DIP, EL PERRO VÁMPIRO




Siempre he sentido una especie de ensoñación romántica, casi obsesiva, cuando me encuentro ante un paraje que goza del encanto de una naturaleza salvaje y solitaria.

Es Sábado por la mañana y cargamos la furgoneta con la nevera portátil repleta de refrescos, sillas y mesa plegable, rumbo a la provincia de Tarragona con la saludable intención de realizar un picnic y visitar las preciosas poblaciones de la localidad.

Salimos a primera hora y tomamos la carretera en dirección a nuestro punto de encuentro con la familia. No hay mucho tráfico a esa hora tan temprana. Tras el encuentro y los saludos, partimos en dirección a Tarragona, con la agradable sorpresa de que no nos tropezamos con las desagradables caravanas que invaden las carreteras en el período estival.

Empezamos el día con mucho entusiasmo, con un montón de planes, nos dirigimos hacía un lugar que es casi un Shangri-la. Cuando llegamos al cabo de las dos horas, descubrimos que la famosa ermita de la que tanto se habla se mimetiza prácticamente con el paisaje, sin llegar a verla a primera vista.

Aquello es precioso y teníamos el convencimiento totalmente erróneo, de que se encontraría abarrotada de gente, pero en absoluto, se encuentra desierta. Podremos disfrutar de un auténtico oasis de paz, un lugar perfecto para refugiarnos del estrés insoportable que genera nuestra vida diaria en la ciudad. Es decir, eso que tanto deseamos cuando decidimos organizar una escapada, cogemos todos nuestros bártulos y nos metemos en la carretera, pensando encontrar un pequeño santuario rodeado de bosques frondosos, con diversas tonalidades de verde donde disfrutar del oxígeno campestre.

El santuario es un lugar sagrado, lleno de espiritualidad y belleza, multitud de secretos y misterios se agazapan tras los árboles y las ruinas que lo pueblan. La gente de los alrededores habla de santas y vírgenes idolatradas, pero por debajo de los cultos que impuso el cristianismo, pervivieron los antiguos ritos druidicos, por eso es muy respetado por los lugareños, porque de esta tierra emana algún tipo de energía que los mantiene a distancia. Los poderes telúricos de la tierra pertenecen a lo humano y lo divino, pero los verdaderos dueños de este lugar son los duendes, los elfos y las hadas del bosque, eso explica la soledad y la paz silente del lugar.

Nos sentimos especialmente agradecidos con nuestra suerte al ver la poca concurrencia de gente que hay en el lugar y pensar en las leyendas de los perros vampíricos me pareció un cuento macabro que haría las delicias del niño que nos acompañaba, pero no sé por qué motivo no saqué a relucir el tema. Sería porque no daba mucho crédito a la leyenda. Aquella soledad que los sonidos del bosque había convertido en sonora, era tan relajante y placentera y no quería alterarla con leyendas terroríficas infundadas.

Tras dar varias vueltas antes de encontrar la mesa adecuada, dimos con una que era ideal, recibía la sombra de unos imponentes plátanos centenarios, unos bancos lineales estaban dispuestos en paralelo con respecto a una mesa de mármol, de grandes dimensiones.

Antes de la comida aprovechamos para hacer unas fotos del lugar, y nos dirigimos llenos de interés hacia un antiguo caserón en ruinas que había en las inmediaciones, no ocultaré el gran regocijo que sentí, aunque estaba tapiada y el acceso no era posible. Así que me contenté con fotografiarla desde el exterior. Era desolador ver el estado en que se encontraba, la maleza y los graffitis invadían las antiguas dependencias de lo que había sido en el pasado una gran construcción. El deterioro y la degradación eran totales, pero ni siquiera eso era capaz de apagar ni siquiera un poco la gran belleza que debió poseer en el pasado. Me paseé por todo el parque y no dejé de hacer fotos, me dí cuenta de que no estaba todo lo bien cuidado que debiera... Me encontré con higueras repletas de higos, pero todavía no estaban maduros. Y así descubrí que la perfección no existe...Cuando llegó el momento de contrastar las fotos descubrimos que nuestras cámaras habían registrado varias "cosas raras". Una de ellas fue un extraño ojo, que contribuía a crear un ambiente de misterio, un efecto óptico nos permitió descubrir que si la imagen se acercaba o se alejaba con el zoom de la cámara se podía apreciar varias cosas, desde el rostro de una parca, hasta un hombre... Como si fuera una emulación del ojo que todo lo ve. El ojo siempre vigilante, no dejaba de ser inquietante, aunque fuera un símbolo de protección divina. Otra cosa rara fue descubrir en una de las ventanas como una especie de mancha con forma humana y caperuza...Una simple pareidolia.

