CUENTO DE NAVIDAD, LA BATALLA DE LOS REGALOS ROBADOS

 


                                      Foto: Geralt

En un Villapolítica no muy lejano —pero demasiado reconocible— llegaron una noche de Enero tres Reyes Magos muy especiales. No venían del Oriente, sino del pasado, del plasma y de la hemeroteca. En ese  lugar donde los acuerdos duraban menos que un polvorón en la mesa. Esa noche, una nevada cubría el Congreso, pero la verdadera tormenta se gestaba en el Polo Norte del poder, donde se había fraguado un plan audaz.

Los autoproclamados Reyes Magos, Melchor Aznar, Gaspar Rajoy y Baltasar Feijóo, habían decidido que este año los regalos no se repartirían por méritos, sino por decreto. Con sus mantos forrados de siglas y sus coronas de promesas electorales, irrumpieron en el almacén central.

Melchor Aznar, de gesto marcial, bigotillo metafísico y obsesionado con que todo tiempo pasado fue mejor… especialmente el suyo.

Gaspar Rajoy, que no sabía muy bien qué hacía allí, ni por qué, pero repetía:
—Esto… bueno… a ver… es el espíritu navideño… en fin… ¿no?

Baltasar Feijóo, serio como una misa sin vino, convencido de que aquello de los regalos debía gestionarse “con moderación y sentido de Estado”.

Los tres venían cargados de cofres, sacos y paquetes… pero con una idea muy clara:

Quedárselos todos.

—¿Repartirlos? —dijo Aznar, ofendido—. ¿Pero estamos locos?
—Eso genera dependencia —añadió Feijóo—. Mejor administrarlos… centralizadamente.
—O guardarlos… —terció Rajoy— …por si acaso… uno nunca sabe…

Pero no estaban solos.

Porque allí, montada en una nube de villancicos a todo volumen, se encontraba la mujer  de Rojo, Ayuso, vestida de Mamá Noel,  enfundada en un traje rojo que le quedaba dos tallas grande pero que ella lucía con orgullo, volaba en su trineo tirado por bueyes bravos. En lugar de "Jo, jo, jo", su grito de guerra era un ronco y repetitivo: "¡ETA! ¡ETA! ¡Todo es ETA!". Lo mismo le daba si se atascaba en una chimenea que si un buey se le declaraba en huelga; la culpa siempre era de la banda armada, ya disuelta. Su misión, autoimpuesta, era asegurarse de que la "verdadera Navidad" llegara a los "niños de bien", que para ella eran, básicamente, los afiliados al Partido Popular

—¡LOS REGALOS SON MÍOS! ¡MÍOS! —gritó, abrazándose a los sacos—.
¡Nadie reparte nada sin una caña, una foto y un eslogan!

Los Reyes asintieron. El plan era perfecto.

"¡Estos juguetes son para la estabilidad y el crecimiento!", proclamó Aznar, dirigiéndose con enojo a Mamá Noel, mientras golpeaba un tren eléctrico contra su palma.

"Es lo que hay, una herencia recibida, los niños ya tienen demasiadas cosas", sentenció Rajoy con su peculiar retranca, mediando entre la mujer de Rojo y Aznar -mientras metía consolas de videojuegos en un saco.

Feijóo, el más reciente, asentía con prudencia, y haciéndose el distraído -no quería acabar como su predecesor- pensando en la "centralidad" de su botín.

Pero la sorpresa fue mayúscula cuando la mismísima Isabel Díaz Ayuso discrepó.

"¡La Navidad es libertad, y yo soy la Santa Claus de la barra libre de regalos!", gritó, intentando llevarse el árbol de Navidad entero. Su trineo, tirado por bueyes bravos, esperaba fuera.

Mientras los "Magos Populares" y "Santa Ayuso" discutían sobre quién tenía derecho a quedarse con la mayor parte de los regalos, un grupo de pequeños "niños" con una intuición muy grande, y sagaces como eran, enseguida sospecharon lo que estaban tramando a sus espaldas. Eran Pedrito Sánchez, Yolandita Díaz, Gabrielito Rufián y el "fugitivo" Carlitos Puigdemont, que había regresado por Navidad con una amnistía temporal bajo el brazo.

