazo).

Inmigración joven (efecto más inmediato).

Calidad del empleo

La palanca más eficaz… y la más difícil.

El margen existe, pero cada ajuste tiene costes sociales y políticos.

El relato de la “estafa piramidal” y por qué es falaz

Desde un punto de vista económico:

El sistema no promete rentabilidades crecientes.

No depende del engaño.

Puede ajustarse sin colapsar.

Lo que sí ocurre es que un sistema de reparto es extremadamente sensible a malas políticas prolongadas.

No es una estafa; es un termómetro económico.
Y el termómetro no es culpable de la fiebre.

¿Entonces peligran económicamente?

La respuesta técnica es matizada:

No hay riesgo de desaparición del sistema.

Sí hay riesgo de pensiones insuficientes si no se actúa.

Sí hay riesgo de mayor desigualdad entre generaciones.

Sí hay riesgo de degradación progresiva, no de colapso abrupto.

Las pensiones no caen como un castillo: se erosionan lentamente si se las deja sin mantenimiento.

Conclusión económica

Las pensiones no dependen de milagros ni fatalismos.
Dependen de algo mucho menos épico y más incómodo:

empleo sólido,

salarios reales,

productividad,

y decisiones políticas sostenidas durante décadas.

El sistema no está condenado, pero tampoco es automático.

Económicamente, las pensiones no peligran por exceso de ancianos, sino por déficit de modelo económico.

Mientras no se afronte eso, el debate seguirá buscando culpables abajo, cuando el problema se decide arriba.

¿Peligran las pensiones? Una mirada social

Cuando se habla de pensiones casi nunca se habla de personas.
Se habla de “gasto”, de “sostenibilidad”, de “ratios”.
Pero la pensión no es un concepto: es la nevera encendida, la calefacción en invierno, la ayuda al hijo en paro, el alquiler pagado a tiempo.

Por eso la pregunta “¿peligran?” genera miedo.
No miedo económico, sino miedo vital.

El miedo como herramienta

En los últimos años, el discurso sobre las pensiones ha cambiado.
Antes se hablaba de derechos.
Ahora se habla de amenaza.

Ese cambio no es inocente.

Cuando a una sociedad se le repite que algo es insostenible, empieza a aceptar recortes que jamás habría aceptado en calma. El mensaje cala:
“No es que te quiten algo, es que ya no se puede pagar.”

El miedo disciplina mejor que el debate.

La fractura generacional

Uno de los daños más profundos ha sido el enfrentamiento entre generaciones.

A los jóvenes se les dice:
—Nunca cobraréis pensión.
—Estáis pagando privilegios ajenos.

A los mayores:
—Sois demasiados.
—Vivís demasiado.

El resultado es devastador: dos grupos empobrecidos mirándose como rivales, mientras el problema real queda fuera del foco.

Nunca antes una abuela había sido vista como un “coste”.

La pensión como último sostén social

Durante las crisis, las pensiones han sostenido lo que el mercado laboral no pudo:

hogares multigeneracionales,

nietos a cargo de abuelos,

hipotecas salvadas por la pensión,

familias enteras sobreviviendo gracias a un ingreso estable.

Sin las pensiones, la pobreza estructural en España habría sido mucho más profunda y más violenta.

Cuestionarlas no es solo un debate fiscal:
es cuestionar el último colchón social.

Lo que se pierde si se debilita el sistema

Cuando una pensión se debilita, no se empobrece solo el jubilado:

se empobrece el barrio,

se reduce el consumo local,

se rompen redes familiares,

aumenta la dependencia,

y la desigualdad se hereda.

Una sociedad sin pensiones públicas fuertes no envejece: se precariza hasta el final.

¿Por qué entonces se insiste en que “no hay dinero”?

Porque es más fácil señalar al final del ciclo vital que al inicio.

Es más sencillo decir:
—No hay para viejos, que decir:
—No hemos sido capaces de garantizar empleo digno, salarios justos y oportunidades reales.

La pensión se convierte así en chivo expiatorio de todo lo que falló antes.

El verdadero peligro

Las pensiones no peligran solo por razones económicas.
Peligran si la sociedad deja de creer en ellas.

Un sistema público no se sostiene solo con números, se sostiene con consenso social.

El día que una mayoría piense que cuidar a quienes envejecen es una carga injusta, ese día el sistema ya estará roto, aunque siga pagando.

Reflexión final

Las pensiones no hablan del pasado, hablan del tipo de futuro que aceptamos.