Comimos y bebimos gozosamente y sentimos que las horas iban pasando agradablemente, relajándonos con una suave brisa que mecía las hojas de los árboles. Cuando de pronto, un pavoroso aullido quebró la paz del parque, alarmados verificamos los alrededores del lugar, buscando indicios de la presencia de aquel animal tan terrorífico y comprobamos que no había ni rastro de la bestia. Ya más tranquilos, seguimos en animada conversación disfrutando de las excelencia de una comida campestre. Insistimos en seguir revisando los alrededores, ya que la cercanía del aullido parecía indicar que no se debía encontrar demasiado lejos.

Después, nos dirigimos al lugar donde habíamos dejado nuestras cosas. Entonces se produjo algo inaudito, el parque que hasta ese momento se encontraba aparentemente desierto, descubrimos que estaba abarrotado, y se oía un tropel muy numeroso, se escuchaba mucha gente corriendo.

Entonces pensé en el terrible aullido, nos apiñamos tratando de fortalecer nuestra posición en un intento por evitar que nos arrollara la muchedumbre que huía en desbandada poseída por un pánico infinito, como si todos los demonios del infierno se hubieran escapado y los persiguieran. Me quedé detenida en medio de gentío y sentí como me zarandeaban y golpeaban bruscamente y a punto estuve de caer arrastrada por la gente. Me sentía perdida, confusa ¿Dé dónde había salido aquella gente?.

Me quedé sola y, entonces, fue cuando le vi, allí estaba ante mí. Mirándome, fijamente, era un perro gigantesco, cojo de una pata, raquítico, hasta el punto de la inanición, su piel correosa se tensaba a lo largo de su cuerpo dibujando sus huesos. Presentaba unos ojos muy hundidos en sus cuencas y tenían un tenebroso brillo ambarino. Poseía una piel pálida, típica de los animales muertos y el pelaje negro y enmarañado. Vi como abría sus fauces y me mostraba sus colmillos en los que todavía conservaba restos de sangre y piel. El olor apestoso de la suciedad y la descomposición que lo envolvía hirió mis fosas nasales. Supe que aquello que tenía ante mí era un devorador de humanos, un espíritu del bosque que habitaba en aquel paraje solitario. Y, de repente lo comprendí todo, supe porque nadie paseaba por aquel lugar tan idílico y porque la gente llegaba con sus botellas de plástico para llenarlas con el agua pura y cristalina que manaba de aquella fuente natural y se iba. Porque aquello era el espacio de la bestia, su territorio y acechaba silenciosamente a sus presas, permanecía oculto a la espera del momento oportuno para abalanzarse sobre ellas y darse un buen festín. Aquella evidencia fue demasiado y mi corazón se desbocó, he oído decir que cuando los perros detectan el miedo, atacan, y pensé que aquel can infernal no iba a tardar nada en lanzarse sobre mi...El pánico me había paralizado totalmente, no tenía capacidad de reacción..

De pronto, apareció mi familia, me agarraron con brusquedad, y me llevaron casi a rastras. Cuando reaccioné, no lo pensé dos veces, corrí con ellos tan veloz como pude tratando de huir del mal que nos acechaba. Corrí como nunca lo había hecho.

El perro debió pensar que se le escapaba la comida y no tardó en perseguirnos. Sentía que iba acortando la distancia que le separaba de nosotros, porque me llegaba cada vez con más intensidad su aliento fétido, pútrido...

De pronto, me vino a la memoria la ubicación de los aseos, pensé que podía ser un buen refugio. Así que grité tanto que casi me desgañite, diciendo que se encontraban al lado de la ermita. Subimos por aquella cuesta tan empinada casi resollando por el esfuerzo.