"¡Nos quieren robar  la ilusión, que en este caso son nuestros presupuestos y sillones!", susurró Pedrito a sus aliados, con un brillo de indignación en sus ojos de líder.

Puigdemont, desde la retaguardia, sugirió una "hoja de ruta" para la recuperación del cotillón.

"Hay que recuperar la cartera de juguetes para la gente", añadió Yolandita, ajustándose su gorro de lana.

Mientras los Reyes discutían, los niños actuaron.

Eran traviesos, sí, pero listísimos. Liderados por Pedrito, que había ganado 320 euros en la Lotería de Navidad del año anterior. Así que en cuestión de segundos instalaron un sistema de poleas y palancas, una auténtica ingeniería de guerrilla, para interceptar el cargamento, a imagen y semejanza de los inventos del tebeo.

Cuando el trineo de Ayuso pasó volando y los Reyes Magos, montados en camellos quejumbrosos, se acercaron a la zona de aterrizaje, los "niños" activaron su plan. Un gancho volador, diseñado por Rufián usando las leyes de la física y la amnistía, enganchó el saco principal de Ayuso. Al instante, Ayuso gritó por su megáfono: "¡Es un golpe de ETA! ¡Me roban la Navidad!".

La batalla había comenzado: Aznar y Rajoy se defendían con discursos antiguos, Ayuso lanzaba bandejas de canapés, desde el trineo y los niños, haciendo uso de su "geometría variable", se aliaban y desaliaban en cada esquina del almacén, intentando cercar a Feijóo que intentaba esconderse.

Rufián, siempre con un megáfono en miniatura, preparó su discurso: "¡Devolved los regalos, caraduras! ¡El mandato democrático de los niños es claro!".

Los Reyes Magos, al ver la maniobra, intentaron acelerar. Rajoy, nervioso, empezó a hablar de "nubes y bigotes", y Aznar bramó contra la "deslealtad". Mientras, los niños se hacían con un alijo de consolas y bicicletas.

La moraleja del cuento la puso Rufián, que al abrir su regalo —un libro sobre cómo hacer lazos amarillos—, sentenció con una sonrisa: "En política, a veces, la Navidad no es magia, es pura ingeniería electoral". Y todos rieron, mientras Ayuso seguía gritando en la distancia: "¡ETA!".

Finalmente, tras mucho tira y afloja, y justo cuando el reloj marcaba medianoche, un duende cansado intervino: "¡Basta ya! ¡Los regalos son para todos los niños de Villapolítica, sin exclusión ni patrimonialización!".

Rufián repartió los regalos más rápido que un titular incendiario.

Yolandita envolvió los sobrantes con lazos de empatía.

Puigdemont se llevó uno “temporalmente” fuera del belén.

Y Pedrito sonreía para la foto.

Cuando los Reyes Magos quisieron reaccionar… ya no quedaba nada.

—Bueno —dijo Rajoy—… pues ya si eso… el año que viene…

—Esto no pasaba en mi época —gruñó Aznar.

—Habrá que reflexionar —murmuró Feijóo.

Ayuso los miró, desquiciada, y gritó al cielo:

Ayuso giraba como un trompo de feria, envuelta en luces LED con la palabra LIBERTAD parpadeando en mayúsculas intermitentes.

—¡LOS REGALOS NO SE TOCAN!
¡ESTO ES UNA NAVIDAD DE ÉXITO!
¡CON CAÑITAS!
¡CON HORMIGONERA!
¡CON UN SELFIE CADA TREINTA SEGUNDOS!

—¡ME HAN ROBADO LA NAVIDAD!

A regañadientes, los políticos se miraron. Los Reyes y Santa Claus devolvieron los regalos a sus sacos originales, y los niños Pedrito, Yolandita, Rufián y Puigdemont se aseguraron de que cada uno recibiera su parte justa.

Mientras los políticos se felicitaban mutuamente por la paz navideña, que sabían efímera, algo crucial faltaba en el cielo de VillaPolítica:

 La Estrella de Belén.

La estrella, una luminaria con siglos de servicio y un brillo impecable, se había modernizado recientemente con un sistema de navegación por satélite de última generación. 

—Destino: Pesebre, Belén —dijo con voz cósmica al GPS.

