LA URBANIZACIÓN


Sentimos todos que la calma que resplandecía como la luz del sol sobre el rostro y el cuerpo de la muerta, era sólo un símbolo terrenal de la tranquilidad de que disfrutaría durante toda la eternidad.


Bram Stoker.


Era mi sueño hecho realidad, por fin había conseguido mudarme a una casa unifamiliar en el campo. La pequeña urbanización era de ensueño. Rodeada de una zona boscosa, nada parecía alterar la tranquilidad de aquel paraje tan idílico. Una zona silenciosa y discreta, lejos del incómodo ruido de la ciudad. Más allá del verde horizonte se apreciaba la delgada línea del mar. Aquel lugar era apacible, nada parecido al hervidero que agitaba las ciudades más cercanas y pensé con regocijo en los preciosos paseos que tenía pensado darme por las cercanas calas y playas de la zona...Esa soledad era lo que me había decidido a comprar aquella hermosa casa. Mi pequeña perrita debía sentirse tan a gusto como yo, pues corría en todas direcciones, daba saltitos y no paraba de girar dando vueltas como buscando algo invisible que escapaba a su alcance.

Realicé, embelesada, un repaso visual a la zona y pude comprobar la gran cantidad de viviendas que había al pie de la cercana colina... Era un lugar precioso y las casas, cada una con su precioso jardín privado, donde florecían las rosas tempranas y las enredaderas trepaban por tapias y muros blanquecinos, aparecían diseminadas por la zona otorgando a sus moradores el suficiente espacio para vivir en libertad sin que nadie pudiera interferir en la vida del otro. Era alucinante el mosaico de pequeñas parcelas de cultivo que sus gentes habían creado con el aprovechamiento de la tierra en la falda del monte... Era un paisaje humanizado tan hermoso, que por primera vez en mucho tiempo me hizo sentir eufórica. Cerré los ojos y por un momento sentí el fresco aroma del mar como una fría caricia en mi piel.

Me encontraba delante de la que era mi casa. Me había gastado todos mis ahorros y aún así había tenido que vender mi pequeño piso, pero al encontrarme ante aquella pequeña casa campestre comprendí que el esfuerzo había valido la pena.

La casa estaba construida en ladrillo vista, constaba de dos plantas, la superior disponía de una pequeña terraza cuya baranda aparecía rebosante de geranios de distintos colores.. Unos amplios ventanales situados a ambos lados de la puerta principal componían la planta baja, un porche franqueado por columnas dóricas que le confería un aspecto victoriano a la construcción. Unos hibiscos amarillos y rojos, un poco abandonados, trepaban hacía la parte superior rodeando los amplios ventanales...Aquella casa era maravillosa, irradiaba luz por todas partes...

Antes de aventurarme en el interior de mi nuevo hogar eché un vistazo alrededor y vi que, a una distancia prudencial, apenas separada por un seto un tanto descuidado, se encontraba una modesta casa unifamiliar, con un jardín que con más cuidados hubiese sido precioso. Destacaba, en medio del paisaje, solitaria, tras sus inmensos ventanales se percibía una gran negrura interior. Contemplarla me producía un cierto desasosiego. En aquel preciso momento salió una joven del interior de la casa y acercándose a buen paso, se cruzó conmigo. A primera vista me pareció muy guapa, trataba de dominar sus cabellos ensortijados con un pañuelo, unos inmensos ojos verdes destacaban en un rostro de suaves facciones. Aparentaba ser una muchacha muy vivaz, pese a su indumentaria un tanto “vintage”, pero no me extrañó porque ahora estaba de moda y sobre estilos no hay nada escrito. Pensé en visitarla en algún momento para conocerla, pues creo que hay que tener unas buenas relaciones de vecindad. Su bonita sonrisa reveló un carácter amable y hospitalario, se detuvo e inició una conversación... No esperaba que se detuviera para saludarme, pero me sorprendió agradablemente con sus inesperadas palabras.

-”Hola, ya veo que tenemos una nueva vecina en la urbanización... Yo vivo en esa casa de ahí." -dijo señalando una casa, que se parecía mucho a la mía"-

-"Ana, con mucho gusto" - se presentó, dándome un beso que correspondí - "Veo que acabas de mudarte"-.

-" Y yo, Irene - me presenté, antes de contestar a sus palabras- Sí, prácticamente acabo de llegar. Cuando me decida entraré y me acomodaré, es que me impone un poquito"- le respondí con una sonrisa.