El animal, aunque cojeaba, casi nos pisaba los talones. Por fin alcanzamos los aseos y cerramos bruscamente la puerta en sus narices. Cuando nos encontrábamos a buen recaudo, sentimos como la fiera se estrellaba estrepitosamente contra la puerta y dio la sensación de que por poco no estuvo a punto de astillarse en mil pedazos, y que el bicho se quedó fuera sólo por los pelos...

Aquellas cuatro paredes me proporcionaron la seguridad y la protección que me faltaba, solo saldría de allí cuando estuviera bien segura de que no estábamos en peligro... Desde dentro escuchábamos los terroríficos sonidos que emitía aquella criatura infernal, merodeando a nuestro alrededor, atraída por el olor que desprendía nuestro cuerpo. Me encontraba en un estado de nervios muy alterado, hasta tal punto que no podía dejar de temblar debido al terror que sentía. Mi hermana lloraba y mi primo intentó atrincherarnos dentro del baño poniendo una pesada mesa delante de la puerta, echó una ojeada a unas pequeñas ventanas que casi rozaban el techo y respiró tranquilo, estaba demasiado alto y la propia envergadura de la bestia eliminaba la posibilidad de que pudiera colarse por el hueco de las mismas.

De pronto, una de las puertas del servicio se abrió y salió un hombre de mediana edad. Todos lo miramos asombrados y llenos de ganas de acribillarle a preguntas. Tampoco era tan descabellado encontrarle en un lugar así, después de todo era un lugar público y a más de uno se le presenta una urgencia en el momento menos deseado.

-" Qué hacen aquí encerrados y porque han construido esa barricada"- Dijo el hombre sorprendido. Por lo visto no se había enterado de nada. Así que había que informarle de lo que acababa de ocurrir.

-" Por lo que veo no se ha enterado de que el parque ha sido atacado por un perro monstruoso y la gente ha huido en desbandada. Nos hemos refugiado en los lavabos, y no sabemos si servirá de algo porque todavía merodea por el exterior gruñendo...

-" ¡Escucha!... - le interrumpió mi hermana, mientra hacia un gesto con la mano tratando de imponer silencio- se oye un silbido"-

En un momento, el silenció invadió aquel lugar y sólo se escuchó el sonido de sus respiraciones y efectivamente se percibió un silbido en el exterior, aterrorizados sentimos como la tierra temblaba bajo nuestros pies y, después, todo cesó... La situación nos enmudeció y cuando creímos que todo había pasado, decidimos salir al exterior para ver si el monstruo había desaparecido. Y, sí, allí no había rastro del depredador, pero la destrucción se había apoderado de aquel paraje hasta hace poco encantador. Con un terrible presentimiento nos dirigimos hacia el lugar donde habíamos aparcado los coches y vimos que habían quedado reducidos a simple chatarra, inservibles. La realidad más tenebrosa se abría en nuestras mentes, nos encontrábamos atrapados en el territorio de la bestia.

Antes de emprender la marcha hasta el pueblo más cercano, pensamos que quizá encontraríamos algo en la mesa donde celebramos el picnic, y tuvimos suerte, cogimos nuestros bolsos que, milagrosamente, estaban intactos, pero dejamos todo lo demás. Algo nos contrariaba y era que los móviles no tenían cobertura, así que no pudimos ponernos en contacto con los servicios apropiados para solicitar ayuda. Pensamos en acercarnos hasta la ermita, pero estaba cerrada a cal y canto, igual que el bar anexo. La gente que huía debía de ser la que se encargaba del mantenimiento del parque.

Estudiamos la situación con detenimiento y llegamos a la conclusión de que la única salida posible era seguir la carretera hasta la localidad más cercana, y desde allí buscar ayuda.. Eran unos 4 km escasos, se podía conseguir.

Caminábamos a buen paso por la carretera, con la secreta esperanza de tropezarnos con algún vehículo y, así, poder ser rescatados, pero la suerte no nos acompañaba. Parecía que la tierra se los había tragado. De pronto, un aullido aterrador quebró el silencio de las montañas que recorría aquella carretera y nos paralizó. Mirando en todas direcciones, recelosos, pues temíamos que aquel ser demoníaco podía aparecer de un momento a otro, cortándonos el paso.

