Hace mucho tiempo exploramos la cartuja de Scala Dei, el silencio y la soledad reinante en el lugar nos reveló el “misterio”, casi primigenio, que la envolvía, algo que nos conectó con las ancestrales energías telúricas de la tierra. La desolación invadía las inquietantes ruinas arqueológicas de la primera cartuja construida en la Península Ibérica, ya que de su primitiva construcción tan sólo quedaba parte del exterior.
Se encuentra situada en la ladera de una montaña, que en la antigüedad estuvo habitada por un gran número de ermitaños que convirtieron el mítico macizo del Montsant en un lugar mágico e inquietante.
Es un lugar muy accesible y agradable, el camino no es largo, los pinares y la tranquilidad del lugar no nos abandonan en ningún momento durante el trayecto que dura una media hora.
Una vez en el interior, el único obstáculo con el que nos encontramos fue la salvaje vegetación que se ha adueñado del santuario. Los restos de las viejas dependencias evidenciaban como la naturaleza volvió a tomar posesión de lo que le fue arrebatado, árboles y plantas trepadoras se abrazaban a los muros y piedras de la cartuja. Extrañamente, nada impedía el paso al recinto arqueológico. Una vez dentro nos encontramos con la vegetación, pequeños arbustos y matojos que se
desparramaban por todo el lugar, y sólo la parte que antaño ocupaban las capillas permanecía libre de vegetación.
El evidente abandono del lugar no consiguió ocultar el buen número de elementos arquitectónicos que poseía la cartuja. El deterioro del lugar ha dejado tras de sí arcos, capiteles y piedras grabadas en sus muros. Persistía en muy mal estado una escalera y como dicta el buen juicio optamos por contemplarla desde lejos, por temor a accidentarnos.
Eran unas preciosas ruinas románticas que desprendían el aroma de la vegetación que se adhería a los edificios, un negro estanque presidía el templo abandonado … En algunos lugares los matojos invadían los muros semiderruidos y, casi peligraba nuestra integridad por la precariedad en la que se encontraban fruto de los incendios y saqueos. No quedaban restos de sus treinta celdas y sus tres claustros, sin embargo sus viejas piedras desprendían un aura muy especial. Su excepcional emplazamiento, la grandiosidad de la montaña que la rodea, los viejos caminos de sirga que se pierden entre las viñas, higueras y almendros, el cielo cercano y su soledad, contribuían a crear una espiritualidad que nada tenía que ver con la religión.
Contemplar su fachada y los fastuosos dobles portales barrocos caprichosamente en pie tratando de desafiar al tiempo. Esos maravillosos arcos abovedados que debían sostener los techos, pero que ahora, a plena luz del día, parecía que sostuviesen el inmenso cielo azul que existía sobre nuestras cabezas. En aquel lugar en ruinas tan sólo persistía el canto de los pájaros, y algún que otro abejorro que no dejaba de acosarnos….
Entonces, cuando penetré en el recinto de la Cartuja sentí como una sensación de paz interior y tranquilidad fabulosa. Unos vestigios que me dejaron maravillada e impactada. Seguramente, aquellos monjes de la Provenza debieron sentir las mismas emociones cuando escogieron esta morada de silencio y soledad para construir su monasterio. Un paraje excepcional donde un pastor había soñado con unos ángeles que subían al cielo por una escalera resplandeciente apoyada en el tronco de un pino, de ahí el nombre de Escala Dei o “Escalera de Dios”. Pero este lugar no necesita de milagros y leyendas míticas, siempre será un lugar hermoso, y su valor patrimonial, incuestionable.
En la actualidad, se ha transformado en un parque temático y ha perdido parte de su embrujo. En España y Catalunya la cultura es la gran asignatura pendiente, si esta cartuja se encontrara en cualquier otra parte de Europa llevaría muchos años restaurada, con la mayor parte de sus dependencias en pie, y con una gran labor de investigaciones socio culturales sobre el cenobio y la región… Pero, aún queda tanto por hacer.
Todo evoca, en el recinto, algo primitivo y a la vez fascinante.
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