-"Ya que somos vecinas porque no quedamos un día para conocernos y, de paso, nos tomamos un café... Ya verás que esta urbanización parece en muchas ocasiones un pelín fantasma”- me dijo con una agradable sonrisa que le restaba seriedad al comentario, pero no llegué a entender el sentido de sus palabras"- Al mirarla un poco con detenimiento, observé que se estaba conteniendo en preguntarme muchas más cosas.

- "Pues, si necesitas algo, ya sabes donde me tienes, estoy a tu entera disposición".

-"Ah! Genial - dije riéndome - me parece estupendo"…-

- "No nos irá mal hacernos un poco de compañía por aquí, ya verás que la vecindad en este lugar no es muy dada a confraternizar."-

-"Bueno, si todavía estas demasiado liada con la mudanza, pues te vienes a comer a mi casa, y así podremos conocernos mejor y si quieres hasta puedes quedarte a dormir en mi casa... No podía dar crédito a lo que estaba escuchando, me pareció la persona más encantadora y generosa con la que me había tropezado en la vida. Ofrecerme su hogar de una manera tan desinteresada cuando ni siquiera me conocía, exponiéndose a cualquier cosa me parecía digno de una persona excepcional, pero también un tanto temeraria...

-"Creo que nos vamos a llevar bien…- dijo, mientras se iba alejando por el sendero. -Avísame si decides venir…estamos tan aislados, que creo que la excusa de los colectivos, trenes y demás, no es necesaria."- Comprendí que otra de sus virtudes era la de su gran elocuencia.

-”Bueno, ahora te dejo, que tengo pendientes unos asuntos por resolver"- Y, así con la misma sencillez con que había establecido contacto, dio por concluida la conversación y nos despedimos con un beso.” Decidí que comería con ella. Después de todo la soledad forzosa no es una buena compañía, sobre todo si nos encontramos en un lugar extraño, nuevo para nosotros. En ese momento parece que el tiempo se detiene cuando estamos solos y no conocemos a los vecinos, ni te relacionas con tus amigos de siempre porque el tiempo y el espacio nos separa, no pasas por las calles que recorriste junto a tanta gente en tan diversas ocasiones, y no sabes a donde ir, es decir acostumbrarte a nuevos hábitos sociales que posibiliten adaptarte a las nuevas circunstancias..
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Así, que aunque hace poco que la conozco, estoy deseosa por hacer amistades y creo que ella será la mejor compañía que este nuevo camino me puede regalar.

Me caía bien mi vecina, me parecía muy sociable y simpática y la idea de tener una amiga en aquel lugar me parecía excelente.

Me encontraba de nuevo sola y decidí penetrar de una vez en lo que iba a ser a partir de ahora mi nuevo hogar. Pensaba en la suerte que había tenido al encontrarla y atribuí que su bajo precio se debía a la antigüedad. La contemplaba con orgullo cuando creí detectar un pequeño movimiento en uno de los visillos de las ventanas... Pensé que debía de ser imaginaciones mías...

los asuntos pendientes de Ana debió de resolverlos de inmediato porque al poco tiempo, se presentó en casa con la intención de ofrecerme su ayuda con la mudanza, comimos juntas y pude apreciar el gran sentido del humor que tenía, supe que no fumaba y que era una soltera empedernida que ya había perdido la esperanza de encontrar al amor de su vida, pero no se la veía muy apenada por tal circunstancia. Me dijo que era pensionista a causa de una enfermedad crónica de difícil diagnóstico, que era una maestra muy vocacional y que lamentaba no estar en activo.

Mi nueva amiga me parecía encantadora y estar con ella me alivió de las tensiones que acarreaban algo tan estresante como podía ser una complicada mudanza. Sin embargo, Carlina, mi perra, no simpatizó demasiado con ella ya que se empeñaba en mostrarle los colmillos, y como era un pelín cobardica, cuando veía que se le acercaba tratando de calmarla corría a esconderse debajo de la cama... Así que, al concluir con la ardua tarea, mi hospitalaria vecina se fue y me dejó sola, sentí como si me cayera encima un gran peso. Era puro cansancio, me recosté entre los suaves cojines almohadillados de una de las butacas del salón, una gran polvareda se levantó y me hizo toser. Carlina, mi perra, fue la primera en aventurarse por los rincones más ocultos de nuestra nueva casa...