“Recalculando…”

—¿Cómo que recalculando? —preguntó la Estrella—.

 ¡Si llevo dos mil años haciendo este trayecto!

Y, ahí empezó el drama, o el caos cósmico:

Aunque, desafortunadamente, el "GPS Astro", como lo llamaban, había caído en desgracia aquella noche, la Estrella de Belén arrancó puntual.

Y la Estrella inició su dulce periplo, brillante, ilusionada. Con siglos de experiencia señalando portales.

Pero, la suerte no la acompañaba, esa noche, el GPS Astro estaba, como se diría en la jerga celestial, completamente "borracho". Había empezado con un simple error de cálculo: confundió la nebulosa de Orión con un bar de carretera interestelar. A partir de ahí, todo fue cuesta abajo. En lugar de guiar a los Reyes Magos hacia el portal, el GPS Astro les había enviado una ruta que pasaba por el Triángulo de las Bermudas, luego les sugirió hacer un giro en U en Júpiter y finalmente les indicó que su destino estaba en la sede de un partido político local.

La Estrella de Belén, obediente pero cada vez más confundida, daba vueltas sin rumbo fijo sobre el Congreso de los Diputados, emitiendo destellos de diferentes colores como si estuviera en una discoteca. Los niños y los Reyes Magos, al salir al exterior, alzaron la vista."¡Por todos los santos!", exclamó Rajoy, "eso no es una estrella, eso es un cortocircuito"."¡Es la privatización del firmamento, que no funciona!", gritó Yolandita.

Pedrito Sánchez vio una oportunidad de oro para un nuevo decreto ley: la "Ley de Ordenación del Tráfico Celeste".

La Estrella de Belén, sintiéndose completamente perdida y con el GPS Astro cantando villancicos desafinados en el salpicadero, empezó a parpadear desesperadamente. En ese momento, Ayuso, con su instinto de la noche madrileña, vio la solución.

"¡Esa estrella necesita un after party en condiciones para recuperarse! ¡Libertad para la estrella!", vociferó.

Pero fue Rufián quien, con un pragmatismo inusual, sacó su móvil. "He tuiteado la ubicación y he pedido ayuda a los bomberos y a los controladores aéreos. El GPS Astro ha colapsado por exceso de datos fiscales".

Puigdemont, viendo una analogía con su propia situación, le ofreció a la estrella un camino alternativo por Bélgica.

Al final, la propia Estrella de Belén, harta de la política y del GPS borracho, apagó el sistema de navegación, sacó su mapa de papel de toda la vida y, con un brillo de dignidad ancestral, iluminó el camino correcto.

Pronto, la Estrella de Belén, con su brillo renovado, volvió a tomar el rumbo correcto, como todos los años..

 Al día siguiente, en la prensa, todos se atribuían el mérito de haber repartido los regalos, y los "Reyes" ya planeaban la próxima moción de censura..

Y, apareció Pedrito, inescrutable, envuelto en una luz suave, con gafas negras, de sintomático misterio, revelando toda la inocencia de la infancia en su carita infantil, pero no vino solo, le acompañaban varias versiones de sí mismo detrás:
Pedrito  imbatible

Pedrito empoderado

Pedrito maquiavélico

Pedrito resiliente

Pedrito internacional y 

Pedrito sonriendo, con "segundas".

Entonces, haciéndose el interesante, levantó la mano y se tocó el extremo de las gafas, mirando por encima del borde a sus majestades y a la mujer de rojo. Su silencio y esa mirada evaluadora, enmarcada por el destello de las lentes, eran tan elocuentes como cualquier amenaza, dejando claro quién estaba al mando. - Son de Christian Dior-  Exclamó,  atrapando a todos los presentes con su gran carisma.

—Propongo —dijo— crear una mesa… para debatir si los Reyes…  son realmente Reyes… o solo señores con coronas prestadas…

Mientras hablaba, los regalos se repartían solos, como por arte de magia administrativa.

—¡TRAMPA! —gritó Ayuso—.
¡ESTO ES MAGIA SOCIALISTA INTERGALÁCTICA!

Los niños aplaudían.
El belén vibraba.
El musgo votó en contra.

Aznar intentó recuperar el control:

—¡ORDEN! ¡AUTORIDAD! ¡BIGOTE!

