EL HOTEL DEL PÁNICO



Mi sueño siempre fue visitar los Castillos del Loire y cuando por fin lo conseguí, pasé la noche más horripilante de mi vida. Todo transcurrió en un Hotel de Limoges, cuyo nombre omitiré para no hacer propaganda.

Aquel día había sido especialmente duro para todos los viajeros. Empezó con una indisposición gravísima de uno de los compañeros del viaje. Nada más subir al autocar, cuando iba por el pasillo entre los asientos, empezó a irse de un lado para otro, diciendo: …” ¡¡¡me encuentro mal!!! – Mientras el hombre se agarraba donde podía. Al final, ya fuera del autocar, se tumbó en el suelo. Esperamos el tiempo prudencial que tarda una ambulancia en llegar y llevarse al enfermo. El viaje reanudó su itinerario rumbo a los soñados Castillos del Loira. Más tarde, nos enteraríamos que nuestro compañero había sufrido un ictus cerebral y ya estaba fuera de peligro.

Angustiadas y muy afectadas por lo sucedido, la mañana transcurrió sin percances, la belleza escenográfica de los famosos Castillos borraba cualquier atisbo de inquietud. Así que pese a las circunstancias, disfrutamos del día. Fue precioso y tal y como soñaba. La realidad superaba con creces la imagen que yo me había formado de ellos en mi imaginación.

Pero, cuando se acababa la maravillosa jornada, aquellas estrechas carreteras se convirtieron en un cementerio viviente. Lloviznaba y el asfalto resbaladizo de la carretera, por cierto una vía en no muy buen estado, era una pista improvisada de patinaje para los vehículos que circulaban por ella. El trayecto hasta el hotel se convirtió en una macabra sucesión de accidentes múltiples de coches con los cuerpos de las víctimas rotos en la cuneta o sobre el asfalto. Era algo dantesco y difícil de contemplar, cada vez que el autocar pasaba cerca de un fallecido, nosotras mirábamos hacia otro lado.

Cuando llegamos al hotel, la primera impresión que me produjo fue de desagrado, inhóspito, frío y pasado de moda. Efectivamente, su estética arquitectónica respondía a una clara tendencia neoclásica. Su aspecto denotaba que en otro tiempo pudo ser influyente, pero en la actualidad, presentaba un aire decadente y su fachada con un blanco desvaído me provocaba malas vibraciones. No me gustaba nada el Hotel, y por los comentarios que escuchaba a mi alrededor, de mi hermana y compañeros de viaje, tampoco parecían demasiado seducidos por el anticuado hotel.

Cuando el guía repartió la llaves de las habitaciones, nos apelotonamos todos junto a la puerta del ascensor, una antigualla de los años cuarenta, que, aunque, con el tiempo es posible que sean expuestos en algún museo, en este que tenía delante ni la puerta encajaba bien. Pero, aún así funcionaba, cuando, tras esperar un largo rato llegó, por fin, la primera pareja que se disponía a entrar, la antigualla se tragó a la chica y cerró las puertas dejando al marido fuera estupefacto. Pero, no sólo eso, el ascensor y su ocupante, empezaron un trasiego sin fin, el ascensor subía y bajaba y las carcajadas de la chica se oían desde fuera. Al final, el ascensor harto de su inútil periplo se detuvo ante la perplejidad de todos, en el vestíbulo, con la joven todavía en su interior. El marido al verla de nuevo, le preguntó: …” Se puede saber que has estado haciendo todo este rato”… y la chica riéndose con ganas apenas le podía contestar. Tras tranquilizarse, le dijo que ella no había hecho nada que era el ascensor que subía, abría las puertas, las cerraba, y otra vez bajaba…

Cuando Antonia y yo la oímos, decidimos no subir en el ascensor maldito, y como nosotras un montón de compañeros. Subimos cargadas con las maletas tres plantas, que se hicieron eternas. Lo chocante era la alfombra roja que se extendía sobre los escalones. Aún así cada paso que íbamos dando hacía crujir el suelo bajo nuestros pies.

Sofocadas y casi jadeantes por el esfuerzo, llegamos hasta nuestra habitación, que también nos costó lo nuestro abrirla, porque la cerradura necesitaba tres en uno. Pero, mientras nos encontrábamos trajinando la cerradura, oímos a nuestro vecino que dice: …” La leche, esto parece el castillo del Conde Drácula”… Yo, que lo oigo, y con lo miedosa que soy, llamo a mi hermana y le digo: …” ¿Antonia, has oído, dice que se parece al Castillo del Conde Drácula?”… Antonia me hace un gesto de silencio con la cabeza, …” No le hagas caso, ese es tonto”… me dice riéndose.

Pero nuestro compañero de viaje no era tonto, que va, ni mucho menos. Nuestra habitación era horrible con unos gruesos cortinajes de terciopelo granate. Completaba el conjunto unos grandes pompones en los bajos. Le eché una mirada a la estancia y me fije en que todo estaba cogido con cadenas. Y, eso chocaba, jamás se me hubiera ocurrido que pudiesen robar los mandos de televisión de los hoteles.

Ojeamos con curiosidad toda la habitación, me metí en el lavabo y me extrañó no ver el water por ninguna parte y que la única toalla que había era pequeña, vieja y con un aspecto muy poco higiénico. Tanto es así, que tras lavarme las manos, rehusé secarlas con ella. Hice un comentario en voz alta dirigido a mi hermana:…” Antonia mira que vergüenza de toalla nos han puesto”…

Mientras tanto, Antonia, parecía que su empeño por encontrar el water había llegado a buen fin. Descubrió que se encontraba camuflado en la pared, como oculto. Cuando vio la toalla le volvió a entrar la risa.