Una sociedad que abandona a sus mayores envía un mensaje claro a sus jóvenes:

"cuando llegues allí, tampoco te cuidarán."

Defender las pensiones no es nostalgia, ni miedo al cambio, ni egoísmo generacional.

Es defender una idea sencilla y profundamente humana:

"que nadie, después de una vida entera aportando, quede convertido en un problema"

.¿Qué podríamos hacer si, tras cotizar, se eliminaran las pensiones?

Entender lo esencial: no sería una decisión neutra

Eliminar las pensiones después de décadas de cotización no sería solo una reforma, sería:

una ruptura del contrato social,

una quiebra de la confianza pública,

y un conflicto jurídico, social y político de primer orden.

No hablamos de un ajuste técnico, sino de retirar un derecho generado.

Qué derechos estarían en juego

Las cotizaciones no son un ahorro voluntario: son obligatorias.
Eso genera expectativas jurídicas protegidas.

Eliminar las pensiones implicaría vulnerar:

el principio de seguridad jurídica,

el principio de confianza legítima,

y los artículos constitucionales que obligan al Estado a garantizar protección en la vejez.

No podría hacerse sin una reacción legal masiva, tanto nacional como europea.

Las vías legales

Si se intentara algo así, las primeras respuestas serían:

Tribunales nacionales, por vulneración de derechos consolidados.

Tribunal Constitucional, por contradicción con la Constitución.

Tribunales europeos, por violación de derechos sociales fundamentales.

No sería un caso individual: sería una litigación colectiva histórica.

La respuesta social

Más allá de los tribunales, una medida así provocaría:

movilización social masiva,

huelgas generales,

ruptura del consenso político,

y una crisis institucional profunda.

Porque el mensaje sería devastador:

“Cumpliste tu parte. El Estado no cumplirá la suya.”

Una sociedad no sigue funcionando tras escuchar eso sin reaccionar.

El efecto económico real (el gran tabú)

Eliminar las pensiones no ahorraría lo que parece, sino que causaría:

explosión de la pobreza entre mayores,

colapso de familias que dependen de esas pensiones,

caída brusca del consumo,

aumento del gasto asistencial y sanitario,

y más presión fiscal indirecta.

El “ahorro” se transformaría en coste social multiplicado.

Qué haría la gente individualmente

Si el sistema dejara de ser fiable, ocurriría algo muy peligroso:

evasión de cotizaciones,

rechazo a aportar,

huida hacia sistemas privados solo para quien pueda pagarlos,

ruptura definitiva del pacto intergeneracional.

Un sistema público no sobrevive a la desconfianza.

Por qué este escenario es extremadamente improbable

Conviene decirlo claramente:

Eliminar las pensiones no es un escenario realista en un Estado democrático avanzado.

Lo que sí es posible es:

pensiones más ajustadas,

cambios en edades,

fórmulas mixtas,

mayor peso de impuestos generales.

Pero no la desaparición total sin consecuencias sistémicas inasumibles.

Conclusión 

Si después de cotizar nos dijeran que no habrá pensión, el problema ya no sería económico.

Sería otro mucho más grave:

Que el Estado habría dejado de ser creíble.

Y cuando un Estado pierde credibilidad, no falla solo un sistema: falla la idea misma de comunidad política.

Por eso las pensiones se reforman, se ajustan, se discuten… pero no se eliminan.

Porque hacerlo no resolvería una crisis:
crearía una mucho mayor.

Epílogo: lo que dice la ley y lo que dice la realidad
¿Qué dice la Constitución española?

El artículo 41 de la Constitución establece que los poderes públicos mantendrán un sistema de Seguridad Social para todos los ciudadanos, que garantice la asistencia y prestaciones suficientes ante situaciones de necesidad, especialmente en la vejez.

Esto implica algo muy importante:

Las pensiones no son una dádivano son caridad, y no dependen del humor del momento.

Son un compromiso del Estado, no un favor generacional.

Además, el artículo 50 refuerza la obligación de garantizar pensiones adecuadas y actualizadas, asegurando la dignidad en la tercera edad.

¿Es una estafa piramidal?

No, técnicamente no lo es.

Un esquema piramidal es fraudulento por definición:

promete beneficios irreales,

se basa en el engaño,

y colapsa inevitablemente porque no hay respaldo real.

El sistema de pensiones es un sistema de reparto intergeneracional:

los trabajadores actuales financian a los jubilados actuales,

con la expectativa legítima de que las siguientes generaciones hagan lo mismo.

El problema aparece no en el concepto, sino en su gestión, demografía y contexto económico.