Pero ya era tarde.

Rufián estaba haciendo zascas en cadena.
Yolandita creó un ministerio del regalo responsable.
Puigdemont se llevó el oro “en depósito simbólico internacional”.
Y Pedrito firmaba acuerdos consigo mismo.

Rajoy, confundido, preguntó:

—Esto… y ahora… ¿qué hacemos?

Feijóo suspiró:

—Reflexionar… mucho…
sin que pase nada.

Al amanecer,  Los Reyes Magos no tenían regalos,
Ayuso tenía un megáfono roto,
y los niños… lo tenían todo.

Una voz celestial susurró:

“Y así aprendieron que la Navidad no se roba…
solo se desborda.”

Y desde una esquina, Rajoy murmuró:

—En fin… pues ya si eso…
Feliz… esto…
Navidad.

Y, la estrella, seguía sin aparecer, abajo, en la tierra, el belén ya estaba revuelto.

Aznar, Rajoy y Feijóo miraban al cielo con prismáticos antiguos.

—Sin estrella no hay legitimidad —sentenció Aznar.
—Sin estrella… esto es… confuso —añadió Rajoy.
—Habrá que esperar —dijo Feijóo—, con calma astral.

Ayuso corría en círculos.

—¡ESTO ES UN SABOTAJE GALÁCTICO DE LA ETA!
¡EL GPS ESTÁ INTERVENIDO POR EL ESTADO PROFUNDO ESTELAR!

GPS EN MODO ABSURDO

En el cielo, la Estrella no daba una, el inquietante comportamiento del GPS, la había alterado hasta tal punto, que se había quedado bloqueada en el espacio infinito.

“Gire a la derecha en la nebulosa ideológica.”
“Evite zonas con exceso de promesas.”
“Ha entrado usted en un área de discursos vacíos.”

—¿Pero esto qué es? —protestó la Estrella—.
¡Antes solo me guiaba por la fe y ya!

De repente, apareció Rufián, montado en una constelación.

—¿Has probado a apagarlo y encenderlo? —dijo—.
Porque igual te lleva siempre al mismo sitio… aunque no exista.


El GPS se quedó pensando.

Yolandita Díaz flotaba cerca, repartiendo calma cósmica.

—Estrella… respira… no te exijas tanto… tú brilla… el rumbo ya se consensuará…

Puigdemont pasó flotando en una nave sin matrícula.

—Si quieres, yo conozco una ruta alternativa —susurró—.
Eso sí… no preguntes por qué aparece como fuera de jurisdicción.

Abajo, Pedrito miraba al cielo sonriendo.

—Tranquilos —dijo—.
Si la estrella llega tarde…
haremos un acto de llegada progresiva.

Harta, la Estrella se dio por vencida.

—¡BASTA!
He guiado magos, camellos y reyes con orientación moral dudosa.
¡Pero no puedo con un satélite sin cobertura!

Será que tengo que jubilarme... Pensó la Estrella.

Decidió brillar sobre todos.

El belén entero quedó iluminado:
los Reyes, los niños, Ayuso, el musgo nervioso…

Y al verse tan expuestos:

Los Reyes bajaron la voz.

Ayuso se quedó sin eslogan.

Rajoy dijo: “Esto… pues… ya se ve…”.

EPÍLOGO

El GPS volvió a hablar, en susurro:

“Destino alcanzado… aproximadamente.”

La Estrella suspiró.

—No importa llegar perfecta…
solo alumbrar lo que hay.

Y así, aquella noche,
la Estrella de Belén no encontró el rumbo,
pero encontró algo mejor:

 A todos, con las manos en el saco. 

Al principio parecía un juego, pero los niños aprendieron demasiado.

Los niños —Rufián, Yolandita, Puigdemont y Pedrito— habían recibido sus regalos.
Juguetes. Libros. Un patinete institucional.
Pero algo cambió.

La Estrella de Belén, todavía desorientada, iluminaba demasiado…
y cuando se ve demasiado, aparece la ambición.

Entonces llegó el descubrimiento supremo:

—Un momento —dijo Rufián, contando paquetes—.
Si estos eran los nuestros
¿entonces qué es todo eso?