Decidimos que continuar por la carretera nos dejaba demasiado expuestos así que decidimos que lo más conveniente era seguir las pistas forestales que solían utilizar los senderistas en sus excursiones cuando recorrían los parajes tan maravillosos de la zona. Pero, mi hermana dijo que esa posibilidad nos retrasaría mucho y podría cogernos la noche en la montaña y perdernos con toda seguridad, además no conocíamos la zona y podíamos despeñarnos por un barranco. Debíamos arriesgarnos y seguir por la carretera ya que era la opción más segura. Además ya llevábamos andando un buen trecho y no debía de faltar mucho tiempo para llegar al pueblo.

La situación se fue complicando a lo largo de la tarde, y cuando empezó a anochecer, la carretera se vio envuelta en una espesa niebla que imposibilitaba ver a unos pasos por delante, en ese preciso momento, se volvió a escuchar el terrorífico aullido, pero esta vez más cerca. Las livianas prendas del verano que llevábamos puestas no contribuían a paliar el frío de la noche, tan sólo la luna que aparecía desdibujada entre las vaporosas nubes, permitía ver nuestros pies y los límites de la carretera. Estremecidos de frío y terror nos apiñamos para conjurar el miedo, pensábamos que ya debía de quedar poco para llegar a nuestro destino, cuando un olor pestilente, demasiado conocido, nos rodeó.

-"¡¡¡DIOS QUÉ HORROR!!!"- Sollozó mi hermana. Después, percibimos pasos detrás de nosotros. El vaporoso fenómeno atmosférico se había convertido en nuestro aliado, porque nos protegía ocultando nuestra presencia a la criatura diabólica que ya nos pisaba los talones. Giramos la cabeza y la vislumbramos entre los jirones de niebla, los brillantes ojos amarillentos del devorador parecían flotar en el éter algodonoso, nos ofrecían una mirada fosforescente y fulminante.

En medio de la niebla, mi primo comentó:

-" Nos nos puede ver porque la niebla nos protege, descalzaos para que no hagamos ruido y corred todo lo rápido que podáis, porque el pueblo ya debe de estar cerca"-

Casi al borde del colapso, seguimos sus consejos y, descalzos, emprendimos la carrera a gran velocidad, una huida hacia la vida. Escuché los rezos de mis parientes y como apresuraban el paso. Y corrí tanto como me permitieron mis piernas, incluso más. El miedo me daba alas, sentía la niebla como un latigazo cuando chocaba con mi rostro, sentía que mis parientes no me iban a la zaga. Huíamos del mismo diablo, hasta que al final llegamos a una encrucijada donde la niebla comenzó a disolverse como por arte de magia.

-"Mirad - Dijo mi primo- a lo lejos ya se ven las luces del pueblo"- En ese momento giré la cabeza para ver si nuestro perseguidor había acortado la distancia que le separaba de nosotros y descubrí que había desaparecido.

Al mismo tiempo entramos en el pueblo donde reinaba un ambiente festivo, y cuando me dí cuenta descubrí que los farolillos y las guirnaldas con la que daban la bienvenida a los turistas a las fiestas del pueblo reproducían el "ojo que todo lo ve" de la casona en ruinas del santuario.

El aire estaba impregnado del olor de la pólvora dejada en suspensión por las partículas que dejaron los cohetes, los fuegos artificiales, ese olor a fiesta de pueblo tan entrañable que invade el ambiente.

Una chica se paseaba entre los asistentes ataviada con el traje regional de la zona, repartiendo refrescos, pipas y piruletas. La banda sonora del pueblo daba sus primeros acordes animando al personal. Hacia mucha calor, demasiada y todavía con el corazón en un puño, miré a mis parientes. Por primera vez, me di cuenta de que faltaba el hombre que encontramos en los lavabos. En ese momento, un terrible aullido rasgó la noche y, súbitamente, todo enmudeció en el pueblo.

-" ¡¡¡HA DESPERTADO EL DIP!!! "-- Gritó la muchacha que se había encargado de repartir los refrescos. Automáticamente, todos huyeron y se refugiaron en sus casas cerrándose a cal y canto. Estupefactos, comprendimos que todo había vuelto a empezar. Nos habíamos convertido en un juguete de la terrible adversidad....

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