…”Me parece que esta noche no me desvisto, este lugar me provoca escalofríos”…me dijo. Y, curiosamente, su voz no sonó irónica.

La decoración era más bien cutre, sin grandes alardes, y desde luego ningún decorador había querido lucirse en aquel lugar. Un frío extremo penetraba en la piel, imperaba un ambiente desasosegante. Cuando  terminamos de hablar por teléfono con la familia, nos fuimos a dar paseos por la ciudad ya que Limoges, como todo el mundo sabe, es célebre por sus finas porcelanas. Nos encontramos con otros miembros del grupo y después de conversar con ellos, llegamos a la conclusión de que la habitación les había producido la misma desagradable impresión que a nosotras. Era ya hora avanzada, y pocos eran los comercios que todavía mantenían sus puertas abiertas. Pero, milagrosamente, encontramos una tienda en la que se vendían preciosas vajillas, y otros objetos de regalo, así que el grupo se aventuró en su interior, ante la cara de satisfacción del dueño, que no tardó en cambiar porque uno de nuestros compañeros del viaje rompió una de las piezas que había expuesta en una vitrina. La pequeña discusión que originó el percance fue más que suficiente para que todo el grupo saliese pitando del establecimiento. La situación muy cómica, arrancó unas cuantas risas al grupo…Estas cosas pasan en los viajes.

Llegó la hora de la cena, que, para variar, estaba riquísima, era tanta el hambre que arrastraba que me hubiera comido hasta las piedras, cuando tengo hambre soy muy voraz…je,je,je,.

Pero, después del café pensamos en dar otro paseo, nuestra habitación no era precisamente acogedora.  Después de la salida,  cuando llegamos al hotel  dejemos los abrigos en la habitación. Pero conforme iban pasando las horas, la noche se iba volviendo más fría y húmeda,  y  pese a las reticencias que el alojamiento suscitaba en el grupo, la necesidad de alejarnos de aquel hotel tan tenebroso fue algo apremiante. Tampoco se trataba de acabar el viaje con una galipandia, así que decidimos subir a la habitación en busca de los parkas.

Como suele suceder en los hoteles más viejos, cuando ya nos encontramos en nuestra planta y había que recorrer el largo pasillo, sobre el que flotaba una leve bruma y un inquietante olor a quemado, se fue la luz. En ese momento, experimenté todo el terror que se puede sentir en este mundo. Cuando, de pronto, se abrió al final del pasillo una puerta y de su interior brotó una luz lo suficientemente intensa como para iluminar todo el lugar. Paralizadas por el terror, permanecimos estáticas un largo rato, a la espera de que alguna persona saliese de su interior y ahuyentase nuestros terrores. Pero nada de eso pasó, aquel lugar estaba completamente desierto. Antes de que se apagara la luz, nosotras ya nos encontrábamos en el interior de nuestra habitación y asiendo nuestros parkas, abandonamos la habitación a toda prisa. Sin encontrarnos con nadie, y bajando a toda pastilla por las escaleras. Cuando alcanzamos la calle, nos sobraba todo lo que llevábamos encima.…

Después de callejear y coger frío, dando más tumbos que un tiovivo, regresamos al hotel de los horrores. Sólo pensar en la oscuridad de aquel pasillo tan largo ya me ponía los pelos de punta. Pero, ahora íbamos acompañadas de nuestros compañeros de viaje, así que recorrer el largo pasillo en su compañía fue algo divertido.

Una vez dentro de la habitación, cuando me dirigí al cuarto de baño descubrí que la toalla la habían cambiado, ahora tenía ante mis ojos una nueva y ,en condiciones. Así se lo hice saber a mi hermana, pero no insistí porque no me contestó. Estaba lavándome los dientes, cuando escuché un alarido y creí que había sido mi hermana. Así que salí corriendo del lavabo pensando que se había hecho daño, pero ella estaba tan campante viendo la televisión.

…”Antonia he oído un grito espeluznante”… le conté todo y también le enseñé la nueva toalla que nos habían dejado. Mi hermana pensó que cuando nos quejamos, alguien nos había oído.

Lo más extraño de todo es que el grito era descomunal  y,. extrañamente, sólo lo había oído yo.

Escucharlo me puso en un estado de nervios descontrolado. Sentí que la habitación estaba helada, un frío intenso, y no tardé en padecer los primeros síntomas de un enfriamiento. Contemplaba el extraño saliente de la pared de enfrente y no sé por qué, pero me inquietaba . Me quería ir, sabía a ciencia cierta que aquella noche no iba a pegar ojo. La escasa luz me jugaba malas pasadas, y en una de las esquinas creí ver una especie de bruma negra. Hicimos fotos, muchas fotos forzando la sensibilidad de la película, porque tuve la sensación de que allí había una rara presencia. Algo imposible de definir. Curiosamente, todas las fotos que hicimos de la habitación se malograron, tan sólo en una se captó esa especie de bruma en una esquina de la habitación…

Cuando me dormí, tuve pesadillas y entre ellas soñé que un hombre en mangas de camisa salía del extraño saliente de la pared, un hombre joven y de facciones agradables, se acercaba hasta mi cama y me decía en un susurro: …”Aýudame…ayúdame”…

Cuando nos despertamos con la llegada del día, Antonia me dijo que había tenido una extraña pesadilla, me la contó y nos dimos cuenta que las dos habíamos soñado lo mismo.

Dejé la habitación muy enferma con un resfriado muy fuerte, pero curiosamente, fue desapareciendo durante el día. Y, cuando me encontré en casa estaba totalmente restablecida.

Esta historia que he contado no es ningún cuento, nos sucedió en uno de los viajes más maravillosos que hemos hecho. Ya hace algún tiempo de ello, pero aquellas experiencias quedarán en mi memoria hasta el día que me muera.

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