Estaba tan agotada que sólo pensaba en tomarme un descanso, ya dejaría para más tarde la limpieza. Caí en un sueño tan dulce como terribles fueron las pesadillas que sufrí en aquella improvisada siesta. En sueños, experimenté un frío tan intenso que sentí como el vello del cuerpo se me ponía de punta, y vi como el aliento se condensaba delante de mis ojos nada más salir de mi boca... Repentinamente, todo se oscureció, y las tinieblas invadieron la sala donde me encontraba. Vi emerger una extraña aura de la pared que había al lado de la pequeña chimenea. Miré estremecida aquella extraña luminosidad y percibí que iba adquiriendo poco a poco forma humana. En sueños, mi raciocinio se impuso y a pesar del pánico supe que estaba viviendo una pesadilla, en aquel momento me desperté estremecida, en parte por las efusivas muestras de cariño que mi querida perra me profesaba...Abrí bruscamente los ojos y me sorprendí de la extraña luminosidad que inundaba la habitación. Era tanta la intensidad de la luz que tuve que cerrar los ojos para evitar el deslumbramiento. No era una simple luz solar, había algo raro en aquello, no sabría decirlo a ciencia cierta pero pensé que aquello era un mal presagio.

Tratando de alejar aquellas sensaciones de mi mente me decidí por dar un paseo por los alrededores y así despejarme un poco. La idea fue acertada porque sentir la suave brisa marina al pasear por los agrestes acantilados me hizo sentirme como nueva. El cielo, hasta poco antes de un azul diáfano, comenzaba a adquirir preciosas tonalidades rojizas y el ruido de las olas cuando impactaba contra las rocas creaba un paraje absolutamente hermoso. Aquel espectáculo secreto sólo se ofrecía ante mis ojos. A los lejos, flotando sobre el mar, un crucero impresionante esperaba eternamente una señal que no llegaba. Ensimismada en la belleza de la naturaleza, sentí como un pequeño susurro que parecía provenir de unas rocas cercanas, más bajas, lo achaqué al oleaje, que era ensordecedor, aunque desde el lugar donde me encontraba perdía sonoridad, pues estaba a más de seiscientos metros.

Ahora parecía un murmullo atenuado por el atronador ruido que producía el oleaje. Miré entre los peñascos tratando de buscar un pequeño sendero para encontrar a la persona que debía estar en apuros. Al final, encontré un abrupto camino que descendía zigzagueando entre las peñas. Antes de seguir adelante me aseguré de que no se encontraban por las inmediaciones viajeros, caminantes o excursionistas que me pudieran sorprender, así que tomé aquel agreste sendero evitando mirar hacia abajo, pues la sensación de vértigo era muy intensa. Los arbustos y matojos con los que me iba encontrando me lastimaban la piel, avanzaba dificultosamente entre la agreste vegetación, cuando divisé a lo lejos una niña pequeña, unos preciosos rizos morenos enmarcaban su rostro, llevaba la cabeza baja y me extrañó porque llevaba un vestido rosa con mangas abullonadas y muchos volantes, me pareció una indumentaria un tanto anticuada. La niña desprendía un aire de infinita y dolorosa tristeza. De repente, cesó el ruido y un silencio sepulcral se apoderó del lugar y la niña seguía avanzando por la cuesta sin manifestar signo alguno de fatiga, avanzaba de manera inquietante. Estaba pensando que era una irresponsabilidad que los padres dejasen sola a una niña tan pequeña en un lugar así, cuando me pareció escuchar algo así como un triste cántico infantil amortiguado por el sonido del viento. Preocupada por la pequeña me detuve y busqué con la mirada la presencia de los padres por los alrededores, pero no aparecían, allí sólo se escuchaba el atronador sonido del viento al deslizarse entre las rocas. Cuando volví a mirar hacia el camino la niña había desaparecido...Pensé que quería jugar un poco y, traviesa, se había escondido detrás de una roca, pero por más que busqué no encontré ningún indicio que confirmara mis sospechas. Me encontraba inmersa en mis pensamientos, cuando llegue hasta una pequeña gruta, penetré en el interior, con la esperanza de encontrar a la pequeña y sentí como si un golpe de viento me hubiera azotado, pero no había ni rastro de la misteriosa niña.

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