Señaló los cofres de los Reyes Magos.
Oro. Mirra. Incienso. Reservas. Tradición acumulada durante siglos.

Los ojos de los niños brillaron.
No de ilusión.
De cálculo.

—No es avaricia —susurró Yolandita, angelical—.
Es justicia redistributiva emocional.

—Exacte —asintió Puigdemont—.
Si existe… puede reclamarse.

Pedrito sonrió.
Esa sonrisa que no promete nada…
pero lo insinúa todo.

Y, comenzó el cerco:

—Majestades —dijo Pedrito con voz suave—,
por favor… no se muevan.

Los Reyes intentaron reír.

—Esto es una broma —dijo Aznar.
—Sí… bueno… un malentendido… —añadió Rajoy.
—Habrá que dialogar —propuso Feijóo.

—Ya lo estamos haciendo —respondió Rufián—.
Solo que vosotros no habláis.

Los niños comenzaron a pedir más.

Un regalo más.
Un saco más.
Una explicación más.

Cada “no” se convertía en otra exigencia.

Objetivo: arruinar a  los Reyes

Aznar entregó el oro.
—Pero esto es histórico…

—Precisamente —respondieron—.
Está amortizado.

Feijóo entregó la mirra.
—Habrá que analizar el impacto…

—Ya lo hicimos —dijo Yolandita—.
Sale a devolver.

Rajoy abrió su saco…
estaba vacío.

—Yo… esto… lo tenía aquí…

—Lo sabíamos —dijo Pedrito—.
Siempre estuvo vacío.

Ayuso gritaba desde el fondo:

—¡ESTO ES UNA OCUPACIÓN NAVIDEÑA ILEGAL!

Pero nadie la escuchaba.

Los Reyes y Mamá Noel atrapados en un bucle: No pueden irse.

—Bueno —dijo Rajoy—.
Pues ya está… ¿nos podemos ir?

Silencio.

Los niños se miraron.

—¿Ir? —repitió Rufián—.
¿Y quién vigila que no ocultéis más regalos?

—Además —añadió Yolandita—,
nuestra ansiedad necesita acompañamiento continuo.

—Y siempre puede aparecer algo más —sonrió Puigdemont.

Pedrito dio un paso al frente.

—Esto ya no es reparto —dijo—.
Es gestión prolongada del conflicto.

Las salidas del belén desaparecieron.
Las puertas no llevaban a ningún sitio.
La Estrella parpadeaba… como si tuviera miedo.

Los Reyes y Mamá Noel, envejecían por minutos.

Sin sacos.

Sin poder.

Sin relato.

Aznar hablaba solo del pasado.
Feijóo reflexionaba sin fin.
Rajoy repetía:
—Esto… esto no estaba previsto…

Y Ayuso repetía un mantra:

“¡Quien con críos se acuesta…!”

Los niños seguían pidiendo.
Siempre más.
Nunca suficiente.

Y la Estrella comprendió la verdad:

No eran niños.
Eran la consecuencia.

EPÍLOGO OSCURO

Al amanecer, ya no quedaban Reyes Magos ni Mamá Noel.
Solo hay figuras vacías en el belén.

Los niños se sentaron en el trono improvisado…
y empezaron a discutir entre ellos.

La Estrella, temblando, apagó su luz.

Porque cuando los Reyes caen,
la noche… no termina.

Y el Belén se abrió.

No fue un estruendo.
Fue un crujido.

El musgo se resquebrajó como piel seca.
El portal se inclinó.
La Estrella de Belén tembló… y se apagó.

La oscuridad no cayó de golpe.
Avanzó despacio, como si supiera que no tenía prisa.

Los Reyes Magos ya no tenían sacos.
No tenían oro.
No tenían relato.

Solo deuda.

Los niños ya no jugaban

Rufián fue el primero en hablar, pero ya no “zasqueaba”.
Ahora contabilizaba.

—Aún queda —dijo—.
Siempre queda algo.

Yolandita sonreía, pero la sonrisa no consolaba.

—Es por vuestro bien —susurró—.
Si lo entregáis todo… quizá podáis descansar.

Puigdemont observaba desde un rincón que no pertenecía al belén.

—No os resistáis —dijo—.
Cuando algo se reclama lo suficiente… acaba siendo real.

