EL FUNERAL




Los tanatorios no suelen ser lugares agradables y siempre se suele ir más por obligación que por devoción. Quien haya tenido la desgracia de haber pasado horas en uno de estos tétricos lugares convendrá en que, además de aburridos, dan mal rollo. Pero con un poco de luz y color, las penas pueden ser menos.

Y, no son agradables porque es donde te tienes que enfrentar a la muerte directamente y comprendes que te encuentras ante una alerta, un aviso de la posibilidad cada vez mayor de que la nuestra está cada vez más cerca. Es por eso que no se suele ver a niños en estos lugares. Creemos que protegemos sus mentes inocentes privándoles de la realidad orgánica que significa la muerte. Intentamos evitar que comprendan que llega un momento en que todos los seres humanos tenemos que realizar ese tránsito vital y que temer a la muerte es tan infantil como temer a los fantasmas, ya que la literatura y la cultura o el folclore se han encargado de convertirlos en los personajes terroríficos que pueblan un tipo de películas que muchos consideran perniciosas, porque los mensajes que transmiten pueden marcar las mentes de los niños toda su vida, pero para la mayoría tienen un componente catártico, porque con el terror y el suspense que desprenden se produce una descarga de adrenalina que agudiza los sentidos. Durante ese proceso los malos recuerdos que revivimos se mitigan y bloquean ante los estímulos externos que percibe nuestro cerebro y éste, entonces, se reorganiza con el miedo que experimentamos y si conseguimos empatizar con el sufrimiento de los personajes y el resto de emociones que posee la obra, podemos llegar a conseguir una 'catarsis' y así quedar liberados de nuestros propios temores.

Es cierto que mantenemos una extraña relación con la muerte y estos extraños lugares, por eso tratamos de ocultarla, disimularla y sus ritos funerarios que en el pasado eran tan populares como el encuentro con los amigos o la asistencia a un partido de fútbol de nuestro equipo favorito, han desaparecido por completo.

Ahora estamos reñidos con ella, aceptamos otras manifestaciones de nuestra sociedad, pero cada vez nos distanciamos más y pensamos menos sobre el tránsito vital y su dimensión lúdica, así como la conexión entre el sexo y la muerte.

Tras esta pequeña introducción os quiero contar lo que sucedió en el funeral de mi tío.

Su muerte nos cogió desprevenidos, tanto por lo inesperada como por indeseada, pese a que la vida nos distanció sin causas ni razones aparentes, los vínculos emocionales entre nosotros todavía eran grandes y el dolor demasiado intenso quizá por esa inexplicable separación. Tan inexplicable como su repentina e injusta muerte, le sorprendió demasiado joven y con unas tremendas ganas de vivir. Pero una mañana de domingo en la montaña, su corazón dejó de latir para siempre. Un día demasiado hermoso para morir, pero ya sabemos que la muerte no perdona y se presenta cuando uno menos lo espera.

Mi hermana y yo nos dirigimos en coche hasta el tanatorio. Mi padre se indispuso con una subida de la tensión arterial y decidimos que debía guardar reposo en casa. Pero, nosotras sabíamos que mi padre era incapaz de pasar por el trance de ver a su hermano pequeño muerto..Años más tarde mi padre nos comentaría que la muerte de un hermano es quizá el proceso más solitario y más aislante en la vida de una persona y que nunca estás preparado para sufrir la muerte de un hermano mucho más pequeño que tu...Durante el trayecto por la carretera fui recordando la relación que habíamos mantenido con mi tío difunto. Pensé en los ratos felices que habíamos pasado juntos, en todo aquello que nos había mostrado y creí que teníamos demasiado en común, que habíamos compartido demasiadas cosas buenas...

En media hora llegábamos al recinto del Tanatorio.

En el recibidor, un rótulo anunciaba las defunciones, tal y como si se tratase del panel informativo de un aeropuerto... Buscamos su nombre, y conmocionadas nos dirigimos a la sala donde reposaban sus restos.
Anduvimos por el pasillo ajenas a cuanto nos rodeaba, ralentizando nuestros pasos intentando demorar el momento del encuentro. Tan absortas íbamos que no nos dimos cuenta que a escasos metros se encontraba mi tía, en compañía de sus hijos, nuestros primos. Contemplarla me produjo una extraña sensación pues parecía otra persona, se apoyaba en los hijos y sus piernas apenas la sostenían, su abatimiento no auguraba nada bueno...Haciendo acopio de valor, nos acercamos y la saludamos con un beso, pude sentir la humedad que las lágrimas habían dejado en sus mejillas, nos respondió como una autómata...