¿Son los pensionistas culpables de la crisis de España

No. Esa idea es un relato simplificador y peligroso.

Las pensiones:

redistribuyen renta,

sostienen consumo,

evitan pobreza masiva,

y han sido, en muchas crisis, el último colchón de familias enteras.

La crisis española se explica mucho más por:

desempleo estructural,

precariedad laboral,

evasión y elusión fiscal,

malas decisiones económicas,

burbujas financieras,

y falta de políticas demográficas y productivas a largo plazo.

En resumen, la narrativa que responsabiliza a los ancianos de la crisis se basa en la simplificación y oculta las fallas estructurales del modelo económico español, ignorando el papel vital que juegan las pensiones tanto a nivel de justicia social como de estabilidad económica.

¿Es sostenible el sistema?

La respuesta honesta es: sí, pero no automáticamente.

Es sostenible si se cuida:

con empleo de calidad,

salarios dignos,

financiación suficiente,

ajustes razonables,

y visión a largo plazo.

No lo es si se usa como arma política, se abandona, o se convierte a unas generaciones en enemigas de otras.

Cierre

El verdadero peligro no es que el sistema se sostenga entre generaciones.
El verdadero peligro es convencer a los de arriba de que los de abajo sobran.

Porque cuando se rompe ese pacto silencioso, ya no cae solo el sistema: cae la idea misma de sociedad.

Y, ahora, un relato, para acabar con las dudas al respecto.

Título: Los ingenieros de aceras y la Libreta del Jubilado

En el reino de España, donde la Constitución es un pergamino mágico que a veces funciona y a veces no, existe un artículo, el Artículo 50, que dice, más o menos: "Los poderes públicos garantizarán, mediante pensiones adecuadas y periódicamente actualizadas, la suficiencia económica a los ciudadanos durante la tercera edad".

Traducido al idioma de los Despiertos: es un derecho blindado. Es tan legal quitar las pensiones como robarle un caramelo a un bebé en la puerta de la comisaría con un megáfono.

Pero claro, la "legalidad" es un concepto flexible en este país, como la moralidad de un banquero tras un rescate.

La Legalidad Absurda:

¿Se pueden quitar las pensiones? Legalmente, no. Es un derecho adquirido e imprescriptible, como el derecho a respirar (aunque a veces pongan multas por hacerlo en la calle).

¿Se pueden tocar? ¡Ah, amigo! Tocarlas no es quitarlas. Se puede retrasar la edad de jubilación a los 67 años, se puede calcular la base reguladora con más años de cotización para que salgan más bajas, se pueden congelar las subidas... es la "alta cocina de la austeridad". Te sirven el mismo plato, pero con menos comida y más tarde.

El Relato para Despiertos:

Imagina que el sistema de pensiones es un gran pastel que hemos horneado todos los currantes durante décadas. Es nuestro pastel.

De repente, llegan los "Maestros Pasteleros de la Derecha" (PP) y dicen: "¡Vaya pastel más rico! Pero tenemos un problema: el horno se ha estropeado y los bancos tienen hambre". Y se llevan la mitad del pastel para dárselo a los bancos, con la promesa de que "lo devolverán con intereses". Solo que, claro, nunca lo devuelven. Y la justicia, el árbitro del que hablábamos, mira para otro lado y dice: "Es que el elefante tenía hambre".

Años después, llega el "Gobierno Progresista" (PSOE/UP) y dicen: "¡El pastel es sagrado!". Pero, claro, el pastel ya está menguado y ahora tienen que rescatar aerolíneas con préstamos que tienen que devolver, pero que generan sospechas.

¿Y los viejitos?

El viejo, el "viejito", el que ha cotizado toda la vida, ve que su porción de pastel es cada vez más pequeña.

Si intentaran quitarle la pensión de golpe y porrazo, sería un golpe de Estado contra la Constitución y contra el sentido común. Sería legalmente indefendible.

Pero la "legalidad" se retuerce: los jueces y los medios afines al sistema te dirán que "hay que reformar el sistema para que sea sostenible", que es el eufemismo para decir "os vamos a apretar las tuercas legalmente para que el pastel siga yendo a quien tiene que ir".

Moraleja para Despiertos:

Es ilegal robar, pero si tienes un banco y te arruinas, te "prestan" miles de millones y no pasa nada. Es legal cobrar una pensión digna, pero te la van recortando poco a poco en nombre de la "sostenibilidad". La legalidad, en España, no es más que el papel higiénico que usan los poderosos para limpiarse las manos después de comerse nuestro pastel.


                                    

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