EL DESENGAÑO, UNA EXTREMA PRUEBA DE VIDA


He descubierto que los desengaños son parte de la vida y por más que pienso en ello no dejo de reconocer que no suceden porque sí, son fruto de un exceso de confianza ciega en las personas. Tratar de preguntarse por qué suceden es algo inútil, simplemente suceden y nuestra forma de ser tiene mucho que ver en ello.


A veces te preguntas si la desagradable situación que rodea a un hecho así es fruto de nuestra imaginación o es la dura realidad que nos golpea fríamente. Pero, lo cierto es que, de todas las emociones humanas que experimenta el ser humano, una de las más duras es el desengaño, tanto si sabemos a qué se debe como si no. En un principio, es una dura experiencia porque cuando sucede nos deja la amarga sensación de que algo  que creíamos como verdadero, de repente descubrimos que es algo completamente infundado y nos deja muy confusos. Un desengaño por mucho que nos empeñemos en lo contrario es la señal de alerta que nos muestra que nuestros sentimientos han sido traicionados de una forma u otra.


Las palabras encierran universos de belleza efímera de los que nos apropiamos y muchas veces ignoramos que ocultan nuestra forma de ser y actuar cuando tratamos de comunicarnos socialmente.


Por otro lado, nuestras relaciones sociales y afectivas son algo real y tangible, un estado emocional que rige nuestra vida y determina nuestro comportamiento, a veces, de una manera arrolladora  que en muchas ocasiones transgrede los límites, cuando esto último sucede toda barrera social se elimina y nos manifestamos tal y como somos.  Cuando se produce esta situación en la que se abandona ese sentimimiento social de comunicación por una de las dos partes y no existen esas afinidades, entonces aparece en toda su crudeza el desengaño y toda la serie de sentimientos que lo acompañan, no controlar la situación es lo que nos frustra.


La madurez y la formación de la persona que sufre el desengaño son los que la ayudan a superarlo. Es difícil asumir que realmente no tenemos derecho a esperar nada de nadie y que la imagen que nos hemos creado de la otra persona no es la real.


Sólo ofrecer sin esperar nada a cambio, aparte de ser generoso, puede llegar a convertirse en una experiencia gratificante. Y, en última instancia, el perdón puede ser una opción sin que por ello se tenga que dar continuidad a algo que ya no tiene consistencia. Y, por último, es humano padecer ciertas decepciones, ya que los vínculos sociales que mantenemos muchas veces son inexplicables y aunque no lo reconozcamos, la mayoría de las veces penden de un hilo. No somos libres, es nuestra historia particular y nuestras vivencias las que posibilitan nuestras relaciones y de nosotros depende mantener afectos reales en nuestra vida.

Y, por último, de los desengaños se aprende y lo más pertinente es aplicar la moraleja: corregir los errores y la confianza excesiva.

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