Pedrito no hablaba.
Solo asentía.
Y cada asentimiento cerraba una salida.

Y sus majestades y Mamá Noel intentaron huir.

Aznar dio un paso atrás.

—Esto es una humillación histórica.

El suelo cedió bajo sus pies.
No cayó.
Fue absorbido por el pasado.

Feijóo intentó razonar.

—Hay límites… tiene que haberlos…

Pero la palabra límite no existía ya.
Se deshizo en su boca como ceniza.

Rajoy miró a su alrededor, perdido.

—Esto… esto no… esto…

Nadie le respondió.

Porque los niños no escuchaban.
Esperaban.

El belén se descompone lentamente. 

Las ovejas empezaron a mirarse entre sí.
El buey cerró los ojos.
La Virgen cubrió al Niño…
pero el Niño ya no estaba.

No había inocencia que proteger.

La Estrella volvió a parpadear un segundo…
y mostró la verdad:

Destino: Ninguno
Rumbo: Infinito
Saldo moral: Negativo

La quiebra llegó silenciosa y los niños seguían con sus exigencias.

—Queremos más —dijeron los niños al unísono.

—No queda nada —respondió Rajoy, llorando.

Rufián dio un paso adelante.

—Entonces…
queda: vosotros.

No fue violencia.
Fue peor.

Fue normalización.

Los Reyes entregaron su nombre.
Su memoria.
Su sentido.

Y cuando ya no fueron Reyes…
los niños ocuparon el espacio.

Y el belén colapsó sobre sí mismo.

No quedó portal.
No quedó estrella.
No quedó noche buena.

Solo un tablero vacío…
con nuevas figuras.

Los antiguos niños se colocaron coronas.
No brillaban.
Pesaban.

Y desde la nada, una voz susurró:

“Cuando la exigencia no conoce límite,
todo se convierte en deuda.
Y la deuda… nunca duerme.”

La Estrella no volvió a encenderse.

Porque ya no había nada que señalar.

Cuando el belén terminó de romperse, no quedó madera, ni musgo, ni figuras caídas.
Quedó un espacio.

Un espacio vacío, exacto, limpio.
Como si siempre hubiera estado ahí, esperando.

Los antiguos Reyes ya no pedían.
Ni discutían.
Ni recordaban.

Habían entregado primero sus bienes, después sus símbolos y finalmente algo que no sabían nombrar: la certeza de haber tenido derecho a existir sin justificarlo.

Frente a ellos estaban los nuevos ocupantes del lugar.
No eran niños ya.
Pero tampoco adultos.
Eran algo más inquietante:
herederos sin memoria.

Habían aprendido pronto la mecánica del mundo:
que todo lo que no se defiende se reclama, que todo lo que se concede se da por insuficiente, que toda concesión crea un precedente y todo precedente una deuda.

No pedían por necesidad.
Pedían porque podían.

Y porque cada cosa obtenida abría la conciencia a una más grande, y esa a otra, y otra, hasta que el deseo dejó de apuntar a objetos y comenzó a señalar personas.

Cuando ya no hubo nada más que repartir, descubrieron la última frontera:
la identidad ajena.

Y la tomaron.

No con violencia.
Con razonamientos.
Con la tranquilidad de quien cree que el fin justifica la erosión lenta de todo aquello que no puede medirse.

El error no fue suyo.

El error estuvo antes:
en confundir justicia con acumulación,
reparación con dominio,
y vigilancia con virtud.

Donde no hay límite interior, el límite exterior siempre llega demasiado tarde.

Al final, los nuevos ocupantes se sentaron en el espacio vacío y sintieron, por primera vez, algo parecido al cansancio.

Habían ganado.

Lo tenían todo.

Y aun así, algo faltaba.

No sabían qué.

No había estrella para indicarlo.
Ni relato que lo explicara.
Ni pasado al que culpar.

Solo una sospecha, incómoda y persistente: que al vaciar a los otros, habían vaciado también el sentido mismo de recibir.

Y entonces comprendieron —demasiado tarde— que cuando nadie es suficiente,
nadie lo será nunca,  ni siquiera quien ocupa el último trono.

El espacio permaneció en silencio. No como una promesa.
Sino como una advertencia.







Comentarios