EL SANTUARIO Y LA TERCERA BRUJA



El espíritu, silencioso, habitaba en el bosque umbrío desde tiempos primigenios, a lo largo de incontables eones, antes de que existieran los seres humanos. Moraba en las copas de los árboles, se dejaba llevar por las cristalinas aguas del río y, en ocasiones, se refugiaba en la frialdad de la roca. Ya no se escuchaban en los altares de piedra los extraños cánticos que los antiguos druidas emitían cuando se reunían para celebrar la llegada de los meses más cálidos del año y las hogueras purificadoras hacía muchas lunas que dejaron de arder. Tampoco se derramaba la sangre inocente de las víctimas propiciatorias.

El santuario permanecía solitario, ningún alma extraviada había acudido a remediar sus enfermedades y por ello el viejo espíritu merodeaba por sus alrededores. La frondosidad del bosque le impedía ver la llegada de extraños. Aquella mañana, una peligrosa niebla se apoderó del lugar y mostró la figura del espíritu, justo cuando se escuchó el rugido del motor de un vehículo de gran tamaño que envuelto en una nube de polvo se acercaba lentamente por una pista de tierra, en relativo buen estado, quebrando la placidez bucólica del lugar sagrado.

El espíritu, sobresaltado, temiendo ser descubierto, por un capricho de la niebla, buscó cobijo en un rincón de aquel bosque brumoso, junto a la negra oquedad donde se encontraba la estatua de la virgen. El vehículo rodado, una ambulancia, detuvo su marcha ante la gruta donde se encontraba el viejo espíritu. Cuando las puertas de la ambulancia se abrieron, de par en par, dos enfermeros bajaron del interior una camilla con el cuerpo de una muchacha con las mejillas muy pálidas y el cuerpo oculto bajo las sábanas.

El espíritu del bosque contemplaba la escena desde su escondrijo y observó como la muchacha era incorporada por los hombres para sentarla en una silla de ruedas para, posteriormente, conducirla justo ante la cueva. En ese momento, los labios de la mujer iniciaron lo que debía de ser una plegaria silenciosa.

La joven sintió el frió y la humedad de la niebla adherirse como una segunda piel a su cuerpo y un estremecimiento la recorrió. Sus sentidos no la engañaban, algo se había movido entre los árboles.

Intentó seguir con sus plegarías, amparándose en la soledad del santuario cuando sintió como un soplo frío le rozó la espalda, se dio la vuelta, y aunque tenía ante sus ojos la espesa niebla, creyó ver entre sus jirones los contornos de una figura monstruosa que flotaba en el aire, algo se removió en su interior y una fuerza desconocida la arrancó de la silla de ruedas. Enderezándose y a toda velocidad corrió hacia la ambulancia como si mil demonios la persiguieran, sin darse cuenta, había superado el trauma que le causó su accidente y que la impedía caminar.

Dirigió una última y angustiada mirada hacia atrás, y vio entre la bruma que la siniestra criatura gaseosa que la perseguía iba acompañada de un séquito espectral de criaturas sobrenaturales. La visión fue tan terrorífica y atroz que la hizo tropezar con una piedra y desplomarse violentamente contra el suelo. Pero, sus reflejos se encontraban más despiertos que nunca y con una energía inusual, en ella, se levantó con agilidad y reanudó la carrera.

Estaba bañada en sudor, gimiendo indefensa, bajo una fuerte crisis de pánico, cuando alcanzó el lugar donde se encontraba la ambulancia, jadeando por el esfuerzo de la carrera, fue atendida por unos enfermeros que no daban crédito a sus ojos.

Desde aquel día la mujer no pudo pronunciar palabra a causa del trauma indescriptible que había
sufrido.

Los doctores del centro en un primer momento no comprendían las razones de su extraño bloqueo mental, fruto de la crisis nerviosa que padecía y de su imposibilidad para articular palabra alguna.

El espantoso suceso dio comienzo a una serie de terribles pesadillas que se repetían constantemente, en ellas, su aspecto era el de otra persona y no se reconocía, tan sólo compartía con esa extraña el hilo de sus pensamientos y la angustiosa sensación de que su hora había llegado. En el primero, desconocía la razón, pero sabía que era la noche de Walpurgis, aquella que va desde la noche del 30 de abril al 1 de Mayo y que es considerada la más terrible del año por los encuentros carnales entre los hombres lobo y las brujas.

 En el sueño, se ve arrastrada, amordazada y maniatada, por una jauría humana vociferante, portando palos, hoces, guadañas y antorchas encendidas, por un tortuoso sendero. Esa noche sin luna no augura nada bueno, las sombras se convierten a los ojos de la desdichada criatura en tenebrosos monstruos mitológicos deseosos de disputarse un festín humano.
Las lágrimas trazan un surco entre las mejillas cenicientas en su recorrido hasta las comisuras de los labios.

En el sueño nota como el terror se apodera de su cuerpo, incapaz de dominar el temblequeo, nota como sus piernas ya no la sostienen y cuando está a punto de caer desplomada un hombre la sostiene y descubre las lágrimas en sus ojos. Su mano fuerte se desliza por su rostro y seca la humedad como una imperceptible caricia...

No soy una bruja, pensaba la condenada, ése era el precio que tenía que pagar por haber dedicado su vida a tratar de ayudar a los campesinos de la aldea con ungüentos y pócimas para aliviar sus males. Su único pecado era consumir setas y hongos alucinógenos con los que experimentaba situaciones fuera de los común. Ser demasiado joven, pobre y guapa, eran su desdicha. Una "vampiresa" que provocaba los celos y la concupiscencia de hombres y mujeres.

En aquel momento comprendió que no suicidarse, como habían hecho sus compañeras, antes del juicio había sido un error.

