EL HOSPITAL TENEBROSO




Este cuento está basado en una leyenda urbana sobre uno de los hospitales más importantes de Barcelona. Por cierto esta es una de las más interesantes, según mi opinión… Aunque el que describo en el cuento es pura invención. La historia nos la contó una amiga que trabajaba en el turno de noche.

Con este relato no pretendo insinuar que el personal médico y sanitario no realice su trabajo correctamente, nada más lejos de mi intención. Estos profesionales realizan una labor humanitaria encomiable y por supuesto siempre están pendiente de sus pacientes brindándoles la mejor atención posible

En la víspera del día de todos los santos la vida transcurre sin grandes incidentes en un viejo hospital de la ciudad. En él destaca su arquitectura abarrocada en la que se observa una profusa decoración con impactantes frescos y bajorrelieves representados en el muro. Un gigantesco portal es franqueado por dos enormes jambas y un dintel de granito que presenta algunos símbolos indescifrables ya borrados por el tiempo. Esa tarde los pináculos desafiantes del pabellón de reposo se recortan contra un cielo casi púrpura y siniestras gárgolas encaramadas en afilados espigones otean el horizonte. Tiene un aspecto tan tenebroso que ni las palomas osan acercarse.

Algo indescifrable se desprende de esas piedras centenarias, casi devoradas por el musgo. Un triste pabellón de reposo que ante unos ojos infantiles bien podría considerarse el castillo de un cuento de hadas.

Esa tarde los enfermos están un poco inquietos, gritan llamando impacientes a las enfermeras, lloran con desconsuelo. La actividad no cesa. Las enfermeras se mueven con sus carritos a un ritmo frenético a lo largo de los pasillos controlando las camas repletas de monitores, de cables, de sondas y de goteros con etiquetas de distintos colores. Al otro lado del pasillo, donde esperan los familiares de los enfermos, una puerta cerrada impide el paso. Es el amargo umbral del silencio y la pena que hay que traspasar para ver a los enfermos. Pero, tras la cena, las cosas cambian, los enfermos se relajan y sólo se escucha en, algunos casos, la respiración profunda de los convalecientes.

Cuando se produce el relevo, algunas enfermeras se recluyen en un lugar tranquilo durante un largo rato para descansar y charlar un poco. Poco antes de la medianoche un grupo de enfermeras se encuentra en una pequeña salita tomándose algo caliente, muy aburridas y ociosas por el poco trabajo que tienen por lo que proponen realizar una sesión de ouija en los sótanos del edificio. Unas, atemorizadas, se niegan y las reprenden, pero las otras, ignorando la advertencia, optan por realizarla. Al final se insinúa que un buen lugar para llevarla a cabo podría ser en la salita que hay junto a la morgue. Tras la reticencia inicial, excitadas y no pudiendo ocultar el entusiasmo con risitas nerviosas y bromas, las tres enfermeras se dirigen hacia la antigua escalera de caracol del edificio, casi oxidada por el paso del tiempo. Los escalones, muy desgastados, son casi un peligro para el personal del centro y más de un pobre se ha despeñado en algún momento.

La iluminación mortecina propicia el misterio y las mujeres comienzan a sentir reparos en realizar algo así, aunque no es la primera vez, siempre sienten esa inquietud que anuncia que algo no previsto puede suceder.

Cuando llegan por fin al sótano, donde la calidad del aire es tolerable y aséptica, se dirigen hacia la morgue, siguiendo una línea amarilla. Recorren a buen paso los túneles subterráneos del hospital, con escasa iluminación, con desgastadas losas bajo sus pies y bloques de granito toscamente tallados infinitos y caóticos, un lugar donde es fácil perderse si no se conoce el sistema de galerías. Según parece, esos lóbregos pasadizos y dependencias subterráneas se construyeron durante la guerra para no interrumpir la atención médica y mantenerse a buen recaudo durante los bombardeos. Otras leyendas, hablan de extraños pasadizos milenarios que conducen a profundidades insondables e ignotas, misteriosos lugares habitados desde tiempos remotos por extrañas criaturas de dudoso origen y que utilizaban esos túneles para comunicarse con el exterior. Personal del centro e incluso pacientes desorientados hablan de visiones de extrañas sombras escurridizas que parecen rehuir la luz. Pero nadie da crédito a esos testimonios…..

Ellas se conocen al dedillo el complejo laberíntico de pasillos que recorren las entrañas del hospital. Así que tras recorrer los oscuros pasadizos y respirando ese acre olor a humedad llegan hasta la vieja salita, una capillita a la que se accede por una especie de gran abertura ojival, rematada con un gablete abarrocado, las mujeres no experimentan ese repentino presentimiento de maldad. Penetran en el oscuro interior donde se respira una ominosa e insalubre atmósfera y cogiendo unas precarias sillas se sientan alrededor de una mesa destartalada, para crear ambiente encienden varias velas que colocan en el centro formando un círculo y queman incienso para eliminar las malas vibraciones. Una de las mujeres se saca un trozo de papel sobre el que dibuja todos los caracteres del alfabeto, la numeración del 0 al 9 y en un lugar preferente el Si y el No, hola, adiós y quizás, en inglés y como guía utilizan un vaso de cristal que sirve para señalar. Sobre la mesa descansa el papel que simboliza la tabla de ouija y las tres mujeres la contemplan en silencio, con fijación casi hipnótica. Aunque están familiarizadas con el objeto porque ya la han practicado en otras ocasiones no dejan de sentir un cierto respeto por todo lo que representa este enigmático juego. Las mujeres se manifiestan muy dueñas de sí mismas, llenas de seguridad y confianza, no demuestran tener miedo en ningún momento y parecen tomarse la sesión como un pasatiempo con el que matar las horas libres. Unas dormitan un poco, otras se entretienen con juegos más macabros.