La situación era demasiado violenta y no pude articular una sola palabra de consuelo para ellos ya que no sabía cómo explicar la ausencia de nuestros padres. Pero preguntaron...Y, nosotras conseguimos explicar lo que ocurría. La mirada de mi tía no reflejaba emociones y confié secretamente en que no pasara por su mente la idea de que nuestros padres no habían querido acudir a despedir a un pariente tan querido por algún tipo de rencilla del pasado.

Conforme fue avanzando la tarde, y aunque quería quedarme con la imagen de su recuerdo en vida, no pude resistir el deseo de verlo por última vez. Atravesamos la fría sala, evitando encontrarnos con la mirada de la gente llorosa que ocupaba unos sillones de piel sintética, en aquel momento no me encontraba demasiado inclinada a mantener ninguna conversación, y penetramos en un cuarto pequeño, que me pareció muy frío, con una horrible luneta de vidrio para ver al muerto (me parece de lo más tétrico y morboso) rodeado de coronas de flores que desprendían un olor mareante...

Dentro del catafalco donde reposaban los restos de mi tío, que, sin vida, me parecía un perfecto extraño, durmiendo plácidamente en el interior del ataúd, la intensa palidez de sus mejillas y el hábito con el que había sido amortajado me impactaron de tal manera que tuve que abandonar el estrecho cubículo porque me faltaba el aire.

Y, la tarde fue pasando y sucedió todo lo que suele suceder en un velatorio, lágrimas, risas, poco negro, pañuelos, abrazos, besos y algún resentimiento que el dolor aumenta, se produjeron escenas incómodas entre familiares que llevaban largo tiempo sin hablarse por disputas.

Bien entrada la noche, tras despedirnos, abandonamos el lúgubre lugar cuando se encendieron las luces de las farolas que señalizaban el camino que conducía hasta la carretera.

El interior del vehículo aparecía sumido en la negrura más tenebrosa, la tristeza y el dolor creaba en mí una intensa sensación opresiva. Intuía que algo innombrable se agazapara en el último rincón del coche. Sentía intensos deseos de volver la cabeza y cerciorarme de que ningún habitante fantasmal del camposanto se había convertido en un pasajero circunstancial que ocupaba los asientos traseros del automóvil.

Cuando llegamos a casa, mi padre dormía profundamente y mi madre, levantada, nos esperaba inquieta y preocupada, cuando la informamos  se tranquilizó...

Aquella noche, nos encontrábamos muy raras y apenas cenamos, en la soledad de nuestro cuarto empezamos a comentar los incidentes del velatorio. Eran demasiadas las emociones del día y el sueño no hacía acto de presencia...En un momento dado sentí la necesidad ir al baño, pero aquella noche además de dolor, otros sentimientos trataban de imponerse en nuestras mentes y eran; por un lado, un extraño miedo irracional; y por el otro, una imaginación desbordada...

Cuando me decidí, me asomé al pasillo, que en aquel momento se encontraba totalmente a oscuras y con solo mirarlo sentí como una especie de escalofrío me recorría la espalda...Era el miedo en estado puro que me hizo un nudo en el estomago y hacía temblequear brazos y piernas. Un miedo básico, terror nocturno que a partir de aquel día siempre me acompañaría hasta el día de la muerte de mi padre... Antes de aventurarme en el pasillo, dirigí la mirada hacia el comedor, y sentí como el corazón se me saltaba del pecho, pues en medio del comedor, que, en aquel momento se encontraba completamente sumido en la más absoluta obscuridad, distinguí una extraña forma oscura que parecía vestir el hábito de un monje. No era una ilusión óptica, se recortaba claramente contra los ventanales, de pronto se movió de manera casi imperceptible, como si girara hacia mi persona. El horror me empujó a meterme de nuevo en el cuarto, y antes de hablar y relatarle a mi hermana lo sucedido, vi que ella me imitaba abriendo la puerta del cuarto y tras asomarse y mirar hacia el comedor tardó escasos minutos en volver a meterse en nuestra habitación con una rara expresión en el rostro. Entonces, le pregunté:

¿Qué has visto?...Ella me contestó que había visto una sombra en medio del comedor... Le respondí que yo también la había visto. Desechamos cualquier fenómeno de sugestión ya que yo no le había dicho lo que había visto. Así que tras cavilar unos minutos, pensamos en enfrentarnos de nuevo con la sombra, así que abrimos la puerta y encendimos todas las luces, pero allí no había ni rastro del fantasma.

Aquella noche no pudimos dormir y al día siguiente, tras el sepelio y ya en casa, volví a ver otra extraña aparición, pero ésta era luminosa, muy brillante, blanca que se deslizaba hacia la puerta... Y, todo acabó... La fantasmal presencia que se materializó en el comedor era nuestro tío que se estaba despidiendo del hermano ausente en su velatorio...


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