Ente la turba humana, una mujer, de tersas mejillas y sin expresión en el rostro, sus grandes ojos grises ya no derraman lágrimas y los cabellos plateados que enmarcan su rostro intensifican la palidez de sus mejillas. Avanza como autómata entre la gente, su dolor no tiene límite y la impotencia acrecienta la ira que siente en su interior.

Ya han llegado al descampado en cuyo centro se levanta una impresionante hoguera que parece esperar a la desdichada muchacha. Cuando ésta la descubre se debate angustiada e impide con todas sus fuerzas ser izada y atada al mástil donde arderá hasta que sus restos se consuman...

En medio de su agonía descubre que el hombre que la acompaña y del que estaba enamorada, el humilde leñador al que ha amado toda su vida y que, contra su voluntad, ya no puede hacer nada por salvarla. Sólo ha podido enjugar, con tristeza e impotencia, sus lágrimas.

Las llamas devoran su cuerpo y ya casi está perdiendo el sentido, cuando vislumbra entre la humareda como su enamorado se distancia con brusquedad del grupo y postrándose de rodillas ante la luna llena invoca al espíritu del bosque.

Loup Garou, demonio de la luna llena,
yo invoco a las fuerzas del mal y del averno
En este circulo cerrado de sangre y fuego
conmino a que se materialice la feroz criatura de la luna.

La luna llena brilló en el cielo intensamente. Y, alguien en la turba humana experimentó un intenso temblor en el cuerpo. Sus ojos inyectados en sangre con un fulgor demoníaco y sus grandes orejas puntiagudas, de apariencia casi sobrenatural, alcanzaron un brillo siniestro en aquella noche trágica y los músculos poderosos se ensanchaban aumentando su volumen. Los colmillos blancuzcos, de los que caía un repugnante hilillo de saliva brillaron en la oscuridad nocturna con ferocidad. Su cuerpo robusto se llenó de un pelo negro y áspero.

Las ropas se rasgaron y alcanzó un tamaño gigantesco. El Hombre Lobo se levantó sobre las patas traseras y dirigiendo una última mirada a la hoguera, y al grupo de gente que la rodeaba y que contemplaba la escena con un silencio culpable, lanzó un potente aullido que retumbó en el claro del bosque y con un salto poderoso se elevó en el aire, aterrizando con un sonido pavoroso a escasos metros de la gente, con fiereza adelantó sus garras afiladas en actitud amenazante.

La gente reaccionó e intentó escapar, pero la bestia les sorprendió con otra pirueta en el aire y les cortó la salida. Con un potente rugido, desgarró con fiereza los cuerpos de aquella jauría humana.

Nadie escapó a su venganza...

Sus propios gritos desgarradores la arrancan del sueño, sudorosa y con el corazón desbocado, se siente asfixiada y no puede respirar. Finalmente, las lágrimas se desbordan y no puede dejar de llorar, poco después se cerciora con alivio de que todo ha sido un sueño.. Nada ha sido real.

Estaba hospitalizada en una unidad de cuidados paliativos a raíz del trágico accidente que había sufrido hacía algunos meses, cuando la psicóloga del centro se interesó por su caso y le planteó la cuestión de si se quería someter a una sesión de hipnotismo como terapia para tratar sus problemas psicosomáticos. Marta, que así se llamaba la mujer, accede al tratamiento y decide ponerse en las manos de la psicóloga del centro, explicándole por medio de dibujos y pequeñas notas explicativas, su encuentro con la abominación del santuario y su tenebroso cortejo.

Tras sugestionar a la mujer, ésta entra en un sueño profundo, en trance, la psicóloga le hace recitar el abecedario y, posteriormente, su nombre. Durante uno 10 minutos estuvo respondiendo a una serie de preguntas básicas. Recuperada el habla, la especialista se adentró en lo más profundo de la mente de su paciente.

La mujer se encuentra en un sueño hipnótico, un estado psicológico de letargo y en ese tiempo se produce una dependencia total con su hipnotizadora.

En el sueño, una atmósfera brumosa se abre ante sus ojos, ella se encuentra en un lugar de oración, una cueva que desde antiguo ha sido considerada sagrada.

Una pequeña escalinata, devorada por la humedad y la erosión del tiempo, conduce al interior. Plantas trepadoras aparecen adheridas al hierro oxidado de la cruz que la preside.

Una religiosa contempla en silencio ese vestigio del tiempo, una pequeña muestra de la expresión de las inocentes creencias de la gente.

Absorta en la contemplación del hermoso santuario ignora que por un sendero cercano se aproxima silenciosamente un grupo de fieles precedidos por una figura humana que lleva sobre sus hombros una cabeza de macho cabrío.
El crepúsculo extiende sus sombras sobre los dominios del santuario cuando la siniestra comitiva la alcanza.

El extraño ser invade la mente de la mujer, produciendo un extraño mensaje subliminal de pasión sexual que roza un frenesí erótico en el que parece quedar extasiada, con una extraña fascinación en su rostro y sumisa se somete a los deseos del hombre.

En un momento de lucidez, con los miembros doloridos y ensangrentada por la ferocidad del atacante, le arrebata con fuerza la cabeza de macho cabrío y pese a los forcejeos, consigue su propósito.

Sorprendida, descubre en la persona de su violador al Señor de la comarca, aterrorizada, sabe que no debe oponerse porque tiene conocimiento de la crueldad con la que suele tratar a los que se enfrentan a su poder. Horrorizada comprende que la ha poseído la encarnación del mismo diablo y ya empieza a sentir como la gran fuerza del mal ha tomado su cuerpo y se resiste a abandonarla.

"“Soy el demonio y te he poseído, a partir de ahora tú me perteneces. Cada vez que te reclame, acudirás a mi llamada...sin oponer resistencia”...

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