Inician la sesión colocando sus dedos índices respectivos sobre el culo de vaso y comienzan las preguntas a una hipotética criatura del más allá..

…”¿Hay alguien ahí?”… no ha acabado de formular todavía la pregunta cuando el vaso ya comienza a moverse vertiginosamente de un lado para otro tratando de contestar afirmativamente…Las mujeres sienten un escalofrío en la espalda, y alguna retira el dedo para cerciorarse a sí misma que no es ella la que desliza el vaso, y así siguen haciendo las demás componentes de la sesión. No saben en qué momento ha descendido la temperatura en la sala, pero su aliento se condensa rápidamente en contacto con el aire….Pero, ellas no se detienen, siguen con la espectral conversación…

…”¿Eres Hombre?”… la “cosa” que mueve el vaso responde afirmativamente…

…”¿cómo te llamas? El vaso se mueve y sigue deletreando las palabras…

…”Manuel Vidal”…

…”Cómo moriste”

…”atropellado”…

…”¿estás mal?”…

…”no”…

…”¿quieres que hagamos algo por ti?”…

…”sí”…

…”Flores”…

…”¿quieres que te llevemos flores?”…

…”sí”…

…”¿adónde?”…

En este momento, el vaso de cristal sale disparado y se estrella contra la pared cayendo roto en mil añicos… Las mujeres asustadas huyen corriendo despavoridas llorando a lágrima viva, descontroladas aunque aliviadas al dejar atrás el cuchitril infernal, comprenden que el espíritu se ha quedado sólo en la habitación y confían en que no lo abandone.

Cuando se reúnen con sus compañeras no revelan lo que les ha sucedido, silenciosas y cabizbajas se reincorporan al trabajo y siguen con sus tareas..

Es el día de todos los Santos y una de las jóvenes ha madrugado para ir al cementerio a visitar la tumba de un pariente que ha fallecido recientemente. Tras un azaroso viaje por el interior del campo santo, llega por fin a la tumba donde reposa su ser querido y cuando deposita las flores, sus ojos reparan en la foto de la tumba de al lado, en ella aparece un hombre joven de bellas facciones y franca sonrisa, que desde la frialdad de la instantánea parece observarla. La enfermera siente curiosidad y quiere conocer el nombre del difunto que reposa bajo la losa… Y, estupefacta, lee con horror: Manuel Vidal.

La pena la domina cuando ve el lamentable estado de abandono en que se encuentra la tumba, sin flores, sin recuerdos, esos signos indicadores de que hace mucho tiempo que dejaron de visitarla. De pronto se hace la luz en su mente y comprende lo que debe de hacer, acerca la mano al ramo que ha ofrendado a su pariente y extrae una flor que deposita con cuidado sobre la fría losa de la tumba.

Ante la inminente tormenta que anuncian los negros nubarrones del cielo, se dirige presurosa hacia la salida del cementerio cuando la sorprende una lluvia torrencial sin paraguas ni chubasquero. Baja golpeada por las feroces rachas de viento y lluvia cuando encuentra un panteón con la puerta abierta, y luchando contra la aprensión no lo piensa dos veces y se resguarda en el interior de las inclemencias del tiempo, el aguacero no cesa y desde el tenebroso interior de la suntuosa tumba contempla como se doblegan los árboles cuando arrecia la lluvia. Contempla los muros ciclópeos del interior del cubículo con acritud, cuando una infinidad de lucecillas inundan toda la estancia, pululan por el techo abovedado y se arremolinan a su alrededor, la joven desencaja los ojos con horror cuando de pronto se materializa un ser luminoso ante sus ojos, moreno y con unas bellas facciones que no le resultan desconocidas.…

De pronto, siente como el espectro le habla, pero sin llegar a mover los labios. Increíblemente, el extraño ser se comunica telepáticamente con la joven…

…” Gracias por la flor que has dejado en mi tumba solitaria, me sentía lleno de desolación y tristeza al ver el olvido en que ha caído. Ya sabemos que abandonamos la vida terrenal tarde o temprano, pero deseaba tanto que alguien se preocupara de mí, que comprendiera lo solos que nos quedamos los muertos que cuando he sentido tu generosidad he decidido que a partir de ahora te protegeré y nunca volverás a padecer más sufrimiento"… Pronuncia y con la última palabra se esfuma en la nada.

La enfermera aún no da crédito a lo que había experimentado, cuando abandona el cementerio…

Catalina Cazorla


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